Alberto García Chaparro – Creer en la política – 17 de enero de 2022
No podía comenzar mi andadura en Verum Libertas sin agradecerte a ti, querido lector, que estés aquí acompañándome. Plasmo en esta columna mis primeras reflexiones sobre nuestra realidad, planteándome una vez más la difícil pregunta de: ¿qué es la política? En mi corta vida, he aprendido que hay que diferenciar entre lo que algo es, y lo que algo debe ser. Desgraciadamente, y corriendo el riesgo de ser catalogado como pesimista, la política hoy en nuestro país sufre su situación más crítica desde la Transición. La percepción del conjunto de la ciudadanía de que la clase política se considera a sí misma como un ente superior, incapaz de solucionar los problemas de la gente normal, es una realidad. Los diputados y senadores, los concejales y alcaldes, son percibidos por muchos como el propio problema; la metástasis de la corrupción de los partidos ha acelerado la descomposición de un terreno político cada día más desierto de hombres y mujeres de Estado.
No es de extrañar que nuestros familiares y amigos nos digan que han votado “con la nariz tapada” o “al menos malo”. Es lógico y normal: el nivel está muy bajo. La política hoy es un producto artificial fruto del reinado de las redes sociales y el maquillaje donde interés más un video viral en Twitter que trabajar para evitar que a un ciudadano le okupen su vivienda.
Lo he dicho en innumerables ocasiones: mis amigos no creen en la política. Y lo entiendo; creer en la política es hoy más que nunca un acto de profunda fe. El gran problema, la dura consecuencia de que la sociedad no crea en la política, es que el propio sistema pierde legitimidad. Apoyándonos en las tesis de la teórica política Hannah Arendt, cuando la sociedad no participa en el espacio público, en la política, el sistema corre el riesgo de entrar en una crisis de legitimidad, allanando el camino a los extremos y totalitarismos. En las últimas elecciones autonómicas en Cataluña, la participación rozó el 50%. Las cifras son dramáticas; la sociedad catalana ya no confía en los políticos para solucionar un problema que, por cierto, ellos mismos han creado.
Teniendo todas estas cartas sobre la mesa, la respuesta a la pregunta que les expuse al comienzo de este artículo parece cada vez más clara. Para mí, la Política, con mayúscula, es confianza. La ilusión y la esperanza de que será ese representante el que traslade tu preocupación a la agenda política mantiene vivo el sistema. La confianza es la gasolina que hace que los engranajes de nuestras instituciones públicas se activen, cambiando una realidad social, política y económica cada vez más compleja.
Aún somos muchos los que queremos creer y creemos que no está todo perdido. A diferencia de lo que afirman algunos, aún queda vida inteligente ahí fuera. Debemos ser las próximas generaciones las que seamos capaces de generar confianza en los políticos, haciendo Política; dejando a un lado las sanas y lógicas diferencias ideológicas cuando sea necesario para cumplir el último objetivo de construir un país mejor para el conjunto de la sociedad. Por el momento toca seguir navegando en el convulso mas de la desilusión política, soñando con que un día podamos acudir a las urnas con una mano en la papeleta y la otra en el corazón de la confianza en que de verdad se pueden cambiar las cosas.
» Para mi, la política en mayúscula, es confianza»
Alberto García Chaparro – Creer en la política – 17 de enero de 2022
No podía comenzar mi andadura en Verum Libertas sin agradecerte a ti, querido lector, que estés aquí acompañándome. Plasmo en esta columna mis primeras reflexiones sobre nuestra realidad, planteándome una vez más la difícil pregunta de: ¿qué es la política? En mi corta vida, he aprendido que hay que diferenciar entre lo que algo es, y lo que algo debe ser. Desgraciadamente, y corriendo el riesgo de ser catalogado como pesimista, la política hoy en nuestro país sufre su situación más crítica desde la Transición. La percepción del conjunto de la ciudadanía de que la clase política se considera a sí misma como un ente superior, incapaz de solucionar los problemas de la gente normal, es una realidad. Los diputados y senadores, los concejales y alcaldes, son percibidos por muchos como el propio problema; la metástasis de la corrupción de los partidos ha acelerado la descomposición de un terreno político cada día más desierto de hombres y mujeres de Estado.
No es de extrañar que nuestros familiares y amigos nos digan que han votado “con la nariz tapada” o “al menos malo”. Es lógico y normal: el nivel está muy bajo. La política hoy es un producto artificial fruto del reinado de las redes sociales y el maquillaje donde interés más un video viral en Twitter que trabajar para evitar que a un ciudadano le okupen su vivienda.
Lo he dicho en innumerables ocasiones: mis amigos no creen en la política. Y lo entiendo; creer en la política es hoy más que nunca un acto de profunda fe. El gran problema, la dura consecuencia de que la sociedad no crea en la política, es que el propio sistema pierde legitimidad. Apoyándonos en las tesis de la teórica política Hannah Arendt, cuando la sociedad no participa en el espacio público, en la política, el sistema corre el riesgo de entrar en una crisis de legitimidad, allanando el camino a los extremos y totalitarismos. En las últimas elecciones autonómicas en Cataluña, la participación rozó el 50%. Las cifras son dramáticas; la sociedad catalana ya no confía en los políticos para solucionar un problema que, por cierto, ellos mismos han creado.
Teniendo todas estas cartas sobre la mesa, la respuesta a la pregunta que les expuse al comienzo de este artículo parece cada vez más clara. Para mí, la Política, con mayúscula, es confianza. La ilusión y la esperanza de que será ese representante el que traslade tu preocupación a la agenda política mantiene vivo el sistema. La confianza es la gasolina que hace que los engranajes de nuestras instituciones públicas se activen, cambiando una realidad social, política y económica cada vez más compleja.
Aún somos muchos los que queremos creer y creemos que no está todo perdido. A diferencia de lo que afirman algunos, aún queda vida inteligente ahí fuera. Debemos ser las próximas generaciones las que seamos capaces de generar confianza en los políticos, haciendo Política; dejando a un lado las sanas y lógicas diferencias ideológicas cuando sea necesario para cumplir el último objetivo de construir un país mejor para el conjunto de la sociedad. Por el momento toca seguir navegando en el convulso mas de la desilusión política, soñando con que un día podamos acudir a las urnas con una mano en la papeleta y la otra en el corazón de la confianza en que de verdad se pueden cambiar las cosas.