Verum Libertas, “la verdad os hará libres”, a esta máxima nos exhorta el propio Jesucristo en el Evangelio según San Juan. No seré yo quién desoiga un consejo del mismísimo Hijo de Dios, y no puedo por menos que hacer extensiva esta recomendación a todos mis lectores, desde el profundo cariño que me suscitan por confiar en este proyecto y hacerlo posible desde el primer momento.
La búsqueda incesante de la Verdad y el saber ha sido una constante del ser humano, inherente a su propia naturaleza como defendía Aristóteles y consecuencia directa de su capacidad de raciocinio. Desde hace 70.000 años, momento en el que se produce la revolución cognitiva, los sapiens llevan creando ficciones y relatos que transcienden el ámbito de realidad tangible, pero con la capacidad única de dar explicación a la misma. Desde el nacimiento de la filosofía, sus más destacados representantes como el propio Sócrates ha necesitado abordar la búsqueda de la Verdad para justificar y dar sentido a su existencia. A lo largo de la historia, esa verdad se ha presentado como resultado de la revelación divina, como fruto del razonamiento o como resultado de la aplicación del método científico.
Quizá la corriente preponderante en los últimos siglos, y particularmente en nuestra secularizada sociedad, sea el empirismo, por medio del cual, verdad será aquello empíricamente demostrable tras un proceso de observación y experimentación.
A la búsqueda de la Verdad por medio de esta concepción le debemos todos los descubrimientos científicos que han tenido lugar en los últimos siglos, incluido los avances en el campo de la medicina que tantas vidas han salvado.
Consecuencia directa de la Revolución Francesa y el resto de revoluciones liberales acontecidas en el s.XIX fue el destierro del dogmatismo religioso como métrica para decidir aquello que estaba bien o mal y este fue sustituido por el racionalismo y el empirismo, que pretendía liberar al individuo. Pero este hecho originó un problema con el que no se contaba a priori. El material empirismo no alcanza al mundo de las ideas, y en este campo, el uso de la razón derivó en modelos de pensamiento muy distintos.
El hombre tuvo que enfrentarse a la incertidumbre de no saber qué pensar, no saber distinguir aquel bien del mal, y buena parte de la población no puede vivir con esta incertidumbre. Necesita un sistema de valores en el que creer y poder aplicar en cada situación de duda. Fue entonces cuando las antiguas religiones fueron sustituidas por ideologías, que no son otra cosa sino nuevas religiones.
Si el lector considera que esta comparación entre religiones e ideologías está fuera de lugar, permítame recordarle algo; lo que caracteriza a una religión no es la creencia en uno o varios entes de carácter divino, de hecho, existen religiones no teístas (como el budismo). Por tanto, lo que caracteriza principalmente a una religión es precisamente todo el sistema de valores sobre los que se sustenta, los cuales habrán de guiar el modo de ser, pensar y actuar del buen feligrés.
Bien podría ser argumentado, que la creencia en unas ideologías u otras, es el resultado de un ejercicio intelectual por medio del cual el individuo construye sus
propios valores. Sin embargo, aunque esto pudiera ser cierto, en la mayoría de casos, la ideología del ciudadano viene condicionada por la familia, amigos y entorno social; o como diría Ortega y Gasset, “sus circunstancias”, más que del fruto de su reflexión individual.
Este cambio de paradigma plantea un problema social, con muy malos precedentes. La religión, y por ende, la existencia de valores comunes actuaba como elemento cohesionador social, mientras que la coexistencia interreligiosa rara vez resultaba pacífica. Esta segunda situación es la presente en el mundo actual; donde la ideología que vino a desterrar a la religión acabó convirtiéndose en una. El seguimiento ciego a la idolología y el endiosamiento de sus representantes políticos dieron lugar a las peores guerras del siglo pasado. En torno a estas idolologías-religiones se agruparon unos países para acabar con otros en el mundo, y unos compatriotas para acabar con otros en el caso de nuestro país.
Por desgracia, en este caso, la historia se repite, el recuerdo de estas guerras parece muy alejado y la polarización de antaño vuelve a estar más presente que nunca en nuestra sociedad, convirtiéndose en uno de los grandes problemas de nuestro tiempo.
Para huir del yugo de la polarización que parece haberse impuesto en nuestro mundo, animo al lector a practicar lo que denomino,agnosticismo ideológico, entender las distintas ideologías como compendios de ideas que pueden encerrar verdades, con las que se puede compartir ciertos ideales en mayor o menor medida, pero han de ser analizadas siempre con escepticismo y espíritu crítico.
Mi consejo final es el de emprender una búsqueda incesante de la Verdad, con el convencimiento de que jamás se encontrará; aunque este planteamiento pueda parecer a priori desmotivador, les puedo asegurar que es precisamente el que busca la Verdad de este modo quién estará mucho más cerca de encontrarla.
El ignorante afirma; el sabio duda y reflexiona.
Aristóteles
Verum Libertas, “la verdad os hará libres”, a esta máxima nos exhorta el propio Jesucristo en el Evangelio según San Juan. No seré yo quién desoiga un consejo del mismísimo Hijo de Dios, y no puedo por menos que hacer extensiva esta recomendación a todos mis lectores, desde el profundo cariño que me suscitan por confiar en este proyecto y hacerlo posible desde el primer momento.
La búsqueda incesante de la Verdad y el saber ha sido una constante del ser humano, inherente a su propia naturaleza como defendía Aristóteles y consecuencia directa de su capacidad de raciocinio. Desde hace 70.000 años, momento en el que se produce la revolución cognitiva, los sapiens llevan creando ficciones y relatos que transcienden el ámbito de realidad tangible, pero con la capacidad única de dar explicación a la misma. Desde el nacimiento de la filosofía, sus más destacados representantes como el propio Sócrates ha necesitado abordar la búsqueda de la Verdad para justificar y dar sentido a su existencia. A lo largo de la historia, esa verdad se ha presentado como resultado de la revelación divina, como fruto del razonamiento o como resultado de la aplicación del método científico.
Quizá la corriente preponderante en los últimos siglos, y particularmente en nuestra secularizada sociedad, sea el empirismo, por medio del cual, verdad será aquello empíricamente demostrable tras un proceso de observación y experimentación.
A la búsqueda de la Verdad por medio de esta concepción le debemos todos los descubrimientos científicos que han tenido lugar en los últimos siglos, incluido los avances en el campo de la medicina que tantas vidas han salvado.
Consecuencia directa de la Revolución Francesa y el resto de revoluciones liberales acontecidas en el s.XIX fue el destierro del dogmatismo religioso como métrica para decidir aquello que estaba bien o mal y este fue sustituido por el racionalismo y el empirismo, que pretendía liberar al individuo. Pero este hecho originó un problema con el que no se contaba a priori. El material empirismo no alcanza al mundo de las ideas, y en este campo, el uso de la razón derivó en modelos de pensamiento muy distintos.
El hombre tuvo que enfrentarse a la incertidumbre de no saber qué pensar, no saber distinguir aquel bien del mal, y buena parte de la población no puede vivir con esta incertidumbre. Necesita un sistema de valores en el que creer y poder aplicar en cada situación de duda. Fue entonces cuando las antiguas religiones fueron sustituidas por ideologías, que no son otra cosa sino nuevas religiones.
Si el lector considera que esta comparación entre religiones e ideologías está fuera de lugar, permítame recordarle algo; lo que caracteriza a una religión no es la creencia en uno o varios entes de carácter divino, de hecho, existen religiones no teístas (como el budismo). Por tanto, lo que caracteriza principalmente a una religión es precisamente todo el sistema de valores sobre los que se sustenta, los cuales habrán de guiar el modo de ser, pensar y actuar del buen feligrés.
Bien podría ser argumentado, que la creencia en unas ideologías u otras, es el resultado de un ejercicio intelectual por medio del cual el individuo construye sus
propios valores. Sin embargo, aunque esto pudiera ser cierto, en la mayoría de casos, la ideología del ciudadano viene condicionada por la familia, amigos y entorno social; o como diría Ortega y Gasset, “sus circunstancias”, más que del fruto de su reflexión individual.
Este cambio de paradigma plantea un problema social, con muy malos precedentes. La religión, y por ende, la existencia de valores comunes actuaba como elemento cohesionador social, mientras que la coexistencia interreligiosa rara vez resultaba pacífica. Esta segunda situación es la presente en el mundo actual; donde la ideología que vino a desterrar a la religión acabó convirtiéndose en una. El seguimiento ciego a la idolología y el endiosamiento de sus representantes políticos dieron lugar a las peores guerras del siglo pasado. En torno a estas idolologías-religiones se agruparon unos países para acabar con otros en el mundo, y unos compatriotas para acabar con otros en el caso de nuestro país.
Por desgracia, en este caso, la historia se repite, el recuerdo de estas guerras parece muy alejado y la polarización de antaño vuelve a estar más presente que nunca en nuestra sociedad, convirtiéndose en uno de los grandes problemas de nuestro tiempo.
Para huir del yugo de la polarización que parece haberse impuesto en nuestro mundo, animo al lector a practicar lo que denomino,agnosticismo ideológico, entender las distintas ideologías como compendios de ideas que pueden encerrar verdades, con las que se puede compartir ciertos ideales en mayor o menor medida, pero han de ser analizadas siempre con escepticismo y espíritu crítico.
Mi consejo final es el de emprender una búsqueda incesante de la Verdad, con el convencimiento de que jamás se encontrará; aunque este planteamiento pueda parecer a priori desmotivador, les puedo asegurar que es precisamente el que busca la Verdad de este modo quién estará mucho más cerca de encontrarla.