Alberto García Chaparro – Ser o no ser ciudadano – 7 de febrero de 2022
Desde el estallido de la Revolución Americana en 1775, el liberalismo ha ido abriéndose paso, lenta pero inexorablemente, en los países de Occidente. Los valores de la libertad, la igualdad y la fraternidad cristalizaron en Europa con la Revolución Francesa, provocando un terremoto político, social y cultural sin precedentes. Los galos, levantados en armas contra la monarquía absoluta, inauguraron la carrera hacia la democracia liberal en el Viejo Continente en 1789 con la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Es imposible comprender la democracia hoy sin entender la importancia del concepto de ciudadanía; todos los individuos que conforman nuestra sociedad son ciudadanos, reside en él o ella un pedazo de la nación que somos y un paso del camino que queda por recorrer. El ciudadano es para un Estado como la sangre para el cuerpo humano.
Por ello, es profundamente triste y peligroso escuchar al Presidente de la República Francesa hablar de que aquellos que deciden no vacunarse no merecen ser ciudadanos. Estas palabras sientan un fúnebre precedente para el país que un día fue el faro de la libertad en Europa. Que la máxima autoridad de un país se considere con legitimidad y potestad suficiente como para decidir por sí mismo quién puede ser o no ser ciudadano recuerda más a los siglos más oscuros de la historia de la Humanidad. Escuchar a Emmanuel Macron decir públicamente en una entrevista que su objetivo es, textualmente, “joder a los no vacunados”, muestra el grado de endiosamiento al que algunos de nuestros políticos han llegado.
En las democracias europeas, ser o no ser ciudadano no está ligado a nuestros actos, sino a nuestra mera existencia física como personas en este mundo. Hasta el peor asesino encarcelado sigue siendo persona, nos guste o no; haber nacido bajo el paraguas de un Estado de Derecho, asegura que no puede ser degradado a escalones fuera de la propia sociedad. Esa época ya pasó hace muchos años. En la España y Europa del siglo XXI, ser ciudadano y persona son sinónimos. La propia esencia de la democracia ha construido desde la independencia de las Trece Colonias un concepto de ciudadano equiparable al de persona. Vacunado o no, preso o no, ningún político, por muy votado que sea, debe poder decidir quién es ciudadano, porque los propios cimientos de la democracia y el liberalismo se tambalean. Es nuestra responsabilidad repulsar este tipo de declaraciones y comprender que para que la ciudadanía se vacune, la imposición, el totalitarismo y el desprecio no pueden ser jamás una opción sobre la mesa. Una vez más, la ciencia, mucho más inteligente que nuestros políticos, nos muestra el camino para plasmar estos años en los libros de Historia y no en nuestro día a día.
La democracia es demasiado frágil como para aceptar políticos expertos en recortar derechos y libertades fundamentales; ser o no ser ciudadano, esta vez, no es la cuestión.
La democracia es demasiado frágil como para aceptar políticos expertos en recortar derechos y libertades fundamentales.
Alberto García Chaparro – Ser o no ser ciudadano – 7 de febrero de 2022
Por ello, es profundamente triste y peligroso escuchar al Presidente de la República Francesa hablar de que aquellos que deciden no vacunarse no merecen ser ciudadanos. Estas palabras sientan un fúnebre precedente para el país que un día fue el faro de la libertad en Europa. Que la máxima autoridad de un país se considere con legitimidad y potestad suficiente como para decidir por sí mismo quién puede ser o no ser ciudadano recuerda más a los siglos más oscuros de la historia de la Humanidad. Escuchar a Emmanuel Macron decir públicamente en una entrevista que su objetivo es, textualmente, “joder a los no vacunados”, muestra el grado de endiosamiento al que algunos de nuestros políticos han llegado.
En las democracias europeas, ser o no ser ciudadano no está ligado a nuestros actos, sino a nuestra mera existencia física como personas en este mundo. Hasta el peor asesino encarcelado sigue siendo persona, nos guste o no; haber nacido bajo el paraguas de un Estado de Derecho, asegura que no puede ser degradado a escalones fuera de la propia sociedad. Esa época ya pasó hace muchos años. En la España y Europa del siglo XXI, ser ciudadano y persona son sinónimos. La propia esencia de la democracia ha construido desde la independencia de las Trece Colonias un concepto de ciudadano equiparable al de persona. Vacunado o no, preso o no, ningún político, por muy votado que sea, debe poder decidir quién es ciudadano, porque los propios cimientos de la democracia y el liberalismo se tambalean. Es nuestra responsabilidad repulsar este tipo de declaraciones y comprender que para que la ciudadanía se vacune, la imposición, el totalitarismo y el desprecio no pueden ser jamás una opción sobre la mesa. Una vez más, la ciencia, mucho más inteligente que nuestros políticos, nos muestra el camino para plasmar estos años en los libros de Historia y no en nuestro día a día.
La democracia es demasiado frágil como para aceptar políticos expertos en recortar derechos y libertades fundamentales; ser o no ser ciudadano, esta vez, no es la cuestión.