Adrián Navarro Rocha – La España deprimida – 8 de febrero de 2022
Cada año terminan con su propia vida más personas en España, cada vez hay más deprimidos y cada vez hay más casos de ansiedad. Como la mayoría de las situaciones tan complejas como es que una persona se quite la vida, no suele existir una causa única y debe de tratarse el asunto con la debida prudencia. Pero frente a aquellos que discuten sobre si se deberían invertir 100 o 1000 millones para prevenir el suicidio y aquellos que intentan sacar rédito político de ello, creo que es necesario poner un poco de luz sobre el asunto de fondo.
El ser humano posee alrededor de 20.000 genes que a grandes rasgos te posicionan en la casilla de salida de la vida y te dan las primeras herramientas para vivir en sociedad. Con esto quiero decir que el grueso de nuestra personalidad y aquello que solemos llamar Yo, es una serie de conductas aprendidas que se cristalizan en nuestro entramado neurológico, millones de veces más denso que nuestra información genética. Desde niños desarrollamos lo que los psicólogos llaman aprendizaje experimental, que es aquel que se lleva a cabo a través del ensayo y error propios de la vida en sociedad.
Aquí llega la controversia; desde la década de los 90 por diversos factores, se ha extendido en España y en Occidente una cultura de la sobreprotección principalmente en cuanto a lo que la educación de los hijos respecta. Jamás los hijos han estado tan protegidos de las amenazas tanto externas como internas, se les ha encerrado en jaulas de cristal dentro de las cuales ven la vida pasar y no tienen la oportunidad de enfrentarse a aquellas situaciones que en un futuro conformarán un verdadero escudo. Lo podemos ver en nuestro día a día: los niños ya no juegan en la calle porque es peligroso, existen dispositivos de control parental que monitorean la actividad de nuestros hijos en las redes y como paradigma de esta situación me gustaría hacer referencia a un estudio llevado a cabo en EEUU publicado en 2015, llamado LEAP (las siglas en inglés de Aprendizaje Temprano sobre Alergia al Cacahuete). Este estudio partió del hecho de que cada vez más niños eran alérgicos a los cacahuetes, y esto se terminó debiendo a que, con el fin de prevenir cualquier tipo de reacción alérgica por parte de los niños, en las escuelas se dejó de suministrar cacahuetes en los menús escolares. Esta decisión hizo que el sistema inmunológico de los niños no aprendiese a defenderse correctamente de las proteínas del cacahuete, y acabó creando muchos más alérgicos que los que había en un primer momento. Este ejemplo nos evoca la idea que desarrolla el investigador Nassim Taleb en su libro Antifrágil 2013: que como el sistema inmune, el ser humano y en especial los niños son lo que él llama elementos antifrágiles, son sistemas que “necesitan estresores y desafíos para aprender, adaptarse y crecer”, el autor señala que estos sistemas antifrágiles se convierten en frágiles cuando carecen de estresores que desencadenan esa fuerza inversa e impiden que se fortalezca dicho sistema.
Con todo esto no quiero decir que las nuevas generaciones sean más débiles, y aún menos se les deba juzgar por ello, teniendo en cuenta que los principales culpables son los mismos progenitores. Pero es bien seguro que la cultura de la sobreprotección es un elemento extremadamente nocivo para nuestros jóvenes. Un ejemplo más de como unas buenas intenciones pueden tener terribles consecuencias.
Como complemento al elemento causal de la ansiedad y la depresión que acabamos de analizar, creo que es pertinente hacer mención a la nueva moda de debatir sobre la cuestión de la depresión y las enfermedades mentales. Está claro que la solución frente a estos problemas no es ocultarlos y mirar hacia otro lado, pero también es bien cierto que la popularización de algunos debates fuera del ámbito académico puede llevar a efectos no deseados, como puede ser la falsa etiquetación debido a desplazamientos conceptuales: cualquier mala racha puede llegar a considerarse como una depresión y esto puede inducir a profecías auto cumplidas. Yo me autodiagnóstico con depresión sin padecerlo realmente, y por un efecto bucle acabo padeciéndola. Por último, es esencial refutar el mito de que todo se arregla con un engrosamiento de la partida presupuestaría; no olvidemos que Estados Unidos es el país que más gasta por persona en sanidad y todos sabemos qué resultados está teniendo.
La solución pasa una vez más por despolitizar el debate, atacar el problema desde la raíz y promover los valores correctos que nos permitan luchar desde dentro contra este fatal problema que azota nuestro país.
«El ser humano y ,en especial los niños, necesitan estresores y desafíos para aprender, adaptarse y crecer»
Adrián Navarro Rocha – La España deprimida – 8 de febrero de 2022
Cada año terminan con su propia vida más personas en España, cada vez hay más deprimidos y cada vez hay más casos de ansiedad. Como la mayoría de las situaciones tan complejas como es que una persona se quite la vida, no suele existir una causa única y debe de tratarse el asunto con la debida prudencia. Pero frente a aquellos que discuten sobre si se deberían invertir 100 o 1000 millones para prevenir el suicidio y aquellos que intentan sacar rédito político de ello, creo que es necesario poner un poco de luz sobre el asunto de fondo.
El ser humano posee alrededor de 20.000 genes que a grandes rasgos te posicionan en la casilla de salida de la vida y te dan las primeras herramientas para vivir en sociedad. Con esto quiero decir que el grueso de nuestra personalidad y aquello que solemos llamar Yo, es una serie de conductas aprendidas que se cristalizan en nuestro entramado neurológico, millones de veces más denso que nuestra información genética. Desde niños desarrollamos lo que los psicólogos llaman aprendizaje experimental, que es aquel que se lleva a cabo a través del ensayo y error propios de la vida en sociedad.
Aquí llega la controversia; desde la década de los 90 por diversos factores, se ha extendido en España y en Occidente una cultura de la sobreprotección principalmente en cuanto a lo que la educación de los hijos respecta. Jamás los hijos han estado tan protegidos de las amenazas tanto externas como internas, se les ha encerrado en jaulas de cristal dentro de las cuales ven la vida pasar y no tienen la oportunidad de enfrentarse a aquellas situaciones que en un futuro conformarán un verdadero escudo. Lo podemos ver en nuestro día a día: los niños ya no juegan en la calle porque es peligroso, existen dispositivos de control parental que monitorean la actividad de nuestros hijos en las redes y como paradigma de esta situación me gustaría hacer referencia a un estudio llevado a cabo en EEUU publicado en 2015, llamado LEAP (las siglas en inglés de Aprendizaje Temprano sobre Alergia al Cacahuete). Este estudio partió del hecho de que cada vez más niños eran alérgicos a los cacahuetes, y esto se terminó debiendo a que, con el fin de prevenir cualquier tipo de reacción alérgica por parte de los niños, en las escuelas se dejó de suministrar cacahuetes en los menús escolares. Esta decisión hizo que el sistema inmunológico de los niños no aprendiese a defenderse correctamente de las proteínas del cacahuete, y acabó creando muchos más alérgicos que los que había en un primer momento. Este ejemplo nos evoca la idea que desarrolla el investigador Nassim Taleb en su libro Antifrágil 2013: que como el sistema inmune, el ser humano y en especial los niños son lo que él llama elementos antifrágiles, son sistemas que “necesitan estresores y desafíos para aprender, adaptarse y crecer”, el autor señala que estos sistemas antifrágiles se convierten en frágiles cuando carecen de estresores que desencadenan esa fuerza inversa e impiden que se fortalezca dicho sistema.
Con todo esto no quiero decir que las nuevas generaciones sean más débiles, y aún menos se les deba juzgar por ello, teniendo en cuenta que los principales culpables son los mismos progenitores. Pero es bien seguro que la cultura de la sobreprotección es un elemento extremadamente nocivo para nuestros jóvenes. Un ejemplo más de como unas buenas intenciones pueden tener terribles consecuencias.
Como complemento al elemento causal de la ansiedad y la depresión que acabamos de analizar, creo que es pertinente hacer mención a la nueva moda de debatir sobre la cuestión de la depresión y las enfermedades mentales. Está claro que la solución frente a estos problemas no es ocultarlos y mirar hacia otro lado, pero también es bien cierto que la popularización de algunos debates fuera del ámbito académico puede llevar a efectos no deseados, como puede ser la falsa etiquetación debido a desplazamientos conceptuales: cualquier mala racha puede llegar a considerarse como una depresión y esto puede inducir a profecías auto cumplidas. Yo me autodiagnóstico con depresión sin padecerlo realmente, y por un efecto bucle acabo padeciéndola. Por último, es esencial refutar el mito de que todo se arregla con un engrosamiento de la partida presupuestaría; no olvidemos que Estados Unidos es el país que más gasta por persona en sanidad y todos sabemos qué resultados está teniendo.
La solución pasa una vez más por despolitizar el debate, atacar el problema desde la raíz y promover los valores correctos que nos permitan luchar desde dentro contra este fatal problema que azota nuestro país.