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    ¿Puede el coronavirus «reactivar la historia»?

    MSG¿PUEDE EL CORONAVIRUS «REACTIVAR LA HISTORIA»?13 de febrero de 2022

    Como vaticinó Francis Fukuyama en 1992, con la publicación del libro “El fin de la historia y el último hombre”, “siglos de aburrimiento pueden reactivar la historia”. En este caso no hablamos tanto de “aburrimiento” sino de la llegada de un virus llamado COVID-19 por el año en el que llegó a nuestras vidas.  

    Coincido plenamente con Francis en que tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial en el año 1945 y la creación de la ONU el 24 de octubre de 1945, el mundo empezó a cambiar, y nuestras vidas también lo hicieron. Naciones Unidas, cuya misión fue recuperar el periodo de paz vivido desde 1919 hasta 1938, supuso un gran avance y su Carta, junto con la Declaración Universal de los Derechos Humanos, sentó las bases de la ideas de democracia, paz, libertad y bienestar. Aunque desde 1947 hasta 1989 la paz no fue plena, el derribo del muro de Berlín en 1989 supuso el triunfo de la democracia liberal y el liberalismo económico. A partir de ese momento, la lucha ideológica desapareció del primer plano y los conflictos regionales dejaron de estar motivados por las ideas.

    Fukuyama nos habla de la religión islámica (grupos como el talibán) y del ascenso de los nacionalismos como amenazas al “fin de la historia”. Si lo pensamos bien, sin duda la religión islámica propone un sistema organizativo de la sociedad, pero este no es aplicable ya que el islam no es la religión universal. En cuento a los nacionalismos, estos no proponen un nuevo modelo político o económico, simplemente apelan a una diferenciación de la identidad con respecto al pueblo autóctono, por lo que no suponen una amenaza para la democracia liberal. 

    Sin embargo, tras la declaración de la pandemia el 11 de marzo de 2020, y casi dos años después, sí podemos afirmar que el coronavirus está cambiando nuestras vidas y está siendo hábilmente utilizado para poner en duda la democracia liberal surgida en Occidente y el sistema económico capitalista de libre mercado. El momento de “situación excepcional” que llevamos tiempo viviendo está siendo empleado para que determinadas élites políticas y económicas limiten nuestros derechos y libertades fundamentales, presentes en la Declaración Universal de los DDHH y las Constituciones nacionales como nunca antes se había hecho. Hablo del derecho de libre circulación, el de propiedad privada, el de manifestación, o el de recibir una educación de calidad. Me refiero a las libertades de culto, asociación o expresión.

    “Qué rápido pasa la vida” dicen nuestros mayores, y hablando con ellos descubrimos cuánto y a qué ritmo cambia. Cada vez se producen más cambios y en un menor periodo de tiempo. La llegada de este maldito virus ha acelerado si cabe aún más nuestras vidas y las ha transformado por completo. Ha cambiado la forma en la que nos relacionamos con los demás, pasando de ser cariñosos y cercanos a ser más distantes y apáticos. Ha cambiado la forma de trabajar y recibir una formación educativa, sustituyendo la presencialidad por la remotidad en muchos casos.  Ha cambiado la forma en que nos movemos, haciendo mucho más difícil y costoso descubrir nuevos países y culturas. Ha cambiado la forma en que tomamos decisiones, siendo nuestra salud y la de nuestros seres queridos un aspecto siempre presente en estas. Ha cambiado la forma en que miramos al futuro, siendo conscientes de la imprevisibilidad del desprestigiado presente. Ha cambiado la forma en la que celebramos la Navidad, la Semana Santa, las fiestas de cumpleaños, las bodas, o los “brindis al sol”. Y un largo etcétera. 
     
    También podemos hablar de la prohibición de dar un paseo con nuestro hijo a las 12 de la noche tras un intenso día de trabajo y una cena en familia. La prohibición de invitar a un amigo de toda la vida que vive en frente tuya a almorzar a tu domicilio. La prohibición de hacer deporte sin mascarilla. La prohibición de visitar a tus seres queridos que vivían a veces no tan lejos de nosotros pero sí en otra Comunidad. La prohibición de ir a tu segunda residencia a desconectar del estrés acumulado. 
     
    Con estos ejemplos vemos cómo y cuánto han cambiado nuestra vida cotidiana, del día a día. Juzguen ustedes si esto había sucedido antes o nunca.

    Me gustaría equivocarme, pero me temo que esto sólo es el principio del cambio. Creo que no lo hemos visto todo, que nuestras vidas van a seguir cambiando, y que hay personas interesadas en que así sea. Mientras dure la pandemia y el virus siga mutando, nuestras autoridades políticas, sanitarias y las tapadas económicas, estarán legitimadas para moldear nuestras vidas, las de nuestros hijos, nietos y sucesores, a su antojo. Estamos siendo partícipes de un intento generalizado o casi mundial de sustituir la democracia que conocemos como liberal por una iliberal. Bill Gates decía hace unas semanas que el COVID-19 moriría en 2022, curioso. Ocurra o no ocurra este acontecimiento, he de decir que “los de arriba” ya habrán conseguido su objetivo, que no es otro que aprovechar las circunstancias para transformar nuestras vidas como las entendíamos de raíz, desde la base, es decir, la familia. 
     
    En el panorama internacional, las autoridades políticas de no pocos países aprovechan la situación de vulnerabilidad y cierto cansancio en la sociedad para poner en duda nuestras democracias, nuestros valores y nuestra forma de vida. Ponen en duda la democracia atacándola y promoviendo lo contrario a ella, es decir, la represión, la censura, el autoritarismo, y la limitación de derechos y libertades, que ya nos suena más cercano. Hablo de la nueva ola de populismos comunistas en Sudamérica, y más en concreto de Venezuela, Cuba y Nicaragua. Estos tres países también cargan contra el sistema económico capitalista, que tanta riqueza ha aportado a nivel global y ha propiciado el crecimiento económico de países asiáticos como China o la India. Ya no recuerdan por qué fracasó el comunismo en sentido económico, que fue porque había una corriente alternativa, que no proponía la igualdad social, sino que la conseguía. A este modelo se le conoce como liberalismo económico. Tratan de imponer su ideología de la misma forma que lo hizo la URSS en su día o lo hace China ahora, es decir, jugando con la conciencia de clase, y superponiendo el mundo material al de las ideas. Esto quiere decir que la situación económica y social que vivimos tiene que definir lo que pensemos, y con ello lo que promovamos. 
     
    China y Rusia son dos de los otros actores que se frotan las manos con el surgimiento de esta pandemia global, y quieren exportar su idea de la democracia al resto del mundo. El problema es que lo están consiguiendo, y sus políticas comunes están siendo adoptadas en gran parte de Occidente, con la excepción quizás de EEUU.
     
    Mientras estos países luchan sin cesar por aniquilar la democracia liberal y el libre mercado, lo que consecuentemente significa acabar con nuestro modelo de vida, cosa que ya está sucediendo, España no logra articular una posición firme y cohesionada debido a la polarización existente en nuestro Parlamento que se traslada a la calle. 

    La UE también está sufriendo una crisis interna por culpa del COVID-19, que se ve agravada por la reciente salida de Reino Unido, el ascenso de los nacionalismos en países como Hungría y Polonia, las crisis migratorias que azotan el Mediterráneo, o la amenaza rusa de nuestras fronteras. Occidente también está perdiendo el sentido de comunidad que antes tenía, por culpa entre otras cosas de EEUU, tras la ineficacia de sus fuerzas de seguridad en el día del asalto al capitolio, con las formas en las que decidió salir de Afganistán, sin consensuar nada con sus socios allí presentes, o la reciente creación de AUKUS, sin preguntarle a ningún país europeo miembro de la OTAN si quería formar parte de esta nueva organización militar.
     
    Este clima de inestabilidad y debilidad actual en nuestras fronteras nos tiene que servir para darnos cuenta más temprano que tarde, por el bien todos los ciudadanos españoles, europeos y demócratas, que o arrimamos fuerzas y acercamos posturas de forma inmediata, o cuando todo esto acabe y el virus desaparezca, la vida como la conocíamos habrá desaparecido y no habrá medio para volver a recuperarla. 
     
    Por esta razón, es importante defender más que nunca nuestros valores democráticos, el Estado de Derecho, y los derechos y libertades fundamentales. Y las autoridades políticas, sanitarias y económicas que trabajan para que así sea son nuestro único medio de salvación.

    Mario Sanz Galacho
    ¿Puede el coronavirus "reactivar la historia"?

    «¿Puede la democracia iliberal ser la nueva forma de gobierno en Occidente?»

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