El que sabe, sabe. Y el que no, pues, sencillamente, no sabe. Pero en ocasiones el ego lo hace verse a uno tan por encima de lo que es, que llega a un nivel de observación cual, en el que ve cosas que no hay. Cuando uno compite, es de bien saber con quien te metes o a quien te enfrentas, para, sobre eso, medir meticulosamente lo que se hará. Hay ciertos ilusos que se creen todo, sin ser nada y que siendo nada, se creen que pueden hacer de todo.
El ser humano es bastante indefenso en infinitud de circunstancias, siendo una de ellas cuando el hombre se enfrenta al mar, o, mejor dicho, a MÁR. El mar es impredecible, no solo por sí mismo, sino por las circunstancias que lo envuelven y la tierra que rodea. Muchos ilusos afirman que la política es la lo que vemos, la tierra. No obstante, la tierra es aquello, no que no cubre el mar, sino que el agua nos permite ver o desea que veamos. En el caso que nos encumbre, me atrevería a decir que la tierra, es lo que MÁR desea que veamos, pensemos e imaginemos.
Como dijo d. Iván Redondo, hace seis años: “hay una partida por el gobierno y otra por el relato.” Y resulta, como es objetivo, que con visión largoplacista, y más en política contemporánea, el que desee vencer, primero debe convencer. Por eso, la batalla, el pulso, la guerra, está en el relato. Quien sepa observar puede de manera evidente ver que, quien gana el relato, quien allana el terreno, en definitiva, quien marca la agenda, convence en amplitud.
El relato no es tú o yo, sino ¿porqué yo o porqué tú? ¿qué tengo yo y qué no tienes tú? Una vez, no lo que se cree, no lo que se ve, no lo que se escucha, sino la política, el arte de lo que no se ve.
Cuando el mar engulle, asfixia y hunde a alguien, no lo hace de manera inmediata, es un proceso arduo y paciente. Veloz pero cauteloso. Ágil pero suave. Repentino pero delicado y estudiado. Así, si de una partida de mus se tratase, lo primero que se hace es lanzar un órdago, para, una vez aceptado por la otra parte, empezar a negociar siempre a favor propio. Se conoce el contexto, la situación propia de partida, se estudia al rival, se analiza su margen de maniobra y disposición y, una vez hecho esto, asumiendo que la parte involucrada se verá obligada a ordagar, si es que dicha palabra existe, habrá caído en la trampa.
De hecho, no siempre es necesario tener un as debajo de la manga, no siempre hace falta guiñar el ojo ni invitar a una buena copa, tan solo hay que escoger el momento adecuado para tender la mano e invitar a esa pareja a bailar. Sabiendo de antemano que aceptará y que, sin necesidad de volver a barajar, de beber ni seducir, en la trampa placenteramente caerá. Porque un órdago a chica es de las jugadas más atrevidas y valientes, porque sin muecas ha sacado a bailar al rey genovés, porque desde Sol ha encandilado a todo un país mediterráneo.
El mar ha encandilado a muchos con una sirenita, empezó sin ser princesita, ha hecho reinar a quien no sabía ni brillar, ha comunicado que quiere ganar y que no tiene deseo de parar; a muchos ha presentado a Lady Madrid. No se conforma con Madrid y por eso en silencio ha gritado:
“Es el momento, órdago a la chica”
«Hay una partida por el gobierno y otra por el relato»
AGA – Órdago a chica – 18 de febrero de 2022
El ser humano es bastante indefenso en infinitud de circunstancias, siendo una de ellas cuando el hombre se enfrenta al mar, o, mejor dicho, a MÁR. El mar es impredecible, no solo por sí mismo, sino por las circunstancias que lo envuelven y la tierra que rodea. Muchos ilusos afirman que la política es la lo que vemos, la tierra. No obstante, la tierra es aquello, no que no cubre el mar, sino que el agua nos permite ver o desea que veamos. En el caso que nos encumbre, me atrevería a decir que la tierra, es lo que MÁR desea que veamos, pensemos e imaginemos.
Como dijo d. Iván Redondo, hace seis años: “hay una partida por el gobierno y otra por el relato.” Y resulta, como es objetivo, que con visión largoplacista, y más en política contemporánea, el que desee vencer, primero debe convencer. Por eso, la batalla, el pulso, la guerra, está en el relato. Quien sepa observar puede de manera evidente ver que, quien gana el relato, quien allana el terreno, en definitiva, quien marca la agenda, convence en amplitud.
El relato no es tú o yo, sino ¿porqué yo o porqué tú? ¿qué tengo yo y qué no tienes tú? Una vez, no lo que se cree, no lo que se ve, no lo que se escucha, sino la política, el arte de lo que no se ve.
Cuando el mar engulle, asfixia y hunde a alguien, no lo hace de manera inmediata, es un proceso arduo y paciente. Veloz pero cauteloso. Ágil pero suave. Repentino pero delicado y estudiado.
Así, si de una partida de mus se tratase, lo primero que se hace es lanzar un órdago, para, una vez aceptado por la otra parte, empezar a negociar siempre a favor propio.
Se conoce el contexto, la situación propia de partida, se estudia al rival, se analiza su margen de maniobra y disposición y, una vez hecho esto, asumiendo que la parte involucrada se verá obligada a ordagar, si es que dicha palabra existe, habrá caído en la trampa.
De hecho, no siempre es necesario tener un as debajo de la manga, no siempre hace falta guiñar el ojo ni invitar a una buena copa, tan solo hay que escoger el momento adecuado para tender la mano e invitar a esa pareja a bailar. Sabiendo de antemano que aceptará y que, sin necesidad de volver a barajar, de beber ni seducir, en la trampa placenteramente caerá. Porque un órdago a chica es de las jugadas más atrevidas y valientes, porque sin muecas ha sacado a bailar al rey genovés, porque desde Sol ha encandilado a todo un país mediterráneo.
El mar ha encandilado a muchos con una sirenita, empezó sin ser princesita, ha hecho reinar a quien no sabía ni brillar, ha comunicado que quiere ganar y que no tiene deseo de parar; a muchos ha presentado a Lady Madrid.
No se conforma con Madrid y por eso en silencio ha gritado:
“Es el momento,
órdago a la chica”