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    Cagancho en Almagro

    Alfonso L. Galiana – Cagancho en Almagro – 28 de febrero de 2022

    La relación entre el lenguaje y el mundo del toro es tan antigua como profunda. Aunque hoy los toros no ocupen, ni mucho menos, un lugar privilegiado en la sociedad española, durante muchas décadas lo taurino llegó a acumular una gigantesca importancia. Todos hemos oído hablar de toreros que son hoy todavía más mitos que matadores, como Manolete o “el Cordobés”. Pero la relación entre la tauromaquia y el imaginario colectivo popular español, y en especial el lenguaje, data de muchas más décadas atrás, y es más profunda de lo que un ciudadano de la España del siglo XXI pudiera imaginar, porque los toros fueron, son y serán del pueblo, y como tal no hay ámbito de nuestra sociedad que no haya sido influenciado por este noble arte.

    No obstante, aunque desconozcamos su origen y significado, estoy seguro de que una gran mayoría de ustedes habrá escuchado, y por qué no, también dicho, algunas palabras, expresiones y/o refranes como: “echar un capote”, “entrar al trapo”, “templar”, “a toro pasado”, “salir por la puerta grande”, “estar de capa caída”, “estar para el arrastre”, “rematar la faena”, “pinchar en hueso” … y una larga lista de etcéteras. Como podrán comprobar, España y tauromaquia bien pudieran ser sinónimos, dado que no hay nada en esta nación y en la fiesta de los toros que no esté influido por la otra.

    Pero lo que me ocupará en este artículo no es sino tratar de explicar con la mayor claridad posible el origen de un dicho popular, que, aunque pueda tener casi un siglo de antigüedad, sigue siendo muy frecuente escucharlo. Se trata ni más ni menos de “quedar como Cagancho en Almagro”. Joaquín Rodríguez Ortega, “Cagancho”, de cual el pasado 17 de febrero se cumplían 119 de su nacimiento en el sevillano barrio de Triana que tan grandes figuras ha aportado a la fiesta, fue un matador español de principios del siglo XX y uno de los principales pilares de la edad de plata del toreo, la cual abarca desde la muerte de “Gallito” hasta el estallido de la guerra en 1936.

    El joven “Cagancho”, gitano de padre herrero y familia artista, comenzó desde niño a interesarse por los toros, afición que compartiría con otro futuro fenomenal matador trianero como Curro Puya o “Gitanillo de Triana”. Tomaría la alternativa en 1924, ya muerto Joselito, y pronto se convertiría en una de las grandes figuras de la época, destacando por su arte y su toreo de capa.

    No hemos de olvidar que nos estamos remontando a una época donde el desarrollo de España era bastante paupérrimo. Los toreros no disponían de autopistas ni de modernas furgonetas para viajar por toda España con su cuadrilla, tan solo una limitada red de ferrocarril estaba a su servicio. Por eso, las figuras especialmente solo solían torear en las capitales de provincia a donde llegaban las más modernas vías de tren. Es por ello por lo que causó tanto revuelo y sensación el anuncio de “Cagancho” en el municipio ciudadrealeño de Almagro aquel 25 de agosto de 1927. 

    Las crónicas de aquella tarde cuentan que desde primera hora de la mañana e incluso desde el día anterior, cientos de personas acudieron a Almagro desde todas las zonas de la comarca a ver al maestro Cagancho. Algunos llegaron andando, otros a caballo, pero la mayoría en un abarrotado ferrocarril. El pueblo estaba revolucionado, extasiado, pareciera más una casa de locos que una localidad rural de la España profunda. La expectación era mayúscula: “¿hará acto de presencia?”, “¿se atreverá Cagancho?”, eran algunos de los más escépticos cuchicheos que se escuchaban por las calles del pintoresco pueblo.

    Finalmente, tan solo unos minutos antes de la cita y con el personal ya impaciente, apareció junto a su cuadrilla en la estación de tren el diestro sevillano. Pero Cagancho, famoso desde novillero por su falta de valor y desidia con más frecuencia de la deseada, digamos que no venía muy dispuesto. Era el gitano don Joaquín Rodríguez Ortega el que se había bajado de aquel tren, no Cagancho el matador de toros. Y la verdad que no le culpo, una cogida en aquella plaza de aquel pueblo dejado de la mano de Dios, por leve que fuera, era un pasaje directo al otro barrio. Y Cagancho, caracterizado por esa picardía gitana, tenía claro que esa tarde no iba a morir.

    Pueden ustedes imaginarse como transcurrió la corrida, a la cual tenemos que añadir el calor infernal de una tarde de verano en La Mancha. No solo Cagancho no hizo ni el amago de torear, sino que empleó todas y cada una de las más deplorables triquiñuelas de las que un torero puede hacer uso. Desde que su primer toro le desarmara y este saliera por patas hacia las tablas, Cagancho no volvió a acercarse a menos de dos metros del astado. Si a esto le sumamos que el sexto de la tarde, de la ganadería de Pérez Tabernero, pareciera más la locomotora del tren en el que llegó Cagancho que un noble animal, tenemos el cóctel perfecto para presenciar la bronca más grande jamás vista. 

    Y con razón, porque esa tarde Cagancho traspasó todas las líneas rojas. Se sucedieron los pinchazos cobardes y los descabellos en su primer toro, pero el segundo fue masacrado y asesinado. Cagancho, armado con una muleta del tamaño de un edredón, aprovechó minuciosamente cada ocasión para asestar al pobre animal rastreras puñaladas en zonas muy poco nobles durante toda la lidia, y aun así se metió al burladero sin haberlo podido matar. El público, azotado por el vino que habían ingerido para apaciguar el calor, se tiró al ruedo y fue directo a por Cagancho, con la intención de hacerle lo mismo que este acaba de hacerle al toro. De hecho, solo salió con vida de allí gracias al destacamento de Caballería que se había desplazado a Almagro para asistir y reforzar a la benemérita ante tamaño acontecimiento.

    No obstante, una vez evacuado el protagonista y puesto en el calabozo junto a su cuadrilla, los ánimos de los espectadores no se apaciguaron, dando lugar una tremenda batalla campal. La bronca que protagonizó Cagancho aquella tarde fue de tal magnitud que haría parecer cualquier bronca de Curro Romero como una chiquillada de jardín de infancia. Y, aunque ya había protagonizado Cagancho algunas “espantás” sonoras, esta fue de escándalo. De hecho, probablemente no se haya vivido, ni se vivirá nunca más, una bronca de tal calado en un espectáculo público en España.

    Imagínense lo que allí debió acontecer para que a día de hoy se continúe usando la expresión “quedar como Cagancho en Almagro” para referirse a una situación en la que alguien queda rematadamente mal. Por ejemplo, con lo acontecido esta pasada semana en la calle Génova y en el seno del Partido Popular podría decirse que más de uno ha quedado “como Cagancho en Almagro”, pero el análisis político se lo dejo a mis compañeros, yo ya tengo suficiente con los toros.

    «los toros fueron, son y serán del pueblo, y como tal no hay ámbito de nuestra sociedad que no haya sido influenciado por este noble arte.»

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