El plan es, que no hay plan. Así, tan sencillo, alocado, complejo y sereno.
Cuando hay dos rivales, el uno sabe que desea ser superior al otro como el otro desea ser superior al uno. No obstante, una victoria mal manejada a tiempo puede convertirse en derrota. Tal como refleja la moraleja de la tortuga y la liebre, puedes haber ganado, puedes haber tenido la sensación de victoria, pero no es más que un placer banal y temporal. Es decir, es limitado y efímero. Hasta que no se cruza la meta antes que el contrincante no hay nada que celebrar.
Para sorpresa de, espero, tan solo unos pocos, hay carreras que no tienen fin, peleas en las que dejar al rival tirado en la lona no es garantía de nada. Con esto como premisa para actuar, lo idílico y más pragmático, es ir siempre por delante, saber que el oponente nunca estará vencido y que uno mismo nunca puede augurar un eterno acierto. Como si de un eterno mercado de fichajes se tratase, se debe conocer y mantener al otro candidato bajo constante estudio, no obviar nada, analizar cada movimiento, llevar siempre la delantera, negociar siempre primero, llevar las riendas de las misma, adelantarte a cada estrategia y liderar la comunicación con el objetivo.
Es importante la paciencia, pero también la visión del hoy y el ahora. Es importante imaginar, pero también afrontar la realidad. Es importante analizar, pero también saber improvisar. Porque improvisar debe ser como el mentir, debe siempre evitarse, pero las pocas veces en que se lleve a cabo debe hacerse de tal manera que sea un arte. Sobre todo, es importante la realidad, la de verdad, ver las cosas con pragmatismo, hacer por encima de decir, decir solo lo que se desea que se conozca, pero hacer lo necesario para que lo que se diga suene siempre como algo rudimentario.
Saber no resaltar, sino callar, no mostrar, sino ejemplarizar, valores como el sacrificio, la lealtad, la entrega, la astucia, el silencio y la ambición. Saber que no es por ti, que no es por mí, que nos es ni por ti ni por mí, sino por el objetivo final. Que, igual que “en este palco se enseñan unos valores”, en este continente se muestran unas formas, en nuestro obrar haya lo que decimos y somos. De no ser así, no solo no somos, ¿qué seremos?, ¿qué enseñaremos?, ¿qué mostraremos?, ¿de y para qué valdremos?, sobre todo, ¿qué esencia tendremos?
Pasa el tiempo, las horas, los minutos, los segundos, el plan es esperar. Se intenta defender, con los recursos disponibles. Nada de salir a la contra, nada de dejar un atacante descolgado, todos atrás, es momento de defender. Ganar la batalla implica ganar batallas y saber que perder una batalla no es perder la guerra. Hay quienes prefieren esperar, como en el siglo pasado, al minuto final, al 89.
Seguir, la constancia, no perder nunca el plan de vista, hasta estrangularlo, hasta que implore. ¿Cómo, cuándo? Trabajar en la sombra para que el reflejo sea por la luz ajena. Que la luz ajena sea la motivación para seguir sin reflejo. Sanciones, una y otra, otra tras la una, y esperar, a que surjan efecto. Paciencia, ver el tiempo pasar, las agujas del reloj girar, los misiles esquivar y las vidas salvar. Templanza; aunque el corazón arda, cabeza fría. Astucia, no desvirtuar al oponente, mantener la mirada, saber mandar y dejarse mandar.
Silencio. Tic tac, tic tac, tic tac. Tensión, la ilusión en juego, un escudo que exige. “Presidente, ¿qué hacemos ahora?, ¿usted qué les dice?”. “Tranquilo”
AGA – Tic Tac – 18 de marzo de 2022
Cuando hay dos rivales, el uno sabe que desea ser superior al otro como el otro desea ser superior al uno. No obstante, una victoria mal manejada a tiempo puede convertirse en derrota. Tal como refleja la moraleja de la tortuga y la liebre, puedes haber ganado, puedes haber tenido la sensación de victoria, pero no es más que un placer banal y temporal. Es decir, es limitado y efímero. Hasta que no se cruza la meta antes que el contrincante no hay nada que celebrar.
Para sorpresa de, espero, tan solo unos pocos, hay carreras que no tienen fin, peleas en las que dejar al rival tirado en la lona no es garantía de nada. Con esto como premisa para actuar, lo idílico y más pragmático, es ir siempre por delante, saber que el oponente nunca estará vencido y que uno mismo nunca puede augurar un eterno acierto. Como si de un eterno mercado de fichajes se tratase, se debe conocer y mantener al otro candidato bajo constante estudio, no obviar nada, analizar cada movimiento, llevar siempre la delantera, negociar siempre primero, llevar las riendas de las misma, adelantarte a cada estrategia y liderar la comunicación con el objetivo.
Es importante la paciencia, pero también la visión del hoy y el ahora. Es importante imaginar, pero también afrontar la realidad. Es importante analizar, pero también saber improvisar. Porque improvisar debe ser como el mentir, debe siempre evitarse, pero las pocas veces en que se lleve a cabo debe hacerse de tal manera que sea un arte. Sobre todo, es importante la realidad, la de verdad, ver las cosas con pragmatismo, hacer por encima de decir, decir solo lo que se desea que se conozca, pero hacer lo necesario para que lo que se diga suene siempre como algo rudimentario.
Saber no resaltar, sino callar, no mostrar, sino ejemplarizar, valores como el sacrificio, la lealtad, la entrega, la astucia, el silencio y la ambición. Saber que no es por ti, que no es por mí, que nos es ni por ti ni por mí, sino por el objetivo final. Que, igual que “en este palco se enseñan unos valores”, en este continente se muestran unas formas, en nuestro obrar haya lo que decimos y somos. De no ser así, no solo no somos, ¿qué seremos?, ¿qué enseñaremos?, ¿qué mostraremos?, ¿de y para qué valdremos?, sobre todo, ¿qué esencia tendremos?
Pasa el tiempo, las horas, los minutos, los segundos, el plan es esperar. Se intenta defender, con los recursos disponibles. Nada de salir a la contra, nada de dejar un atacante descolgado, todos atrás, es momento de defender. Ganar la batalla implica ganar batallas y saber que perder una batalla no es perder la guerra. Hay quienes prefieren esperar, como en el siglo pasado, al minuto final, al 89.
Seguir, la constancia, no perder nunca el plan de vista, hasta estrangularlo, hasta que implore. ¿Cómo, cuándo? Trabajar en la sombra para que el reflejo sea por la luz ajena. Que la luz ajena sea la motivación para seguir sin reflejo. Sanciones, una y otra, otra tras la una, y esperar, a que surjan efecto. Paciencia, ver el tiempo pasar, las agujas del reloj girar, los misiles esquivar y las vidas salvar. Templanza; aunque el corazón arda, cabeza fría. Astucia, no desvirtuar al oponente, mantener la mirada, saber mandar y dejarse mandar.
Silencio.
Tic tac, tic tac, tic tac.
Tensión, la ilusión en juego, un escudo que exige.
“Presidente, ¿qué hacemos ahora?, ¿usted qué les dice?”.
“Tranquilo”