Todos estamos bien hasta que dejamos de estarlo. La seguridad colectiva, la suma del bienestar y seguridad particular. La suma de todos, eso, en parte, es nuestra sociedad.
Una excelsa obra musical demuestra armonía, sintonía, un consecuente preludio, un minucioso ritmo y determinado acompañamiento. Una gran obra maestra, la cual se hace por conservar, por defender y prevalecer. Cada muestra habla por si sola, cada acorde encumbre y sigue un orden armonioso que por sí mismo orquesta el total de la obra musical. Las obras de arte no aceptan mancha que reduzca su grandeza. Así, de modo inconsciente, cada nota se encarga particularmente de sostener y defender esa seguridad, ese orden, esa belleza y ese modo de sonar que entre todas enarbolan. No se acepta una nota que estorbe, un canon que entorpezca, ni mucho menos una, por escueta que sea, insinuación por alterar la seguridad y el orden.
Dicha obra de arte, dicha obra musical, no se entiende sin ese sonar, sin ese obrar, sin ese predominio ni el origen que la sostiene. Cada nota aporta y se enriquece del majestuoso orden que rige la obra musical. Esas y, no otras, lo sostienen. Este orden, esta seguridad en el tocar, esta majestuosidad en el sentir, naturalmente atrae a otras notas musicales, las cuales, envidiadas por las características de estas notas y la obra como conjunto, desean unirse.
No obstante, sabiéndose cada nota privilegiada por ser parte de una obra de arte, de una seguridad y un orden que se estudiará y permanecerá en la historia, evita de sí cualquier distorsión que la pueda amenazar, cuyo esbelto mantenimiento amenace con hacer tambalear. Es cada nota la que lo hace avanzar, depende el buen sonar de cada sinfonía, el gran dirigir de cada tocar, para arte conseguir ensamblar.
Así, por gran fuerza que se aplique, por gran empeño que se disponga o imposición que se imponga, no todo se mezcla. Unas notas suenan bien si se rodean de otras semejantes. Un embudo es útil para juntar líquidos distintos, pero no sólidos, un colador deja pasar líquidos, pero no sólidos. En definitiva, cada receta tiene sus ingredientes, si se cambian los ingredientes, se modifica la receta y, por ende, se obtiene otro producto distinto en su totalidad.
Por ello, hay vallas, límites, que no se deben saltar ni traspasar. Un producto es fruto de la unión de ingredientes determinados, una obra musical es consecuencia de notas adecuadas. Como fin, un producto concreto, un alimento exquisito, una obra compuesta por maestro y un obrar que se construye despacito.
Así, hay alimentos, circunstancias, que por mucha ilusión que se tenga, por mucho ahínco que se les ponga, no se unen. El aceite no se mezcla con el agua. Simplemente, las características de una no se adaptan a la otra, por mucho de uno que vierta sobre el otro, podrá abundar, pero nunca mezclarse ni adaptarse.
Las notas suenan, cada una se deleita, ¿son conscientes de lo que tienen?, no admiten distorsión alguna, se defiende cada detalle, mejor un silencio que una mala nota: “La música no está en las notas, sino en los silencios entre ellas” – Amadeus Mozart
«Una gran obra maestra, la cual se hace por conservar, por defender y prevalecer»
AGA – Entre tú y yo – 1 de abril de 2022
Una excelsa obra musical demuestra armonía, sintonía, un consecuente preludio, un minucioso ritmo y determinado acompañamiento. Una gran obra maestra, la cual se hace por conservar, por defender y prevalecer. Cada muestra habla por si sola, cada acorde encumbre y sigue un orden armonioso que por sí mismo orquesta el total de la obra musical. Las obras de arte no aceptan mancha que reduzca su grandeza. Así, de modo inconsciente, cada nota se encarga particularmente de sostener y defender esa seguridad, ese orden, esa belleza y ese modo de sonar que entre todas enarbolan. No se acepta una nota que estorbe, un canon que entorpezca, ni mucho menos una, por escueta que sea, insinuación por alterar la seguridad y el orden.
Dicha obra de arte, dicha obra musical, no se entiende sin ese sonar, sin ese obrar, sin ese predominio ni el origen que la sostiene.
Cada nota aporta y se enriquece del majestuoso orden que rige la obra musical. Esas y, no otras, lo sostienen. Este orden, esta seguridad en el tocar, esta majestuosidad en el sentir, naturalmente atrae a otras notas musicales, las cuales, envidiadas por las características de estas notas y la obra como conjunto, desean unirse.
No obstante, sabiéndose cada nota privilegiada por ser parte de una obra de arte, de una seguridad y un orden que se estudiará y permanecerá en la historia, evita de sí cualquier distorsión que la pueda amenazar, cuyo esbelto mantenimiento amenace con hacer tambalear. Es cada nota la que lo hace avanzar, depende el buen sonar de cada sinfonía, el gran dirigir de cada tocar, para arte conseguir ensamblar.
Así, por gran fuerza que se aplique, por gran empeño que se disponga o imposición que se imponga, no todo se mezcla. Unas notas suenan bien si se rodean de otras semejantes. Un embudo es útil para juntar líquidos distintos, pero no sólidos, un colador deja pasar líquidos, pero no sólidos. En definitiva, cada receta tiene sus ingredientes, si se cambian los ingredientes, se modifica la receta y, por ende, se obtiene otro producto distinto en su totalidad.
Por ello, hay vallas, límites, que no se deben saltar ni traspasar. Un producto es fruto de la unión de ingredientes determinados, una obra musical es consecuencia de notas adecuadas. Como fin, un producto concreto, un alimento exquisito, una obra compuesta por maestro y un obrar que se construye despacito.
Así, hay alimentos, circunstancias, que por mucha ilusión que se tenga, por mucho ahínco que se les ponga, no se unen. El aceite no se mezcla con el agua. Simplemente, las características de una no se adaptan a la otra, por mucho de uno que vierta sobre el otro, podrá abundar, pero nunca mezclarse ni adaptarse.
Las notas suenan, cada una se deleita, ¿son conscientes de lo que tienen?, no admiten distorsión alguna, se defiende cada detalle, mejor un silencio que una mala nota:
“La música no está en las notas, sino en los silencios entre ellas” – Amadeus Mozart