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    Sin toro, no hay fiesta… pero siempre nos quedará Morante

    Crónica del Domingo de Resurrección en La Maestranza de Sevilla

    Alfonso L. GalianaSin toro, no hay fiesta… pero siempre nos quedará Morante18 de abril de 2022

    En el toreo, el toro fue, es, y será el centro de todo. Después vienen los toreros, el arte, el poder, los adornos y todo lo demás. Pero sin toro, nada de esto es posible. Así quedó demostrado el pasado domingo, por enésima vez, en la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Pero entre toda la vorágine de decepción, aburrimiento y algún que otro desmayo en los tendidos de sol, Morante volvió a demostrar, también por enésima vez, que en esto no hay nadie que le haga sombra. Y mucho más si tenemos en cuenta las circunstancias en las que el torero de La Puebla se vio envuelto a menos de 24 horas de hacer el paseíllo en esta fecha tan señalada.

    Las alarmas saltaron el Sábado de Gloria entorno a las seis y media de la tarde, en la localidad gaditana de La Línea de la Concepción, cuando Morante resultó cogido por el primero de la tarde, de Núñez del Cuvillo, el cuál propinó una espeluznante voltereta al diestro cigarrero. Morante venía ya tocado del hombro después de su percance en Añover, con la mala fortuna de que cayó con todo el peso de su cuerpo sobre la mermada articulación. Resultado: luxación del acromio clavicular de grado dos. Pero a Morante había que haberle metido preso esa misma noche para que se perdiera la cita en Sevilla, su Sevilla, en la fecha más especial del año.

    Con el hombro reventado e infiltrado unas horas antes, José Antonio llegó a la calle Iris desde el Hotel Colón en una calesa de su propiedad, la misma que utilizó el año pasado en su encerrona en el Puerto. Verle desfilar por la calle Adriano, en coche de caballos, con su cuadrilla, fue sin duda una estampa de una España de otro tiempo, España a la que este torero nos retrotrae cada tarde que se cala su montera y empuña un estoque. 

    El ambiente en los alrededores de la plaza era inmejorable. Los toros volvían al Domingo de Resurrección, día grande en la capital hispalense, después de tres largos años de espera. Y la afición sevillana por fin podía disfrutar de tan deseado cartel, del cuál el destino nos privó de ver hasta en dos ocasiones en el coso de El Baratillo. La magia del albero maestrante se fue apoderando poco a poco de los allí presentes, haciendo un poco más llevaderas las sofocantes temperaturas que ayer se vivieron a orillas del Betis. Mientras, los tendidos se fueron llenando de expectación y ganas de ver algo grande en el inicio de la temporada taurina de Sevilla.

    Tras escuchar los acordes del himno nacional, comenzó el paseíllo con el pasodoble “maestranza de Sevilla” de fondo, y, una vez roto, los tres espadas salieron a saludar la atronadora ovación del público. Se abrió la puerta de chiqueros y salió el primer Juan Pedro, castaño chorreado y de nombre “Terciopelo”. Noblote y de buena presentación, no terminó de romper en el capote de Morante; ni en el caballo; ni en los palos. Pero en el último tercio el animal se destapó y acudió obediente a los cites del torero. Comenzó el de La Puebla su faena con ayudados por alto, alternando con trincherillas y algún cambio de mano que derrochó torería a más no poder. Al astado le faltó transmisión, pero a José Antonio le bastó una serie por la derecha y otra por naturales, toreando “muuu despacio”, para poner a la banda del maestro Tejera a tocar “Suspiros de España”. ¡Que estampa esta! Morante, la maestranza y esta bella melodía; no hay nada en todo el mundo que lo iguale. O sí, porque vaya pase por alto a cámara lenta para cerrar una serie templadísima por la izquierda, ole tú. Pero la dichosa espada y la lesión en el brazo que debe estoquear privó a Morante de un más que merecido trofeo.

    Y en este preciso instante se dio al traste con la corrida. Los de Juan Pedro Domecq dieron un sonoro espectáculo de poca casta y bravura. Ninguno de ellos estuvo a la altura de la ocasión. Algunos mal presentados, todos ellos flojos, blandos y venidos a menos. Dos de ellos fueron devueltos, el tercero y el cuarto. 

    Cuarto toro que fue sustituido a razón de no poder mantenerse en pie tras tomar una vara por un segundo sobrero, esta vez del hierro de Virgen María. El toro era todo un “regalito”, un par de puntos por encima de la tónica de la corrida, astifino a más no poder y hasta con cara de mala leche. Toda una papeleta para un Morante que no estaba en plenas facultades. No obstante, el cigarrero demostró una vez más su capacidad, oficio y repertorio. En otras palabras, que es el número uno. Aunque el toro no lo merecía, brindó su muerte a la infanta Elena, cerrando su brindis con un ¡Viva España! 

    Comenzó la faena con la mano izquierda apoyada en las tablas, encajando las difíciles envestidas embestidas del toro con pases por alto, en el sitio, y rematando con un garboso molinete. Y ahí se acabó. Pero Morante, vestido de azul rey (de los toreros, como Joselito) y oro, nos regaló una auténtica lidia a la antigua, con un inconfundible tinte gallista, macheteando, que encandiló a los aficionados más entendidos pero que no llegó al gran público. Dejó una habilidosa estocada y a otra cosa. Hay que agradecer a José Antonio esta faena tan distinta para aliviar las deslucidas cualidades de este sobrero.

    Los más destacable del lote de Ortega fue el recibo capotero de su primero, por verónicas muy ceñidas y con la mano baja, de una hondura tremenda. Luego en la muleta, aunque el juego de los “juampedros” fue casi inexistente, Juan se vio en ocasiones superado y corto de repertorio. Aunque, todo sea dicho, el día que le salga EL toro, pone la plaza boca bajo. Es “el deseado” de Sevilla.

    Pablo Aguado lo intentó, dejó bellos lances con el capote, pero no hubo ni una sola opción en la muleta. Lástima que el tercer toro, el que mejor pinta tenía, se rompiera la pata al estrellarse contra un burladero y tuviera que ser devuelto. El sexto, su segundo, prometía con la capa. Pero ya viene siendo costumbre en esta ganadería que tras las varas sus toros se vengan abajo. Aun así, nos dio tiempo a disfrutar de un soberbio quite de Morante. Tres verónicas y una media, ¡que media! Pablo se fue directo a responderle, empezó por el mismo palo y terminó con unos delantales muy aplaudidos.

    En definitiva, la tarde de toros dejó mucho que desear, principalmente por el pobre juego de los 7 toros de Juan Pedro y el sobrero de Virgen María. Pero Morante, este Morante que es capaz de torear con una importante merma física, por responsabilidad y pundonor, este Morante, nunca defrauda. En fin, otro día será en el que veamos al Genio de La Puebla, al esperado Juan Ortega, o al príncipe de Sevilla, Aguado, triunfar en su plaza. En un par de semanas empieza la Feria, y con ella un ciclo de corridas en las que podremos ver toros de mejor juego y tardes más lucidas, Que Dios Reparta Suerte.

    Alfonso L. Galiana

    «¡Que estampa esta! Morante, la maestranza y esta bella melodía; no hay nada en todo el mundo que lo iguale. »

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