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    Inspiración

    Ignacio Jiménez AlonsoInspiración21 de abril de 2022

    Antes de nada, querido lector, debes saber que, aparte de ser un amante del bien llamado séptimo arte, soy también un gran apasionado del deporte. En concreto de tres que, a mi humilde parecer, son los más bellos, los tres deportes en los que la técnica y el esfuerzo físico y mental convergen de manera perfecta: el fútbol, el tenis y el rugby.

    Un singular hito en la historia del tercero de ellos es la Copa Mundial de Rugby de 1995. El país anfitrión fue Sudáfrica, el cual ganó partiendo como uno de los más débiles de los 16 equipos que participaron en el campeonato, demostrando así su verdadera fuerza y su valía internacional en el rugby.

    El apelativo que le doy a este acontecimiento deportivo es ‘singular’ porque ha sido, y supongo que seguirá siendo, el único Mundial de Rugby en el que la política y el “deporte de hooligans jugado por caballeros” estrecharon lazos de fraternidad para cambiar el mundo.

    Éste fue un ejemplar episodio, no solo en el mundo del rugby, sino también en la historia de la humanidad, y doy gracias y enhorabuenas al magnífico director y actor Clint Eastwood por plasmarlo en una película todavía más magnífica que él: Invictus (2009).

    El título de esta emotiva y emocionante obra de arte proviene de un poema victoriano escrito por William E. Henley que servía de inspiración a Nelson Mandela, presidente de la República de Sudáfrica entre 1994 y 1999, durante su injusto período en prisión en Robben Island. La historia de este sublime ‘biopic’ se centra en el primer año de presidencia de Mandela y en los hechos que envolvieron a la figura más personal del presidente, desde su salida de prisión hasta la victoria de los Springboks de Sudáfrica frente a los All Blacks de Nueva Zelanda. La historia, denominada como drama político, va mucho más allá de la política y del drama. Invictus cuenta la historia de cómo un pueblo, dirigido por una ejemplar persona, pudo perdonar a aquellos que lo tiranizaron y lo oprimieron durante largo tiempo por medio del ‘apartheid’; cuenta la historia de cómo dos razas segmentadas, dirigidas por una misma persona que obtuvo merecidamente el Nobel de la Paz, pudieron unificarse y reconciliarse. Y todo eso a través del rugby. 

    Cinematográficamente hablando, Invictus no es la mejor película de Clint Eastwood, pero sí es una de las mejores películas biográficas que se han hecho. Morgan Freeman, interpretando a Nelson Mandela, y Matt Damon, interpretando a François Pieenar, el capitán de la selección de rugby, realizan una de las mejores actuaciones de sus carreras, nominadas las dos a los Oscar de sus respectivas categorías. Gracias a la fabulosa puesta en escena de estos dos grandes actores, el espectador puede formar parte, como atento observador, de la relación personal entre el presidente y el capitán, la cual vertebra toda la película, que cambió la mentalidad racista de una nación entera.

    Pero, ¿qué es lo que hace a este filme tan ‘singular’? Se debe a “El factor humano”, tal y como se titula la obra de John Carlin en la que está basada Invictus. Desde el primer momento de la película, Mandela se nos presenta como una persona normal. Sí, un incansable trabajador que se levantaba a las 5 de la mañana para hacer un poco de deporte y servir de la mejor forma a su país, un dirigente ejemplar, tranquilo y sonriente, pero una persona como tú, mi querido lector, y yo. “No es un dios, es un humano como nosotros. Tiene nuestros mismos problemas, no hace falta que se los recordemos” dice en un momento de la película Linga Moonsamy, uno de sus guardaespaldas. Y es verdad, el ser presidente de una gran nación no le solventó sus problemas personales. Todo lo contrario, se le sumaron los problemas personales de los 42 millones de sudafricanos, y cargó con ellos sobre sus hombros con una sonrisa. La sorpresa no acaba en esta labor titánica: en esa cifra tan numerosa se encontraban también aquellos que maltrataron, repudiaron e, incluso, asesinaron a su raza.

    ¿Cómo lo consiguió? El presidente sudafricano optó por perdonar abiertamente a los que le odiaban, quiso tender públicamente la mano a los que le rechazaban por ser de raza distinta. Porque sabía que lo único que ayudaba a construir las bases de una nación era el perdón, y la única manera de ser un buen líder era imprimir su deseo de reconciliación entre los sudafricanos. En una sociedad en la que impera el revanchismo político, la desconfianza y el odio, es fácil percibir esta noble y ejemplar conducta de Mandela, pero es difícil concebirla en medio del mundo. ¿Por qué esta película no se nos enseña en el colegio en vez de instarnos a competir con nuestros compañeros por alcanzar la mejor calificación? ¿Por qué no nos preocupamos más por ayudar altruistamente al que tenemos al lado en vez de preocuparnos egoístamente por nuestra posición social, profesional o económica? ¿Por qué no luchamos por tender puentes de conciliación entre nosotros en vez de luchar por imponer nuestra opinión sobre la de los demás? ¿Por qué la sociedad no aprende e imita a Nelson Mandela? Preguntas dignas de reflexión… y de posterior acción.

    Por supuesto, querido lector, no te desanimes lo más mínimo. ¡Todo lo contrario! Ya que siempre nos quedará esta magnífica película que nos sirve de inspiración, tal y como “Invictus” inspiraba a Nelson Mandela. Siempre nos quedará el cine que nos sirve de inspiración.

    «Siempre nos quedará el cine que nos sirve de inspiración»

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