Tontear con el juguete de la multinacionalidad debilita nuestro país arriesgándonos a fragmentar aún más nuestra nación.
Alberto García Chaparro
Desde que el Coordinador General del Partido Popular, el malagueño Elías Bendodo, dijera en una importante entrevista en un periódico nacional que defendía el carácter de nacionalidad de Cataluña, han sido numerosas las voces que han clamado contra sus palabras.
No puede ser de otra manera; que un dirigente del Partido Popular baile al son de la idea de la multinacionalidad es, cuanto menos peligroso. O, al menos, sí podemos afirmar, sin miedo a equivocarnos, que es profundamente desilusionante. Para los valientes que luchan, trabajan y se esfuerzan cada día para que el español se enseñe en las escuelas de Cataluña que el principal partido de la oposición en España pronuncie con complicidad términos que han sido acuñados por la izquierda entregada y el nacionalismo es un paso atrás en el largo camino que queda por recorrer. ¿Cómo se defiende la unidad de nuestro país cuando los dirigentes de los partidos constitucionalistas no tienen claro si en España hay una, dos, tres o diecisiete naciones? ¡Qué complicado nos lo dejaron los siete padres de la Constitución!
La dicción literal del artículo segundo de nuestra Carta Magna incluye los términos nacionalidad y regiones como una cesión a los políticos vascos y catalanes para tratar de acomodarles en la construcción de la nueva España democrática que estaba por nacer en 1978. Sin duda, fue un error. La única vez que la Constitución debió hacer referencia a la nación es en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles.
Emplear la redacción del artículo segundo de la Constitución para justificar la creación de una España multinivel, a diecisiete velocidades, es un paso más encaminado hacia la desintegración de un país ya profundamente diezmado en sentimiento de unidad nacional y pertenencia. Si aceptamos la nacionalidad catalana y vasca porque el precepto constitucional nos avala, acusando de inconstitucionalistas a quienes creemos que nación solo hay una, de igual forma podríamos defender la eliminación del concierto vasco y navarro ya que atenta contra la solidaridad entre los territorios y la igualdad fiscal entre los ciudadanos, algo recogido en los pilares más básicos de nuestro Estado social y democrático de Derecho.
Tontear con el juguete de la multinacionalidad debilita nuestro país arriesgándonos a fragmentar aún más nuestra nación. Compartir el discurso al nacionalismo excluyente y divisor es mucho más peligroso y cobarde que combatirlo.
Sin duda alguna, solo desde la comprensión y confección de un proyecto de unidad y lealtad institucional a largo plazo podremos ser capaces de allanar el Himalaya autonómico que hemos diseñado desde 1978.
No se trata de eliminar las Comunidades Autónomas, sino de salvar a España como nación indisoluble.
Política
No puede ser de otra manera; que un dirigente del Partido Popular baile al son de la idea de la multinacionalidad es, cuanto menos peligroso. O, al menos, sí podemos afirmar, sin miedo a equivocarnos, que es profundamente desilusionante. Para los valientes que luchan, trabajan y se esfuerzan cada día para que el español se enseñe en las escuelas de Cataluña que el principal partido de la oposición en España pronuncie con complicidad términos que han sido acuñados por la izquierda entregada y el nacionalismo es un paso atrás en el largo camino que queda por recorrer. ¿Cómo se defiende la unidad de nuestro país cuando los dirigentes de los partidos constitucionalistas no tienen claro si en España hay una, dos, tres o diecisiete naciones? ¡Qué complicado nos lo dejaron los siete padres de la Constitución!
La dicción literal del artículo segundo de nuestra Carta Magna incluye los términos nacionalidad y regiones como una cesión a los políticos vascos y catalanes para tratar de acomodarles en la construcción de la nueva España democrática que estaba por nacer en 1978. Sin duda, fue un error. La única vez que la Constitución debió hacer referencia a la nación es en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles.
Emplear la redacción del artículo segundo de la Constitución para justificar la creación de una España multinivel, a diecisiete velocidades, es un paso más encaminado hacia la desintegración de un país ya profundamente diezmado en sentimiento de unidad nacional y pertenencia. Si aceptamos la nacionalidad catalana y vasca porque el precepto constitucional nos avala, acusando de inconstitucionalistas a quienes creemos que nación solo hay una, de igual forma podríamos defender la eliminación del concierto vasco y navarro ya que atenta contra la solidaridad entre los territorios y la igualdad fiscal entre los ciudadanos, algo recogido en los pilares más básicos de nuestro Estado social y democrático de Derecho.
Tontear con el juguete de la multinacionalidad debilita nuestro país arriesgándonos a fragmentar aún más nuestra nación. Compartir el discurso al nacionalismo excluyente y divisor es mucho más peligroso y cobarde que combatirlo.
Sin duda alguna, solo desde la comprensión y confección de un proyecto de unidad y lealtad institucional a largo plazo podremos ser capaces de allanar el Himalaya autonómico que hemos diseñado desde 1978.
No se trata de eliminar las Comunidades Autónomas, sino de salvar a España como nación indisoluble.
Alberto García Chaparro