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    Entrar a matar

    Una pañoleta blanca no es lo mismo que dos pañoletas blancas. Un extendido aplauso no es lo mismo que salir por la Puerta Grande. Solo unos selectos, quienes verdaderamente consiguen rematar la faena, son quienes salen victoriosos.

    No bastante con un excelente inicio, una fabulosa faena o un fervoroso aplauso, si el grano trigo cae en terreno pedregoso, no hay respuesta de vuelta ni fruto que vuelva. De manera concreta, no basta con picar, ni con matar a la segunda ni recurrir al descabello, solo quien acierta a la primera levanta un público que revienta. Quien a matar entra y matando sale, con gran aplauso entra y a hombros sale.

    El punto y final no es improvisado, es el culmen de un proceso acabado y un gran éxito culminado. Quien es experto bien sabe deducir, desde los primeros pasos, la potencia, bravura y envestida del toro que despistado se presenta. Llegan los primeros capotazos, se conoce bien al animal, se le observa, conoce y examina. El torero ya sabe a lo que se enfrenta, sabe a quien se dirige, como y a qué paso debe hacerlo. A distinto paso doble, envestida más noble y más fuerza sobre el mandoble. Da paso al picador, quien lanza el primer argumento, cimienta sobre la base de capotazos iniciales los mensajes más triviales. Pica una vez, enciende los ánimos de la gente, una segunda toma de contacto, se caldea el ambiente, se prepara al público para el siguiente paso.

    El toro ya jadea, no se le puede desanimar ni sobreexponer, basta con prepararlo para el remate final. Banderilla a banderilla, no se pueden cometer errores, la gente es sensible, hay que darle lo que espera, más euforia, más vítores y aplausos, se avecina el culmen de la grandeza. La expectativa es máxima, el torero, montera en mano, se dirige al centro del ruedo, ofrece el toro a la plaza. Un “es por, con y para vosotros” se lee entre sus labios. Muleta bien cogida. Olé, ole y ole. Por delante, por detrás, verónicas, revoleras, delantales y hasta puerta gayola; todo con tal de rendir al toro a sus pies y que el público aplauda al son del torero. Llega el fin, mozo de espadas entrega al torero la herramienta de finiquito, no hay término medio, vencer o salir derrotado.

    Por complejo que parezca, así de sencillo es: el torero es el candidato, el toro los votantes y el público el contexto mediático que recubre una campaña política. Como aquel diría: así ha sido y así se lo hemos contado. Todo es y debe ser sumamente cuidado, anticipando cualquier imprevisto y leyendo las cartas rivales mientras que las propias solo se muestran una a una y según el tiempo, el ritmo y la necesidad dicten. Ya que, sobre todo, no hay peor ciego que el que no quiere ver.

    La fecha electoral es el día de entrar a matar, de rematar una gran faena y, entrando de frente y por derecho, con firmeza meter el voto en la urna y dictar sentencia. Sin unos exquisitos capotazos, un buen picador y unas sutiles banderillas, por muy bien que se acabe, de nada vale. Pero por muy bien que se acabe, sin los pasos previos han fallado, ninguna puerta se abrirá, ni la del Príncipe ni la de San Telmo. Así pues, a dicho santo rogando y con el mazo dando. Con cada debate, cada mensaje, eslogan y persuasión, habiendo hecho cada cual su trabajo, un cambio real habrá, que por Andalucía será, para que esta avance, bajo una elección liberal, porque si votamos ganamos.

    Al amanecer del próxima día 20, muchos volverán en furgoneta, alguno más clásico en carruaje, pero solo uno de ellos recordará que para él la puerta se abrió, el toro enloqueció y a hombros salió. Tras todos tocar para entrar, solo uno victoria podrá cantar.

    «Todo con tal de rendir al toro a sus pies y que el público aplauda al son del torero»

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