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    “Hoy habéis visto torear”

    La temporada taurina estival está plagada de grandes acontecimientos a lo largo y ancho de nuestra querida piel de toro. Los universales “sanfermines” dan el “chupinazo” a una larga lista de festejos veraniegos que culminan en el prestigioso coso de Vistalegre (Bilbao), en uno de los seriales más exigentes del calendario. Entre medias se suceden ferias algo más cortas en los principales destinos vacacionales de nuestras costas. Plazas de mucha categoría y solera como las de Santander y Gijón acogen en el norte – o acogían en el caso de esta última – las ferias de Santiago y la Begoña respectivamente. La feria de julio en Valencia preside el circuito taurino del mediterráneo mientras que las plazas de toda Andalucía se engalanan para disfrutar de la fiesta nacional. La plaza Real de El Puerto de Santa María, la Sevilla del verano taurinamente hablando, cada año se llena cientos de guayaberas y puros que acuden en procesión a ver si Morante por fin obra el milagro, acaparando toda la atención de la afición. 

    No obstante, este año el ojo del huracán del verano taurino estaba en un sitio poco habitual, Alicante, y más fuera de la feria de Hogueras. Y el responsable no era otro que el mito de Galapagar, José Tomás, en la última parada de su peculiar circuito fuera del circuito en su corta temporada de dos corridas fuera de la temporada.

    Poco importaba el fiasco de su reaparición el pasado 12 de junio en Jaén tras tres años sin pisar el albero, pandemia mediante. El papel se había agotado en veinte minutos y hace meses. Carteles con la cara de JT inundaban la ciudad. La reventa disparada como de costumbre, los hoteles y restaurantes colapsados. Legiones de fanáticos y fieles seguidores del diestro desfilaban por los aledaños de la plaza mezclándose con curiosos que se acercaban a ver el origen de semejante revolución.
     
    Saliendo del hotel un gran número de personas esperando en fila a su taxi, todos con el mismo destino, la plaza de toros. De camino a ella, el conductor, asombrado ante tales sucesos, cuenta como había llevado ya a mexicanos, colombianos, americanos y españoles de todas las provincias. Nunca había visto algo parecido, y menos por un torero. El ambiente en los alrededores era de día grande. Bares a tope, música en directo y tiendas para amenizar la espera. Ciertamente es todo un fenómeno sociológico difícil de describir lo que este torero es capaz de generar. 
     
    Después de hacer largas filas y recorrer apretujados los pasillos de la plaza, el público al fin logró acomodarse en sus localidades, eso sí, con un retraso de diez minutos de por medio. Finalmente, a las 19:39 horas de la tarde, aquel hombre flacucho, con el rostro demacrado de tantas batallas y con el pelo canoso, pero con aura de héroe, pisó el albero alicantino y rompió el paseíllo recibiendo una atronadora ovación. Tuvo que volver a salir al tercio a recoger otro cariñoso aplauso. Pocas veces se ha visto un público tan a favor, quizá la última vez fue en su última actuación en Jaén. Pero este José Tomás, el de Alicante, venía dispuesto a no dejarse ganar la pelea por segunda vez consecutiva, costara lo que costara.
     
    Así se vio desde el primer momento, cuando el de Galapagar recibió al Juan Pedro de capa castaña que daba inicio al espectáculo con unas verónicas que tornaron rápidamente en unas ajustadísimas chicuelinas, de las que quitan el hipo, pasándose los pitones del toro tan cerquita que pareciera que le rozaran en más de una ocasión. Acto seguido se plantó en los medios y remató un gran quite alternando tafalleras y gaoneras, la especialidad de la casa. En el último tercio el toro mantuvo su condición de noble, pero se vino abajo rápidamente, por lo que la faena no terminó de tomar vuelo.

    Otra vez esa sensación de indiferencia que se dio en Jaén volvía a estar presente. A buen criterio, el presidente no concedió el trofeo ya que no hubo una mayoría de pañuelos blancos en los tendidos, y eso, con un público tan a favor y con ganas de ver a su ídolo triunfar, era más que preocupante. Algo parecido sucedió el 12J, pero en aquella ocasión el presidente si concedió la oreja y el matador la rechazó tirándola al suelo.
     
    Salió por la puerta de chiqueros el segundo de la tarde, del hierro de Garcigrande. Fue muy protestado el animal causa de una evidente cojera, pero se decidió tirar para adelante. Y así, de pronto y sin esperarlo, surgió la magia y los fantasmas y las preocupaciones se esfumaron. Tras comenzar con los clásicos estatuarios, Tomás se echó la muleta a la mano izquierda. La primera serie, de siete u ocho muletazos de extraordinaria cadencia encendió al público. Pero la cumbre llegó justo después, doce naturales ¡doce!, y en una baldosa, sin moverse del sitio, citando de frente, echando la “pata pa´ lante”, cargando la suerte, erguido, componiendo la figura y enroscándose el toro a la cadera con la muleta reducida a un suspiro. Y la plaza explotó con los “olés”, a cada cual más fuerte. De remate, un excelente toreo por bajo que desprendió un gusto y una torería enorme. Estoconazo y el toro, que resultó ser el mejor de la tarde, cayó rodado. Dos orejas incontestables.

    Ahora sí, este era el José Tomás de las grandes tardes. El de Algeciras y Granada hace unos años, no el de Jaén. Y volvió a dejar una obra que quedará para siempre en el recuerdo de los allí presentes, otra más, y con la pureza y la verdad por bandera.

    Tras la pausa para la merienda, tradicional en este coso, dio comienzo la segunda parte del festejo, que resulto algo peor que la primera pero que también tuvo pasajes vibrantes.
     
    El tercer toro de la ganadería de Victoriano del Río fue el mejor presentado de la tarde. Dio buen juego en el capote y fue encastado. En la faena de muleta se vio la verdadera condición del toro, era de los que “piden los papeles”. El “flaco” de Galapagar dejó momentos de mucha calidad frente a este ejemplar, siempre pisando los terrenos donde queman los pies y exponiendo al máximo, tanto que resultó tremendamente cogido. El toro se le paró en medio de un derechazo y lo prendió, levantándolo y dejándolo encunado entre los pitones donde lo zarandeó hasta caer al suelo, quedando a merced del toro que afortunadamente no hizo por él. No llevó cornada y se levantó sin mirarse, cogió la muleta y se pegó un arrimón cerrando la actuación con unas manoletinas de infarto. 
     
    Esta es otra de las vías por las que este torero sabe translimitar emoción a los tendidos, la vía del valor, del miedo, del revolcón, del “uy” en vez del “olé” y eso, sumado a un gran espadazo, le valió otra oreja.

    El epílogo de la tarde fue lo menos destacable del conjunto. El diestro madrileño lo intentó por todos los lados, pero el astado de Domingo Hernández no estuvo a la altura. Careció de clase, fondo y fue demasiado agarrado al piso. Nunca terminó de entregarse en la muleta de JT este cuarto toro. 
     
    En los inicios del tercio de muerte, se sucedieron diversos gritos, a cada cuál más disparatado y fuera de lugar, hasta que una voz, la menos ebria, puso un poco de cordura y exclamó: “Hoy habéis visto torear”; touché.
     
    En conclusión, la tarde resultó triunfal y estuvo a la altura de las grandísimas expectativas. Tomás supo responder con firmeza y emoción a la decepción de su reaparición. Todas las dudas de una posible retirada se disiparon, y, aunque todavía no sabemos cuándo será la próxima vez que el enigmático y hermético torero se vuelva a vestir de luces, está claro que tiene carrete para rato, que su valor continúa intacto y que sus muñecas aún guardan los secretos del toreo que solo unos pocos elegidos son capaces de realizar.
     
    Y este es sin duda un motivo de alegría para los aficionados. Si bien JT torea en plazas “fáciles”, con animales escogidos, sin competencia y vetando a la televisión, todo lo cual es reprochable, no podemos negar la masiva atracción que genera este torero capaz de paralizar una ciudad entera y hacer que durante unos días se hable de toros en todas partes, y eso, es de agradecer.                     




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