Diéguez Álvarez Rojas – Piratería – 12 de septiembre de 2022
El engaño y la estafa siempre se han presentado ante los ojos del Hombre con voraz atractivo. El tramposo rojo tafetán, afrenta a lo correcto, brilla sin descanso al compararse con el tedio gris mediocre de lo común y ordinario de las viejas tablas. El arte da cuenta de ello en sus creaciones. Milton, en Paraíso Perdido; Defoe, en Historia general de los piratas; Goethe, en Fausto; DiCaprio, en El Lobo de Wall Street.
La forma del artificio, la estafa y el robo, ha ido evolucionando con el paso de los siglos, aunque en esencia se encuentre el mismo engaño. Extraído de los ejemplos anteriores y en orden cronológico, Eva y el Árbol de la Ciencia, Fausto y su pacto con Mefistófeles, la piratería luego de su fundación en la isla de Providence y, ahora, la especulación financiera. Como se ha venido advirtiendo, todas estas acciones, en fin, producen en el alma humana tanta seducción como la Verdad y la Honestidad mismas. Y si la Verdad nos hará libres, ¿por qué no habrá de surtir el mismo efecto una vida vivida en la farsa más absoluta?
En la argucia pesa más el acto que los nombres. Si bien es cierto que el lector puede conocer la vida y muerte, peripecias y osadías de Henry Avery, Edward Teach, o Barbanegra, Edward England, Francis Drake, Anne Bonny, Amaro Pargo, Tew o Condent, por poner algunos ejemplos, prevalece en mayor medida su disciplina, cual es, para los despistados, la piratería. Los nombres son, a fin de cuentas, aristas de un todo mayor, en esencia el engaño que, alabado, reiterado con romanticismo, idealizado, retorna a nuestras pupilas y corazones de forma ininterrumpida. Jamás son los protagonistas, sino asalariados de su desempeño. Tanto así sucede con el universo financiero que la actualidad padece. Resulta, estimado lector, que este mundillo y la piratería, estableciendo comparación, son dos carcasas diferentes que convergen en una misma idiosincrasia, la del engaño, la estafa y el nulo beneficio humano que de su práctica emana. Y como iguales en la agitación de las emociones por medio de la trampa y picardía, reciben del público un igual espíritu romántico.
Pero antes de entrar en materia, comencemos por resumir, acotar, los términos que se tratan. ¡Qué podemos decir de la piratería! Tan antigua como la canoa y la balandra, tuvo su flor y jazmín en los siglos diecisiete y dieciocho. El robo y asesinato en alta mar. No hace falta destacar el inexistente beneficio humano que la piratería es capaz de participar al conjunto, pues todo lo que apresa y gana el pirata lo pierde el asaltado. En cuestión semántica, podría objetar el lector que, en cambio, sí produce beneficio para aquel que con éxito roba. No obstante, no sería correcto denominarlo beneficio humano; sí como beneficio individual, egoísta. No resultan aquí equivalentes el beneficio humano y el beneficio individual. La piratería resulta en un juego de suma cero: lo que yo gano, tú lo pierdes.
Tratemos ahora el paradigma económico actual. El libre comercio fue una idea desarrollada ampliamente en el siglo dieciocho. Adam Smith, exponente revolucionario, llegó a la conclusión de que cuando un sujeto económico actúa en beneficio propio, el resultado implica con necesidad el beneficio común. Así nace la libertad del mercado; libertad para el individuo y, por tanto, el conjunto. La espontaneidad del intercambio entre sujetos iguales ante Dios y la Ley. La idea del capitalismo, en esencia, no es otra que la protección de esta premisa. Ahora cabe preguntarse si la realidad actual se adecúa a esta definición de intercambio. Para ello, asistiremos a una brevísima introducción a la historia del dinero y su papel en el comercio.
En primera instancia, en el tiempo en que no existía el dinero, se intercambiaban productos por medio del trueque (1. secuencia de intercambio mercancía–mercancía). Leche por huevos, ganado porcino por ganado ovino y un largo etcétera. El dinero aparece como medio de cambio, un remedio que ahorrase quebraderos de cabeza en el proceso, lo que procuró enormes beneficios. Así, el individuo entrega sus productos por dinero, con el que adquiere otros productos (2. secuencia de intercambio mercancía–dinero–mercancía). El capitalismo hubo de tergiversar esta tendencia a través del fenómeno de la inversión y la acumulación, por el cual uno invierte un dinero equis en un producto para que resulte, esa es la intención, en un dinero equis más zeta (3. secuencia de intercambio dinero–mercancía–dinero ́). En los últimos tiempos, la nueva economía premia la especulación en sus formas más groseras. A través de la especulación a gran escala, lo que se pretende es, única y exclusivamente, aumentar el patrimonio monetario individual (4. secuencia dinero–dinero ́). El mercado principal que alberga esta secuencia es la bolsa de valores.
Repasemos la tesis inicial de Adam Smith, cual es que la búsqueda del beneficio individual redunda en el beneficio común. En las dos primeras secuencias de intercambio, existe siempre en el “toma y daca” un beneficio humano. Mi pan por tu manzana. Mi pan por dinero y el dinero por manzanas. En estos dos ejemplos se observa cómo la idea es correcta; buscando el bienestar individual el conjunto se beneficia de ello, pues todos obtienen algo a cambio, en fin una mercancía de la que disfrutar. Claras y por supuestas quedan las convenciones sociales sobre qué mercancías tienen un menor o mayor valor. El quid de estas dos secuencias yace en el disfrute de una mercancía o producto. Locke, en sus planteamientos, puso el foco, también, en la mercancía como pilar del intercambio y los límites de la acumulación. El problema surge cuando se prima más la obtención de dinero que de mercancía. En la tercera secuencia de intercambio se observa el cambio de perspectiva. El fin último no consiste en una mercancía que disfrutar, sino en un dinero que acumular. La mercancía es un mero instrumento para ello. La cosa se vuelve más obscena, si cabe, cuando se obvia el factor mercancía y el “negocio” es, por definición, la ganancia de dinero por medio el dinero a través de la especulación.
En las dos primeras secuencias, la lógica de Adam Smith es aplastante. El bienestar humano es de facto, pues siempre el individuo, a través del intercambio, disfruta de mercancías como fin en sí mismas. La tercera secuencia retuerce esta lógica, pues es el dinero el fin último y no una mercancía que gozar. El dinero no produce un bienestar per se. Sí su intercambio por mercancías. Aun así, existe sentido en la afirmación inicial, pues puede, y existe, un beneficio común al estar presente el factor mercancía. Pero, desde luego, es en la cuarta secuencia donde este planteamiento de progreso basado en la mutualidad se viene abajo. El juego de la bolsa se rige, eminentemente, por la especulación. Se invierte un dinero con vistas a aumentar la cantidad inicial. Por su parte, todos los individuos en ese mercado presente adquieren este comportamiento. Y es lógico. En todo intercambio, cualquier individuo busca su beneficio. Ahí está la miga de la tesis descrita en La Riqueza de las Naciones. Continuando con la explicación, no todos los individuos en este tipo de intercambio pueden obtener un beneficio de forma simultánea. De sobra son conocidos por todos problemas como la inflación. Esto tiene fácil solución; unos ganan y otros pierden. En esencia, un juego de suma cero. Y, como en todo juego de suma cero, no existe beneficio humano, sino beneficio individual, ya se ha mencionado. Aquí falla la tesis de Smith. Lo que se produce no es un intercambio, es un robo. Un robo consentido por cuanto los individuos aceptan las reglas establecidas; la libertad para ser robado y robar, sea la libertad de los piratas. La actividad financiera actual, basada en la especulación, consiste en meter el dinero del vecino en tu bolsillo sin necesidad de pasar por la cárcel durante o tras el proceso.
Piratas y brókers son iguales en esencia e idea, pero bajo diferentes ropajes y escenarios de actuación; Ortega y Gasset llamaría a estas diferencias superficiales “la carne de las cosas”. La estafa y el robo reside tanto igual en cada una de las actividades. No hay beneficio humano ni progreso en el hurto. Sí hay beneficio individual, egoísta. La única disyuntiva que ofrecen la piratería y la generalizada actividad financiera actual, en fin, consiste en el grado de aceptación social de la práctica, no como ideal romántico, sino como hecho pragmático que pueda inmiscuirse en nuestro día a día, en nuestros televisores, trabajos, escuelas, mentalidades.
Resulta curioso atisbar cómo las administraciones públicas (los puristas me concederán el atrevimiento de denominar como tales a los organismos administrativos de los siglos diecisiete y dieciocho) permiten e incluso incentivan estos comportamientos abiertamente perniciosos. La piratería a través de la concesión de patentes de corso. La especulación a través de la legalidad en la existencia de un conglomerado y estructura estable para el robo al vecino. La aceptación de estos comportamientos nocivos por parte de las administraciones no es tema de interés de este texto y no se tratará, pues la extensión limitada del formato lo impide.
El engaño, ya se ha comentado, seduce al Hombre en la misma medida que la honesta Verdad. Algunos ejemplos de encandilamiento colectivo para con la piratería se manifiestan con claridad en el arte, desde la temprana publicación de Historia general de los piratas, en 1724, una loa a los villanos coetáneos de Defoe, hasta las numerosas películas que Hollywood ha dedicado al tema, por todos conocidas, pasando por un sinfín de pinturas e incluso composiciones musicales exaltando el sable y el ron. Todo ello crea una mentalidad colectiva inequívocamente tolerante en derredor del asunto, pues las cosas se muestran como creemos que son. El mundillo financiero actual se piensa bajo los mismos anhelos, pero, por su carácter neófito, no posee una vasta historia entre versos y rimas. Sin embargo, a pesar de su precocidad en el paradigma del robo, toneladas de libros, numerosísimas charlas y exposiciones y abundantes obras en la industria del cine (El Lobo de Wall Street es un ejemplo) han visto la luz en los últimos años, teniendo mayor presencia en el público por medio de las redes sociales. Todas estas manifestaciones para con ambos piratas y brókers, se me excusará en la generalización, tratan y hacen desear una vida sin freno, de nervio y pulso, decidida; una vida libre vivida en la estafa y en detrimento del resto, lejos de convenciones sobre el bien y el mal. Esta es la clave, el deseo de asir la verdadera libertad. Entremedias, el vecino nos la trae al pairo. Que se joda. Yo, si puedo, le piso.
En la sociedad actual, si el peor escenario de pensar con romanticismo la piratería es que compres a tu hijo un peluche de Jack Sparrow a cambio de un dineral, el resultado se vuelve mucho más catastrófico cuando en la mentalidad colectiva se inserta la lógica del dinero, la cuarta secuencia de cambio. Se juega de acuerdo con unas normas económicas brutales que permiten robar al vecino de forma impune (también ser robado). Nuestras mentes quedan enajenadas y colonizadas en una suerte de demencia colectiva para con el hurto y la picardía. El beneficio público, progreso, queda relegado a un segundo plano. Esta mentalidad pirata no solo afecta en el ámbito económico. La ambición desmedida, el demonio concupiscible del ganar a costa del congénere se proyecta hacia muchos otros ámbitos, como la educación o el entorno laboral. Así se crea una sociedad atomizada y enferma de sus individuos donde el otro es el enemigo y nunca el amigo. En cada victoria individual y egoísta por medio de este sistema carnicero se tallan, profundas, las agudas vocales y consonantes del epitafio de la humanidad, cuyo pesado y fúnebre canto entona: ¡es el mercado, amigo!
Diéguez Álvarez Rojas – Piratería – 12 de septiembre de 2022
El engaño y la estafa siempre se han presentado ante los ojos del Hombre con voraz atractivo. El tramposo rojo tafetán, afrenta a lo correcto, brilla sin descanso al compararse con el tedio gris mediocre de lo común y ordinario de las viejas tablas. El arte da cuenta de ello en sus creaciones. Milton, en Paraíso Perdido; Defoe, en Historia general de los piratas; Goethe, en Fausto; DiCaprio, en El Lobo de Wall Street.
La forma del artificio, la estafa y el robo, ha ido evolucionando con el paso de los siglos, aunque en esencia se encuentre el mismo engaño. Extraído de los ejemplos anteriores y en orden cronológico, Eva y el Árbol de la Ciencia, Fausto y su pacto con Mefistófeles, la piratería luego de su fundación en la isla de Providence y, ahora, la especulación financiera. Como se ha venido advirtiendo, todas estas acciones, en fin, producen en el alma humana tanta seducción como la Verdad y la Honestidad mismas. Y si la Verdad nos hará libres, ¿por qué no habrá de surtir el mismo efecto una vida vivida en la farsa más absoluta?
En la argucia pesa más el acto que los nombres. Si bien es cierto que el lector puede conocer la vida y muerte, peripecias y osadías de Henry Avery, Edward Teach, o Barbanegra, Edward England, Francis Drake, Anne Bonny, Amaro Pargo, Tew o Condent, por poner algunos ejemplos, prevalece en mayor medida su disciplina, cual es, para los despistados, la piratería. Los nombres son, a fin de cuentas, aristas de un todo mayor, en esencia el engaño que, alabado, reiterado con romanticismo, idealizado, retorna a nuestras pupilas y corazones de forma ininterrumpida. Jamás son los protagonistas, sino asalariados de su desempeño. Tanto así sucede con el universo financiero que la actualidad padece. Resulta, estimado lector, que este mundillo y la piratería, estableciendo comparación, son dos carcasas diferentes que convergen en una misma idiosincrasia, la del engaño, la estafa y el nulo beneficio humano que de su práctica emana. Y como iguales en la agitación de las emociones por medio de la trampa y picardía, reciben del público un igual espíritu romántico.
Pero antes de entrar en materia, comencemos por resumir, acotar, los términos que se tratan. ¡Qué podemos decir de la piratería! Tan antigua como la canoa y la balandra, tuvo su flor y jazmín en los siglos diecisiete y dieciocho. El robo y asesinato en alta mar. No hace falta destacar el inexistente beneficio humano que la piratería es capaz de participar al conjunto, pues todo lo que apresa y gana el pirata lo pierde el asaltado. En cuestión semántica, podría objetar el lector que, en cambio, sí produce beneficio para aquel que con éxito roba. No obstante, no sería correcto denominarlo beneficio humano; sí como beneficio individual, egoísta. No resultan aquí equivalentes el beneficio humano y el beneficio individual. La piratería resulta en un juego de suma cero: lo que yo gano, tú lo pierdes.
Tratemos ahora el paradigma económico actual. El libre comercio fue una idea desarrollada ampliamente en el siglo dieciocho. Adam Smith, exponente revolucionario, llegó a la conclusión de que cuando un sujeto económico actúa en beneficio propio, el resultado implica con necesidad el beneficio común. Así nace la libertad del mercado; libertad para el individuo y, por tanto, el conjunto. La espontaneidad del intercambio entre sujetos iguales ante Dios y la Ley. La idea del capitalismo, en esencia, no es otra que la protección de esta premisa. Ahora cabe preguntarse si la realidad actual se adecúa a esta definición de intercambio. Para ello, asistiremos a una brevísima introducción a la historia del dinero y su papel en el comercio.
En primera instancia, en el tiempo en que no existía el dinero, se intercambiaban productos por medio del trueque (1. secuencia de intercambio mercancía–mercancía). Leche por huevos, ganado porcino por ganado ovino y un largo etcétera. El dinero aparece como medio de cambio, un remedio que ahorrase quebraderos de cabeza en el proceso, lo que procuró enormes beneficios. Así, el individuo entrega sus productos por dinero, con el que adquiere otros productos (2. secuencia de intercambio mercancía–dinero–mercancía). El capitalismo hubo de tergiversar esta tendencia a través del fenómeno de la inversión y la acumulación, por el cual uno invierte un dinero equis en un producto para que resulte, esa es la intención, en un dinero equis más zeta (3. secuencia de intercambio dinero–mercancía–dinero ́). En los últimos tiempos, la nueva economía premia la especulación en sus formas más groseras. A través de la especulación a gran escala, lo que se pretende es, única y exclusivamente, aumentar el patrimonio monetario individual (4. secuencia dinero–dinero ́). El mercado principal que alberga esta secuencia es la bolsa de valores.
Repasemos la tesis inicial de Adam Smith, cual es que la búsqueda del beneficio individual redunda en el beneficio común. En las dos primeras secuencias de intercambio, existe siempre en el “toma y daca” un beneficio humano. Mi pan por tu manzana. Mi pan por dinero y el dinero por manzanas. En estos dos ejemplos se observa cómo la idea es correcta; buscando el bienestar individual el conjunto se beneficia de ello, pues todos obtienen algo a cambio, en fin una mercancía de la que disfrutar. Claras y por supuestas quedan las convenciones sociales sobre qué mercancías tienen un menor o mayor valor. El quid de estas dos secuencias yace en el disfrute de una mercancía o producto. Locke, en sus planteamientos, puso el foco, también, en la mercancía como pilar del intercambio y los límites de la acumulación. El problema surge cuando se prima más la obtención de dinero que de mercancía. En la tercera secuencia de intercambio se observa el cambio de perspectiva. El fin último no consiste en una mercancía que disfrutar, sino en un dinero que acumular. La mercancía es un mero instrumento para ello. La cosa se vuelve más obscena, si cabe, cuando se obvia el factor mercancía y el “negocio” es, por definición, la ganancia de dinero por medio el dinero a través de la especulación.
En las dos primeras secuencias, la lógica de Adam Smith es aplastante. El bienestar humano es de facto, pues siempre el individuo, a través del intercambio, disfruta de mercancías como fin en sí mismas. La tercera secuencia retuerce esta lógica, pues es el dinero el fin último y no una mercancía que gozar. El dinero no produce un bienestar per se. Sí su intercambio por mercancías. Aun así, existe sentido en la afirmación inicial, pues puede, y existe, un beneficio común al estar presente el factor mercancía. Pero, desde luego, es en la cuarta secuencia donde este planteamiento de progreso basado en la mutualidad se viene abajo. El juego de la bolsa se rige, eminentemente, por la especulación. Se invierte un dinero con vistas a aumentar la cantidad inicial. Por su parte, todos los individuos en ese mercado presente adquieren este comportamiento. Y es lógico. En todo intercambio, cualquier individuo busca su beneficio. Ahí está la miga de la tesis descrita en La Riqueza de las Naciones. Continuando con la explicación, no todos los individuos en este tipo de intercambio pueden obtener un beneficio de forma simultánea. De sobra son conocidos por todos problemas como la inflación. Esto tiene fácil solución; unos ganan y otros pierden. En esencia, un juego de suma cero. Y, como en todo juego de suma cero, no existe beneficio humano, sino beneficio individual, ya se ha mencionado. Aquí falla la tesis de Smith. Lo que se produce no es un intercambio, es un robo. Un robo consentido por cuanto los individuos aceptan las reglas establecidas; la libertad para ser robado y robar, sea la libertad de los piratas. La actividad financiera actual, basada en la especulación, consiste en meter el dinero del vecino en tu bolsillo sin necesidad de pasar por la cárcel durante o tras el proceso.
Piratas y brókers son iguales en esencia e idea, pero bajo diferentes ropajes y escenarios de actuación; Ortega y Gasset llamaría a estas diferencias superficiales “la carne de las cosas”. La estafa y el robo reside tanto igual en cada una de las actividades. No hay beneficio humano ni progreso en el hurto. Sí hay beneficio individual, egoísta. La única disyuntiva que ofrecen la piratería y la generalizada actividad financiera actual, en fin, consiste en el grado de aceptación social de la práctica, no como ideal romántico, sino como hecho pragmático que pueda inmiscuirse en nuestro día a día, en nuestros televisores, trabajos, escuelas, mentalidades.
Resulta curioso atisbar cómo las administraciones públicas (los puristas me concederán el atrevimiento de denominar como tales a los organismos administrativos de los siglos diecisiete y dieciocho) permiten e incluso incentivan estos comportamientos abiertamente perniciosos. La piratería a través de la concesión de patentes de corso. La especulación a través de la legalidad en la existencia de un conglomerado y estructura estable para el robo al vecino. La aceptación de estos comportamientos nocivos por parte de las administraciones no es tema de interés de este texto y no se tratará, pues la extensión limitada del formato lo impide.
El engaño, ya se ha comentado, seduce al Hombre en la misma medida que la honesta Verdad. Algunos ejemplos de encandilamiento colectivo para con la piratería se manifiestan con claridad en el arte, desde la temprana publicación de Historia general de los piratas, en 1724, una loa a los villanos coetáneos de Defoe, hasta las numerosas películas que Hollywood ha dedicado al tema, por todos conocidas, pasando por un sinfín de pinturas e incluso composiciones musicales exaltando el sable y el ron. Todo ello crea una mentalidad colectiva inequívocamente tolerante en derredor del asunto, pues las cosas se muestran como creemos que son. El mundillo financiero actual se piensa bajo los mismos anhelos, pero, por su carácter neófito, no posee una vasta historia entre versos y rimas. Sin embargo, a pesar de su precocidad en el paradigma del robo, toneladas de libros, numerosísimas charlas y exposiciones y abundantes obras en la industria del cine (El Lobo de Wall Street es un ejemplo) han visto la luz en los últimos años, teniendo mayor presencia en el público por medio de las redes sociales. Todas estas manifestaciones para con ambos piratas y brókers, se me excusará en la generalización, tratan y hacen desear una vida sin freno, de nervio y pulso, decidida; una vida libre vivida en la estafa y en detrimento del resto, lejos de convenciones sobre el bien y el mal. Esta es la clave, el deseo de asir la verdadera libertad. Entremedias, el vecino nos la trae al pairo. Que se joda. Yo, si puedo, le piso.
En la sociedad actual, si el peor escenario de pensar con romanticismo la piratería es que compres a tu hijo un peluche de Jack Sparrow a cambio de un dineral, el resultado se vuelve mucho más catastrófico cuando en la mentalidad colectiva se inserta la lógica del dinero, la cuarta secuencia de cambio. Se juega de acuerdo con unas normas económicas brutales que permiten robar al vecino de forma impune (también ser robado). Nuestras mentes quedan enajenadas y colonizadas en una suerte de demencia colectiva para con el hurto y la picardía. El beneficio público, progreso, queda relegado a un segundo plano. Esta mentalidad pirata no solo afecta en el ámbito económico. La ambición desmedida, el demonio concupiscible del ganar a costa del congénere se proyecta hacia muchos otros ámbitos, como la educación o el entorno laboral. Así se crea una sociedad atomizada y enferma de sus individuos donde el otro es el enemigo y nunca el amigo. En cada victoria individual y egoísta por medio de este sistema carnicero se tallan, profundas, las agudas vocales y consonantes del epitafio de la humanidad, cuyo pesado y fúnebre canto entona: ¡es el mercado, amigo!