Carlo Stella – De lo esperado a la certeza – 2 de octubre 2022
Como era de esperar, la coalición de derechas (FI, FdI, Lega y Moderados) logra una clara victoria con un 44% de los votos -de los cuales un 26% corresponden al partido de Meloni Fratelli d’Italia– en comparación con el 25% del conjunto de izquierdas (PD, Verdes y +Europa), 15% del populismo antisistema (M5S), 8% del centro (IV y Azione) y un 8% de otros partidos minoritarios.
Una certeza es el creciente desinterés de los italianos por la política, reflejada en la baja participación en las elecciones generales, pero no solo ahí, sino en el resto de procesos democráticos del país (referéndums, locales… etc.). En estas elecciones la participación no llegó ni dos tercios de la población, con un 64% de afluencia, hasta ahora nunca visto. Hace tan solo unos meses se celebró un referéndum abrogativo en cinco cuestiones claves, pero todo en vano: no se llegó al umbral mínimo de participación para considerar los resultados.
Es indudable que Giorgia Meloni se convertirá en la primera mujer en presidir el consejo de ministros de Italia, en concreto la del gobierno número 68 de los últimos 76 años. Desde el “comienzo de la reconquista” (en palabras de Macarena Olona), hasta los apelativos de “terremoto político… llegada del neofascismo” (de la prensa alarmista) o el absoluto silencio de algunos (como Pedro Sánchez), estos resultados provocan sentidos ambivalentes que no ayudan a relajar la tensión en un momento en el que Italia no necesita más enfrentamiento.
Curiosamente, si antes Berlusconi se apoyó en partidos minoritarios para gobernar, ahora ocurre lo contrario y son estos -en concreto FdI, convertido en la primera fuerza- que necesita el apoyo del su partido.
Sin embargo, creo que es pronto para juzgar de forma objetiva. Se necesita tiempo para poder evaluar realmente las políticas que adopta el nuevo gobierno que muchas veces distan de lo prometido. Creo que la mano firme del presidente Mattarella (tiene el poder de vetar nombramientos y velar por la estabilidad del gobierno), las implicaciones para FdI al convertirse en un partido de gobierno y la constante supervisión de Europa harán que los cambios no puedan ser radicales. Por ejemplo, la postura sobre la Unión Europea y euroescepticismo parece haberse suavizado bastante con respecto a los ideales originales de los dos partidos más extremos de la coalición.
De hecho, estos resultados no parecen alterar a los tecnócratas europeos, que ven con tranquilidad la política económica y financiera que adoptará el nuevo gobierno de derechas (como si solo eso importara). Es más, el propio PPE tampoco parece incomodado por la alianza con los “ultras” y toma este evento como un “experimento político” exportable a otros países (¿España?).
Y aunque no debería ser así, la política actual es una lucha por conquistar votos y desacreditar al enemigo en un espíritu de competencia. Ya lo decía Maquiavelo: “la política es el arte de engañar”, por lo tanto, poco importan los medios mientras el fin permita la victoria.
Por lo tanto, ¿cómo ha conseguido ganar Meloni las elecciones?
No me gustaría creer que haya un 25% de italianos que de repente sean “neofascistas”. Desde mi punto de vista este resultado no tiene otra explicación que el hartazgo ciudadano hacia sus representantes políticos. Ha ocurrido lo mismo que llevó al poder al M5S (populismo antiestablishment) en el 2018, solo que ahora ha habido una trasfusión de votos de M5S a FdI. Meloni ha hábilmente acaparado el voto del “indignado o descontento” situándose como la única alternativa posible y salvadora de la patria. Desde las últimas elecciones su partido ha quintuplicado su resultado.
La misma estrategia, pero con distintos partidos, pues la población cada vez más apática es presa fácil de la política sensacional. Parece que los electores ya no quieren a intelectuales ni tecnócratas que dirijan su país. Más bien buscan lo contrario, alguien que hable el lenguaje del pueblo; comunique de forma directa; busque a fáciles culpables a los problemas (en una dinámica del confrontamiento) y ofrezca soluciones fáciles. Poco importan las raíces oscuras de su partido o de la líder, lo que importa es que haya sido capaz de conectar con el electorado a través del pathos del discurso. Ella es la que mejor ha expuesto los problemas de Italia (altos precios, desempleo, inmigración, renta ciudadana, la pérdida de los valores…etc.).
Muestra de esta dinámica es que al día siguiente del conteo de los resultados Meloni subía una cita en la que hablaba de la “unión del pueblo italiano frente aquellos que lo dividen” o de hacer revivir un “nuevo orgullo por ser italiano”. Todo ello en una foto sujetando la bandera italiana. ¿Qué tipo de política recuerda esta?
La política en Italia sigue una concepción muy personalista de poder: el partido se vertebra entorno a la persona clave que es la candidata a la presidencia del consejo de ministros. En las urnas nos encontramos con nombre del candidato más que del partido (ej. Berlusconi presidente; Salvini Premier…etc.). Se vota a la persona, no al partido.
Como punto y aparte comentar el hecho de que en estas elecciones Berlusconi se las ha ingeniado no sólo para volver al Senado -con sus 85 años-, sino que ha hecho bien los deberes para colocar a “la familia”: su pareja resulta escogida como diputada por Sicilia cuando nunca se la ha visto por la isla. Se excusa y dice: “me llevaba mi padre de niña”.
Me llama a la atención la dinámica de la política en Italia pues -teniendo en cuenta todo lo anterior- podría asemejarse a la política latinoamericana. Tanto la concepción personalista del poder; el líder carismático; la fragmentación de la población; el poder de la identidad; la generación de adversarios (determinados grupos de la población, sea la élite o las minorías) para buscar soluciones fáciles a los problemas, y sobre todo emoción y abundante sensacionalismo son tristemente la norma en la política italiana.
Estas características ciertamente coinciden con la definición del populismo. Creo que Italia vive una crisis de identidad política (ampliable a muchos más países) en la que ya no es posible hacer política manteniendo la emoción fuera.
¿Qué está ocurriendo con la democracia seria y moderada, respetuosa y coherente? ¿Será Meloni capaz de instaurar seriedad en la estructura gubernamental y dotar al país de estabilidad y continuidad? Que valga de ejemplo que ni el propio Draghi con su extensa experiencia y su novedosa forma de gobierno de técnicos ha sido capaz de aguantar el torbellino e ingeniárselas para un formar un gobierno 2.0.
Pero para los italianos esta dinámica no es nueva. Con los 1 año y 1 mes de duración media de los gobiernos italianos, veremos si entre que llega y se sienta en Palazzo Chigi, no ha surgido otro sobresalto y haya caído nuevamente su gobierno. Si consigue finalizar legislatura, habrá hecho algo loable, pero mientras tanto, ¿quién se atreve a estimar su duración?
Carlo Stella – De lo esperado a la certeza – 2 de octubre 2022
Como era de esperar, la coalición de derechas (FI, FdI, Lega y Moderados) logra una clara victoria con un 44% de los votos -de los cuales un 26% corresponden al partido de Meloni Fratelli d’Italia– en comparación con el 25% del conjunto de izquierdas (PD, Verdes y +Europa), 15% del populismo antisistema (M5S), 8% del centro (IV y Azione) y un 8% de otros partidos minoritarios.
Una certeza es el creciente desinterés de los italianos por la política, reflejada en la baja participación en las elecciones generales, pero no solo ahí, sino en el resto de procesos democráticos del país (referéndums, locales… etc.). En estas elecciones la participación no llegó ni dos tercios de la población, con un 64% de afluencia, hasta ahora nunca visto. Hace tan solo unos meses se celebró un referéndum abrogativo en cinco cuestiones claves, pero todo en vano: no se llegó al umbral mínimo de participación para considerar los resultados.
Es indudable que Giorgia Meloni se convertirá en la primera mujer en presidir el consejo de ministros de Italia, en concreto la del gobierno número 68 de los últimos 76 años. Desde el “comienzo de la reconquista” (en palabras de Macarena Olona), hasta los apelativos de “terremoto político… llegada del neofascismo” (de la prensa alarmista) o el absoluto silencio de algunos (como Pedro Sánchez), estos resultados provocan sentidos ambivalentes que no ayudan a relajar la tensión en un momento en el que Italia no necesita más enfrentamiento.
Curiosamente, si antes Berlusconi se apoyó en partidos minoritarios para gobernar, ahora ocurre lo contrario y son estos -en concreto FdI, convertido en la primera fuerza- que necesita el apoyo del su partido.
Sin embargo, creo que es pronto para juzgar de forma objetiva. Se necesita tiempo para poder evaluar realmente las políticas que adopta el nuevo gobierno que muchas veces distan de lo prometido. Creo que la mano firme del presidente Mattarella (tiene el poder de vetar nombramientos y velar por la estabilidad del gobierno), las implicaciones para FdI al convertirse en un partido de gobierno y la constante supervisión de Europa harán que los cambios no puedan ser radicales. Por ejemplo, la postura sobre la Unión Europea y euroescepticismo parece haberse suavizado bastante con respecto a los ideales originales de los dos partidos más extremos de la coalición.
De hecho, estos resultados no parecen alterar a los tecnócratas europeos, que ven con tranquilidad la política económica y financiera que adoptará el nuevo gobierno de derechas (como si solo eso importara). Es más, el propio PPE tampoco parece incomodado por la alianza con los “ultras” y toma este evento como un “experimento político” exportable a otros países (¿España?).
Y aunque no debería ser así, la política actual es una lucha por conquistar votos y desacreditar al enemigo en un espíritu de competencia. Ya lo decía Maquiavelo: “la política es el arte de engañar”, por lo tanto, poco importan los medios mientras el fin permita la victoria.
Por lo tanto, ¿cómo ha conseguido ganar Meloni las elecciones?
No me gustaría creer que haya un 25% de italianos que de repente sean “neofascistas”. Desde mi punto de vista este resultado no tiene otra explicación que el hartazgo ciudadano hacia sus representantes políticos. Ha ocurrido lo mismo que llevó al poder al M5S (populismo antiestablishment) en el 2018, solo que ahora ha habido una trasfusión de votos de M5S a FdI. Meloni ha hábilmente acaparado el voto del “indignado o descontento” situándose como la única alternativa posible y salvadora de la patria. Desde las últimas elecciones su partido ha quintuplicado su resultado.
La misma estrategia, pero con distintos partidos, pues la población cada vez más apática es presa fácil de la política sensacional. Parece que los electores ya no quieren a intelectuales ni tecnócratas que dirijan su país. Más bien buscan lo contrario, alguien que hable el lenguaje del pueblo; comunique de forma directa; busque a fáciles culpables a los problemas (en una dinámica del confrontamiento) y ofrezca soluciones fáciles. Poco importan las raíces oscuras de su partido o de la líder, lo que importa es que haya sido capaz de conectar con el electorado a través del pathos del discurso. Ella es la que mejor ha expuesto los problemas de Italia (altos precios, desempleo, inmigración, renta ciudadana, la pérdida de los valores…etc.).
Muestra de esta dinámica es que al día siguiente del conteo de los resultados Meloni subía una cita en la que hablaba de la “unión del pueblo italiano frente aquellos que lo dividen” o de hacer revivir un “nuevo orgullo por ser italiano”. Todo ello en una foto sujetando la bandera italiana. ¿Qué tipo de política recuerda esta?
La política en Italia sigue una concepción muy personalista de poder: el partido se vertebra entorno a la persona clave que es la candidata a la presidencia del consejo de ministros. En las urnas nos encontramos con nombre del candidato más que del partido (ej. Berlusconi presidente; Salvini Premier…etc.). Se vota a la persona, no al partido.
Como punto y aparte comentar el hecho de que en estas elecciones Berlusconi se las ha ingeniado no sólo para volver al Senado -con sus 85 años-, sino que ha hecho bien los deberes para colocar a “la familia”: su pareja resulta escogida como diputada por Sicilia cuando nunca se la ha visto por la isla. Se excusa y dice: “me llevaba mi padre de niña”.
Me llama a la atención la dinámica de la política en Italia pues -teniendo en cuenta todo lo anterior- podría asemejarse a la política latinoamericana. Tanto la concepción personalista del poder; el líder carismático; la fragmentación de la población; el poder de la identidad; la generación de adversarios (determinados grupos de la población, sea la élite o las minorías) para buscar soluciones fáciles a los problemas, y sobre todo emoción y abundante sensacionalismo son tristemente la norma en la política italiana.
Estas características ciertamente coinciden con la definición del populismo. Creo que Italia vive una crisis de identidad política (ampliable a muchos más países) en la que ya no es posible hacer política manteniendo la emoción fuera.
¿Qué está ocurriendo con la democracia seria y moderada, respetuosa y coherente? ¿Será Meloni capaz de instaurar seriedad en la estructura gubernamental y dotar al país de estabilidad y continuidad? Que valga de ejemplo que ni el propio Draghi con su extensa experiencia y su novedosa forma de gobierno de técnicos ha sido capaz de aguantar el torbellino e ingeniárselas para un formar un gobierno 2.0.
Pero para los italianos esta dinámica no es nueva. Con los 1 año y 1 mes de duración media de los gobiernos italianos, veremos si entre que llega y se sienta en Palazzo Chigi, no ha surgido otro sobresalto y haya caído nuevamente su gobierno. Si consigue finalizar legislatura, habrá hecho algo loable, pero mientras tanto, ¿quién se atreve a estimar su duración?