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    ¿Alerta antifascista?

    Las implicaciones de la victoria de Giorgia Meloni

    El 26 de septiembre se cumplía lo que ya se venía vaticinando, pero no se quería creer. Ninguna sorpresa, nada fuera del guion, todo según lo previsto. Giorgia Meloni, como otrora lo fueran poetas, deportistas y guerreros en la Ciudad Eterna, ciñe sobre su sien la corona de laurel tras su victoria en los comicios italianos.

    El gobierno más derechista desde la obscura Segunda Guerra Mundial. Los peores pronósticos se habían cumplido. “Alerta antifascista”, no tarda en organizarse la resistencia tuitera en torno al Bella Ciao partisano. La prensa internacional habla de la victoria de la extrema derecha y cómo esta será la causante de una disminución de las libertades civiles, un retroceso en los derechos de la mujer y el colectivo LGTBI+, el auge del racismo y la xenofobia, la desintegración de la Unión Europea, el cambio climático, las plagas de langostas en verano y quizá la próxima pandemia. Quién sabe. 

    Lo que es evidente es que Giorgia Meloni ha ganado haciendo uso de un discurso populista hasta la médula que por desgracia se ha institucionalizado en toda Europa y en el mundo, precisamente por su efectividad en las urnas, pervirtiendo el debate político y degradando la calidad democrática hasta niveles previos a las guerras del siglo XX. Y es que, al contrario de lo que se pudiera pensar, los discursos exaltados y simplistas no son inherentes a los extremos y, si así lo piensan, simplemente vuelva el lector la cabeza a la historia reciente de España y mire las intervenciones de Santiago Carrillo del Partido Comunista, o analice el debate por medio del cual las Cortes franquistas aprobaron la Ley para la Reforma Política del 76; su templanza, retórica, profundidad de ideas y sentido de Estado ya lo querríamos para la mayoría nuestros políticos de hoy. Pero la situación actual es bien distinta, y ya nos advertía Platón en La República, si hay alguien capaz de destruir la democracia, esos son los demagogos, con una capacidad única de ganarse la confianza del que siglos después Ortega y Gasset definiría como hombre-masa. 

    Sin embargo, soy realmente escéptico de que se puedan cumplir todas las predicciones apocalípticas sobre el gobierno de Giorgia Meloni. En primer lugar, porque no gobernará sola, sino en coalición, y si bien es cierto que Salvini no es un gran baluarte de la moderación, la presencia del tío Berlusconi, incombustible a sus 86 años, hará que muchas de las propuestas de carácter más radical no lleguen a ver la luz o lo hagan de modo atenuado. 

    En segundo lugar, dudo que las peores predicciones se cumplan porque no existe mayor elemento moderador que el acceso al gobierno. Este tipo de partidos acostumbran a realizar promesas grandilocuentes que, aunque muy efectivas en cuanto al rédito electoral, son poco aplicables en la práctica. Para ejemplificarlo, el caso de Podemos que surgió de las mareas del 15M como un movimiento totalmente antisistema, hasta hoy formar una parte más del establishment político y que una vez en el gobierno ha desechado en buena parte sus aspiraciones originarias.

    Dicho lo cual, lo que verdaderamente merece la pena analizar de la victoria de Meloni son los motivos por los cuales ese día una parte del electorado decidió darle su voto, mientras que otra ni siquiera fue a votar. Primero, porque la lectura hecha por algunos medios de que ahora la mayoría de los votantes italianos se han convertido, de la noche a la mañana, en peligrosos fascistas es completamente naíf y simplista. Segundo, porque con una cifra del 36 por ciento, Italia bate récord histórico de abstención poniendo contra las cuerdas el principio de legitimidad. 

    Detrás de estos datos está, por un lado, el desapego de la clase trabajadora a una izquierda abanderada de la cultura woke, más centrada, por ejemplo, en cuestiones de género que en solucionar los problemas reales de la gente inherentes a sus condiciones materiales. Y con carácter genérico, una desconfianza ciudadana hacia la clase política y hacia el sistema en conjunto; que, de no recuperarse pronto, puede hacer que este se tambalee.Este es el verdadero peligro para la democracia.

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