José Joaquín Casavilla Calvo/El Melancólico – Crisis Energética – 22 de octubre de 2022
La aceleración del cambio climático es un fenómeno que afecta y damnifica a los ecosistemas y a los seres vivos que los habitan. Y es por ello por lo que se han buscado alternativas. Del mismo modo con el pasar de los años han surgido lobbies y posturas políticas como la ecologista, también llamada verde, que aspira a que haya una dependencia total de la energía verde. No obstante, a día de hoy esto es una irrealidad puesto que no existen baterías de almacenaje suficientes para abastecer a ciudades y países durante un periodo indeterminado de tiempo.
De otro lado, existe un ferviente temor hacia la energía nuclear tras los accidentes nucleares. Desastres como el de la central nuclear en el Chernóbil de la extinta Unión Soviética lo han provocado. Esta prevención se extiende sobre los efectos de la contaminación que se podrían generar como consecuencia de un accidente nuclear.
A día de hoy no hay ningún país que sea totalmente independiente de las centrales eléctricas que no olvidemos, también son contaminantes. Debido a la incentivación de sistemas como el ciclo combinado de las centrales eléctricas, en lugar de la energía nuclear, que, pese a tener sus complicaciones no es ni la mitad de contaminante, ni de hiriente con en el medio ambiente de lo que lo es el sistema del ciclo combinado. Es por ello, por lo que se han tratado de aplicar medidas para contrarrestar el cambio climático en distintos eventos como los Protocolos de Kioto o de París.
Instituciones como la Unión Europea se comprometieron plenamente con estos acuerdos medioambientalistas, del mismo modo que temporalmente ciertas administraciones/gobiernos estadounidenses, entre muchos otros, que presuntamente representan la voluntad de los pueblos, establecieron medidas como el del impuesto al CO2, y encareciendo artificialmente el precio de aquellos recursos naturales que se habían utilizado hasta entonces.
No obstante, un estudio publicado en Nature estima que la transición energética con la intención de eliminar casi por completo las emisiones de CO2 en EEUU costaría más de 11.000 dólares por ciudadano al año. Sin embargo, el 68% de los ciudadanos estadounidenses no están dispuestos a sacrificar diez dólares al mes para combatir el cambio climático y parece dudoso que estén dispuestos a pagarlo en las próximas décadas.
Esto significa que este 68% no está dispuesto a pagar ni una centésima parte de los costes reales de la descarbonización de la economía, lo que demuestra que existe una clara colisión entre la democracia y la agenda climática. Del mismo modo, se puede ver cómo el año pasado la población suiza votó en referéndum contra la ley de CO2 que pretendía la creación de un impuesto para luchar contra el cambio climático. La transición energética con la tecnología actual es bastante cara y la mayoría de los ciudadanos de los países ricos no están dispuestos a pagarla, ya que lo consideran un enorme coste de oportunidad.
El pasado año 2021, la República Popular China sufrió una crisis eléctrica que generó múltiples apagones como consecuencia de la orden del Partido Comunista Chino de reducir la producción nacional de carbón. La falta de esta producción y el embargo de las importaciones de carbón de Australia, dejaron a las centrales eléctricas chinas sin materia prima barata con la que generar electricidad, y ante la falta de voluntad del Partido Comunista Chino de aumentar la factura a sus ciudadanos, se produjeron apagones masivos que han producido una ralentización histórica de la economía de China, y como resultado, China ha producido más carbón y emitido más CO2.
Si China no se descarboniza, no tendrá sentido descarbonizar el resto del mundo, ya que este país es el mayor emisor de CO2 y ya duplica las emisiones de Estados Unidos. En 2019, las emisiones anuales de China superaban las de Estados Unidos y la Unión Europea juntas. China emite alrededor de 10.200 millones de toneladas de CO2 al año, mientras que la Unión Europea emite menos de 3.000 millones de toneladas de CO2 al año, y Estados Unidos emite alrededor de 5.000 millones de toneladas de CO2 al año.
Asimismo, las emisiones de China aumentan, mientras que las de la Unión Europea y Estados Unidos disminuyen. Igual que mencionamos a China, podríamos referirnos a India, África o Sudamérica. Si no hay esfuerzos conjuntos de cooperación, la reducción de las emisiones de CO2 servirá de poco.
Es por ello por lo que figura un debate entre si se trata de remediar la creciente aceleración del cambio climático, o si por el contrario entendemos el cambio climático como una realidad inevitable y nos tratamos de adaptar a éste.
Nuestra calidad de vida actual es consecuencia del uso de los combustibles fósiles, y sería necio negar esto. No podemos ignorar las investigaciones realizadas por intelectuales como el Premio Nobel de Economía de 2018, William Nordhaus. Ha sido el primer economista que intentó estimar el impacto que tendría el calentamiento global en la economía.
Este economista expone que si no se hace nada de aquí a 2100 la Tierra se calentará un total de 4 grados centígrados. Y el impacto que esto tendrá en el PIB mundial será de 4 puntos, una cantidad insignificante frente al posible crecimiento.
Por tanto, no vemos un impacto mucho mayor en la economía mundial, ralentizando el crecimiento económico o incluso disminuyendo la economía, porque no tenemos acceso a una fuente de energía barata como antes de los años 80. Y es probable que lo que se haga para mitigar el cambio climático cueste más y tenga un impacto más negativo en la economía mundial que no hacer nada.
El gran reto de la humanidad no es el cambio climático, sino sacar a 5.000 millones de personas de la pobreza. La humanidad ha dependido del CO2 desde la revolución industrial, que fue significativa para cambiar el paradigma sistémico preestablecido y ha ayudado al mundo a experimentar un crecimiento significativo en su nivel de vida debido a la tecnología elaborada.
Si no fuera por esas emisiones de CO2 no tendríamos las condiciones de vida que tenemos hoy en día. Y resulta hipócrita criticar a países en vías desarrollo por seguir los mismos pasos de Occidente para desarrollarse.
De hecho el capitalismo y la brillantez de los individuos han diseñado productos como los USB que han sido más beneficiosos al salvar más árboles que los que cualquier ecologista podría haber salvado.
El verdadero recurso económico es la inteligencia. En la época precolombina en la actual Venezuela había mucho petróleo, pero no valía nada. Igualmente en África había una piedra llamada Coltán que no servía para nada hasta que alcanzó el valor que tiene en la actualidad fruto de ser materia prima de las baterías para Smartphones.
Es la inteligencia la que inventa, ese es el verdadero recurso. La vajilla de Napoleón era de aluminio porque era el material más escaso de la tierra y se convirtió en abundante gracias a una aleación.
El ser humano es el recurso por excelencia y un agente transformador porque es quien convierte los objetos inapreciables en un recurso económico. La tecnología ideada por el ser humano es la que nos da una verdadera calidad de vida. E incluso si optamos por la perspectiva de frenar el cambio climático, encarneciendo el precio de la energía, disminuyendo el desarrollo tecnológico, podemos encontrarnos que también estemos frenando los posibles remedios al cambio climático.
El escenario en el que se busque remediar y confrontar la ferviente aceleración del cambio climático y sus respectivas externalidades negativas, mediante la promoción de una economía y sistema más verde se ha de procurar llevarlo a cabo de la manera más responsable y menos intervencionista en los proyectos vitales de los individuos.
El cambio climático es un acontecimiento que sin duda perjudica a todo el mundo. Y por ello, se deben proponer medidas contra la aceleración del mismo, ya que atenta contra el proyecto vital de los individuos, sin embargo, se debe enfrentar sin atacar las libertades individuales y los proyectos vitales individuales.
Es necesario desincentivar el consumo de combustibles fósiles y minimizar nuestras emisiones de CO2 hasta que dispongamos de tecnologías capaces de sustituir al petróleo, al gas o al carbón en sus muy diversos usos.
Y también es necesario hacerlo de una manera descentralizada y lo más transparente posible, siendo cercano a los individuos, en lugar de una centralización que tiende a favorecer a los lobbies que buscan parasitar a la sociedad con el mero propósito de favorecer sus intereses partisanos.
Por tanto, para descarbonizar la economía minimizando los costes económicos y sociales, se ha de internalizar las externalidades negativas (las emisiones de CO2) estableciendo un impuesto a las emisiones de CO2 cada individuo y cada empresa reaccionarían adaptando su comportamiento al daño que realmente están generando. Del mismo modo, como consecuencia de soportar las emisiones de otras personas se podría dar a esos individuos o una compensación fiscal, o un dividendo.
Pero también las externalidades positivas (inversión en I+D energética) como un incentivo fiscal a aquellas instituciones privadas que promuevan transición ecológica, como podrían ser la exención de la tributación de los beneficios de las acciones o bonos verdes, así como la reducción o eliminación de impuestos de aquellos productos que sustituyen a otros contaminantes.
Si internalizamos nuestras externalidades negativas y positivas sobre el medio ambiente, no será en absoluto necesario hiperregular la economía con el pretexto, o con la justificación de la transición ecológica.
En conclusión, el cambio climático es un tema bastante complejo y es difícil saber cómo actuar ante este, no obstante, no podemos permitir la cosificación del cambio climático como un medio de control y encarecimiento de nuestra calidad de vida.
«No podemos permitir la cosificación del cambio climático como un medio de control y encarecimiento de nuestra calidad de vida.»
José Joaquín Casavilla Calvo/El Melancólico – Crisis Energética – 22 de octubre de 2022
La aceleración del cambio climático es un fenómeno que afecta y damnifica a los ecosistemas y a los seres vivos que los habitan. Y es por ello por lo que se han buscado alternativas. Del mismo modo con el pasar de los años han surgido lobbies y posturas políticas como la ecologista, también llamada verde, que aspira a que haya una dependencia total de la energía verde. No obstante, a día de hoy esto es una irrealidad puesto que no existen baterías de almacenaje suficientes para abastecer a ciudades y países durante un periodo indeterminado de tiempo.
De otro lado, existe un ferviente temor hacia la energía nuclear tras los accidentes nucleares. Desastres como el de la central nuclear en el Chernóbil de la extinta Unión Soviética lo han provocado. Esta prevención se extiende sobre los efectos de la contaminación que se podrían generar como consecuencia de un accidente nuclear.
A día de hoy no hay ningún país que sea totalmente independiente de las centrales eléctricas que no olvidemos, también son contaminantes. Debido a la incentivación de sistemas como el ciclo combinado de las centrales eléctricas, en lugar de la energía nuclear, que, pese a tener sus complicaciones no es ni la mitad de contaminante, ni de hiriente con en el medio ambiente de lo que lo es el sistema del ciclo combinado. Es por ello, por lo que se han tratado de aplicar medidas para contrarrestar el cambio climático en distintos eventos como los Protocolos de Kioto o de París.
Instituciones como la Unión Europea se comprometieron plenamente con estos acuerdos medioambientalistas, del mismo modo que temporalmente ciertas administraciones/gobiernos estadounidenses, entre muchos otros, que presuntamente representan la voluntad de los pueblos, establecieron medidas como el del impuesto al CO2, y encareciendo artificialmente el precio de aquellos recursos naturales que se habían utilizado hasta entonces.
No obstante, un estudio publicado en Nature estima que la transición energética con la intención de eliminar casi por completo las emisiones de CO2 en EEUU costaría más de 11.000 dólares por ciudadano al año. Sin embargo, el 68% de los ciudadanos estadounidenses no están dispuestos a sacrificar diez dólares al mes para combatir el cambio climático y parece dudoso que estén dispuestos a pagarlo en las próximas décadas.
Esto significa que este 68% no está dispuesto a pagar ni una centésima parte de los costes reales de la descarbonización de la economía, lo que demuestra que existe una clara colisión entre la democracia y la agenda climática. Del mismo modo, se puede ver cómo el año pasado la población suiza votó en referéndum contra la ley de CO2 que pretendía la creación de un impuesto para luchar contra el cambio climático. La transición energética con la tecnología actual es bastante cara y la mayoría de los ciudadanos de los países ricos no están dispuestos a pagarla, ya que lo consideran un enorme coste de oportunidad.
El pasado año 2021, la República Popular China sufrió una crisis eléctrica que generó múltiples apagones como consecuencia de la orden del Partido Comunista Chino de reducir la producción nacional de carbón. La falta de esta producción y el embargo de las importaciones de carbón de Australia, dejaron a las centrales eléctricas chinas sin materia prima barata con la que generar electricidad, y ante la falta de voluntad del Partido Comunista Chino de aumentar la factura a sus ciudadanos, se produjeron apagones masivos que han producido una ralentización histórica de la economía de China, y como resultado, China ha producido más carbón y emitido más CO2.
Si China no se descarboniza, no tendrá sentido descarbonizar el resto del mundo, ya que este país es el mayor emisor de CO2 y ya duplica las emisiones de Estados Unidos. En 2019, las emisiones anuales de China superaban las de Estados Unidos y la Unión Europea juntas. China emite alrededor de 10.200 millones de toneladas de CO2 al año, mientras que la Unión Europea emite menos de 3.000 millones de toneladas de CO2 al año, y Estados Unidos emite alrededor de 5.000 millones de toneladas de CO2 al año.
Asimismo, las emisiones de China aumentan, mientras que las de la Unión Europea y Estados Unidos disminuyen. Igual que mencionamos a China, podríamos referirnos a India, África o Sudamérica. Si no hay esfuerzos conjuntos de cooperación, la reducción de las emisiones de CO2 servirá de poco.
Es por ello por lo que figura un debate entre si se trata de remediar la creciente aceleración del cambio climático, o si por el contrario entendemos el cambio climático como una realidad inevitable y nos tratamos de adaptar a éste.
Nuestra calidad de vida actual es consecuencia del uso de los combustibles fósiles, y sería necio negar esto. No podemos ignorar las investigaciones realizadas por intelectuales como el Premio Nobel de Economía de 2018, William Nordhaus. Ha sido el primer economista que intentó estimar el impacto que tendría el calentamiento global en la economía.
Este economista expone que si no se hace nada de aquí a 2100 la Tierra se calentará un total de 4 grados centígrados. Y el impacto que esto tendrá en el PIB mundial será de 4 puntos, una cantidad insignificante frente al posible crecimiento.
Por tanto, no vemos un impacto mucho mayor en la economía mundial, ralentizando el crecimiento económico o incluso disminuyendo la economía, porque no tenemos acceso a una fuente de energía barata como antes de los años 80. Y es probable que lo que se haga para mitigar el cambio climático cueste más y tenga un impacto más negativo en la economía mundial que no hacer nada.
El gran reto de la humanidad no es el cambio climático, sino sacar a 5.000 millones de personas de la pobreza. La humanidad ha dependido del CO2 desde la revolución industrial, que fue significativa para cambiar el paradigma sistémico preestablecido y ha ayudado al mundo a experimentar un crecimiento significativo en su nivel de vida debido a la tecnología elaborada.
Si no fuera por esas emisiones de CO2 no tendríamos las condiciones de vida que tenemos hoy en día. Y resulta hipócrita criticar a países en vías desarrollo por seguir los mismos pasos de Occidente para desarrollarse.
De hecho el capitalismo y la brillantez de los individuos han diseñado productos como los USB que han sido más beneficiosos al salvar más árboles que los que cualquier ecologista podría haber salvado.
El verdadero recurso económico es la inteligencia. En la época precolombina en la actual Venezuela había mucho petróleo, pero no valía nada. Igualmente en África había una piedra llamada Coltán que no servía para nada hasta que alcanzó el valor que tiene en la actualidad fruto de ser materia prima de las baterías para Smartphones.
Es la inteligencia la que inventa, ese es el verdadero recurso. La vajilla de Napoleón era de aluminio porque era el material más escaso de la tierra y se convirtió en abundante gracias a una aleación.
El ser humano es el recurso por excelencia y un agente transformador porque es quien convierte los objetos inapreciables en un recurso económico. La tecnología ideada por el ser humano es la que nos da una verdadera calidad de vida. E incluso si optamos por la perspectiva de frenar el cambio climático, encarneciendo el precio de la energía, disminuyendo el desarrollo tecnológico, podemos encontrarnos que también estemos frenando los posibles remedios al cambio climático.
El escenario en el que se busque remediar y confrontar la ferviente aceleración del cambio climático y sus respectivas externalidades negativas, mediante la promoción de una economía y sistema más verde se ha de procurar llevarlo a cabo de la manera más responsable y menos intervencionista en los proyectos vitales de los individuos.
El cambio climático es un acontecimiento que sin duda perjudica a todo el mundo. Y por ello, se deben proponer medidas contra la aceleración del mismo, ya que atenta contra el proyecto vital de los individuos, sin embargo, se debe enfrentar sin atacar las libertades individuales y los proyectos vitales individuales.
Es necesario desincentivar el consumo de combustibles fósiles y minimizar nuestras emisiones de CO2 hasta que dispongamos de tecnologías capaces de sustituir al petróleo, al gas o al carbón en sus muy diversos usos.
Y también es necesario hacerlo de una manera descentralizada y lo más transparente posible, siendo cercano a los individuos, en lugar de una centralización que tiende a favorecer a los lobbies que buscan parasitar a la sociedad con el mero propósito de favorecer sus intereses partisanos.
Por tanto, para descarbonizar la economía minimizando los costes económicos y sociales, se ha de internalizar las externalidades negativas (las emisiones de CO2) estableciendo un impuesto a las emisiones de CO2 cada individuo y cada empresa reaccionarían adaptando su comportamiento al daño que realmente están generando. Del mismo modo, como consecuencia de soportar las emisiones de otras personas se podría dar a esos individuos o una compensación fiscal, o un dividendo.
Pero también las externalidades positivas (inversión en I+D energética) como un incentivo fiscal a aquellas instituciones privadas que promuevan transición ecológica, como podrían ser la exención de la tributación de los beneficios de las acciones o bonos verdes, así como la reducción o eliminación de impuestos de aquellos productos que sustituyen a otros contaminantes.
Si internalizamos nuestras externalidades negativas y positivas sobre el medio ambiente, no será en absoluto necesario hiperregular la economía con el pretexto, o con la justificación de la transición ecológica.
En conclusión, el cambio climático es un tema bastante complejo y es difícil saber cómo actuar ante este, no obstante, no podemos permitir la cosificación del cambio climático como un medio de control y encarecimiento de nuestra calidad de vida.