El pasado 8 de enero, una semana después del nombramiento de Lula da Silva como presidente, varios miles de personas asaltaron las instituciones de los tres poderes del Estado de Brasil, es decir, el Palacio de Plenalto, el Congreso y el Senado, y la Suprema Corte, ubicadas en la Plaza de los Tres Poderes de Brasilia. Lo hicieron tras llevar un par de meses acampados junto al cuartel general del ejército de la capital y otros puntos del país, buscando la colaboración del ejército en un golpe militar que no se acabó produciendo.
Sin embargo, los asaltantes, partidarios del ex presidente Jair Bolsonaro, lograron llegar a la Plaza de los Tres Poderes e irrumpir en sus sedes, lo que cuestiona la actuación de las fuerzas de seguridad encargadas de protegerlas, véase, las fuerzas del Distrito Federal, la Policía Federal de Carreteras, el Gabinete de Seguridad Institucional de la Presidencia, y también el Ejército. Esto hace que se hayan producido ya despidos y encarcelamientos entre las personas encargadas de dirigir estos cuerpos de seguridad.
Lo sucedido hace unos días no es nuevo, sino propio de un modelo político autoritario, donde el jefe del ejecutivo busca concentrar todo el poder erosionando el resto de las instituciones, cosa que Bolsonaro llevaba haciendo desde que llegó a la presidencia en 2018. El líder intenta concentrar todo el poder en su persona, deslegitimando al poder judicial, atacándolo mediante declaraciones y disminuyendo su peso, o haciéndose con el control del ejército y las fuerzas del orden público, en un intento de vuelta al régimen dictatorial existente entre 1964 y 1985.
La peor de las noticias es que este modelo político cuenta con seguidores, que se ven fácilmente identificados con movimientos nacionalistas y personalistas como este. Es en momentos de crisis generalizada cuando líderes como Bolsonaro pueden llegan a presidir un país, para luego tratar de erosionar desde dentro las instituciones para ganar poder y perpetuarse en él. Así, un 18,4% de los brasileños está de acuerdo con el asalto, y un 36,4% está a favor de la intervención militar para que sea el Ejército el que controle el país, según una encuesta del Instituto Atlas. Estos datos escenifican la desafección política de los brasileños, y la desigualdad económica y social existente.
Al fin y al cabo, la situación política de un país es el fiel reflejo de su sociedad, luego la radicalización política de unos y otros partidos y actores políticos es reflejo de la desigualdad y la crispación existente entre los brasileños. Esta dinámica de confrontación no ayuda en nada pues hace que los ciudadanos pierdan confianza en la clase política y en sus instituciones democráticas, y busquen poner solución a sus problemas apoyándose en un modelo político autoritario. Total, muchos tienen poco o nada que perder, o eso desgraciadamente creen ellos. Como vemos, la dinámica es la misma en la estrategia populista: se busca confrontar a la población generando nuevos problemas que nos aíslan temporalmente de la realidad para posteriormente ofrecer fáciles soluciones a la mala situación política, económica y social generada.
Y este comportamiento humano no es nuevo ni exclusivo de Brasil. Lo vimos hace algo más de dos años en Estados Unidos, con el asalto al Capitolio, y lo vimos también en el movimiento 15-M de 2011 en nuestro país, cuando los manifestantes contra el bipartidismo y, en concreto, contra el gobierno de Rajoy intentaron asaltar el Congreso de los Diputados.
Más allá de su ideología política, estas actuaciones demuestran un descontento y desprecio hacia nuestro sistema representativo y de gobierno. El asalto en Brasil al ejecutivo, legislativo y judicial marca un punto de inflexión en las décadas de paz y entendimiento que se han podido vivir desde la segunda guerra mundial en Europa o el fin de las dictaduras militares en Latinoamérica.
Nuestro sistema representativo pierde toda legitimidad cuando la sociedad ya no cree en él. El negarse a aceptar los resultados (ej. en EEUU tras la victoria de Biden y en Brasil bajo el supuesto fraude electoral de Lula) es claro ejemplo de que nuestro sistema político está fallando. Es triste pensar que es determinada ideología la que fomenta dichos comportamientos, encubriéndolos con un matiz nacionalista que parece legitimarlos.
A raíz de lo acontecido, es curioso observar cómo en nuestro país se ha utilizado para sacarle rédito político. Tanto la izquierda como la derecha han intentado buscar responsabilidades en el adversario. Por una parte, la izquierda apela al “fascismo”, mientras que, por otra, la derecha lo compara con el asalto al poder judicial que está realizando la izquierda en nuestro país. Por su parte, la ultra derecha condena el asalto, pero no sin la necesaria comparación del evento con lo ocurrido en Cataluña y los indultos del procés. Un evento deplorable como lo ocurrido en Brasil se convierte en un excelente reclame político, en el que cada partido busca la manera de atacar a su adversario político. Como vemos, la confusión sobre ideologías, responsabilidades, y hechos es total por culpa de la desinformación que ocasionan.
Para Europa, por suerte, es la Unión Europea la que actúa como garante de nuestras democracias liberales frente a lo que querrían hacer los partidos más extremistas de los países integrantes. Por lo demás, observamos con tristeza el rumbo que está llevando la política en todo el mundo, convirtiéndose en un elemento de confrontación y desprestigio en vez de una herramienta de entendimiento a través del diálogo y el respeto.
Vivimos un momento de crisis generalizada envuelta en una nueva forma de hacer política. Este novedoso hacer político, directo y personalista, que encuentra su máxima representación en las redes sociales. Desde luego, estas últimas poco parecen estar ayudando al ver cómo son partícipes del proceso de movilización de masas (utilización de WatshApp y Telegram como medio de difusión de información previa al asalto a las sedes de la democracia brasileña). Lo que vivimos podría ser una consecuencia imprevista de la globalización y de la revolución digital descontrolada, que por ahora lo único que parecen estar trayendo es conflictividad social que fomenta el ascenso de regímenes político de corte autoritario.
No podemos permanecer como actores pasivos cuando la violencia entra en juego y nuestro sistema institucional es libremente asaltado. Es necesario un cambio en la forma de hacer y enfocar la política: un cambio en el que exista respeto y tolerancia. Necesitamos más entendimiento, diálogo, coherencia y colaboración, porque de otro modo, la democracia, tal y como la conocemos, será cada vez más y más cuestionada, y modelos políticos no democráticos, ganarán más y más adeptos, y con razón.
Carlo Stella Serrano, y Mario Sanz Galacho
Los brasileños cargan contra la democracia debido a su mala situación económica y la crispación social existente en el país
Sin embargo, los asaltantes, partidarios del ex presidente Jair Bolsonaro, lograron llegar a la Plaza de los Tres Poderes e irrumpir en sus sedes, lo que cuestiona la actuación de las fuerzas de seguridad encargadas de protegerlas, véase, las fuerzas del Distrito Federal, la Policía Federal de Carreteras, el Gabinete de Seguridad Institucional de la Presidencia, y también el Ejército. Esto hace que se hayan producido ya despidos y encarcelamientos entre las personas encargadas de dirigir estos cuerpos de seguridad.
Lo sucedido hace unos días no es nuevo, sino propio de un modelo político autoritario, donde el jefe del ejecutivo busca concentrar todo el poder erosionando el resto de las
instituciones, cosa que Bolsonaro llevaba haciendo desde que llegó a la presidencia en 2018. El líder intenta concentrar todo el poder en su persona, deslegitimando al poder judicial, atacándolo mediante declaraciones y disminuyendo su peso, o haciéndose con el control del ejército y las fuerzas del orden público, en un intento de vuelta al régimen dictatorial existente entre 1964 y 1985.
La peor de las noticias es que este modelo político cuenta con seguidores, que se ven fácilmente identificados con movimientos nacionalistas y personalistas como este. Es en momentos de crisis generalizada cuando líderes como Bolsonaro pueden llegan a presidir un país, para luego tratar de erosionar desde dentro las instituciones para ganar poder y perpetuarse en él. Así, un 18,4% de los brasileños está de acuerdo con el asalto, y un 36,4% está a favor de la intervención militar para que sea el Ejército el que controle el país, según una encuesta del Instituto Atlas. Estos datos escenifican la desafección política de los brasileños, y la desigualdad económica y social existente.
Al fin y al cabo, la situación política de un país es el fiel reflejo de su sociedad, luego la radicalización política de unos y otros partidos y actores políticos es reflejo de la desigualdad y la crispación existente entre los brasileños. Esta dinámica de confrontación no ayuda en nada pues hace que los ciudadanos pierdan confianza en la clase política y en sus instituciones democráticas, y busquen poner solución a sus problemas apoyándose en un modelo político autoritario. Total, muchos tienen poco o nada que perder, o eso desgraciadamente creen ellos. Como vemos, la dinámica es la misma en la estrategia populista: se busca confrontar a la población generando nuevos problemas que nos aíslan temporalmente de la realidad para posteriormente ofrecer fáciles soluciones a la mala situación política, económica y social generada.
Y este comportamiento humano no es nuevo ni exclusivo de Brasil. Lo vimos hace algo más de dos años en Estados Unidos, con el asalto al Capitolio, y lo vimos también en el movimiento 15-M de 2011 en nuestro país, cuando los manifestantes contra el bipartidismo y, en concreto, contra el gobierno de Rajoy intentaron asaltar el Congreso de los Diputados.
Más allá de su ideología política, estas actuaciones demuestran un descontento y desprecio hacia nuestro sistema representativo y de gobierno. El asalto en Brasil al ejecutivo, legislativo y judicial marca un punto de inflexión en las décadas de paz y entendimiento que se han podido vivir desde la segunda guerra mundial en Europa o el fin de las dictaduras militares en Latinoamérica.
Nuestro sistema representativo pierde toda legitimidad cuando la sociedad ya no cree en él. El negarse a aceptar los resultados (ej. en EEUU tras la victoria de Biden y en Brasil bajo el supuesto fraude electoral de Lula) es claro ejemplo de que nuestro sistema político está fallando. Es triste pensar que es determinada ideología la que fomenta dichos comportamientos, encubriéndolos con un matiz nacionalista que parece legitimarlos.
A raíz de lo acontecido, es curioso observar cómo en nuestro país se ha utilizado para sacarle rédito político. Tanto la izquierda como la derecha han intentado buscar responsabilidades en el adversario. Por una parte, la izquierda apela al “fascismo”, mientras que, por otra, la derecha lo compara con el asalto al poder judicial que está realizando la izquierda en nuestro país. Por su parte, la ultra derecha condena el asalto, pero no sin la necesaria comparación del evento con lo ocurrido en Cataluña y los indultos del procés. Un evento deplorable como lo ocurrido en Brasil se convierte en un excelente reclame político, en el que cada partido busca la manera de atacar a su adversario político. Como vemos, la confusión sobre ideologías, responsabilidades, y hechos es total por culpa de la desinformación que ocasionan.
Para Europa, por suerte, es la Unión Europea la que actúa como garante de nuestras democracias liberales frente a lo que querrían hacer los partidos más extremistas de los países integrantes. Por lo demás, observamos con tristeza el rumbo que está llevando la política en todo el mundo, convirtiéndose en un elemento de confrontación y desprestigio en vez de una herramienta de entendimiento a través del diálogo y el respeto.
Vivimos un momento de crisis generalizada envuelta en una nueva forma de hacer política. Este novedoso hacer político, directo y personalista, que encuentra su máxima representación en las redes sociales. Desde luego, estas últimas poco parecen estar ayudando al ver cómo son partícipes del proceso de movilización de masas (utilización de WatshApp y Telegram como medio de difusión de información previa al asalto a las sedes de la democracia brasileña). Lo que vivimos podría ser una consecuencia imprevista de la globalización y de la revolución digital descontrolada, que por ahora lo único que parecen estar trayendo es conflictividad social que fomenta el ascenso de regímenes político de corte autoritario.
No podemos permanecer como actores pasivos cuando la violencia entra en juego y nuestro sistema institucional es libremente asaltado. Es necesario un cambio en la forma de hacer y enfocar la política: un cambio en el que exista respeto y tolerancia. Necesitamos más entendimiento, diálogo, coherencia y colaboración, porque de otro modo, la democracia, tal y como la conocemos, será cada vez más y más cuestionada, y modelos políticos no democráticos, ganarán más y más adeptos, y con razón.
Carlo Stella Serrano, y Mario Sanz Galacho