Antes de que la izquierda sistémica acabe derrumbándose habrá algunos que, como en cualquier proceso político en los que la putrefacción sigue al ya lejano florecimiento, se anticipen a su final. No quiere decir esto que se de en los propios términos que se vaticinan; la raíz es fuerte de aquellos que llevan 140 años participando de nuestra historia, a veces observándola, tantas otras escribiéndola. Arrancar marchita rosa a puño cerrado, aún cuando la raíz ideológica tronca pútrida no supone —a la contra de toda intuición— una mayor facilidad, sino un peor destrozo. Luego están otros que, ya completada su metamorfosis, salidos del capullo revolucionario que antaño albergó juveniles esperanzas, no han sabido mantener del todo a un electorado que les dio alas y a punto estuvo de colocarlos a la cabeza de la izquierda española.
Nos enseña esto que la llave al poder político afecta en su portador de forma caprichosa. Algunos se negaron a usarla en 2019 y el poder los empujó fatalmente a la ribera de un mar repleto de picoteantes gaviotas. Otros consiguieron que funcionara —tras años de insistencia sobre una cerradura que no encajaba— y cumplida su misión de conformar un gobierno del todo dispar en nuestra historia, han acabado poco a poco consumidos, con una ceguera que les incapacita para remediar las consecuencias de su ley estrella.
A todo y ante todo esto, arriban los Jacobinos a la escena política española para subir la apuesta y conformar un renovado baluarte de “izquierda ilustrada y centralista”.
Cálida y agradable la mañana de diciembre en la que se abrieron las puertas del Edificio “Abogados de Atocha” —homenaje, el nombre, a los terribles sucesos de enero del 77— al evento organizado por el think-tank de la izquierda racionalista; proyecto comunicativo que hace uso del apelativo histórico de los revolucionarios franceses y relacionado en la actualidad por todos con la organización estatal centralizada, defendida también por antiguos y ahora digitales jacobinos.
El grupo de personas llamadas a acudir a la presentación del think-tank como fuerza no ya divulgativa, sino ahora política, se iban agolpando a las puertas del edificio en su espera a los protagonistas del encuentro. Yo llegaba antes de hora, cosa poco habitual en mí, acompañado de “Las Ninfas” de Umbral, de tapa dura y agranatado “vintage” —utilizo el eufemismo por no decir agranatado andrajoso— que pronto me di cuenta, al entrar a la sala, no pegaba ni con las sillas de un rojo sólido algo más actuales, ni con el color vivo que desprendía el cereza logo del Jacobino. No hubo de hallar en mí intención alguna de aumentar la escala de tonos rojizos y me reservé el impacto.
Hablaré del proyecto y sobre todo del acto en sí, en una distribución alterna y arbitraria, casi más bien con más desorden que orden, al que los 5 ideólogos e ideólogas intervinieron durante el encuentro.
Una impresión y unos cuantos comentarios.
La impresión es simple; la de que esta izquierda late al ritmo de un sentir distinto, el único sentir que debiera estar permitido en política, que es a la sazón, el de la necesidad de una mayor racionalidad y coherencia general. Con ese ánimo dieron comienzo al evento dos personas muy involucradas en el proyecto. El actor y director bilbaíno, Jon Viar, por un lado, y el encargado de comunicación del grupo, Arturo Fernández, por otro.
Primero Jon, con su semblante tucanesco, —y lo digo porque yo también tengo algo de eso – presentó la ponencia con una inspiración claramente ilustrada y luego Arturo —con su acento distintivamente del sur— realizó un diagnóstico genérico y no menos brillante sobre las contradicciones de una izquierda que llegó a romper con todo y se ha quedado enganchada en las rencillas del sistema.
A partir de aquí, siguió una ponencia que casi llegó al cupo de todos los temas.
Paula Fraga interpeló al movimiento feminista liderado por el gobierno, uno que según ella incomprensiblemente “ampara con sus leyes la excarcelación y la rebaja de penas a agresores sexuales”.
Joven y enérgico, Marc Luque contrapuso en su discurso los dos problemas fatales de la España actual que El Jacobino pretende combatir: el “nacionalismo esencialista” y el “fundamentalismo de mercado”. Se hizo con las palabras notablemente racistas de Sabino Arana, Quim Torra y otros sujetos de ignominiosa procedencia para extraer un móvil común de este nacionalismo disgregador: la xenofobia “futurizada”, si se me permite la aportación, aquella que desea tener por extranjeros a vecinos.
El que debiera ser catedrático, pero el nacionalismo catalán con total discrecionalidad no se lo permite, Félix Ovejero, maniobró una dialéctica discursiva de profesor universitario sobre las razones de ser del Jacobino. Hizo un repaso de los principios fundantes que inspiraron a los jacobinos de entonces: libertad, igualdad, fraternidad y —no olvidándose del cuarto— la unidad indivisible de la patria. De este último comentó que nada tiene que ver con la “determinación de la España metafísica, ni de las supersticiones de los orígenes”, sino de una consideración más elemental, la que defiende el territorio político común: “todo es de todos sin que nadie sea dueño de parte alguna”.
Násara Iahdih centró su discurso en la causa saharaui y la política exterior del gobierno de España. “Algo se está haciendo mal para que esa segunda generación de españoles procedentes de contextos islámicos no se sienta parte del proyecto de España” – sentenciaba la ideóloga. Su apuesta discursiva conjugó bien el combate a un identitarismo que afecta a ambos países de los que Násara forma parte con la defensa de una izquierda realmente transformadora, que ponga las condiciones materiales de los trabajadores en el epicentro de su programa.
Seguramente la más vehemente de todas fue la intervención de Guillermo del Valle. Me atrevo a decir que, si la suerte no les abandona, el abogado y analista político tiene todas las de convertirse en un líder político influyente en los próximos años. La elocuencia voraz, fruto de un discurso que limita lo agitador, y la vibrante capacidad de hilvanar una argumentario sólido y completo le serán seguro de gran ayuda en su empresa. No haría justicia a sus palabras si en estas líneas me limitara a entresacar parte de lo expuesto en su discurso. Merece más la pena ser escuchado, como las demás intervenciones. Y por qué no, si hallándose todos estos discursos en Youtube, no deba promover que cada cual las escuche en su justo contenido.
Teniendo todo esto en cuenta, deberé concluir —según me han comentado los que se resisten a aguantar la pereza de mis líneas que suelo hacer perecederas mis conclusiones— que el Jacobino puede tener un futuro prometedor. ¿Se harán alguna vez con la llave al poder político? O más importante aún, llegado el caso… ¿sabrán emplearla correctamente? A estas preguntas el escribiente no tiene respuesta. Los hechos hablarán por mí y dirán si estos merecen despegar y mantener vuelo fijo o seguir por los derroteros de tantas y tantas fallidas formaciones de izquierdas. No debemos subestimar la estadística, que ahí ésta y acertadas suelen ser sus predicciones. Pero, mientras tanto, a galopar.
A todo y ante todo esto, arriban los Jacobinos a la escena política española para subir la apuesta y conformar un renovado baluarte de “izquierda ilustrada y centralista”.
Antes de que la izquierda sistémica acabe derrumbándose habrá algunos que, como en cualquier proceso político en los que la putrefacción sigue al ya lejano florecimiento, se anticipen a su final. No quiere decir esto que se de en los propios términos que se vaticinan; la raíz es fuerte de aquellos que llevan 140 años participando de nuestra historia, a veces observándola, tantas otras escribiéndola. Arrancar marchita rosa a puño cerrado, aún cuando la raíz ideológica tronca pútrida no supone —a la contra de toda intuición— una mayor facilidad, sino un peor destrozo. Luego están otros que, ya completada su metamorfosis, salidos del capullo revolucionario que antaño albergó juveniles esperanzas, no han sabido mantener del todo a un electorado que les dio alas y a punto estuvo de colocarlos a la cabeza de la izquierda española.
Nos enseña esto que la llave al poder político afecta en su portador de forma caprichosa. Algunos se negaron a usarla en 2019 y el poder los empujó fatalmente a la ribera de un mar repleto de picoteantes gaviotas. Otros consiguieron que funcionara —tras años de insistencia sobre una cerradura que no encajaba— y cumplida su misión de conformar un gobierno del todo dispar en nuestra historia, han acabado poco a poco consumidos, con una ceguera que les incapacita para remediar las consecuencias de su ley estrella.
A todo y ante todo esto, arriban los Jacobinos a la escena política española para subir la apuesta y conformar un renovado baluarte de “izquierda ilustrada y centralista”.
Cálida y agradable la mañana de diciembre en la que se abrieron las puertas del Edificio “Abogados de Atocha” —homenaje, el nombre, a los terribles sucesos de enero del 77— al evento organizado por el think-tank de la izquierda racionalista; proyecto comunicativo que hace uso del apelativo histórico de los revolucionarios franceses y relacionado en la actualidad por todos con la organización estatal centralizada, defendida también por antiguos y ahora digitales jacobinos.
El grupo de personas llamadas a acudir a la presentación del think-tank como fuerza no ya divulgativa, sino ahora política, se iban agolpando a las puertas del edificio en su espera a los protagonistas del encuentro. Yo llegaba antes de hora, cosa poco habitual en mí, acompañado de “Las Ninfas” de Umbral, de tapa dura y agranatado “vintage” —utilizo el eufemismo por no decir agranatado andrajoso— que pronto me di cuenta, al entrar a la sala, no pegaba ni con las sillas de un rojo sólido algo más actuales, ni con el color vivo que desprendía el cereza logo del Jacobino. No hubo de hallar en mí intención alguna de aumentar la escala de tonos rojizos y me reservé el impacto.
Hablaré del proyecto y sobre todo del acto en sí, en una distribución alterna y arbitraria, casi más bien con más desorden que orden, al que los 5 ideólogos e ideólogas intervinieron durante el encuentro.
Una impresión y unos cuantos comentarios.
La impresión es simple; la de que esta izquierda late al ritmo de un sentir distinto, el único sentir que debiera estar permitido en política, que es a la sazón, el de la necesidad de una mayor racionalidad y coherencia general. Con ese ánimo dieron comienzo al evento dos personas muy involucradas en el proyecto. El actor y director bilbaíno, Jon Viar, por un lado, y el encargado de comunicación del grupo, Arturo Fernández, por otro.
Primero Jon, con su semblante tucanesco, —y lo digo porque yo también tengo algo de eso – presentó la ponencia con una inspiración claramente ilustrada y luego Arturo —con su acento distintivamente del sur— realizó un diagnóstico genérico y no menos brillante sobre las contradicciones de una izquierda que llegó a romper con todo y se ha quedado enganchada en las rencillas del sistema.
A partir de aquí, siguió una ponencia que casi llegó al cupo de todos los temas.
Paula Fraga interpeló al movimiento feminista liderado por el gobierno, uno que según ella incomprensiblemente “ampara con sus leyes la excarcelación y la rebaja de penas a agresores sexuales”.
Joven y enérgico, Marc Luque contrapuso en su discurso los dos problemas fatales de la España actual que El Jacobino pretende combatir: el “nacionalismo esencialista” y el “fundamentalismo de mercado”. Se hizo con las palabras notablemente racistas de Sabino Arana, Quim Torra y otros sujetos de ignominiosa procedencia para extraer un móvil común de este nacionalismo disgregador: la xenofobia “futurizada”, si se me permite la aportación, aquella que desea tener por extranjeros a vecinos.
El que debiera ser catedrático, pero el nacionalismo catalán con total discrecionalidad no se lo permite, Félix Ovejero, maniobró una dialéctica discursiva de profesor universitario sobre las razones de ser del Jacobino. Hizo un repaso de los principios fundantes que inspiraron a los jacobinos de entonces: libertad, igualdad, fraternidad y —no olvidándose del cuarto— la unidad indivisible de la patria. De este último comentó que nada tiene que ver con la “determinación de la España metafísica, ni de las supersticiones de los orígenes”, sino de una consideración más elemental, la que defiende el territorio político común: “todo es de todos sin que nadie sea dueño de parte alguna”.
Násara Iahdih centró su discurso en la causa saharaui y la política exterior del gobierno de España. “Algo se está haciendo mal para que esa segunda generación de españoles procedentes de contextos islámicos no se sienta parte del proyecto de España” – sentenciaba la ideóloga. Su apuesta discursiva conjugó bien el combate a un identitarismo que afecta a ambos países de los que Násara forma parte con la defensa de una izquierda realmente transformadora, que ponga las condiciones materiales de los trabajadores en el epicentro de su programa.
Seguramente la más vehemente de todas fue la intervención de Guillermo del Valle. Me atrevo a decir que, si la suerte no les abandona, el abogado y analista político tiene todas las de convertirse en un líder político influyente en los próximos años. La elocuencia voraz, fruto de un discurso que limita lo agitador, y la vibrante capacidad de hilvanar una argumentario sólido y completo le serán seguro de gran ayuda en su empresa. No haría justicia a sus palabras si en estas líneas me limitara a entresacar parte de lo expuesto en su discurso. Merece más la pena ser escuchado, como las demás intervenciones. Y por qué no, si hallándose todos estos discursos en Youtube, no deba promover que cada cual las escuche en su justo contenido.
Teniendo todo esto en cuenta, deberé concluir —según me han comentado los que se resisten a aguantar la pereza de mis líneas que suelo hacer perecederas mis conclusiones— que el Jacobino puede tener un futuro prometedor. ¿Se harán alguna vez con la llave al poder político? O más importante aún, llegado el caso… ¿sabrán emplearla correctamente? A estas preguntas el escribiente no tiene respuesta. Los hechos hablarán por mí y dirán si estos merecen despegar y mantener vuelo fijo o seguir por los derroteros de tantas y tantas fallidas formaciones de izquierdas. No debemos subestimar la estadística, que ahí ésta y acertadas suelen ser sus predicciones. Pero, mientras tanto, a galopar.