Parte I: Lo que debería ser: querida biblioteca. El porqué es buena una biblioteca.
Hace poco un amigo me pasó un artículo del ABC sobre cómo las bibliotecas creaban un mundo más justo. No podía estar más de acuerdo con todo lo que decía, por ello en esta primera parte haré un pequeño eligió a las bibliotecas. Sin embargo, también me llevó a pensar sobre cómo algo tan (aparentemente) básico podía en realidad generar tanto desacuerdo. Por ello en una segunda parte hablaré sobre cómo una biblioteca puede convertirse en el epicentro de un conflicto político.
Lo primero que interesa saber es porqué querría el Estado proveer semejante servicio -que a primera vista parece sólo un gasto- a sus ciudadanos. Dentro de la teoría de bienes públicos, una biblioteca pública o la enseñanza universitaria pública son bienes públicos “impuros” o algo cómo bienes “privados” provistos públicamente. Es así pues son servicios en los que existe rivalidad (plazas limitadas) y exclusión en su acceso (necesario carné o prueba para entrar). Sin embargo, el Estado los provee porque generan externalidades positivas para la sociedad. Es decir, sin su provisión pública el nivel de consumo por los ciudadanos sería inferior al socialmente óptimo. Por ejemplo, si desaparecieran las universidades públicas muchos ciudadanos no podrían acceder a la educación superior y no estudiarían.
Por lo tanto, se tratan de servicios fuertemente subvencionados y en el caso de la biblioteca, gratuito, porque se entiende que generan bienestar y riqueza en una sociedad. Si el sector público no existiera, no existirían incentivos en el mercado para proveer determinados servicios en la cantidad adecuada ni a un precio asequible. Por ello se encomienda al sector publico la provisión de dichos bienes.
En cuanto a las bibliotecas, un informe del sistema bibliotecario de Navarra hace referencia al alto retorno (ROI) de las mismas: por cada euro invertido en bibliotecas, el retorno es más que el triple. Es decir, el beneficio social e incremento en el bienestar es mucho mayor al coste que suponen. A esta misma conclusión llega otro informe de la Diputación de Barcelona que además analiza el valor social (desde la perspectiva individual y colectiva) generado por las bibliotecas en cuatro ejes: el cultural, el social, el económico y el informativo/educativo.
El eje cultural destaca por lo más básico: el acceso al conocimiento y su difusión; el eje social por los beneficios que generan si se piensa en inclusión, diversidad cultural o cohesión (ej. a través de exposiciones, reuniones, muestras…etc.); el eje económico está también importante pues dinamizan la economía local, generan empleo y permiten la formación de futuros profesionales; y por último, en el eje informativo/educativo destaca el potencial de los cursos de formación para tener sociedades más y mejor informadas (ej. en inclusión digital, alfabetización…etc.).
De esa forma, un carné de biblioteca se convierte en la llave hacia un mundo de oportunidades, descubrimiento y conocimiento. Un único carné intermodal permite el acceso a todas las bibliotecas de la comunidad autónoma y con ello a todos sus recursos. Son lugares seguros donde aprender, estudiar o socializar. Desde el préstamo de libros, revistas o cómics, al acceso a internet, los lugares habilitados para el estudio y la lectura o los cursos y actividades, las bibliotecas son auténticos “templos del saber”.
Además de todo esto, lo que más me llama la atención es que son lugares que generan oportunidades. Cierto es que la sociedad ha avanzado gracias al esfuerzo y meritocracia de ciertas personas, pero cierto es también que existen distintos puntos de partida, facilidades y oportunidades en cada circunstancia. Por ese motivo las bibliotecas actúan como espacios igualadores de oportunidades: permiten a cada individuo -independientemente de su situación socio-económica- encontrar un lugar donde poder formarse.
Nadie discute el hecho de que la educación es el mayor generador de oportunidades en una sociedad, sin embargo, debe ir ligada a la existencia complementos necesarios para su desarrollo óptimo en la vida de una persona. Estos complementos son precisamente las salas de estudio, las bibliotecas, las actividades deportivas, las culturales, o el transporte público de calidad. Es decir, por mucho que uno se esfuerce, si no se dan las condiciones adecuadas en el paradigma socio-familiar de uno mismo, no podrá desenvolverse todo el potencial de una persona. Por ejemplo, pienso en aquellos que no pueden estudiar en casa por falta de espacio, ruido o cualesquiera de los motivos que haya. En este caso, la biblioteca (municipal, regional o universitaria) cumple esa función igualadora de oportunidades.
Para mí este es uno de los motivos más poderosos a favor de su defensa. Si a esto le añadimos las muchas otras funciones que cumplen las bibliotecas (ej. promoción de eventos y seminarios, cultura, participación, pertenencia) y los beneficios de la lectura (ej. desarrollo de múltiples capacidades varias), el balance no puede ser más que positivo.
Es necesario mencionar también la función que cumplen las bibliotecas móviles. En la España rural, cohesionan y vertebran la cultura por el territorio, además de cumplir con una misión de atención social, pues se generan vínculos entre usuarios recurrentes al ser una de las pocas actividades existentes.
Por último, en el artículo se resalta una última función que es que las bibliotecas actúan como refugios en su sentido literal para personas en situaciones de vulnerabilidad, como inmigrantes o sin hogar. Pero advierte claramente de que pensar en las bibliotecas únicamente como lugares para colectivos vulnerables es una visión “reduccionista”, pues son espacios de convivencia, abiertos para todos.
Por tanto, creo que estarían de acuerdo la cuasi totalidad de ciudadanos en afirmar que las bibliotecas públicas son espacios de un valor inmensurable para la sociedad.
Parte II: Lo que realmente ocurre: maldita biblioteca. El porqué es mala una biblioteca.
Cuando lo político trasciende la realidad
Siguiendo con la línea de la primera parte, en ciertos casos, las bibliotecas se convierten en proyectos complejos y enrevesados, hasta el punto de convertirse en artilugios políticos con tintes ideológicos. Esto es lo que ha pasado con el proyecto de Biblioteca de Mar de Cristal en Hortaleza. Me siento en la necesidad de completar la reflexión anterior con un ejemplo real de cómo un planteamiento básico y esencial se desvirtúa al entrar en el “espacio político”. Es decir, lo que a simple vista parece una necesidad tan evidente y poco controvertida entre la ciudadanía, se convierte en una polémica cruzada política durante años.
El distrito de Hortaleza cuenta con 3 bibliotecas (Huerta de la Salud, Sanchinarro y CEPA) y 4 salas de estudio (Carril del Conde, Fco. González Tejera, Motilla de Palancar y Manoteras), con un total de 303 y 382 puestos de lectura o estudio respectivamente. Sin embargo, el crecimiento poblacional y la dotación en infraestructuras no han crecido conjuntamente, por lo que nos encontramos en una situación de oferta insuficiente para una población de casi 200.000 habitantes. Prueba de esta necesidad es el reciente éxito que ha tenido la apertura de la sala de estudios de Manoteras.
Por ese motivo, hace tiempo que los vecinos de distrito reclaman una biblioteca en una parcela municipal vacía en la zona de Mar de Cristal. En 2018 se planificó la construcción de la biblioteca en una parcela muy cercana, pero con el cambio de gobierno, aquella acabó convirtiéndose en una base para el SAMUR (otro proyecto también necesario). Por lo tanto, se volvía a reclamar la existencia de una biblioteca en la parcela original de Mar de Cristal de 11.500 m2.
Sin embargo, el nuevo gobierno planificó un Parking Disuasorio dentro de la Estrategia de Sostenibilidad Madrid 360, que provocó descontento entre los habitantes. Por una parte, la oposición reclamaba la biblioteca, boicoteando dicho parking disuasorio sosteniendo que se ubicaba dentro de la M-40 y en una zona residencial. Por otra, el equipo actual defendía los parkings disuasorios porque promovían el uso del transporte público.
Esto generó varias manifestaciones ciudadanas, por lo que unido al bajo éxito de otros disuasorios como el de Fuente de la Mora (este artículo hace un repaso crítico interesante), el proyecto se paralizó. Parecía haberse solucionado todo cuando apareció aprobada una partida de 4.5 millones de euros (de los Presupuestos Participativos) destinados a la construcción de la biblioteca.
Sin embargo, la polémica no acabó ahí pues resultó que el emplazamiento de la biblioteca se reubicaba a otra parcela, pues la de Mar de Cristal carecía de la “calificación urbanística adecuada”, provocando otra ola de indignación entre los habitantes. Y hasta ahora, la decisión vuelve a encontrarse paralizada. Es más, la falta de viabilidad se justificaba porque desde el planteamiento urbanístico aquella zona correspondía a la de un intercambiador (futura ampliación de la L-11 de Metro) y a la de una zona deportiva, pero la realidad es que aquel espacio es bastante más grande y puede incorporar múltiples proyectos.
Por tanto, vemos cómo un proyecto aparentemente tan beneficioso para la sociedad acaba enroscado en enfrentamientos ideológicos absurdos. Los últimos perdedores: los ciudadanos que se encuentran en la encrucijada de encasillarse en un discurso totalmente politizado. Como si de repente ir a la biblioteca o aparcar el coche fuera cuestión de “ideología”.
Creo que todos los proyectos (sea un parking disuasorio cómo una biblioteca) tienen un buen fin y son igual de válidos. En mi caso soy el primero que defiende la movilidad sostenible y el transporte público. No se trata de posicionar un proyecto como mejor o peor, sino de entender su contexto en el conjunto del barrio: cada proyecto se tiene que desarrollar en harmonía con su entorno a la vez que atender las necesidades ciudadanas del barrio.
El problema es que, en nuestra dinámica política actual, buenas propuestas y proyectos se convierten en tergiversadas batallas ideológicas. Esto genera enfrentamientos por motivos superfluos, en los que cada uno -convencido de defender la mejor y única postura- se olvida de hacer una radiografía crítica de las necesidades reales de los ciudadanos y el barrio. Por tanto, se deslegitiman buenos proyectos y se entorpece aún más su ya compleja tramitación. Lo triste es que ello ocurre con la consiguiente pérdida de energía, esfuerzo y tiempo de nuestros representantes políticos que discuten y se enfrentan por el mismo tema una y otra vez, añadiendo además la pérdida económica del dinero de todos los contribuyentes.
Por todo ello, me resulta complejo entender cómo una discusión de sentido común se inunda de tintes ideológicos y partidistas. De momento la mayor virtud que tenemos los ciudadanos es pensar libremente, sin que nadie dirija nuestra forma de pensar, con una mirada objetiva y crítica. Lo único que queda es defender el bien común desde el convencimiento y propia conciencia de entender el lugar que uno habita. Todo ello con una mirada amplia que pueda incorporar las necesidades de todos los habitantes del barrio: mirando por la mayoría y bien común.
En conclusión, creo que es necesario dejar las siglas a un lado y escuchar desde la cercanía a los vecinos que son los que realmente conocen las necesidades de su territorio. ¿Desde cuándo no puede un ayuntamiento cambiar una calificación urbanística cuando se exige un equipamiento básico para sus ciudadanos? ¿Al servicio de quién están nuestros representantes? Lanzo una pregunta: ¿funciona eficientemente sistema representativo democrático en una ciudad tan grande como Madrid? Creo que en política municipal los ciudadanos ven acciones y soluciones, no colores.
Apéndice: Termino con mi propuesta. Un espacio de más de 11.000 m2 da para mucho. Por qué no hacer un centro cultural que incorpore una biblioteca, una sala de estudio, un espacio de co-working (a modo de vivero empresarial), un espacio reservado a asociaciones, un área verde, una zona deportiva/de ejercicios, varios puestos o locales que puedan alquilarse y también… un parking subterráneo. Así todos quedarían contentos, menos los ciudadanos que sufren la ineficiencia del sistema político-burocrático de desgaste y confrontación.
Parte I: Lo que debería ser: querida biblioteca. El porqué es buena una biblioteca.
Hace poco un amigo me pasó un artículo del ABC sobre cómo las bibliotecas creaban un mundo más justo. No podía estar más de acuerdo con todo lo que decía, por ello en esta primera parte haré un pequeño eligió a las bibliotecas. Sin embargo, también me llevó a pensar sobre cómo algo tan (aparentemente) básico podía en realidad generar tanto desacuerdo. Por ello en una segunda parte hablaré sobre cómo una biblioteca puede convertirse en el epicentro de un conflicto político.
Lo primero que interesa saber es porqué querría el Estado proveer semejante servicio -que a primera vista parece sólo un gasto- a sus ciudadanos. Dentro de la teoría de bienes públicos, una biblioteca pública o la enseñanza universitaria pública son bienes públicos “impuros” o algo cómo bienes “privados” provistos públicamente. Es así pues son servicios en los que existe rivalidad (plazas limitadas) y exclusión en su acceso (necesario carné o prueba para entrar). Sin embargo, el Estado los provee porque generan externalidades positivas para la sociedad. Es decir, sin su provisión pública el nivel de consumo por los ciudadanos sería inferior al socialmente óptimo. Por ejemplo, si desaparecieran las universidades públicas muchos ciudadanos no podrían acceder a la educación superior y no estudiarían.
Por lo tanto, se tratan de servicios fuertemente subvencionados y en el caso de la biblioteca, gratuito, porque se entiende que generan bienestar y riqueza en una sociedad. Si el sector público no existiera, no existirían incentivos en el mercado para proveer determinados servicios en la cantidad adecuada ni a un precio asequible. Por ello se encomienda al sector publico la provisión de dichos bienes.
En cuanto a las bibliotecas, un informe del sistema bibliotecario de Navarra hace referencia al alto retorno (ROI) de las mismas: por cada euro invertido en bibliotecas, el retorno es más que el triple. Es decir, el beneficio social e incremento en el bienestar es mucho mayor al coste que suponen. A esta misma conclusión llega otro informe de la Diputación de Barcelona que además analiza el valor social (desde la perspectiva individual y colectiva) generado por las bibliotecas en cuatro ejes: el cultural, el social, el económico y el informativo/educativo.
El eje cultural destaca por lo más básico: el acceso al conocimiento y su difusión; el eje social por los beneficios que generan si se piensa en inclusión, diversidad cultural o cohesión (ej. a través de exposiciones, reuniones, muestras…etc.); el eje económico está también importante pues dinamizan la economía local, generan empleo y permiten la formación de futuros profesionales; y por último, en el eje informativo/educativo destaca el potencial de los cursos de formación para tener sociedades más y mejor informadas (ej. en inclusión digital, alfabetización…etc.).
De esa forma, un carné de biblioteca se convierte en la llave hacia un mundo de oportunidades, descubrimiento y conocimiento. Un único carné intermodal permite el acceso a todas las bibliotecas de la comunidad autónoma y con ello a todos sus recursos. Son lugares seguros donde aprender, estudiar o socializar. Desde el préstamo de libros, revistas o cómics, al acceso a internet, los lugares habilitados para el estudio y la lectura o los cursos y actividades, las bibliotecas son auténticos “templos del saber”.
Además de todo esto, lo que más me llama la atención es que son lugares que generan oportunidades. Cierto es que la sociedad ha avanzado gracias al esfuerzo y meritocracia de ciertas personas, pero cierto es también que existen distintos puntos de partida, facilidades y oportunidades en cada circunstancia. Por ese motivo las bibliotecas actúan como espacios igualadores de oportunidades: permiten a cada individuo -independientemente de su situación socio-económica- encontrar un lugar donde poder formarse.
Nadie discute el hecho de que la educación es el mayor generador de oportunidades en una sociedad, sin embargo, debe ir ligada a la existencia complementos necesarios para su desarrollo óptimo en la vida de una persona. Estos complementos son precisamente las salas de estudio, las bibliotecas, las actividades deportivas, las culturales, o el transporte público de calidad. Es decir, por mucho que uno se esfuerce, si no se dan las condiciones adecuadas en el paradigma socio-familiar de uno mismo, no podrá desenvolverse todo el potencial de una persona. Por ejemplo, pienso en aquellos que no pueden estudiar en casa por falta de espacio, ruido o cualesquiera de los motivos que haya. En este caso, la biblioteca (municipal, regional o universitaria) cumple esa función igualadora de oportunidades.
Para mí este es uno de los motivos más poderosos a favor de su defensa. Si a esto le añadimos las muchas otras funciones que cumplen las bibliotecas (ej. promoción de eventos y seminarios, cultura, participación, pertenencia) y los beneficios de la lectura (ej. desarrollo de múltiples capacidades varias), el balance no puede ser más que positivo.
Es necesario mencionar también la función que cumplen las bibliotecas móviles. En la España rural, cohesionan y vertebran la cultura por el territorio, además de cumplir con una misión de atención social, pues se generan vínculos entre usuarios recurrentes al ser una de las pocas actividades existentes.
Por último, en el artículo se resalta una última función que es que las bibliotecas actúan como refugios en su sentido literal para personas en situaciones de vulnerabilidad, como inmigrantes o sin hogar. Pero advierte claramente de que pensar en las bibliotecas únicamente como lugares para colectivos vulnerables es una visión “reduccionista”, pues son espacios de convivencia, abiertos para todos.
Por tanto, creo que estarían de acuerdo la cuasi totalidad de ciudadanos en afirmar que las bibliotecas públicas son espacios de un valor inmensurable para la sociedad.
Parte II: Lo que realmente ocurre: maldita biblioteca. El porqué es mala una biblioteca.
Cuando lo político trasciende la realidad
Siguiendo con la línea de la primera parte, en ciertos casos, las bibliotecas se convierten en proyectos complejos y enrevesados, hasta el punto de convertirse en artilugios políticos con tintes ideológicos. Esto es lo que ha pasado con el proyecto de Biblioteca de Mar de Cristal en Hortaleza. Me siento en la necesidad de completar la reflexión anterior con un ejemplo real de cómo un planteamiento básico y esencial se desvirtúa al entrar en el “espacio político”. Es decir, lo que a simple vista parece una necesidad tan evidente y poco controvertida entre la ciudadanía, se convierte en una polémica cruzada política durante años.
El distrito de Hortaleza cuenta con 3 bibliotecas (Huerta de la Salud, Sanchinarro y CEPA) y 4 salas de estudio (Carril del Conde, Fco. González Tejera, Motilla de Palancar y Manoteras), con un total de 303 y 382 puestos de lectura o estudio respectivamente. Sin embargo, el crecimiento poblacional y la dotación en infraestructuras no han crecido conjuntamente, por lo que nos encontramos en una situación de oferta insuficiente para una población de casi 200.000 habitantes. Prueba de esta necesidad es el reciente éxito que ha tenido la apertura de la sala de estudios de Manoteras.
Por ese motivo, hace tiempo que los vecinos de distrito reclaman una biblioteca en una parcela municipal vacía en la zona de Mar de Cristal. En 2018 se planificó la construcción de la biblioteca en una parcela muy cercana, pero con el cambio de gobierno, aquella acabó convirtiéndose en una base para el SAMUR (otro proyecto también necesario). Por lo tanto, se volvía a reclamar la existencia de una biblioteca en la parcela original de Mar de Cristal de 11.500 m2.
Sin embargo, el nuevo gobierno planificó un Parking Disuasorio dentro de la Estrategia de Sostenibilidad Madrid 360, que provocó descontento entre los habitantes. Por una parte, la oposición reclamaba la biblioteca, boicoteando dicho parking disuasorio sosteniendo que se ubicaba dentro de la M-40 y en una zona residencial. Por otra, el equipo actual defendía los parkings disuasorios porque promovían el uso del transporte público.
Esto generó varias manifestaciones ciudadanas, por lo que unido al bajo éxito de otros disuasorios como el de Fuente de la Mora (este artículo hace un repaso crítico interesante), el proyecto se paralizó. Parecía haberse solucionado todo cuando apareció aprobada una partida de 4.5 millones de euros (de los Presupuestos Participativos) destinados a la construcción de la biblioteca.
Sin embargo, la polémica no acabó ahí pues resultó que el emplazamiento de la biblioteca se reubicaba a otra parcela, pues la de Mar de Cristal carecía de la “calificación urbanística adecuada”, provocando otra ola de indignación entre los habitantes. Y hasta ahora, la decisión vuelve a encontrarse paralizada. Es más, la falta de viabilidad se justificaba porque desde el planteamiento urbanístico aquella zona correspondía a la de un intercambiador (futura ampliación de la L-11 de Metro) y a la de una zona deportiva, pero la realidad es que aquel espacio es bastante más grande y puede incorporar múltiples proyectos.
Por tanto, vemos cómo un proyecto aparentemente tan beneficioso para la sociedad acaba enroscado en enfrentamientos ideológicos absurdos. Los últimos perdedores: los ciudadanos que se encuentran en la encrucijada de encasillarse en un discurso totalmente politizado. Como si de repente ir a la biblioteca o aparcar el coche fuera cuestión de “ideología”.
Creo que todos los proyectos (sea un parking disuasorio cómo una biblioteca) tienen un buen fin y son igual de válidos. En mi caso soy el primero que defiende la movilidad sostenible y el transporte público. No se trata de posicionar un proyecto como mejor o peor, sino de entender su contexto en el conjunto del barrio: cada proyecto se tiene que desarrollar en harmonía con su entorno a la vez que atender las necesidades ciudadanas del barrio.
El problema es que, en nuestra dinámica política actual, buenas propuestas y proyectos se convierten en tergiversadas batallas ideológicas. Esto genera enfrentamientos por motivos superfluos, en los que cada uno -convencido de defender la mejor y única postura- se olvida de hacer una radiografía crítica de las necesidades reales de los ciudadanos y el barrio. Por tanto, se deslegitiman buenos proyectos y se entorpece aún más su ya compleja tramitación. Lo triste es que ello ocurre con la consiguiente pérdida de energía, esfuerzo y tiempo de nuestros representantes políticos que discuten y se enfrentan por el mismo tema una y otra vez, añadiendo además la pérdida económica del dinero de todos los contribuyentes.
Por todo ello, me resulta complejo entender cómo una discusión de sentido común se inunda de tintes ideológicos y partidistas. De momento la mayor virtud que tenemos los ciudadanos es pensar libremente, sin que nadie dirija nuestra forma de pensar, con una mirada objetiva y crítica. Lo único que queda es defender el bien común desde el convencimiento y propia conciencia de entender el lugar que uno habita. Todo ello con una mirada amplia que pueda incorporar las necesidades de todos los habitantes del barrio: mirando por la mayoría y bien común.
En conclusión, creo que es necesario dejar las siglas a un lado y escuchar desde la cercanía a los vecinos que son los que realmente conocen las necesidades de su territorio. ¿Desde cuándo no puede un ayuntamiento cambiar una calificación urbanística cuando se exige un equipamiento básico para sus ciudadanos? ¿Al servicio de quién están nuestros representantes? Lanzo una pregunta: ¿funciona eficientemente sistema representativo democrático en una ciudad tan grande como Madrid? Creo que en política municipal los ciudadanos ven acciones y soluciones, no colores.
Apéndice: Termino con mi propuesta. Un espacio de más de 11.000 m2 da para mucho. Por qué no hacer un centro cultural que incorpore una biblioteca, una sala de estudio, un espacio de co-working (a modo de vivero empresarial), un espacio reservado a asociaciones, un área verde, una zona deportiva/de ejercicios, varios puestos o locales que puedan alquilarse y también… un parking subterráneo. Así todos quedarían contentos, menos los ciudadanos que sufren la ineficiencia del sistema político-burocrático de desgaste y confrontación.