Vivimos momentos convulsos que parecen estar marcados por la lógica del “divide y vencerás” en todos los aspectos. Esto ocurre sobre todo en el ámbito político donde la división se acentúa más aún con la llegada de las elecciones, un proceso ya demasiado familiar para los ciudadanos durante estos últimos años (al menos en Madrid). El panorama que hay es el de confusión o incomprensión, que no solo ocurre dentro del gobierno de coalición (marcado por las divisiones en materia legislativa) sino en toda la sociedad civil.
De una manera inmediata, la dinámica política se traduce a la calle y es la línea conductora de las posturas que adapta cada persona. Lo que ocurre es que la mayoría de los ciudadanos no llegan a entender en profundidad lo que está pasando (con la corrupción, con las nuevas leyes…etc.) y caen en la fácil trampa de seguir la primera postura política de turno simplemente por afinidad al partido. Aunque la mayoría de ciudadanos rechaza formar parte en cualquier tipo de activismo social o político en el fondo están condicionados a decantarse por unas u otras posturas establecidas por los partidos políticos.
Por ese motivo, los partidos y los políticos -en última instancia- son los responsables de cohesionar y liderar la sociedad marcando las líneas de tendencia en la opinión pública. El poder que tienen es enorme. El problema está en que, si los propios políticos y partidos no se ponen de acuerdo, ¿qué se puede esperar de los ciudadanos? Si para sobrevivir el liderazgo necesita radicalizarse y moverse por impulsos, prejuicios y etiquetas, la ciudadanía de una u otra forma entra en esa dinámica, degradando aún más la convivencia.
De esta dinámica surge el problema de la “colectivización” de la sociedad. A nivel estrategia política, esta es la máxima en su funcionamiento generando así una dinámica del ellos contra nosotros. Esto se puede ver fácilmente con muchos de enfrentamientos por varios motivos: feminismo, religión, clase social, concepto de familia, identidad nacional, tipo de empleo, idioma hablado…etc.
Hace más de un mes, en la misma manifestación del 8-M una Secretaria de Estado conocida como Pam subió un video a las RR.SS. en la que se oían cánticos que decían “qué pena que la madre de Abascal no pudiera abortar”. Por otro lado, unos jóvenes del principal partido de la oposición aparecieron con una pancarta que decía “8-M Que te vote Tito Berni” (en relación a un reciente escándalo de corrupción). Desde desear la muerte a líder político y miembro legítimo del Congreso, hasta ridiculizar al gobierno con la caricatura de una mujer en fluorescente sobre un tema tan importante como la corrupción, considero que ninguno de estos eventos viene a cuento en dicha fecha. La pequeña diferencia está en que el primer caso sale desde un cargo público miembro del gobierno, mientras que el segundo sale de unos cuantos jóvenes con ganas de movida. No obstante, me parece que existen ciertos límites.
En el 8-M vimos como un evento de reivindicación de la igualdad entre hombres y mujeres se convierte en una herramienta política con el objetivo de lograr la máxima repercusión mediática. Parece que hay un interés general por que los ciudadanos estemos solos, enfrentados, divididos, adoctrinados y atolondrados. Todo por poder culpar a algún grupo en particular por nuestros problemas. Esta estrategia es muy conocida y tiene que ver con el populismo. La línea de diferencia entre el populismo de izquierdas y de derechas ocurre principalmente en materias de política social (género y familia) y en temas de identidad (lengua y cultura), aunque no siempre. Puede que sea cierto que los extremos se toquen.
Como características de la nueva dinámica política o más bien de la deriva democrática citaría los siguientes puntos:
La espectacularización de la política: los representantes se convierten en actrices y actores en un escenario mediático, sea el plateau de la rueda de prensa o el Congreso. Vivimos en la era de la política mediática. Los medios de comunicación y las RR.SS. fomentan esta dinámica (¿no es ese el último objetivo de los programas de tertulia para ganar audiencia?)
La personalización del líder: las estructuras políticas se centralizan en un líder carismático que se convierte en un medio para lograr un fin. Se logra la identificación con el votante en un lenguaje sencillo que busca llegar a las emociones de las personas.
La ausencia de ética y moral: que difumina el límite entre lo correcto e incorrecto, lo bueno y malo, lo sensato e insensato, lo posible e imposible. El sentido de la responsabilidad y la educación en el servicio público parecen haber desaparecido.
La radicalización de las posturas: alentada por la confrontación mutua y una nueva dialéctica sectaria. Esto genera una visión miope y sesgada de la sociedad sin interpretar los problemas desde una mirada amplia y consensuada, sino desde lo radical. Cada bando saca cualquier mínima noticia de contexto para sacarle el mayor redito electoral posible.
Esta es la nueva forma de hacer política: todes la practican. Además, se practica sin ninguna inocencia o sutileza alguna, sino como el objetivo de la misma. Su principal herramienta: los medios de comunicación masiva/RR.SS.. En concreto, los jóvenes somos las principales víctimas en la radicalización porque somos más fáciles de “moldear” según los antojos del líder o estratega de turno, además de tener mayor presencia en dichas redes. No extraña que alarme la cantidad de horas que pasan los jóvenes ante la pantalla: una media de cinco horas diarias en los días festivos, sin que la mayoría llegue a cumplir el mínimo de ejercicio diario recomendado por la OMS, según constata el informe PASOS de la Gasol Foundation.
Teniendo en cuenta lo que supone la política mediática, parece que la política se ha deslegitimizado totalmente: ¿cómo puede representar a los ciudadanos si lo único que representa es odio y división? Con esta forma de actuar es lógico que la dinámica política actual induzca la polarización (de forma malévola para captar votos en época electoral). A falta de referencias adecuadas en el espectro político, ¿cuál es el incentivo en tomar una parte activa en la misma? Aquellos que lo hacen se ven obligados a decantarse por uno u otro lado, retroalimentando la dinámica existente.
Los temas adquieren una dimensión “intangible” cuando entran en el espacio “político”, se distorsionan y no se entiende su implicación en el conjunto de la sociedad. Recuerdo que un importante politólogo dijo: “la dinámica de la crítica y enfrentamiento es lo único que cohesiona internamente a un partido: ¿cómo se hacen amigos? Criticando al de enfrente”.
Quizás así se puede entender porque hay desencanto en cuanto a la política. El error es que unos pocos parecen representar al conjunto de ciudadanos de una forma que no es representativa de la realidad. Y aunque uno se sienta identificado con un líder, con el tiempo la dinámica política hará divergir los intereses (por ejemplo, con el movimiento 15M y la posterior decepción de muchos votantes).
Yo me pregunto ¿quién es el último ganador en esta dinámica de división y confrontación? Precisamente aquellos que necesitan de la política para vivir, haciendo dicha dinámica su forma de ser en su día a día. Por ahora parece la única estrategia viable de comunicación política, y todos la hacen. Entonces, ¿la política está al servicio de los ciudadanos o al servicio de sí misma? ¿Sirve el interés general o su propio cargo?
Creo que la dialéctica política está enferma, muy alejada de los problemas reales de la sociedad que son: llegar a fin de mes, llevar a los niños al cole, estudiar una carrera, sacar el trabajo adelante, reclamar una calle limpia, un centro de salud que funcione, un parque infantil en buen estado…etc. Desde luego muy lejos de las nuevas reivindicaciones superfluas de identidad (sea de género o nación). De esa forma se pone el foco en otros temas, desviando la atención de los verdaderos problemas de la sociedad. En el fondo esta forma de “etiquetar” es una generalización errónea de la sociedad, una visión reducida de problemas nuevos y creados que sólo benefician a quienes quieren perpetuarse en el poder.
Por último, en referencia al ambiente en el entorno político, quería citar al propio Tamames que reconoce en una entrevista como han cambiado las cosas: “en las primeras legislaturas, el Congreso era otra cosa. Había una relación más amistosa, los temas se pactaban, nunca hubo insultos.”. Y como perfil moderado Feijoo mantiene su postura que en relación a las acusaciones denigrantes (incluso por personas de su propio partido) advierte: “no todo vale en política”.
En conclusión, creo que tal es nuestro nivel de bienestar que la clase política se ha encargado de generar problemas superfluos a los que responder con soluciones innovadoras en un ambiente marcado por la confrontación entre unos y otros. Seguramente durante la transición las cosas eran distintas, otras eran las preocupaciones. En cuanto al lenguaje, hay líneas rojas que no deben cruzarse. No podemos permitir que entre en juego el odio, el extremismo o la denigración personal en la actividad política. De lo contrario se deslegitimaría totalmente. El Congreso no debería ser el “patio del colegio” ni nuestros dirigentes adolescentes impulsivos que dicen lo primero que se les pasa por la cabeza sin parar, reflexionar y analizar. Veo necesario un cambio en la forma de hacer y entender la política, basado en la moderación y el diálogo que permita conjugar los intereses de todas las partes antes de que sea demasiado tarde y hayamos entrado en una deriva irrecuperable.
Vivimos momentos convulsos que parecen estar marcados por la lógica del “divide y vencerás” en todos los aspectos. Esto ocurre sobre todo en el ámbito político donde la división se acentúa más aún con la llegada de las elecciones, un proceso ya demasiado familiar para los ciudadanos durante estos últimos años (al menos en Madrid). El panorama que hay es el de confusión o incomprensión, que no solo ocurre dentro del gobierno de coalición (marcado por las divisiones en materia legislativa) sino en toda la sociedad civil.
De una manera inmediata, la dinámica política se traduce a la calle y es la línea conductora de las posturas que adapta cada persona. Lo que ocurre es que la mayoría de los ciudadanos no llegan a entender en profundidad lo que está pasando (con la corrupción, con las nuevas leyes…etc.) y caen en la fácil trampa de seguir la primera postura política de turno simplemente por afinidad al partido. Aunque la mayoría de ciudadanos rechaza formar parte en cualquier tipo de activismo social o político en el fondo están condicionados a decantarse por unas u otras posturas establecidas por los partidos políticos.
Por ese motivo, los partidos y los políticos -en última instancia- son los responsables de cohesionar y liderar la sociedad marcando las líneas de tendencia en la opinión pública. El poder que tienen es enorme. El problema está en que, si los propios políticos y partidos no se ponen de acuerdo, ¿qué se puede esperar de los ciudadanos? Si para sobrevivir el liderazgo necesita radicalizarse y moverse por impulsos, prejuicios y etiquetas, la ciudadanía de una u otra forma entra en esa dinámica, degradando aún más la convivencia.
De esta dinámica surge el problema de la “colectivización” de la sociedad. A nivel estrategia política, esta es la máxima en su funcionamiento generando así una dinámica del ellos contra nosotros. Esto se puede ver fácilmente con muchos de enfrentamientos por varios motivos: feminismo, religión, clase social, concepto de familia, identidad nacional, tipo de empleo, idioma hablado…etc.
Hace más de un mes, en la misma manifestación del 8-M una Secretaria de Estado conocida como Pam subió un video a las RR.SS. en la que se oían cánticos que decían “qué pena que la madre de Abascal no pudiera abortar”. Por otro lado, unos jóvenes del principal partido de la oposición aparecieron con una pancarta que decía “8-M Que te vote Tito Berni” (en relación a un reciente escándalo de corrupción). Desde desear la muerte a líder político y miembro legítimo del Congreso, hasta ridiculizar al gobierno con la caricatura de una mujer en fluorescente sobre un tema tan importante como la corrupción, considero que ninguno de estos eventos viene a cuento en dicha fecha. La pequeña diferencia está en que el primer caso sale desde un cargo público miembro del gobierno, mientras que el segundo sale de unos cuantos jóvenes con ganas de movida. No obstante, me parece que existen ciertos límites.
En el 8-M vimos como un evento de reivindicación de la igualdad entre hombres y mujeres se convierte en una herramienta política con el objetivo de lograr la máxima repercusión mediática. Parece que hay un interés general por que los ciudadanos estemos solos, enfrentados, divididos, adoctrinados y atolondrados. Todo por poder culpar a algún grupo en particular por nuestros problemas. Esta estrategia es muy conocida y tiene que ver con el populismo. La línea de diferencia entre el populismo de izquierdas y de derechas ocurre principalmente en materias de política social (género y familia) y en temas de identidad (lengua y cultura), aunque no siempre. Puede que sea cierto que los extremos se toquen.
Como características de la nueva dinámica política o más bien de la deriva democrática citaría los siguientes puntos:
Esta es la nueva forma de hacer política: todes la practican. Además, se practica sin ninguna inocencia o sutileza alguna, sino como el objetivo de la misma. Su principal herramienta: los medios de comunicación masiva/RR.SS.. En concreto, los jóvenes somos las principales víctimas en la radicalización porque somos más fáciles de “moldear” según los antojos del líder o estratega de turno, además de tener mayor presencia en dichas redes. No extraña que alarme la cantidad de horas que pasan los jóvenes ante la pantalla: una media de cinco horas diarias en los días festivos, sin que la mayoría llegue a cumplir el mínimo de ejercicio diario recomendado por la OMS, según constata el informe PASOS de la Gasol Foundation.
Teniendo en cuenta lo que supone la política mediática, parece que la política se ha deslegitimizado totalmente: ¿cómo puede representar a los ciudadanos si lo único que representa es odio y división? Con esta forma de actuar es lógico que la dinámica política actual induzca la polarización (de forma malévola para captar votos en época electoral). A falta de referencias adecuadas en el espectro político, ¿cuál es el incentivo en tomar una parte activa en la misma? Aquellos que lo hacen se ven obligados a decantarse por uno u otro lado, retroalimentando la dinámica existente.
Los temas adquieren una dimensión “intangible” cuando entran en el espacio “político”, se distorsionan y no se entiende su implicación en el conjunto de la sociedad. Recuerdo que un importante politólogo dijo: “la dinámica de la crítica y enfrentamiento es lo único que cohesiona internamente a un partido: ¿cómo se hacen amigos? Criticando al de enfrente”.
Quizás así se puede entender porque hay desencanto en cuanto a la política. El error es que unos pocos parecen representar al conjunto de ciudadanos de una forma que no es representativa de la realidad. Y aunque uno se sienta identificado con un líder, con el tiempo la dinámica política hará divergir los intereses (por ejemplo, con el movimiento 15M y la posterior decepción de muchos votantes).
Yo me pregunto ¿quién es el último ganador en esta dinámica de división y confrontación? Precisamente aquellos que necesitan de la política para vivir, haciendo dicha dinámica su forma de ser en su día a día. Por ahora parece la única estrategia viable de comunicación política, y todos la hacen. Entonces, ¿la política está al servicio de los ciudadanos o al servicio de sí misma? ¿Sirve el interés general o su propio cargo?
Creo que la dialéctica política está enferma, muy alejada de los problemas reales de la sociedad que son: llegar a fin de mes, llevar a los niños al cole, estudiar una carrera, sacar el trabajo adelante, reclamar una calle limpia, un centro de salud que funcione, un parque infantil en buen estado…etc. Desde luego muy lejos de las nuevas reivindicaciones superfluas de identidad (sea de género o nación). De esa forma se pone el foco en otros temas, desviando la atención de los verdaderos problemas de la sociedad. En el fondo esta forma de “etiquetar” es una generalización errónea de la sociedad, una visión reducida de problemas nuevos y creados que sólo benefician a quienes quieren perpetuarse en el poder.
Por último, en referencia al ambiente en el entorno político, quería citar al propio Tamames que reconoce en una entrevista como han cambiado las cosas: “en las primeras legislaturas, el Congreso era otra cosa. Había una relación más amistosa, los temas se pactaban, nunca hubo insultos.”. Y como perfil moderado Feijoo mantiene su postura que en relación a las acusaciones denigrantes (incluso por personas de su propio partido) advierte: “no todo vale en política”.
En conclusión, creo que tal es nuestro nivel de bienestar que la clase política se ha encargado de generar problemas superfluos a los que responder con soluciones innovadoras en un ambiente marcado por la confrontación entre unos y otros. Seguramente durante la transición las cosas eran distintas, otras eran las preocupaciones. En cuanto al lenguaje, hay líneas rojas que no deben cruzarse. No podemos permitir que entre en juego el odio, el extremismo o la denigración personal en la actividad política. De lo contrario se deslegitimaría totalmente. El Congreso no debería ser el “patio del colegio” ni nuestros dirigentes adolescentes impulsivos que dicen lo primero que se les pasa por la cabeza sin parar, reflexionar y analizar. Veo necesario un cambio en la forma de hacer y entender la política, basado en la moderación y el diálogo que permita conjugar los intereses de todas las partes antes de que sea demasiado tarde y hayamos entrado en una deriva irrecuperable.