Han pasado ya casi 48 horas desde que Morante de la Puebla atravesara el umbral de la gloria maestrante, con Triana en el horizonte, y dejando tras de sí una faena para los anales de la historia taurómaca, para convertirse no solo en el torero de leyenda que ya era, sino en la leyenda del toreo que es hoy. Seguramente no haya transcurrido el tiempo suficiente para realizar un análisis racional y coherente sobre lo que anteayer aconteció en el sacrosanto templo sevillano del toreo, ni tampoco como para comprender la dimensión histórica de tamaña obra, pero tal y como ha demostrado el diestro cigarrero a lo larga de su extensa carrera, es cuando uno realiza las cosas desde el corazón y la más pura inspiración cuando estas adquieren una dimensión mayor.
En este breve artículo no pretendo convencer a nadie de nada, tan solo exponer los motivos por los que, en mi humilde opinión de joven aficionado al arte de torear, Morante acabó el 26 de abril de 2023 con el debate sobre la posición que él mismo ocupa en la historia de la tauromaquia: la más alta de las cumbres. La faena ha sido calificada con bastante unanimidad como perfecta, como no puede ser de otra manera estoy de acuerdo. Perfecta no solo porque el maestro cuajara el toro de principio a fin, con capote, muleta y espada, ni siquiera por la suavidad, cadencia, inspiración y excelencia con las que ejecutó cada uno de los lances.
La obra que Morante compuso ante Ligerito, quintaesencia de la bravura del toro de lidia, fue perfecta porque fue un compendio de todo lo mejor de la tauromaquia de los últimos cien años. Los que seguimos de cerca a Morante eramos de sobra conocedores de la enorme sabiduría taurina y domino de todas las tauromaquias que acumula este grandioso torero, el propio José Antonio nos lo había ido demostrando de tarde en tarde, administrándonos su arte en pequeñas dosis por un palo un día y por otro el siguiente. Pero fue el pasado miércoles el día en el que Morante logró finalmente condensar en una sola creación todo el saber taurino acumulado a lo largo de la historia, demostrando que, como en Joselito el Gallo – máximo ídolo y referente del cigarrero – en él confluyen todos los caudales de la tauromaquia que les precedió.
No sé cuáles de las suaves y templadas verónicas, de variado fondo y forma, con las que nos deleitó apreciar más, si las rematadas por abajo como los artistas de la Edad de Plata (Curro Puya, Cagancho), o aquellas de manos altas inspiradas en la Edad de Oro como las daban Joselito o el mayor de los Gallo; o quizás con las clásicas verónicas de Morante, que tanto evocan la magia der’ Paula como la perfección estética del maestro de Ronda Ordoñez. Igual de buenas fueron las chicuelinas, tan ajustadas, garbosas y acompasadas que hubieran dejado al propio Chicuelo con la boca entreabierta. Clásicos y puros fueron los delantales, como los ejecutaba su creador Gallito, para dejar al burel en el caballo, como deslumbrantes y sorprendentes fueron los faroles, inventados por Curro Cuchares en el siglo XIX, con los que recibió a Ligerito. Tuvo tiempo Morante también para dejar su particular guiño a la tauromaquia del otro lado del Atlántico, con unas ceñidísimas Gaoneras al paso, al más puro estilo del diestro mexicano y rival de Joselito. Pero sin duda la cumbre estética con el capote la alcanzó con unas sublimes tafalleras, suerte que sin duda ha alcanzado su máxima expresión en las manos de Morante, embarcando al toro con la punta del capote y llevándolo hasta el final, es decir, toreando. Por si fuera poco, para culminar las series todo tipo de remates, desde la larga cordobesa de Lagartijo a inconmensurables “medias” que aún no han acabado y recuerdan a las de Romero, pasando por revoleras, serpentinas y recortes propios de una tauromaquia añeja revivida en el genio de Morante.
En la muleta más de lo mismo, el de la Puebla recordó a Rafael el Gallo con esos ayudados por alto barriendo el lomo del toro y ligando los naturales con el pase de pecho sin moverse del sitio. El hermano menor de los Gallo volvió a hacerse presente con los pases del kikiriki, también con aquellos pases por alto tan característicos del ídolo de Gelves tras cambiar la ayuda por el estoque, y luego toreando al toro con la tizona enterrada. Las trincheras y remates por bajo evocaron a Domingo Ortega, y la pureza con la que Morante ejecutó la suprema suerte de matar a la facilidad con la espada de Paco Camino. También le salió al Genio la vena belmontina que tan dentro lleva en los adornos, molinetes y molinetes invertidos con los que remataba las series, cargados de un barroquismo, un duende y una estética sobrecogedores. Para terminar, el sevillanísimo toreo de frente, que inventó Chicuelo y sublimaron los toreros de San Bernardo como los hermanos Vázquez, Manolo y Pepe Luis, que luego mutó en esos naturales con el pie cambiado y la suerte cargada de Rafael de Paula o César Rincón. Como ven, un amplísimo recorrido por los más gloriosos capítulos de la historia del toreo concentrados en una sola faena, ¿cómo no iba ser premiado con los máximos trofeos?
Pero el verdadero mérito de Morante no está en imitar suertes antiguas, si no en interiorizarlas para hacerlas suyas y dotarlas de su arrolladora personalidad, para así llevarlas a la más perfecta de las expresiones que jamás se haya visto. Y es que ayer Morante desplegó también todas sus facetas, todo los “Morantes”. El Morante lidiador, poderoso, inteligente, que sabe leer a los toros y darles su terreno y sus tiempos. El Morante valiente que se pasa los toros por la barriga más ceñido y ajustado que nadie. El Morante que domina la técnica del toreo y embarca a los toros con los vuelos de la muleta y tira de ellos hasta rematar el muletazo detrás de la cadera, pero también el Morante que se enrosca las embestidas en corto sinigual y es capaz de ligar seis o siete muletazos girando un cuarto sobre sus talones. El Morante clásico, grácil, natural y apolíneo en su línea Gallista y el Morante arrebatado, barroco, impetuoso y dionisiaco en su línea Belmontista. Y como no el Morante artista, místico, mágico, el del duende, el que destapa el frasco de las esencias, el de las bolitas, de los detalles, el del embrujo, el hechizo, la gracia, el magnetismo, el aura, el genio y la genialidad, el encanto, la belleza, la naturalidad, el ingenio, la maestría, la expresión, la transmisión, la explosión, la personalidad arrolladora y un sinfín de adjetivos más.
En fin, el otro día en la maestranza Morante culminó el trabajo, esfuerzo y sufrimiento de toda una vida con la faena de su vida y en la plaza de su vida. Tantos años de eterna promesa primero, en la que Sevilla y Morante parecían destinados a contraer un matrimonio que nunca llegaba; luego de problemas psicológicos, frustraciones, retiradas y altibajos con chispazos de genialidad, en los que Sevilla esperaba y esperaba a Morante pero se pareció cansar de tanto aguardar algo que nunca llegaba; y por último, esta última etapa de incomprensión e injusticia por parte de Sevilla hacia Morante, con múltiples esfuerzos por parte del cigarrero para reconciliarse con la plaza de sus sueños, han encontrado al fin su culmen en esta tarde de unión y apoteosis, a partir de la cual Morante tiene ya reservado su trono en el Olimpo de los toreros por los siglos de los siglos.
Han pasado ya casi 48 horas desde que Morante de la Puebla atravesara el umbral de la gloria maestrante, con Triana en el horizonte, y dejando tras de sí una faena para los anales de la historia taurómaca, para convertirse no solo en el torero de leyenda que ya era, sino en la leyenda del toreo que es hoy. Seguramente no haya transcurrido el tiempo suficiente para realizar un análisis racional y coherente sobre lo que anteayer aconteció en el sacrosanto templo sevillano del toreo, ni tampoco como para comprender la dimensión histórica de tamaña obra, pero tal y como ha demostrado el diestro cigarrero a lo larga de su extensa carrera, es cuando uno realiza las cosas desde el corazón y la más pura inspiración cuando estas adquieren una dimensión mayor.
En este breve artículo no pretendo convencer a nadie de nada, tan solo exponer los motivos por los que, en mi humilde opinión de joven aficionado al arte de torear, Morante acabó el 26 de abril de 2023 con el debate sobre la posición que él mismo ocupa en la historia de la tauromaquia: la más alta de las cumbres. La faena ha sido calificada con bastante unanimidad como perfecta, como no puede ser de otra manera estoy de acuerdo. Perfecta no solo porque el maestro cuajara el toro de principio a fin, con capote, muleta y espada, ni siquiera por la suavidad, cadencia, inspiración y excelencia con las que ejecutó cada uno de los lances.
La obra que Morante compuso ante Ligerito, quintaesencia de la bravura del toro de lidia, fue perfecta porque fue un compendio de todo lo mejor de la tauromaquia de los últimos cien años. Los que seguimos de cerca a Morante eramos de sobra conocedores de la enorme sabiduría taurina y domino de todas las tauromaquias que acumula este grandioso torero, el propio José Antonio nos lo había ido demostrando de tarde en tarde, administrándonos su arte en pequeñas dosis por un palo un día y por otro el siguiente. Pero fue el pasado miércoles el día en el que Morante logró finalmente condensar en una sola creación todo el saber taurino acumulado a lo largo de la historia, demostrando que, como en Joselito el Gallo – máximo ídolo y referente del cigarrero – en él confluyen todos los caudales de la tauromaquia que les precedió.
No sé cuáles de las suaves y templadas verónicas, de variado fondo y forma, con las que nos deleitó apreciar más, si las rematadas por abajo como los artistas de la Edad de Plata (Curro Puya, Cagancho), o aquellas de manos altas inspiradas en la Edad de Oro como las daban Joselito o el mayor de los Gallo; o quizás con las clásicas verónicas de Morante, que tanto evocan la magia der’ Paula como la perfección estética del maestro de Ronda Ordoñez. Igual de buenas fueron las chicuelinas, tan ajustadas, garbosas y acompasadas que hubieran dejado al propio Chicuelo con la boca entreabierta. Clásicos y puros fueron los delantales, como los ejecutaba su creador Gallito, para dejar al burel en el caballo, como deslumbrantes y sorprendentes fueron los faroles, inventados por Curro Cuchares en el siglo XIX, con los que recibió a Ligerito. Tuvo tiempo Morante también para dejar su particular guiño a la tauromaquia del otro lado del Atlántico, con unas ceñidísimas Gaoneras al paso, al más puro estilo del diestro mexicano y rival de Joselito. Pero sin duda la cumbre estética con el capote la alcanzó con unas sublimes tafalleras, suerte que sin duda ha alcanzado su máxima expresión en las manos de Morante, embarcando al toro con la punta del capote y llevándolo hasta el final, es decir, toreando. Por si fuera poco, para culminar las series todo tipo de remates, desde la larga cordobesa de Lagartijo a inconmensurables “medias” que aún no han acabado y recuerdan a las de Romero, pasando por revoleras, serpentinas y recortes propios de una tauromaquia añeja revivida en el genio de Morante.
En la muleta más de lo mismo, el de la Puebla recordó a Rafael el Gallo con esos ayudados por alto barriendo el lomo del toro y ligando los naturales con el pase de pecho sin moverse del sitio. El hermano menor de los Gallo volvió a hacerse presente con los pases del kikiriki, también con aquellos pases por alto tan característicos del ídolo de Gelves tras cambiar la ayuda por el estoque, y luego toreando al toro con la tizona enterrada. Las trincheras y remates por bajo evocaron a Domingo Ortega, y la pureza con la que Morante ejecutó la suprema suerte de matar a la facilidad con la espada de Paco Camino. También le salió al Genio la vena belmontina que tan dentro lleva en los adornos, molinetes y molinetes invertidos con los que remataba las series, cargados de un barroquismo, un duende y una estética sobrecogedores. Para terminar, el sevillanísimo toreo de frente, que inventó Chicuelo y sublimaron los toreros de San Bernardo como los hermanos Vázquez, Manolo y Pepe Luis, que luego mutó en esos naturales con el pie cambiado y la suerte cargada de Rafael de Paula o César Rincón. Como ven, un amplísimo recorrido por los más gloriosos capítulos de la historia del toreo concentrados en una sola faena, ¿cómo no iba ser premiado con los máximos trofeos?
Pero el verdadero mérito de Morante no está en imitar suertes antiguas, si no en interiorizarlas para hacerlas suyas y dotarlas de su arrolladora personalidad, para así llevarlas a la más perfecta de las expresiones que jamás se haya visto. Y es que ayer Morante desplegó también todas sus facetas, todo los “Morantes”. El Morante lidiador, poderoso, inteligente, que sabe leer a los toros y darles su terreno y sus tiempos. El Morante valiente que se pasa los toros por la barriga más ceñido y ajustado que nadie. El Morante que domina la técnica del toreo y embarca a los toros con los vuelos de la muleta y tira de ellos hasta rematar el muletazo detrás de la cadera, pero también el Morante que se enrosca las embestidas en corto sinigual y es capaz de ligar seis o siete muletazos girando un cuarto sobre sus talones. El Morante clásico, grácil, natural y apolíneo en su línea Gallista y el Morante arrebatado, barroco, impetuoso y dionisiaco en su línea Belmontista. Y como no el Morante artista, místico, mágico, el del duende, el que destapa el frasco de las esencias, el de las bolitas, de los detalles, el del embrujo, el hechizo, la gracia, el magnetismo, el aura, el genio y la genialidad, el encanto, la belleza, la naturalidad, el ingenio, la maestría, la expresión, la transmisión, la explosión, la personalidad arrolladora y un sinfín de adjetivos más.
En fin, el otro día en la maestranza Morante culminó el trabajo, esfuerzo y sufrimiento de toda una vida con la faena de su vida y en la plaza de su vida. Tantos años de eterna promesa primero, en la que Sevilla y Morante parecían destinados a contraer un matrimonio que nunca llegaba; luego de problemas psicológicos, frustraciones, retiradas y altibajos con chispazos de genialidad, en los que Sevilla esperaba y esperaba a Morante pero se pareció cansar de tanto aguardar algo que nunca llegaba; y por último, esta última etapa de incomprensión e injusticia por parte de Sevilla hacia Morante, con múltiples esfuerzos por parte del cigarrero para reconciliarse con la plaza de sus sueños, han encontrado al fin su culmen en esta tarde de unión y apoteosis, a partir de la cual Morante tiene ya reservado su trono en el Olimpo de los toreros por los siglos de los siglos.