No hace falta irse muy lejos para adentrarse en un paradigma de consumo y alimentación totalmente distinto al que tenemos en España o Europa. A tan solo 14km de Tarifa nos encontramos con Tánger, la principal ciudad del norte de Marruecos, nuestro país vecino. Nuestro vecino árabe resulta tan familiar en ciertos aspectos (larga es la lista de similitudes en el ámbito que más nos une, principalmente a través del mare nostrum), sin embargo, se muestra tan distinto en otros. El norte de Marruecos se encuentra inmerso en un gran proceso de crecimiento e industrialización, lo que genera en un tiempo muy corto gigantescas transformaciones en todos los aspectos de la vida (sean culturales, demográficos, sociales, urbanísticos…etc.). Así las cosas, nos encontramos con un área fuertemente contrastada y tensionada entre formas de vida completamente distintas. Es decir, un contraste entre la modernidad y la antigüedad, entre lo viejo y lo nuevo, entre la dinámica consumista y el re-aprovechamiento o la subsistencia. Más bien, entre el occidente y el mundo “en desarrollo”.
El paradigma de consumo de occidente, es decir, basado en un modelo económico y productivo de masas (generalmente lineal), por ahora no parece justificarse de lleno en todas las partes del mundo. Aunque la figura de una economía mixta (capitalismo con regulación/promoción estatal) parece ser la clave en el desarrollo de un país, muchas veces este desarrollo ocurre de formas dispares en los distintos aspectos que lo componen. Con ello no me refiero al fenómeno de las desigualdades, sino al fenómeno cultural en la asimilación del proceso de cambio que no parece ocurrir en todos los aspectos al mismo ritmo que el crecimiento económico.
Las economías en transición se encuentran tensionadas entre las nuevas formas de consumo y vida derivadas de la llegada de la modernidad (si es que se puede llamar así) que implica el desarrollo económico. Entre ellos, los cambios estructurales que llevan al desarrollo de un país (las migraciones internas y externas, el fenómeno de la urbanización, la formación de trabajadores, la industrialización y la aparición del sector servicios…etc.) pero que a su vez generan una homogeneización en las formas de vida de los ciudadanos en todo el globo, entrando así en el mundo globalizado e interdependiente. Todos estos cambios son visibles en las relaciones más básicas de consumo, tanto en las ciudades como en las zonas rurales.
En este contexto cambiante, uno de los muchos aspectos que llama la atención son las relaciones de consumo que existen entre sus habitantes. En el caso de Marruecos, me centraré en el fenómeno del consumo alimentario, citando unas características y sugiriendo una hipotética explicación al porqué el modelo de consumo de occidente no acaba de calar en la estructura socio-económica de este país en plena transformación.
En primer lugar, observamos una carencia en la figura del supermercado o hipermercado. Por lo general, las compras se realizan a través de tenderos de confianza, en establecimientos pequeños y especializados. El rol del mercado de abastos sigue siendo primordial en el suministro alimentario de los ciudadanos en el día a día. Lo que para los turistas es un elemento de sorpresa, para los locales es su forma normal de comprar. Si bien existen las cadenas de supermercados, por ahora no parecen suponer una revolución en las formas de comprar de la población local.
En segundo lugar, la variedad de productos se ve limitada por su grado de elaboración y capacidad de manutención. Por eso uno notará que los productos manufacturados (pongo el ejemplo de galletas, cereales, congelados precocinados, enlatados…etc.) generalmente son productos importados de Europa y con ello el exponencial aumento de precios de dichos productos. Abunda la mercancía fresca y perecedera que además tiene una rotación diaria. Las cámaras de refrigeración o maduración son escasas o inexistentes. Tal es el circuito corto de compra que en el mercado se pueden encontrar hasta animales vivos.
En tercer lugar, laforma de comprar se caracteriza por su enfoquesostenible y circular. La modalidad de compra en mercado implica la compra en formato pequeño, de productos frescos, sin envasar y a granel. De esa forma la cantidad de residuos generados era inferior en todos los aspectos. Lejos quedaban los paquetes de cartones, latas, plásticos y envases que tan acostumbrados estamos a ver en los supermercados y mercados centrales del mundo occidental. Simplemente había muchos menos residuos. Me llamó mucho la atención que hasta los supermercados vendían la mayoría de productos no-perecederos (pastas, arroces, especias) en formato a granel. En el mercado, observé cómo una señora ataba manojos de hierbas aromáticas con hilos de hoja de palmera (¿para qué usar cuerda?). En ciertos pueblos del mundo rural, todavía existían los hornos comunitarios, aunque con decadente uso.
En cuarto lugar, la planificación alimentaria se efectúa en el corto plazo, día a día, comprando estrictamente lo necesario. Al no haber envasados ni ofertas por cantidad, el consumidor tiene total soberanía sobre las cantidades de compra. Muy lejos el concepto de “compra semanal” interiorizado por todos los europeos.
En quinto lugar, la alimentación informal y callejera ocupa un rol importantísimo en el día a día de las personas, siendo muy común el alimentarse fuera de casa en cualquier lugar a un precio muy asequible. Esto se observa por la cantidad de puestos callejeros de alimentación que hay en todo lugar, encontrando desde furgonetas que venden café y dulces, hasta puestos móviles que venden bocadillos.
En sexto lugar, alimentarse adquiere una connotación social de marcada importancia en el día a día, que se realiza en un ambiente de compañía y solidaridad entre personas. Es decir, la alimentación cumple una función más allá de una necesidad fisiológica, sino que involucra a toda la comunidad, convirtiéndose en un acto de suma importancia. Esto es notable en los países mediterráneos.
Por último, me llamó la atención los pocos residuos urbanos y el inexistentedesperdicio alimentario que, o bien no ocurría, o no era visible. Observé cómo en un establecimiento de restauración rápida de un centro comercial, la dependienta de limpieza guardaba en un contenedor las sobras alimentarias de las bandejas de los usuarios. Todo se aprovechaba, nada se desperdiciaba y pocos residuos se generaban. Esto no ocurría sólo en el ámbito alimentario sino en los productos duraderos también (desde ropa, hasta los coches).
¿Qué hace que no cale el modelo occidental de consumo en dicha sociedad? Son dos los motivos principales:
Los aspectos culturales. No pueden menospreciarse a la hora de establecer cómo se relaciona una persona con su entorno. A esto se le añade la importancia que tiene la religión que sigue marcando el horizonte temporal e interfiere desde el punto de vista ético-moral en las decisiones personales.
La etapa de desarrollo socio-económico en la que se encuentra el país. Ésta explica el modelo existente de consumo. La situación económica de muchas familias (bajos salarios) impide que un modelo de consumo de masas sea posible, por ello la vida se enfoca con una perspectiva distinta (en el día a día o cortoplacismo). Además, el sector agroalimentario no había finalizado el proceso industrializador.
Recuerdo que durante una sesión de intercambio con estudiantes locales tuve la ocasión de preguntar sobre la influencia de la cultura en el tema del desperdicio alimentario y los residuos, respondiéndome un profesor “es que Marruecos es un país pobre”. Acto seguido interpeló una joven estudiante diciendo “en realidad es un aspecto que tiene que ver con las formas en la que valoramos los alimentos, desde pequeños aprendemos a valorarlos y a no desperdiciarlos”. El desperdicio alimentario y la generación masiva de residuos parecen ser problemas del sistema de consumo lineal de las economías maduras.
Con esto en mente hago una breve reflexión sobre la política agrícola común (PAC) de la UE, que surge tras la IIGM para garantizar un suministro alimentario fiable y seguro. De esa forma surgió la PAC pudiéndose decir que es una política de subvención a gran escala de alimentos. Los logros de la PAC son incuestionables: han permitido a todos los ciudadanos gozar de cantidad, calidad y seguridad en el suministro alimentario. Eso sí, es necesario cuestionarla críticamente para mejorarla y hacerla más eficiente. Por ejemplo, cabe añadir que como subproductos del modelo económico adoptado encontramos las incongruencias de la sobre producción y el despilfarro; la determinación de precios justos y la venta a pérdidas; el problema de los intermediarios y mayoristas; el tema de los agricultores “de sillón”; la siembra sin cosecha o el reparto poco equitativo de las ayudas.
Para mí, lo más llamativo de todo es que se ha modificado radicalmente la forma con la que nos relacionamos con los alimentos. Éstos parecen haber perdido valor. No hay más que recordar el distinto enfoque que tienen nuestros padres o abuelos en cuanto al reaprovechamiento de alimentos y su no-desperdicio. Por el contrario, me pareció muy llamativo viajar a Marruecos y observar cómo estando tan cerca de España el paradigma de consumo-alimentación era tan distinto.
En conclusión, creo que es necesario reflexionar sobre las implicaciones de nuestro modelo de consumo alimentario en nuestro Estado de Bienestar. ¿Las nuevas formas de consumo implican un derroche de recursos? ¿La industrialización agraria genera nuevas formas de consumo? ¿En qué medida los aspectos socio-culturales marcan las formas de consumo? En un país en transición, ¿podrán mantenerse los valores tradicionales a la vez que permitir el desarrollo económico? No sé si hay solución o respuesta exacta a estas preguntas. Lo único que creo es que en occidente es necesario un cambio conceptual sobre el valor de los alimentos. Cambiar el marco mental requiere cierto esfuerzo, pero es necesario para entender que gran parte del mundo vive de formas muy distintas a la que nosotros conocemos. Éste nuevo enfoque es el que hará posible que en el largo plazo el desarrollo económico, el medio ambiente y los valores culturales vayan de la mano.
No hace falta irse muy lejos para adentrarse en un paradigma de consumo y alimentación totalmente distinto al que tenemos en España o Europa. A tan solo 14km de Tarifa nos encontramos con Tánger, la principal ciudad del norte de Marruecos, nuestro país vecino. Nuestro vecino árabe resulta tan familiar en ciertos aspectos (larga es la lista de similitudes en el ámbito que más nos une, principalmente a través del mare nostrum), sin embargo, se muestra tan distinto en otros. El norte de Marruecos se encuentra inmerso en un gran proceso de crecimiento e industrialización, lo que genera en un tiempo muy corto gigantescas transformaciones en todos los aspectos de la vida (sean culturales, demográficos, sociales, urbanísticos…etc.). Así las cosas, nos encontramos con un área fuertemente contrastada y tensionada entre formas de vida completamente distintas. Es decir, un contraste entre la modernidad y la antigüedad, entre lo viejo y lo nuevo, entre la dinámica consumista y el re-aprovechamiento o la subsistencia. Más bien, entre el occidente y el mundo “en desarrollo”.
El paradigma de consumo de occidente, es decir, basado en un modelo económico y productivo de masas (generalmente lineal), por ahora no parece justificarse de lleno en todas las partes del mundo. Aunque la figura de una economía mixta (capitalismo con regulación/promoción estatal) parece ser la clave en el desarrollo de un país, muchas veces este desarrollo ocurre de formas dispares en los distintos aspectos que lo componen. Con ello no me refiero al fenómeno de las desigualdades, sino al fenómeno cultural en la asimilación del proceso de cambio que no parece ocurrir en todos los aspectos al mismo ritmo que el crecimiento económico.
Las economías en transición se encuentran tensionadas entre las nuevas formas de consumo y vida derivadas de la llegada de la modernidad (si es que se puede llamar así) que implica el desarrollo económico. Entre ellos, los cambios estructurales que llevan al desarrollo de un país (las migraciones internas y externas, el fenómeno de la urbanización, la formación de trabajadores, la industrialización y la aparición del sector servicios…etc.) pero que a su vez generan una homogeneización en las formas de vida de los ciudadanos en todo el globo, entrando así en el mundo globalizado e interdependiente. Todos estos cambios son visibles en las relaciones más básicas de consumo, tanto en las ciudades como en las zonas rurales.
En este contexto cambiante, uno de los muchos aspectos que llama la atención son las relaciones de consumo que existen entre sus habitantes. En el caso de Marruecos, me centraré en el fenómeno del consumo alimentario, citando unas características y sugiriendo una hipotética explicación al porqué el modelo de consumo de occidente no acaba de calar en la estructura socio-económica de este país en plena transformación.
En primer lugar, observamos una carencia en la figura del supermercado o hipermercado. Por lo general, las compras se realizan a través de tenderos de confianza, en establecimientos pequeños y especializados. El rol del mercado de abastos sigue siendo primordial en el suministro alimentario de los ciudadanos en el día a día. Lo que para los turistas es un elemento de sorpresa, para los locales es su forma normal de comprar. Si bien existen las cadenas de supermercados, por ahora no parecen suponer una revolución en las formas de comprar de la población local.
En segundo lugar, la variedad de productos se ve limitada por su grado de elaboración y capacidad de manutención. Por eso uno notará que los productos manufacturados (pongo el ejemplo de galletas, cereales, congelados precocinados, enlatados…etc.) generalmente son productos importados de Europa y con ello el exponencial aumento de precios de dichos productos. Abunda la mercancía fresca y perecedera que además tiene una rotación diaria. Las cámaras de refrigeración o maduración son escasas o inexistentes. Tal es el circuito corto de compra que en el mercado se pueden encontrar hasta animales vivos.
En tercer lugar, laforma de comprar se caracteriza por su enfoque sostenible y circular. La modalidad de compra en mercado implica la compra en formato pequeño, de productos frescos, sin envasar y a granel. De esa forma la cantidad de residuos generados era inferior en todos los aspectos. Lejos quedaban los paquetes de cartones, latas, plásticos y envases que tan acostumbrados estamos a ver en los supermercados y mercados centrales del mundo occidental. Simplemente había muchos menos residuos. Me llamó mucho la atención que hasta los supermercados vendían la mayoría de productos no-perecederos (pastas, arroces, especias) en formato a granel. En el mercado, observé cómo una señora ataba manojos de hierbas aromáticas con hilos de hoja de palmera (¿para qué usar cuerda?). En ciertos pueblos del mundo rural, todavía existían los hornos comunitarios, aunque con decadente uso.
En cuarto lugar, la planificación alimentaria se efectúa en el corto plazo, día a día, comprando estrictamente lo necesario. Al no haber envasados ni ofertas por cantidad, el consumidor tiene total soberanía sobre las cantidades de compra. Muy lejos el concepto de “compra semanal” interiorizado por todos los europeos.
En quinto lugar, la alimentación informal y callejera ocupa un rol importantísimo en el día a día de las personas, siendo muy común el alimentarse fuera de casa en cualquier lugar a un precio muy asequible. Esto se observa por la cantidad de puestos callejeros de alimentación que hay en todo lugar, encontrando desde furgonetas que venden café y dulces, hasta puestos móviles que venden bocadillos.
En sexto lugar, alimentarse adquiere una connotación social de marcada importancia en el día a día, que se realiza en un ambiente de compañía y solidaridad entre personas. Es decir, la alimentación cumple una función más allá de una necesidad fisiológica, sino que involucra a toda la comunidad, convirtiéndose en un acto de suma importancia. Esto es notable en los países mediterráneos.
Por último, me llamó la atención los pocos residuos urbanos y el inexistente desperdicio alimentario que, o bien no ocurría, o no era visible. Observé cómo en un establecimiento de restauración rápida de un centro comercial, la dependienta de limpieza guardaba en un contenedor las sobras alimentarias de las bandejas de los usuarios. Todo se aprovechaba, nada se desperdiciaba y pocos residuos se generaban. Esto no ocurría sólo en el ámbito alimentario sino en los productos duraderos también (desde ropa, hasta los coches).
¿Qué hace que no cale el modelo occidental de consumo en dicha sociedad? Son dos los motivos principales:
Recuerdo que durante una sesión de intercambio con estudiantes locales tuve la ocasión de preguntar sobre la influencia de la cultura en el tema del desperdicio alimentario y los residuos, respondiéndome un profesor “es que Marruecos es un país pobre”. Acto seguido interpeló una joven estudiante diciendo “en realidad es un aspecto que tiene que ver con las formas en la que valoramos los alimentos, desde pequeños aprendemos a valorarlos y a no desperdiciarlos”. El desperdicio alimentario y la generación masiva de residuos parecen ser problemas del sistema de consumo lineal de las economías maduras.
Con esto en mente hago una breve reflexión sobre la política agrícola común (PAC) de la UE, que surge tras la IIGM para garantizar un suministro alimentario fiable y seguro. De esa forma surgió la PAC pudiéndose decir que es una política de subvención a gran escala de alimentos. Los logros de la PAC son incuestionables: han permitido a todos los ciudadanos gozar de cantidad, calidad y seguridad en el suministro alimentario. Eso sí, es necesario cuestionarla críticamente para mejorarla y hacerla más eficiente. Por ejemplo, cabe añadir que como subproductos del modelo económico adoptado encontramos las incongruencias de la sobre producción y el despilfarro; la determinación de precios justos y la venta a pérdidas; el problema de los intermediarios y mayoristas; el tema de los agricultores “de sillón”; la siembra sin cosecha o el reparto poco equitativo de las ayudas.
Para mí, lo más llamativo de todo es que se ha modificado radicalmente la forma con la que nos relacionamos con los alimentos. Éstos parecen haber perdido valor. No hay más que recordar el distinto enfoque que tienen nuestros padres o abuelos en cuanto al reaprovechamiento de alimentos y su no-desperdicio. Por el contrario, me pareció muy llamativo viajar a Marruecos y observar cómo estando tan cerca de España el paradigma de consumo-alimentación era tan distinto.
En conclusión, creo que es necesario reflexionar sobre las implicaciones de nuestro modelo de consumo alimentario en nuestro Estado de Bienestar. ¿Las nuevas formas de consumo implican un derroche de recursos? ¿La industrialización agraria genera nuevas formas de consumo? ¿En qué medida los aspectos socio-culturales marcan las formas de consumo? En un país en transición, ¿podrán mantenerse los valores tradicionales a la vez que permitir el desarrollo económico? No sé si hay solución o respuesta exacta a estas preguntas. Lo único que creo es que en occidente es necesario un cambio conceptual sobre el valor de los alimentos. Cambiar el marco mental requiere cierto esfuerzo, pero es necesario para entender que gran parte del mundo vive de formas muy distintas a la que nosotros conocemos. Éste nuevo enfoque es el que hará posible que en el largo plazo el desarrollo económico, el medio ambiente y los valores culturales vayan de la mano.