Una semana después del día de Europa, me detengo a analizar la situación actual del proyecto europeo, que nace en 1953 con la creación de la CECA, y transcurre hasta la Unión Europea actual, la del Tratado de Lisboa.
Podría hablarle bien de la Unión, o hacerlo mal. Sin embargo, lo haré con una visión crítica y realista de la posición que ocupa, y ocupamos como europeos, dentro del panorama geopolítico internacional, ya que de hablar solamente bien ya se encargan los que trabajan en ella y sus comunicadores externos.
Pues bien, la UE, bajo mi punto de vista, está sumida en cuatro crisis interrelacionadas: de identidad, una crisis política, una crisis económica, y una crisis reputacional y de imagen.
Con crisis de identidad me refiero al olvido del proyecto original de la UE, un proyecto en el que primaba la cooperación económica y comercial, con el objetivo de crear vínculos políticos y diplomáticos entre los distintos Estados europeos. Un proyecto donde el cristianismo era un elemento integrador y que todos compartían, defendían, y tenían en cuenta a la hora de tomar cualquier decisión. Un proyecto donde se respetaba completamente la soberanía nacional de los Estados, y se les dejaba equivocarse y que fuesen ellos mismos los que corrigiesen una u otra ley aprobada.
Un proyecto donde el evitar una guerra en el continente era el objetivo principal, y se trabajaba conscientemente en ello.
Ahora les pregunto a ustedes si la Unión se ha convertido en un espacio donde el intercambio fortalece las veintisiete economías, o la integración económica promovida genera más bien dependencia económica y financiera del exterior.
Les pregunto cuál es la religión principal en nuestro continente. Ni siquiera los que toman las decisiones hoy día lo tienen claro, o lo han olvidado. Les pregunto también cómo actúa la Comisión Europea cuando un Estado aprueba una ley, por cauces democráticos, que “no le parece bien”, de acuerdo con el espíritu de la Unión. La pregunta aquí es: ¿Qué espíritu?
Le pregunto también, querido lector, cuál es el estado presente de la relación entre Francia y Alemania, rivales en las dos Guerras Mundiales, y razón por la cual se creó en 1953 la CECA, origen del proyecto europeo. En esta les echo una mano, la relación pasa por su peor momento desde su creación. En cuanto a la crisis política, me refiero a la ausencia de unos objetivos ambiciosos y pragmáticos en la agenda, a la injerencia externa en los procesos de toma de decisiones, y al alejamiento de la política bruselense de la realidad social de los europeos de cada país. Todo ello genera una nítida desafección ciudadana hacia la política europea, haciendo aumentar el número de euroescépticos, así como el ascenso del extremismo político.
En lo relativo a la tercera de las crisis, la más acentuada ahora, o la más veces recurrida debido a las terribles consecuencias económicas derivadas de la pandemia y de la guerra en Ucrania, les invito a reflexionar sobre el método de financiación de la Comisión a los Estados miembros, o dicho de otro modo, cómo recuperará la Comisión Europea todo el dinero que está prestando a los Estados, mucho del mismo a fondo perdido. Pues bien, el coste del préstamo lo pagaremos todos nosotros, en forma de impuestos elevados debido a la inflación creciente desde noviembre de 2020 en la eurozona.
Sobre la última crisis, la que he optado por llamar crisis reputacional y de imagen, creo que la UE comete un grave error en carecer en la práctica de una política exterior común autónoma e independiente. La UE tiene que defender sus propios intereses y buscar ser el primer actor internacional. Tiene que competir con Estados Unidos y China en el panorama geopolítico y económico internacional porque tiene capacidad y recursos para ello. Sin embargo, no se encuentra entre las prioridades políticas, se prefiere seguir a EEUU y sus intereses, los cuales a veces coinciden con los nuestros, pero en otras ocasiones no. El hecho de que sea el principal aliado de la UE no puede llevarnos a dejar a un lado nuestros intereses reales.
La autonomía e independencia de la política exterior de la Unión está siendo objeto de debate en los últimos meses, desde la invasión rusa de Ucrania, y la voluntad de China de invadir Taiwán. Y aquí tenemos dos ejemplos que nos ayudan a entender lo dicho en el párrafo anterior.
Por un lado, en el posicionamiento y respuesta a la invasión de rusa de Ucrania, existe un interés común a ambos que es la preservación del orden internacional creado a partir de la Segunda Guerra Mundial, el cual Putin quiere modificar, y la defensa de las fronteras de la UE bajo el paraguas de la OTAN.
Por otro lado, en lo que concierne a la futura invasión china de Taiwán, me pregunto qué interés tiene la UE allí, más allá de defender el principio de integridad territorial de la República de China. En este caso, creo que el rol que debe jugar la UE es el de mediador y disuasor del conflicto, pero siendo ante todo conscientes de que no constituye una prioridad en nuestra política exterior, como sí sucede en la guerra entre Ucrania y Rusia a las puertas de la UE.
En conclusión, la Unión está en crisis, aunque no nos lo cuenten los líderes políticos ni los medios de comunicación influenciados por estos. Esto no es necesariamente malo, es algo natural después de tan antiguo proyecto de paz, desarrollo económico, integración política, y bienestar social generalizado. Lo que sí puede suponer un inconveniente es el no reconocerlo, y el negar la evidencia, porque entonces las dificultades que existen hoy continuarán aumentando y los euroescépticos ganarán más y más adeptos. A los políticos parece habérseles olvidado a quiénes representan y a quiénes están por tanto sometidos.
Mario Sanz Galacho
La UE ESTÁ SUMIDA EN UN PERIODO DE CRISIS EXISTENCIAL QUE HA DE COMPRENDER Y CORREGIR
Podría hablarle bien de la Unión, o hacerlo mal. Sin embargo, lo haré con una visión crítica y realista de la posición que ocupa, y ocupamos como europeos, dentro del panorama geopolítico internacional, ya que de hablar solamente bien ya se encargan los que trabajan en ella y sus comunicadores externos.
Pues bien, la UE, bajo mi punto de vista, está sumida en cuatro crisis interrelacionadas: de identidad, una crisis política, una crisis económica, y una crisis reputacional y de imagen.
Con crisis de identidad me refiero al olvido del proyecto original de la UE, un proyecto en el que primaba la cooperación económica y comercial, con el objetivo de crear vínculos políticos y diplomáticos entre los distintos Estados europeos. Un proyecto donde el cristianismo era un elemento integrador y que todos compartían, defendían, y tenían en cuenta a la hora de tomar cualquier decisión. Un proyecto donde se respetaba completamente la soberanía nacional de los Estados, y se les dejaba equivocarse y que fuesen ellos mismos los que corrigiesen una u otra ley aprobada.
Un proyecto donde el evitar una guerra en el continente era el objetivo principal, y se trabajaba conscientemente en ello.
Ahora les pregunto a ustedes si la Unión se ha convertido en un espacio donde el intercambio fortalece las veintisiete economías, o la integración económica promovida genera más bien dependencia económica y financiera del exterior.
Les pregunto cuál es la religión principal en nuestro continente. Ni siquiera los que toman las decisiones hoy día lo tienen claro, o lo han olvidado.
Les pregunto también cómo actúa la Comisión Europea cuando un Estado aprueba una ley, por cauces democráticos, que “no le parece bien”, de acuerdo con el espíritu de la Unión. La pregunta aquí es: ¿Qué espíritu?
Le pregunto también, querido lector, cuál es el estado presente de la relación entre Francia y Alemania, rivales en las dos Guerras Mundiales, y razón por la cual se creó en 1953 la CECA, origen del proyecto europeo. En esta les echo una mano, la relación pasa por su peor momento desde su creación.
En cuanto a la crisis política, me refiero a la ausencia de unos objetivos ambiciosos y pragmáticos en la agenda, a la injerencia externa en los procesos de toma de decisiones, y al alejamiento de la política bruselense de la realidad social de los europeos de cada país. Todo ello genera una nítida desafección ciudadana hacia la política europea, haciendo aumentar el número de euroescépticos, así como el ascenso del extremismo político.
En lo relativo a la tercera de las crisis, la más acentuada ahora, o la más veces recurrida debido a las terribles consecuencias económicas derivadas de la pandemia y de la guerra en Ucrania, les invito a reflexionar sobre el método de financiación de la Comisión a los Estados miembros, o dicho de otro modo, cómo recuperará la Comisión Europea todo el dinero que está prestando a los Estados, mucho del mismo a fondo perdido. Pues bien, el coste del préstamo lo pagaremos todos nosotros, en forma de impuestos elevados debido a la inflación creciente desde noviembre de 2020 en la eurozona.
Sobre la última crisis, la que he optado por llamar crisis reputacional y de imagen, creo que la UE comete un grave error en carecer en la práctica de una política exterior común autónoma e independiente. La UE tiene que defender sus propios intereses y buscar ser el primer actor internacional. Tiene que competir con Estados Unidos y China en el panorama geopolítico y económico internacional porque tiene capacidad y recursos para ello. Sin embargo, no se encuentra entre las prioridades políticas, se prefiere seguir a EEUU y sus intereses, los cuales a veces coinciden con los nuestros, pero en otras ocasiones no. El hecho de que sea el principal aliado de la UE no puede llevarnos a dejar a un lado nuestros intereses reales.
La autonomía e independencia de la política exterior de la Unión está siendo objeto de debate en los últimos meses, desde la invasión rusa de Ucrania, y la voluntad de China de invadir Taiwán. Y aquí tenemos dos ejemplos que nos ayudan a entender lo dicho en el párrafo anterior.
Por un lado, en el posicionamiento y respuesta a la invasión de rusa de Ucrania, existe un interés común a ambos que es la preservación del orden
internacional creado a partir de la Segunda Guerra Mundial, el cual Putin quiere modificar, y la defensa de las fronteras de la UE bajo el paraguas de la OTAN.
Por otro lado, en lo que concierne a la futura invasión china de Taiwán, me pregunto qué interés tiene la UE allí, más allá de defender el principio de integridad territorial de la República de China. En este caso, creo que el rol que debe jugar la UE es el de mediador y disuasor del conflicto, pero siendo ante todo conscientes de que no constituye una prioridad en nuestra política exterior, como sí sucede en la guerra entre Ucrania y Rusia a las puertas de la UE.
En conclusión, la Unión está en crisis, aunque no nos lo cuenten los líderes políticos ni los medios de comunicación influenciados por estos. Esto no es necesariamente malo, es algo natural después de tan antiguo proyecto de paz, desarrollo económico, integración política, y bienestar social generalizado. Lo que sí puede suponer un inconveniente es el no reconocerlo, y el negar la evidencia, porque entonces las dificultades que existen hoy continuarán aumentando y los euroescépticos ganarán más y más adeptos. A los políticos parece habérseles olvidado a quiénes representan y a quiénes están por tanto sometidos.
Mario Sanz Galacho