En el anterior artículo mencionaba las características del consumo alimentario en una economía en transición, en la que los hábitos de consumo alimentario (tal y como los conocemos en occidente) son totalmente distintos. El desarrollo económico implica profundas transformaciones en la estructura de un país apareciendo el consumo de masas, mejoras en la calidad de vida y un Estado de Bienestar. La cuestión clave es, ¿es nuestro Estado de Bienestar sostenible en el largo plazo? Con esto no me refiero a ello en términos económico-financieros –que claramente es insostenible como hemos visto con la deuda pública o el sistema de pensiones–, sino en términos ambientales y sociales, en cuanto a lo sostenible que es nuestro estilo de vida con respecto al planeta y a las personas.
En el ámbito de la sociología o economía ambiental se ha puesto de moda el concepto del decrecimiento, de la mano de autores celebres como Maurizio Pallante, Serge Latouche o James Lovelock con su Gaia. A primera instancia parece algo obvio: el crecimiento ilimitado no puede ocurrir en un planeta con recursos limitados. Sin embargo, este tema se ha convertido en casi una ideología para grandes pensadores que apuestan por el decrecimiento como única solución.
Esto ocurre porque en el “norte desarrollado” hemos llegado a un nivel de bienestar que hace natural el surgimiento de todas estas dudas sobre el incierto futuro: ¿se puede seguir creciendo eternamente (aun cuando nuestra demografía va en sentido contrario)? ¿Depende la calidad de vida del PIB? ¿Es sostenible nuestra forma de consumo? ¿A qué coste futuro? O peor aún: ¿cómo hacer que los países en desarrollo realicen una transición económica de forma sostenible (cuando claramente Europa ni EEUU lo hizo en su día)? Así, el concepto de huella ecológica es un indicador que mide el impacto del modo de vida sobre el entorno y claramente los resultados que se extraen de este no son nada esperanzadores. Las disparidades entre los países ricos y pobres son significativas: mientras que en España necesitamos 2.8 planetas para satisfacer nuestras necesidades, en India necesitan 0.8 planetas. En su conjunto la humanidad necesita casi 2 planetas para satisfacer el ritmo de consumo actual.
Con estas cuestiones en mente surgen las distintas posturas frente a este problema: desde los ecologistas radicales, a los que demonizan el capitalismo de todos los males, pasando por los negacionistas climáticos. A mi parecer estas discrepancias ocurren porque se trata de un tema tan trascendental y que requiere tal reflexión que simplemente escapa de lo que alguien está dispuesto a comprender (y en el fondo cuestionar su estilo de vida), entrando así en juego las posturas subjetivas y poco razonadas. La politización del discurso ambientalista es el principal factor detonante en la falta de entendimiento y consenso sobre un tema que concierne a todos. Aquí la política debería hacer mucha autocrítica. Creo que el medio ambiente no debe ser un tema ideológico: en el fondo se trata de que planeta, valores y principios queremos dejarles a los que vendrán después de nosotros. De hecho, tal es la importancia de este tema que el European Research Council ha financiado un estudio internacional “A Post-Growth Deal” (REAL) con 10M€ para abordar estas cuestiones que preocupan.
Aunque algunos lo deseen, un cambio radical en el estilo de vida que hemos construido no puede ocurrir de un día para otro, ni tampoco parece sensato un drástico recorte en los niveles de producción y consumo de forma inmediata. No me gustaría creer que el ser humano actúa como ser egoísta e individualista en las decisiones que perjudican el futuro del planeta, aunque tristemente esta parezca la conducta en ciertas ocasiones. Curiosamente la Teoría de las necesidades de Maslow no hace referencia a ninguna necesidad “material” en cualesquiera de las etapas de la pirámide, únicamente en las necesidades básicas del primer escalón. Un ejemplo más reciente fue la crisis del Covid-19. En el encierro, el planeta respiró y los animales tomaron las ciudades. Nosotros estábamos mal, deseábamos con ansia salir al exterior y ningún consumo “material” podía suplir esta necesidad.
Por tanto, creo que la solución al problema no pasa por revolucionarios y radicales cambios, sino por las acciones pequeñas que cada individuo desde su limitado o amplio ámbito puede hacer. Poco a poco cada persona debería introducir cambios efectivos en sus hábitos o costumbres diarias para contribuir con su granito de arena a reducir esta huella o impacto ecológico. Todo ello sin caer en la trampa del greenwashing que sólo satisface erróneamente la auto-conciencia. Lo que está claro es que la propia naturaleza del sistema económico se guía por la “obtención de beneficio”, y esta ley de funcionamiento básico no va a cambiar. Sin embargo, lo que sí se puede hacer y se está haciendo es incorporar nuevas tendencias y consideraciones en el sistema productivo, pero esto necesita tiempo. Estas tendencias se resumen, en una palabra: responsabilidad. Se trata de incorporar las nociones y consecuencias ético-ambientales en la toma de decisiones.
A nivel personal, las acciones hacia la sostenibilidad pueden ser totalmente variadas y deben adaptarse al estilo de vida que cada persona lleve. No se trata de eliminar costumbres o hábitos declarados “insostenibles”, sino de reducirlos, modificarlos o compensarlos con otras medidas positivas. El paradigma económico actual no debe desaparecer ni romperse radicalmente sino moldearse para abordar la óptica de la sostenibilidad y el ambiente en las decisiones. De esta forma se minimiza el impacto que tiene la acción humana sobre el planeta (ej. mediante buenas prácticas, medidas de responsabilidad social corporativa, nuevos enfoques en los procesos…etc.)
Está claro que la tierra tiene una capacidad auto-regulatoria enorme y que no va a desaparecer de un día para otro (o eso esperamos). El proceso evolutivo de la Tierra es infinito y en él han pasado muchas cosas, desde los dinosaurios, las glaciaciones y el reciente desarrollo del homo sapiens. Los humanos somos una gota de polvo en la historia de la Tierra, pero a la vez, somos los que más la estamos modificando. Por eso somos también los responsables de establecer relaciones harmoniosas con nuestro entorno, satisfaciendo nuestras necesidades sin generar un perjuicio al planeta. Esta nueva forma de consumo se puede denominar como un consumo responsable.
Es éste consumo responsable el que logrará modificar nuestras relaciones de producción y consumo, dotándolas de una fuerte noción de sostenibilidad o impacto ambiental. Este consumo responsable no es una llamada radical a la prohibición de la carne roja o del automóvil, sino a una llamada a la reflexión sobre su uso/consumo y al análisis sobre las alternativas que existen que produzcan un nivel similar de satisfacción. En términos económicos se trata de pasarse a una función de utilidad “verde” que esté muy próxima a la original. Si en el largo plazo, todos los humanos, desde las decisiones individuales, adoptaran nuevas formas de vida más sostenibles (aunque sea “ligeramente”) el impacto generado sería sin duda positivo.
En varios ámbitos del enfoque responsable destacaría las siguientes consideraciones:
La alimentación: comer menos carne, pero de calidad puesto que gran parte de la deforestación tiene que ver con la producción de piensos para el consumo animal (más de 2/3 de la producción agrícola mundial se destina a la alimentación animal); apostar por productos km.0, frescos y de temporada; planificar la compra en el corto plazo; comprar cantidades más pequeñas; reinterpretar el significado de la fecha de caducidad o consumo preferente; apostar por la dieta mediterránea y por productos saludables; reducir el consumo de los fast-foods; cambiar la relación con los alimentos y abrazar los principios del slow-foodmovement.
El textil: algo que no suele mencionarse en la huella ecológica del planeta es el impacto del sector textil desde múltiples perspectivas. Desde lo ambiental, la industria textil (producción de algodón) puede llevar al cambio completo de ecosistemas, como se ha visto con la desaparición del Mar de Aral y tiene un impacto medioambiental significativo debido a los recursos que implica y a la dificultad que conlleva su reciclaje al estar compuestos de múltiples materiales no separables. Desde lo social, la industria textil recurre a múltiples subcontrataciones en su cadena de producción con las consecuencias que ello conlleva (condiciones laborales, explotación, riesgos…etc.), pareciendo tomar vigor a partir del derrumbe de la fábrica Rana Plaza (2013) en Bangladesh que causó 1.130 muertos.
Residuos urbanos: reducir el desperdicio alimentario, cosa que requiere un cambio en el paradigma alimentario; reducir la dependencia de los plásticos (utilizándolos en menor cuantía y apostando por envases reutilizables) y apostar por el reciclaje, mejorando los procesos en el tratamiento de residuos; reducir el descarte textil, apostando por menos ropa y de mejor calidad. El problema de los residuos plantea un debate ético muy grande puesto que se ha generado un mercado secundario ligado a los descartes del primer mundo de que muchas personas viven (alimentos, plásticos, textiles…etc.), por no decir el problema de la exportación de contaminantes residuos tecnológicos a África subsahariana.
Obsolescencia programada: la soberanía individual puede resistirse a la publicidad (esta es la primera de las 9’Rs: rechazar), pero no al avance tecnológico ni al fallo de los productos. Es necesario apostar por productos buenos que duren más tiempo y optar por su reparación cuando se pueda. Esto es difícil porque muchas veces la reparación es más costosa que el ítem nuevo lo que genera un dilema entre el descarte o la nueva compra.
Sobre el concepto “necesidad”: es necesario diferenciar entre la fina línea que separa la necesidad del deseo o capricho. El marketing se basa en la creación continua de necesidades. ¿Tengo algo porque lo necesito o porque (algo o alguien o las fuerzas misteriosas del mercado) me ha hecho necesitarlo? Hay que pasar del concepto de homo economicus (racional, egoísta y maximizador individual) al homo responsabilis. La espiral de necesidades ilimitadas termina donde uno decida hacerla terminar. Hay intentar desvincular el mito interiorizado de que más, más y más es mejor.
Si analizamos todas las consideraciones anteriores, en realidad son aplicaciones prácticas del famoso concepto de las 9R’s de la sostenibilidad: rechazar, recuperar, reciclar, rediseñar, remanufacturar, restaurar, reparar, reutilizar, reducir. Estos conceptos siembran la base de la economía circular.
De todos ellos diría que la generación de residuos es el síntoma más evidente de la sociedad del bienestar en la que vivimos. Tanto en el alimentario (desperdicio y despilfarro, sobreproducción, la obsolescencia programada en las FC/FCP conocida como death dating o el problema de los residuos plásticos) como en el de consumibles de larga duración (con la obsolescencia programada y la consiguiente generación de residuos contaminantes de smartphones, electrodomésticos o textiles).
La clave de todo esto puede resumirse en consumir menos, pero de mejor calidad, viviendo más lentamente pero más intensamente, prestando atención a las pequeñas acciones. Sólo así puede el ser humano ser verdaderamente libre al tener la conciencia clara de que es éste quien se marca sus necesidades y decide verdaderamente lo que necesite, no es ni el mercado, ni el amigo, ni el estratega de marketing, ni el familiar, sino uno mismo. El futuro desarrollo económico tendrá que ir de la mano de la sostenibilidad y la toma de decisiones personales deberán tener en cuenta el medioambiente.
En La abundancia frugal como arte de vivir hace Latouche interesantes reflexiones: “un crecimiento infinito es imposible en un planeta finito”, “vivimos sin tener el tiempo de vivir” o “hemos sacrificado lo real en beneficio de lo virtual”. Alejándose un poco del relato catastrofista del autor, quizás lo único que queda es hacer autocrítica y adoptar medidas desde los aspectos más básicos del día a día de cada persona. Podrán lograrse ganancias productivas y económicas, pero del lado de la eficiencia: logrando el mayor output, con el menor input y al menor coste ambiental. Y cuando no sea posible, establecer medidas compensadoras o correctoras para reparar dichos excesos. Esta eficiencia y reconversión es la vía por la que hay que apostar y es precisamente aquella que cada uno enfoca a través de una ética del consumo o un consumo responsable.
Cierto es que, para la mayor parte de nosotros, la autocrítica personal no suele gustar, o, peor aún, menos gusta el tener que analizar por qué y para qué tomamos ciertas decisiones. Esa ansiada revolución verde no es algo enorme ni inmediato, sino algo pequeño y personal que pasa por las labores de educación y concienciación de los más pequeños en dicha materia. El planeta puede vivir sin nosotros (nos lo ha demostrado), pero nosotros no podemos vivir sin él. No podemos dar la espalda a la naturaleza en las decisiones que la condicionan. Será la suma de estas nuevas conductas y tendencias futuras, decisiones y acciones personales las que modifiquen el paradigma de consumo actual hacia uno sostenible: uno que tenga en cuenta el equilibrio entre la economía, el medioambiente y el bienestar social. Sin shocks, sin odio, sin radicalismos, sin demagogia. Ya lo dijo Gandhi: “nosotros tenemos que ser el cambio que queremos ver en el mundo”.
En el anterior artículo mencionaba las características del consumo alimentario en una economía en transición, en la que los hábitos de consumo alimentario (tal y como los conocemos en occidente) son totalmente distintos. El desarrollo económico implica profundas transformaciones en la estructura de un país apareciendo el consumo de masas, mejoras en la calidad de vida y un Estado de Bienestar. La cuestión clave es, ¿es nuestro Estado de Bienestar sostenible en el largo plazo? Con esto no me refiero a ello en términos económico-financieros –que claramente es insostenible como hemos visto con la deuda pública o el sistema de pensiones–, sino en términos ambientales y sociales, en cuanto a lo sostenible que es nuestro estilo de vida con respecto al planeta y a las personas.
En el ámbito de la sociología o economía ambiental se ha puesto de moda el concepto del decrecimiento, de la mano de autores celebres como Maurizio Pallante, Serge Latouche o James Lovelock con su Gaia. A primera instancia parece algo obvio: el crecimiento ilimitado no puede ocurrir en un planeta con recursos limitados. Sin embargo, este tema se ha convertido en casi una ideología para grandes pensadores que apuestan por el decrecimiento como única solución.
Esto ocurre porque en el “norte desarrollado” hemos llegado a un nivel de bienestar que hace natural el surgimiento de todas estas dudas sobre el incierto futuro: ¿se puede seguir creciendo eternamente (aun cuando nuestra demografía va en sentido contrario)? ¿Depende la calidad de vida del PIB? ¿Es sostenible nuestra forma de consumo? ¿A qué coste futuro? O peor aún: ¿cómo hacer que los países en desarrollo realicen una transición económica de forma sostenible (cuando claramente Europa ni EEUU lo hizo en su día)? Así, el concepto de huella ecológica es un indicador que mide el impacto del modo de vida sobre el entorno y claramente los resultados que se extraen de este no son nada esperanzadores. Las disparidades entre los países ricos y pobres son significativas: mientras que en España necesitamos 2.8 planetas para satisfacer nuestras necesidades, en India necesitan 0.8 planetas. En su conjunto la humanidad necesita casi 2 planetas para satisfacer el ritmo de consumo actual.
Con estas cuestiones en mente surgen las distintas posturas frente a este problema: desde los ecologistas radicales, a los que demonizan el capitalismo de todos los males, pasando por los negacionistas climáticos. A mi parecer estas discrepancias ocurren porque se trata de un tema tan trascendental y que requiere tal reflexión que simplemente escapa de lo que alguien está dispuesto a comprender (y en el fondo cuestionar su estilo de vida), entrando así en juego las posturas subjetivas y poco razonadas. La politización del discurso ambientalista es el principal factor detonante en la falta de entendimiento y consenso sobre un tema que concierne a todos. Aquí la política debería hacer mucha autocrítica. Creo que el medio ambiente no debe ser un tema ideológico: en el fondo se trata de que planeta, valores y principios queremos dejarles a los que vendrán después de nosotros. De hecho, tal es la importancia de este tema que el European Research Council ha financiado un estudio internacional “A Post-Growth Deal” (REAL) con 10M€ para abordar estas cuestiones que preocupan.
Aunque algunos lo deseen, un cambio radical en el estilo de vida que hemos construido no puede ocurrir de un día para otro, ni tampoco parece sensato un drástico recorte en los niveles de producción y consumo de forma inmediata. No me gustaría creer que el ser humano actúa como ser egoísta e individualista en las decisiones que perjudican el futuro del planeta, aunque tristemente esta parezca la conducta en ciertas ocasiones. Curiosamente la Teoría de las necesidades de Maslow no hace referencia a ninguna necesidad “material” en cualesquiera de las etapas de la pirámide, únicamente en las necesidades básicas del primer escalón. Un ejemplo más reciente fue la crisis del Covid-19. En el encierro, el planeta respiró y los animales tomaron las ciudades. Nosotros estábamos mal, deseábamos con ansia salir al exterior y ningún consumo “material” podía suplir esta necesidad.
Por tanto, creo que la solución al problema no pasa por revolucionarios y radicales cambios, sino por las acciones pequeñas que cada individuo desde su limitado o amplio ámbito puede hacer. Poco a poco cada persona debería introducir cambios efectivos en sus hábitos o costumbres diarias para contribuir con su granito de arena a reducir esta huella o impacto ecológico. Todo ello sin caer en la trampa del greenwashing que sólo satisface erróneamente la auto-conciencia. Lo que está claro es que la propia naturaleza del sistema económico se guía por la “obtención de beneficio”, y esta ley de funcionamiento básico no va a cambiar. Sin embargo, lo que sí se puede hacer y se está haciendo es incorporar nuevas tendencias y consideraciones en el sistema productivo, pero esto necesita tiempo. Estas tendencias se resumen, en una palabra: responsabilidad. Se trata de incorporar las nociones y consecuencias ético-ambientales en la toma de decisiones.
A nivel personal, las acciones hacia la sostenibilidad pueden ser totalmente variadas y deben adaptarse al estilo de vida que cada persona lleve. No se trata de eliminar costumbres o hábitos declarados “insostenibles”, sino de reducirlos, modificarlos o compensarlos con otras medidas positivas. El paradigma económico actual no debe desaparecer ni romperse radicalmente sino moldearse para abordar la óptica de la sostenibilidad y el ambiente en las decisiones. De esta forma se minimiza el impacto que tiene la acción humana sobre el planeta (ej. mediante buenas prácticas, medidas de responsabilidad social corporativa, nuevos enfoques en los procesos…etc.)
Está claro que la tierra tiene una capacidad auto-regulatoria enorme y que no va a desaparecer de un día para otro (o eso esperamos). El proceso evolutivo de la Tierra es infinito y en él han pasado muchas cosas, desde los dinosaurios, las glaciaciones y el reciente desarrollo del homo sapiens. Los humanos somos una gota de polvo en la historia de la Tierra, pero a la vez, somos los que más la estamos modificando. Por eso somos también los responsables de establecer relaciones harmoniosas con nuestro entorno, satisfaciendo nuestras necesidades sin generar un perjuicio al planeta. Esta nueva forma de consumo se puede denominar como un consumo responsable.
Es éste consumo responsable el que logrará modificar nuestras relaciones de producción y consumo, dotándolas de una fuerte noción de sostenibilidad o impacto ambiental. Este consumo responsable no es una llamada radical a la prohibición de la carne roja o del automóvil, sino a una llamada a la reflexión sobre su uso/consumo y al análisis sobre las alternativas que existen que produzcan un nivel similar de satisfacción. En términos económicos se trata de pasarse a una función de utilidad “verde” que esté muy próxima a la original. Si en el largo plazo, todos los humanos, desde las decisiones individuales, adoptaran nuevas formas de vida más sostenibles (aunque sea “ligeramente”) el impacto generado sería sin duda positivo.
En varios ámbitos del enfoque responsable destacaría las siguientes consideraciones:
Si analizamos todas las consideraciones anteriores, en realidad son aplicaciones prácticas del famoso concepto de las 9R’s de la sostenibilidad: rechazar, recuperar, reciclar, rediseñar, remanufacturar, restaurar, reparar, reutilizar, reducir. Estos conceptos siembran la base de la economía circular.
De todos ellos diría que la generación de residuos es el síntoma más evidente de la sociedad del bienestar en la que vivimos. Tanto en el alimentario (desperdicio y despilfarro, sobreproducción, la obsolescencia programada en las FC/FCP conocida como death dating o el problema de los residuos plásticos) como en el de consumibles de larga duración (con la obsolescencia programada y la consiguiente generación de residuos contaminantes de smartphones, electrodomésticos o textiles).
La clave de todo esto puede resumirse en consumir menos, pero de mejor calidad, viviendo más lentamente pero más intensamente, prestando atención a las pequeñas acciones. Sólo así puede el ser humano ser verdaderamente libre al tener la conciencia clara de que es éste quien se marca sus necesidades y decide verdaderamente lo que necesite, no es ni el mercado, ni el amigo, ni el estratega de marketing, ni el familiar, sino uno mismo. El futuro desarrollo económico tendrá que ir de la mano de la sostenibilidad y la toma de decisiones personales deberán tener en cuenta el medioambiente.
En La abundancia frugal como arte de vivir hace Latouche interesantes reflexiones: “un crecimiento infinito es imposible en un planeta finito”, “vivimos sin tener el tiempo de vivir” o “hemos sacrificado lo real en beneficio de lo virtual”. Alejándose un poco del relato catastrofista del autor, quizás lo único que queda es hacer autocrítica y adoptar medidas desde los aspectos más básicos del día a día de cada persona. Podrán lograrse ganancias productivas y económicas, pero del lado de la eficiencia: logrando el mayor output, con el menor input y al menor coste ambiental. Y cuando no sea posible, establecer medidas compensadoras o correctoras para reparar dichos excesos. Esta eficiencia y reconversión es la vía por la que hay que apostar y es precisamente aquella que cada uno enfoca a través de una ética del consumo o un consumo responsable.
Cierto es que, para la mayor parte de nosotros, la autocrítica personal no suele gustar, o, peor aún, menos gusta el tener que analizar por qué y para qué tomamos ciertas decisiones. Esa ansiada revolución verde no es algo enorme ni inmediato, sino algo pequeño y personal que pasa por las labores de educación y concienciación de los más pequeños en dicha materia. El planeta puede vivir sin nosotros (nos lo ha demostrado), pero nosotros no podemos vivir sin él. No podemos dar la espalda a la naturaleza en las decisiones que la condicionan. Será la suma de estas nuevas conductas y tendencias futuras, decisiones y acciones personales las que modifiquen el paradigma de consumo actual hacia uno sostenible: uno que tenga en cuenta el equilibrio entre la economía, el medioambiente y el bienestar social. Sin shocks, sin odio, sin radicalismos, sin demagogia. Ya lo dijo Gandhi: “nosotros tenemos que ser el cambio que queremos ver en el mundo”.