Este año nos enfrentamos a un triple proceso electoral: elecciones municipales, autonómicas y generales (nacionales). Las primeras, éste 28 de mayo, y la última a finales de noviembre seguramente.
En el periodo de campaña cada partido activa su maquinaria para lograr captar votantes indecisos de último minuto. Se ponen en marcha las estrategias particulares que en el fondo son todas similares: actos, actos y muchos actos, fake news (bulos, desinformación…etc.), muchas promesas difíciles de cumplir, repentinas reuniones y contactos…etc.
Este periodo destaca por el nivel de crispación que se genera, los unos contra los otros. En ocasiones se trata de lograr que el adversario quede lo peor posible diciendo una serie de calificativos (aunque se digan de forma “políticamente correcta”) para desacreditarlo. Cualquier estrategia es válida pues en periodo electoral como dijo Maquiavelo “el fin justifica los medios”.
En esta forma de hacer política observamos dos cosas muy curiosas. La primera es la importancia de la política mediática o del eslogan que intenta generar la mayor repercusión en el menor tiempo posible. La segunda es la cada vez menor importancia que tiene el programa o proyecto político. La primera forma se construye a través de emociones, palabras, identidades, sentimientos, imágenes…etc. y las consecuencias son negativas ya que puede llegar a generar visiones reduccionistas, cortoplacistas y modificadas de la realidad. Por otra parte, la segunda trataría de convencer, exponer y vender un proyecto político a través de propuestas y hechos realistas. Sin embargo, observamos un auge de lo “político” frente al “proyecto/propuesta de” ciudad, región o país que se quiere.
Esta es la estrategia genérica, trabajada y perfilada por los expertos de la comunicación política o más bien, «influencers» de masas. Esta forma de hacer política encuentra su fácil explicación en la existencia de RR.SS., puesto que a través de ellas se canaliza, algo que en otros contextos se utiliza deliberadamente por la política populista. No creo que haga falta profundizar mucho más sobre esto, es una característica de los tiempos que vivimos.
La política mediática o del eslogan. Simplemente hay que mirar lo que ocurre en las RR.SS. para comprobarlo rápidamente, aunque también se observa en la calle. Hemos visto en Madrid varios ejemplos que llaman la atención, con un cartel de Podemos que se refería a los habitantes del barrio de Salamanca como “cayetanos” (mención reiterada en el debate electoral a la alcaldía); un cartel de Más Madrid que se refería a Madrid como “la hostia”; o los carteles de Vox de las últimas elecciones sobre los menas. Independientemente de la ideología que se tenga, estas dinámicas pueden herir sensibilidades y no ayudan a favorecer los principios básicos de convivencia y civismo. En estos ejemplos, que luego se amplifican por las RR.SS., no se avanza hacia un menor nivel de confrontación o crispación. No todos los mensajes son así, también hay ejemplos positivos («Ganas», «Reyes de Madrid», «Cuida lo tuyo», «Lo próximo»…etc.)
En el fondo, cuando no existe una amenaza real, es necesario crearla. El objetivo de los extremismos es utilizar los sentimientos más íntimos de la población (ej. la emoción, la alegría, el odio) para dividir y generar modelos dicotómicos de convivencia. Si algo deben diferenciarse los dos partidos principales de gobierno existentes (PP y PSOE), pero también el resto de formaciones en una democracia, es en no entrar en estas dinámicas.
El dilema moral está en que el partido que efectivamente llega a gobernar no gobierna únicamente para sus electores, sino para todo el electorado. El concepto de «amenaza exterior» se utiliza para lograr el «ellos contra nosotros», «esto o lo otro». Por lo tanto, la política mediática y del eslogan, bien utilizada, no debería ridiculizar al adversario político ni tampoco recurrir a la confrontación para conseguir votos. Tristemente, esto no siempre ocurre.
La ausencia o menor relevancia del proyecto político. Cada vez más se observa que los debates electorales, mítines o entrevistas están plagados de generalidades, provocaciones y descalificativos. Es curioso el tiempo que se emplea para criticar al adversario en relación al tiempo que se emplea proponiendo soluciones, alternativas o proyectos. Claro: destruir es siempre más fácil que construir.
Los programas políticos parecen perder relevancia para gran parte de los ciudadanos: muchas veces se van repitiendo o reformulando propuestas muy similares, a excepción de algún proyecto innovador. El problema está en que, aun existiendo los programas, los ciudadanos ya no se leen los mismos -¿quién lee mas de un tweet?- y en muchos casos votan en función de lo primero, la política mediática o emocional.
Por lo tanto, para aquella persona que se para a pensar, reflexionar y analizar, el gran dilema está en: ¿qué votamos? ¿por qué votamos? y ¿para qué votamos?
Puede que la gran mayoría de personas votemos bajo la lógica de la “opción menos mala”, otros votemos a las siglas porque transmiten tranquilidad, otros a una persona en concreto porque inspire confianza y cercanía y otros a un líder llamativo porque dice lo que nos gusta oír. Si se preguntara a un ciudadano por la calle porqué vota a uno u otro partido, seguramente no sabría dar un argumento concreto sobre las distintas propuestas que cada uno representa.
Pero lo cierto es que nos estamos olvidando de lo más básico e importante: el proyecto de país, región o ciudad que queremos y que propone nuestro candidato. Más allá de la sucesión de actos personalistas donde el protagonismo lo acapara el candidato con sus formas de actuar, no debería olvidarse la importancia que tiene el proyecto tangible. Porque de lo contrario, todo el peso decisivo estaría colocándose sobre el líder carismático. Creo que es necesario cambiar el discurso primando el proyecto sobre el candidato, que en el fondo no es más que un representante de los votantes y electores a los que se debe.
Pongamos un ejemplo. Quizás la política más verdadera y cercana es la municipal. Vemos como en municipios pequeños los vecinos votan al alcalde como persona, no a sus siglas ni partido. Cuando la ciudad crece, esto se transforma y se difumina el sentido y la importancia del voto. Los ciudadanos son una gran masa electoral que convencer, y éstos se entra en la gran rueda de la dinámica electoral, de la gran política de masas. Por ejemplo, en el debate de los candidatos al Ayuntamiento de Madrid, hubo pocas referencias a temas concretos que afectaban a los madrileños y a las propuestas de cada partido para su mejora. El eslogan, las siglas de partido y la ideología ganan peso respecto al proyecto de ciudad que se tiene.
En el caso de estas elecciones municipales de Madrid la intención de voto debería determinarse analizando porqué el “momento Madrid” de Almeida es mejor que lo que “va a hacer Rita”, o porqué el proyecto “Madrid Próximo” de Reyes es mejor que lo que Sotomayor propone arreglar “corriendo”, o porqué el “cuida lo tuyo” de Ortega-Smith es mejor que la propuesta de los “profesionales” de recupera Madrid.
En Madrid, la política municipal corre el riesgo de perder su esencia local, perdiendo la cercanía, el significado de proyecto de ciudad, el valor de las propuestas y el compromiso por la mejora a través de actuaciones concretas.
Sin embargo, la clave debería estar en el proyecto o modelo de ciudad que se quiere. En su elaboración se requiere una elevada sensibilidad hacia las distintas necesidades ciudadanas para que todas ellas se vean recogidas en el. Para hacer esto es necesario patear el barrio y conocer las distintas realidades en las que la gente vive porque no existe una única verdad absoluta, sino relativa.
Por tanto, el trabajo verdadero de la política debería hacerse en la calle, primero desde la escucha cercana, y una vez realizado el diagnóstico desde la persuasión sobre porqué un modelo de ciudad es mejor que el otro. Éste modelo de ciudad, plasmado en una propuesta o proyecto político debe contener acciones, mejoras y soluciones a los problemas de los ciudadanos y ésta es la diferencia que debería primar a la hora del voto. El voto debería determinarse en porqué un proyecto político va a solucionar los problemas mejor/antes/más fácilmente que el otro. Se echa en falta una discusión o debate a fondo basado en lo anterior.
Creo que queda mucho por hacer para acercar la política a la ciudadanía y transformarla en una herramienta útil, más humana y cercana, liderada por políticos sosegados y empáticos que escuchen los problemas y necesidades de los ciudadanos. Como dijo Aristóteles, “solo una mente educada puede entender un pensamiento diferente al suyo, sin necesidad de aceptarlo”.
Este año nos enfrentamos a un triple proceso electoral: elecciones municipales, autonómicas y generales (nacionales). Las primeras, éste 28 de mayo, y la última a finales de noviembre seguramente.
En el periodo de campaña cada partido activa su maquinaria para lograr captar votantes indecisos de último minuto. Se ponen en marcha las estrategias particulares que en el fondo son todas similares: actos, actos y muchos actos, fake news (bulos, desinformación…etc.), muchas promesas difíciles de cumplir, repentinas reuniones y contactos…etc.
Este periodo destaca por el nivel de crispación que se genera, los unos contra los otros. En ocasiones se trata de lograr que el adversario quede lo peor posible diciendo una serie de calificativos (aunque se digan de forma “políticamente correcta”) para desacreditarlo. Cualquier estrategia es válida pues en periodo electoral como dijo Maquiavelo “el fin justifica los medios”.
En esta forma de hacer política observamos dos cosas muy curiosas. La primera es la importancia de la política mediática o del eslogan que intenta generar la mayor repercusión en el menor tiempo posible. La segunda es la cada vez menor importancia que tiene el programa o proyecto político. La primera forma se construye a través de emociones, palabras, identidades, sentimientos, imágenes…etc. y las consecuencias son negativas ya que puede llegar a generar visiones reduccionistas, cortoplacistas y modificadas de la realidad. Por otra parte, la segunda trataría de convencer, exponer y vender un proyecto político a través de propuestas y hechos realistas. Sin embargo, observamos un auge de lo “político” frente al “proyecto/propuesta de” ciudad, región o país que se quiere.
Esta es la estrategia genérica, trabajada y perfilada por los expertos de la comunicación política o más bien, «influencers» de masas. Esta forma de hacer política encuentra su fácil explicación en la existencia de RR.SS., puesto que a través de ellas se canaliza, algo que en otros contextos se utiliza deliberadamente por la política populista. No creo que haga falta profundizar mucho más sobre esto, es una característica de los tiempos que vivimos.
La política mediática o del eslogan. Simplemente hay que mirar lo que ocurre en las RR.SS. para comprobarlo rápidamente, aunque también se observa en la calle. Hemos visto en Madrid varios ejemplos que llaman la atención, con un cartel de Podemos que se refería a los habitantes del barrio de Salamanca como “cayetanos” (mención reiterada en el debate electoral a la alcaldía); un cartel de Más Madrid que se refería a Madrid como “la hostia”; o los carteles de Vox de las últimas elecciones sobre los menas. Independientemente de la ideología que se tenga, estas dinámicas pueden herir sensibilidades y no ayudan a favorecer los principios básicos de convivencia y civismo. En estos ejemplos, que luego se amplifican por las RR.SS., no se avanza hacia un menor nivel de confrontación o crispación. No todos los mensajes son así, también hay ejemplos positivos («Ganas», «Reyes de Madrid», «Cuida lo tuyo», «Lo próximo»…etc.)
En el fondo, cuando no existe una amenaza real, es necesario crearla. El objetivo de los extremismos es utilizar los sentimientos más íntimos de la población (ej. la emoción, la alegría, el odio) para dividir y generar modelos dicotómicos de convivencia. Si algo deben diferenciarse los dos partidos principales de gobierno existentes (PP y PSOE), pero también el resto de formaciones en una democracia, es en no entrar en estas dinámicas.
El dilema moral está en que el partido que efectivamente llega a gobernar no gobierna únicamente para sus electores, sino para todo el electorado. El concepto de «amenaza exterior» se utiliza para lograr el «ellos contra nosotros», «esto o lo otro». Por lo tanto, la política mediática y del eslogan, bien utilizada, no debería ridiculizar al adversario político ni tampoco recurrir a la confrontación para conseguir votos. Tristemente, esto no siempre ocurre.
La ausencia o menor relevancia del proyecto político. Cada vez más se observa que los debates electorales, mítines o entrevistas están plagados de generalidades, provocaciones y descalificativos. Es curioso el tiempo que se emplea para criticar al adversario en relación al tiempo que se emplea proponiendo soluciones, alternativas o proyectos. Claro: destruir es siempre más fácil que construir.
Los programas políticos parecen perder relevancia para gran parte de los ciudadanos: muchas veces se van repitiendo o reformulando propuestas muy similares, a excepción de algún proyecto innovador. El problema está en que, aun existiendo los programas, los ciudadanos ya no se leen los mismos -¿quién lee mas de un tweet?- y en muchos casos votan en función de lo primero, la política mediática o emocional.
Mientras tanto el discurso político gira en ocasiones en torno a temas aparentemente intrascendentes o coloquiales. Tenemos constancia de la necesidad de Yolanda Díaz por “adaptar las condiciones meteorológicas a los puestos de trabajo”; la innovadora solución de Ayuso ante el cambio climático, proponiendo en “cada balcón de Madrid una planta”; o las divulgaciones sobre la vida íntima de los hijos de Page que refiriéndose a su hija en un acto dijo “tú estudias el cuerpo humano en Medicina pero las prácticas las hace tu hermano”. Se ha pasado de convencer a través de propuestas, a convencer a través de declaraciones mediáticas.
Por lo tanto, para aquella persona que se para a pensar, reflexionar y analizar, el gran dilema está en: ¿qué votamos? ¿por qué votamos? y ¿para qué votamos?
Puede que la gran mayoría de personas votemos bajo la lógica de la “opción menos mala”, otros votemos a las siglas porque transmiten tranquilidad, otros a una persona en concreto porque inspire confianza y cercanía y otros a un líder llamativo porque dice lo que nos gusta oír. Si se preguntara a un ciudadano por la calle porqué vota a uno u otro partido, seguramente no sabría dar un argumento concreto sobre las distintas propuestas que cada uno representa.
Pero lo cierto es que nos estamos olvidando de lo más básico e importante: el proyecto de país, región o ciudad que queremos y que propone nuestro candidato. Más allá de la sucesión de actos personalistas donde el protagonismo lo acapara el candidato con sus formas de actuar, no debería olvidarse la importancia que tiene el proyecto tangible. Porque de lo contrario, todo el peso decisivo estaría colocándose sobre el líder carismático. Creo que es necesario cambiar el discurso primando el proyecto sobre el candidato, que en el fondo no es más que un representante de los votantes y electores a los que se debe.
Pongamos un ejemplo. Quizás la política más verdadera y cercana es la municipal. Vemos como en municipios pequeños los vecinos votan al alcalde como persona, no a sus siglas ni partido. Cuando la ciudad crece, esto se transforma y se difumina el sentido y la importancia del voto. Los ciudadanos son una gran masa electoral que convencer, y éstos se entra en la gran rueda de la dinámica electoral, de la gran política de masas. Por ejemplo, en el debate de los candidatos al Ayuntamiento de Madrid, hubo pocas referencias a temas concretos que afectaban a los madrileños y a las propuestas de cada partido para su mejora. El eslogan, las siglas de partido y la ideología ganan peso respecto al proyecto de ciudad que se tiene.
En el caso de estas elecciones municipales de Madrid la intención de voto debería determinarse analizando porqué el “momento Madrid” de Almeida es mejor que lo que “va a hacer Rita”, o porqué el proyecto “Madrid Próximo” de Reyes es mejor que lo que Sotomayor propone arreglar “corriendo”, o porqué el “cuida lo tuyo” de Ortega-Smith es mejor que la propuesta de los “profesionales” de recupera Madrid.
En Madrid, la política municipal corre el riesgo de perder su esencia local, perdiendo la cercanía, el significado de proyecto de ciudad, el valor de las propuestas y el compromiso por la mejora a través de actuaciones concretas.
Sin embargo, la clave debería estar en el proyecto o modelo de ciudad que se quiere. En su elaboración se requiere una elevada sensibilidad hacia las distintas necesidades ciudadanas para que todas ellas se vean recogidas en el. Para hacer esto es necesario patear el barrio y conocer las distintas realidades en las que la gente vive porque no existe una única verdad absoluta, sino relativa.
Por tanto, el trabajo verdadero de la política debería hacerse en la calle, primero desde la escucha cercana, y una vez realizado el diagnóstico desde la persuasión sobre porqué un modelo de ciudad es mejor que el otro. Éste modelo de ciudad, plasmado en una propuesta o proyecto político debe contener acciones, mejoras y soluciones a los problemas de los ciudadanos y ésta es la diferencia que debería primar a la hora del voto. El voto debería determinarse en porqué un proyecto político va a solucionar los problemas mejor/antes/más fácilmente que el otro. Se echa en falta una discusión o debate a fondo basado en lo anterior.
Creo que queda mucho por hacer para acercar la política a la ciudadanía y transformarla en una herramienta útil, más humana y cercana, liderada por políticos sosegados y empáticos que escuchen los problemas y necesidades de los ciudadanos. Como dijo Aristóteles, “solo una mente educada puede entender un pensamiento diferente al suyo, sin necesidad de aceptarlo”.