A los españoles nos gusta el bloqueo político. Una vez más, nos encontramos en una situación imprevista cuando todas las encuestas parecían indicar el inminente cambio de gobierno. De hecho, recordemos que las fechas de estas elecciones anticipadas no tienen otra explicación que la decisión personal del Presidente del Gobierno ante los malos resultados en las elecciones municipales y regionales en Madrid aquel pasado 28-M.
Lo cierto es que la noche del domingo 23 de julio se ha vivido tensamente a medida que avanzaba el escrutinio electoral y complicaba las combinaciones políticas de gobernar para ambos bloques. Según leí en un lugar, podríamos resumir el resultado como una amarga victoria para el PP pero una dulce derrota para el PSOE. El PP por su parte ha resultado ser ganador en términos absolutos, mejorando ampliamente su resultado anterior, pero no podía imaginar que, ni con su posible socio Vox tendrían suficientes escaños para llegar a la mayoría absoluta (que nadie se engañe, todos sabíamos que, de gobernar el PP, el apoyo de Vox era necesario).
Con los resultados actuales, la gobernabilidad de España vuelve a descansar en partidos minoritarios que, paradójicamente, cuestionan la unidad de la nación. Se podría decir que ellos han vuelto a ser los verdaderos ganadores de estas elecciones. El problema no es el bipartidismo en sí (que parece sobrevivir tras turbulencias internas y externas), sino los extremos con los que conviven los dos partidos principales. España vuelve a estar dividida, tanto socialmente, como políticamente. En esta circunstancia no parece que pueda haber nunca un gobierno moderado sin la necesidad de tener que satisfacer las exigencias de los extremos de uno u otro lado.
Aunque la estrategia electoral de posicionarse en contra del “Sanchismo” en Madrid le salió muy bien al PP con dos mayorías absolutas (en el Ayuntamiento y Comunidad), el éxito cosechado generó una rápida contra respuesta en la izquierda que difundió un alarmismo electoral respecto a lo que podría suponer la supuestamente peligrosa coalición de PP+Vox. Por lo tanto, lo que ocurre en Madrid no es representativo de lo que ocurre en el resto de España. Mientras el voto en Madrid fue un voto reaccionario en contra de Sánchez, el de estas elecciones generales ha sido un voto reaccionario en contra de los “ultras” (representados, según el discurso de la izquierda, por Vox en este caso).
En primer lugar, el PP ha intentado mantener una postura de centro-derecha, intentándose desmarcar de Vox. Muchos de los que especulan que el PP hubiera obtenido mejores resultados con Ayuso a su cabeza, sostienen que el problema es interno y estructural: el partido no sabe hacia dónde va. Sin embargo, con Feijóo a la cabeza, creo sí que lo sabe y lo anterior hubiera supuesto unos resultados aún peores.
La postura moderada del PP es la que le ha permitido recuperar 47 diputados, aglutinando por completo el voto del desaparecido Ciudadanos. Las recientes declaraciones de Esperanza Aguirre no se comprenden ya que si como ella dice, los votantes de Vox eran del PP, precisamente la postura actual ha permitido recuperar gran parte de los mismos. A mi modo de ver, representar a todos los “liberales, democristianos y socialdemócratas [en descontento con el PSOE]” no se consigue virando la estrategia electoral para arrinconarse en la derecha. Sin mayores opciones y para evitar nuevamente un conflicto interno, la presidenta regional Ayuso desacreditó a su mentora política y se vio obligada a reafirmar el liderazgo de Feijóo.
En segundo lugar, la pérdida de escaños de Vox con respecto al 2019 es significativa, hasta tal punto que en Cataluña ni siquiera han obtenido representación, como consecuencia de su rígida posición en relación al independentismo. A pesar de que muchos no parezcan entenderlo, la pluralidad de nuestro país necesita encontrar una forma de representarse en la unidad, por ello el cuestionamiento del estado de las autonomías es un debate vacío, y contraproducente, mientras sigan existiendo las marcadas identidades regionales/autonómicas amparadas constitucionalmente (y con ello sus idiomas, costumbres y formas de vida).
Lo anterior podría generar la duda de si el problema del PP no es el PSOE, sino Vox. Por eso creo que un PP volcado hacia los postulados de Vox no haría más que espantar el voto moderado de centro, que se encuentra huérfano ante la ausencia de Cs, y que es necesario para lograr la mayoría. Por otra parte, al PSOE y al extraño conglomerado de Sumar esta situación les ha venido muy bien ya que sus campañas se han volcado en la asimilación PP=Vox, y, por tanto, en su discurso simplista: PP=ultras. En estas generales, al PP le ha pasado factura el mantra del “retroceso” contrapuesto al supuesto “avance” logrado por el PSOE en temas con los que con Vox no podría haber acuerdo fácil (ej. cambio climático, derechos sociales, inmigración, etc.)
En tercer lugar, el número de votos de los principales bloques PP+Vox y PSOE+Sumar es parecido. La diferencia radica en que solo esta última combinación es capaz de integrar en su coalición al resto de partidos regionalistas e independentistas (ERC, JUNTS, Bildu y PNV). La línea roja de estos partidos no es el PP, sino Vox. Aun teniendo una derecha fuerte, dudo de que se pudiera llegar a mayoría absoluta sin el apoyo o abstención de una de estas fuerzas anteriores o sin la existencia de un partido de centro fuerte (cosa que con Cs tampoco se logró en 2019).
Que la gobernabilidad de España siga descansando en partidos independentistas minoritarios nos tiene que hacer reflexionar sobre el rol que ocupan los dirigentes de los partidos principales a la hora de evitar que esto ocurra, tanto por responsabilidad de Estado como propia. Los intereses nacionales deben posicionarse por encima de los intereses personales de cualquier gobernante político. No es comprensible como en la situación actual, los dos partidos mayoritarios necesitan de una u otra forma el beneplácito (apoyo u abstención) de formaciones que cuestionan la unidad del país. Aunque menos comprensible es el hecho de que un partido de Estado como el PSOE recurra a formaciones nacionalistas y/o independentistas para mantenerse en el poder, situación que genera gran incomodidad en los socialistas históricos.
En cuarto lugar, el argumento económico tampoco ha parecido calar entre el electorado. El votante no piensa en términos macroeconómicos y lo cierto es que a pesar de todas las críticas del gobierno de Sánchez en referencia a las “paguitas” (ej. IMV, bono cultural, ayudas familiares, ayudas durante el Covid, descuentos transporte, etc.), la política social es algo fundamental en nuestro Estado de Bienestar. Que tengamos una deuda pública de casi el 120% del PIB no parece preocupar a la gran mayoría de los mortales, insensibles a las consecuencias a largo plazo de esta situación.
Por último, si Sánchez realmente vuelve a ser investido presidente, lo cierto es que la coalición será aún más débil por la pérdida de votos y estará sometida al chantaje que puedan exigir aquellos partidos minoritarios, pudiendo amenazar fácilmente con una moción de censura. Hay incluso quien habla de “pucherazo” (cosa que son palabras mayores, pues cuestiona nada menos que nuestra democracia) o quien entrevé unas segundas elecciones en navidad. Por lo tanto, nada está escrito.
En conclusión, creo que la gran mayoría de los españoles están cansados de acudir a las urnas. Queremos un gobierno efectivo y eficaz ante los grandes retos que tenemos por delante para seguir garantizando nuestro Estado de Bienestar. Que nuestras elecciones se planteen en la terminología vacía de avance-retroceso, España-Sánchez, Bildu-Vox, etc., no aporta nada al conjunto del país y nos alejan cada vez más de una votación realizada en base un proyecto electoral o proyecto de país, impulsando hacia una votación basada en emociones reaccionarias.
Está claro que, para lograr un cambio de gobierno, la única opción es la propuesta que hizo Feijóo a Sanchez: que gobernase la lista más votada, con la respectiva abstención del segundo partido mayoritario. En esta solución todos salimos ganando pues los extremos no entrarían en el gobierno. Sin embargo, no es apta para aquellos que no entienden la política como una alternancia en el poder. Ya finalizando, otra opción sensata pero tristemente incompatible es una unión PP+PSOE a través de grandes pactos de Estado, eso sí que sería el gobierno de la “mayoría”. Sobre esto en concreto, remito al lector a un gran artículo escrito por un catedrático de la UAM y titulado Lugares comunes y respeto al ciudadano.
La política debe ser un paso, no un fin para perpetuarse en el poder. El caudillismo político es un gran riesgo dentro de las estructuras de partido, tanto de una como de otra ideología y su culminación es posible solo cuando se anula el cuestionamiento, la reflexión y el pensamiento crítico de sus afiliados.
Hasta ahora, lo que está claro es que, si España avanza, no sabemos hacia dónde.
A los españoles nos gusta el bloqueo político. Una vez más, nos encontramos en una situación imprevista cuando todas las encuestas parecían indicar el inminente cambio de gobierno. De hecho, recordemos que las fechas de estas elecciones anticipadas no tienen otra explicación que la decisión personal del Presidente del Gobierno ante los malos resultados en las elecciones municipales y regionales en Madrid aquel pasado 28-M.
Lo cierto es que la noche del domingo 23 de julio se ha vivido tensamente a medida que avanzaba el escrutinio electoral y complicaba las combinaciones políticas de gobernar para ambos bloques. Según leí en un lugar, podríamos resumir el resultado como una amarga victoria para el PP pero una dulce derrota para el PSOE. El PP por su parte ha resultado ser ganador en términos absolutos, mejorando ampliamente su resultado anterior, pero no podía imaginar que, ni con su posible socio Vox tendrían suficientes escaños para llegar a la mayoría absoluta (que nadie se engañe, todos sabíamos que, de gobernar el PP, el apoyo de Vox era necesario).
Con los resultados actuales, la gobernabilidad de España vuelve a descansar en partidos minoritarios que, paradójicamente, cuestionan la unidad de la nación. Se podría decir que ellos han vuelto a ser los verdaderos ganadores de estas elecciones. El problema no es el bipartidismo en sí (que parece sobrevivir tras turbulencias internas y externas), sino los extremos con los que conviven los dos partidos principales. España vuelve a estar dividida, tanto socialmente, como políticamente. En esta circunstancia no parece que pueda haber nunca un gobierno moderado sin la necesidad de tener que satisfacer las exigencias de los extremos de uno u otro lado.
Aunque la estrategia electoral de posicionarse en contra del “Sanchismo” en Madrid le salió muy bien al PP con dos mayorías absolutas (en el Ayuntamiento y Comunidad), el éxito cosechado generó una rápida contra respuesta en la izquierda que difundió un alarmismo electoral respecto a lo que podría suponer la supuestamente peligrosa coalición de PP+Vox. Por lo tanto, lo que ocurre en Madrid no es representativo de lo que ocurre en el resto de España. Mientras el voto en Madrid fue un voto reaccionario en contra de Sánchez, el de estas elecciones generales ha sido un voto reaccionario en contra de los “ultras” (representados, según el discurso de la izquierda, por Vox en este caso).
En primer lugar, el PP ha intentado mantener una postura de centro-derecha, intentándose desmarcar de Vox. Muchos de los que especulan que el PP hubiera obtenido mejores resultados con Ayuso a su cabeza, sostienen que el problema es interno y estructural: el partido no sabe hacia dónde va. Sin embargo, con Feijóo a la cabeza, creo sí que lo sabe y lo anterior hubiera supuesto unos resultados aún peores.
La postura moderada del PP es la que le ha permitido recuperar 47 diputados, aglutinando por completo el voto del desaparecido Ciudadanos. Las recientes declaraciones de Esperanza Aguirre no se comprenden ya que si como ella dice, los votantes de Vox eran del PP, precisamente la postura actual ha permitido recuperar gran parte de los mismos. A mi modo de ver, representar a todos los “liberales, democristianos y socialdemócratas [en descontento con el PSOE]” no se consigue virando la estrategia electoral para arrinconarse en la derecha. Sin mayores opciones y para evitar nuevamente un conflicto interno, la presidenta regional Ayuso desacreditó a su mentora política y se vio obligada a reafirmar el liderazgo de Feijóo.
En segundo lugar, la pérdida de escaños de Vox con respecto al 2019 es significativa, hasta tal punto que en Cataluña ni siquiera han obtenido representación, como consecuencia de su rígida posición en relación al independentismo. A pesar de que muchos no parezcan entenderlo, la pluralidad de nuestro país necesita encontrar una forma de representarse en la unidad, por ello el cuestionamiento del estado de las autonomías es un debate vacío, y contraproducente, mientras sigan existiendo las marcadas identidades regionales/autonómicas amparadas constitucionalmente (y con ello sus idiomas, costumbres y formas de vida).
Lo anterior podría generar la duda de si el problema del PP no es el PSOE, sino Vox. Por eso creo que un PP volcado hacia los postulados de Vox no haría más que espantar el voto moderado de centro, que se encuentra huérfano ante la ausencia de Cs, y que es necesario para lograr la mayoría. Por otra parte, al PSOE y al extraño conglomerado de Sumar esta situación les ha venido muy bien ya que sus campañas se han volcado en la asimilación PP=Vox, y, por tanto, en su discurso simplista: PP=ultras. En estas generales, al PP le ha pasado factura el mantra del “retroceso” contrapuesto al supuesto “avance” logrado por el PSOE en temas con los que con Vox no podría haber acuerdo fácil (ej. cambio climático, derechos sociales, inmigración, etc.)
En tercer lugar, el número de votos de los principales bloques PP+Vox y PSOE+Sumar es parecido. La diferencia radica en que solo esta última combinación es capaz de integrar en su coalición al resto de partidos regionalistas e independentistas (ERC, JUNTS, Bildu y PNV). La línea roja de estos partidos no es el PP, sino Vox. Aun teniendo una derecha fuerte, dudo de que se pudiera llegar a mayoría absoluta sin el apoyo o abstención de una de estas fuerzas anteriores o sin la existencia de un partido de centro fuerte (cosa que con Cs tampoco se logró en 2019).
Que la gobernabilidad de España siga descansando en partidos independentistas minoritarios nos tiene que hacer reflexionar sobre el rol que ocupan los dirigentes de los partidos principales a la hora de evitar que esto ocurra, tanto por responsabilidad de Estado como propia. Los intereses nacionales deben posicionarse por encima de los intereses personales de cualquier gobernante político. No es comprensible como en la situación actual, los dos partidos mayoritarios necesitan de una u otra forma el beneplácito (apoyo u abstención) de formaciones que cuestionan la unidad del país. Aunque menos comprensible es el hecho de que un partido de Estado como el PSOE recurra a formaciones nacionalistas y/o independentistas para mantenerse en el poder, situación que genera gran incomodidad en los socialistas históricos.
En cuarto lugar, el argumento económico tampoco ha parecido calar entre el electorado. El votante no piensa en términos macroeconómicos y lo cierto es que a pesar de todas las críticas del gobierno de Sánchez en referencia a las “paguitas” (ej. IMV, bono cultural, ayudas familiares, ayudas durante el Covid, descuentos transporte, etc.), la política social es algo fundamental en nuestro Estado de Bienestar. Que tengamos una deuda pública de casi el 120% del PIB no parece preocupar a la gran mayoría de los mortales, insensibles a las consecuencias a largo plazo de esta situación.
Por último, si Sánchez realmente vuelve a ser investido presidente, lo cierto es que la coalición será aún más débil por la pérdida de votos y estará sometida al chantaje que puedan exigir aquellos partidos minoritarios, pudiendo amenazar fácilmente con una moción de censura. Hay incluso quien habla de “pucherazo” (cosa que son palabras mayores, pues cuestiona nada menos que nuestra democracia) o quien entrevé unas segundas elecciones en navidad. Por lo tanto, nada está escrito.
En conclusión, creo que la gran mayoría de los españoles están cansados de acudir a las urnas. Queremos un gobierno efectivo y eficaz ante los grandes retos que tenemos por delante para seguir garantizando nuestro Estado de Bienestar. Que nuestras elecciones se planteen en la terminología vacía de avance-retroceso, España-Sánchez, Bildu-Vox, etc., no aporta nada al conjunto del país y nos alejan cada vez más de una votación realizada en base un proyecto electoral o proyecto de país, impulsando hacia una votación basada en emociones reaccionarias.
Está claro que, para lograr un cambio de gobierno, la única opción es la propuesta que hizo Feijóo a Sanchez: que gobernase la lista más votada, con la respectiva abstención del segundo partido mayoritario. En esta solución todos salimos ganando pues los extremos no entrarían en el gobierno. Sin embargo, no es apta para aquellos que no entienden la política como una alternancia en el poder. Ya finalizando, otra opción sensata pero tristemente incompatible es una unión PP+PSOE a través de grandes pactos de Estado, eso sí que sería el gobierno de la “mayoría”. Sobre esto en concreto, remito al lector a un gran artículo escrito por un catedrático de la UAM y titulado Lugares comunes y respeto al ciudadano.
La política debe ser un paso, no un fin para perpetuarse en el poder. El caudillismo político es un gran riesgo dentro de las estructuras de partido, tanto de una como de otra ideología y su culminación es posible solo cuando se anula el cuestionamiento, la reflexión y el pensamiento crítico de sus afiliados.
Hasta ahora, lo que está claro es que, si España avanza, no sabemos hacia dónde.