23J, elcciones en pleno julio, media España de vacaciones, el último plebiscito a nivel nacional que tuvo lugar este mes: Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado 1959; curioso precedente.
El que iba a ser el verano azul termina más rojo de lo previsto. Lo que pasa cuando se cuelga la piel del oso antes de cazarlo, como diría mi madre. Es el peligro de arrasar en las autonómicas y municipales, y asumir correlación 1:1 en las generales. Pasó lo peor que le puede pasar a un político y a un partido de cara a unas elecciones: dar el resultado por sentado por un exceso de confianza. Cuando eso ocurre, se tiende al descuido, el descuido se convierte en error y de los errores resultan las decepciones.
Un exceso de confianza que lleva a considerar innecesario acudir a debates electorales; o que lleva a cometer errores como filtrar estimaciones internas de mayorías abrumadoras o absolutas. Un exceso de confianza por el que se presenta uno de los programas más ambiguos de la historia del partido. Un PP dispuesto a “derogar el Sanchismo” pero no las leyes que lo sustentan. Asumiendo, de facto, el grueso del corpus ideológico de Sánchez. Nos queda el consuelo de que ya si eso “revisarán las leyes en las que el voto de Bildu haya sido decisivo”; solo faltaría…
En definitiva, un PP convencido de su aplastante victoria que se presentaba más como alternancia que como alternativa. Un equipo de Feijoo que cometió el más grande de los errores, subestimar a Pedro Sánchez.
La victoria agridulce de Génova contrastaba con la festividad de los derrotados en Ferraz. El que convocara las elecciones como una moción de confianza de carácter personalista, sale de ellas con la certeza de que el pueblo la sigue depositando en él, ahora más que nunca.
Una legislatura marcada por la Ley “Solo Sí es Sí”, con sus más de 1.100 violadores beneficiados y más de 100 excarcelados; por los indultos y la derogación de los delitos de sedición y prevaricación a dictado de los independentistas catalanes; la claudicación ante Marruecos con la cuestión del Sahara en contra de los criterios de la ONU o la gestión de la pandemia declarada inconstitucional, entre un largo etcétera. Nada de esto parece haber pasado factura en las urnas. ¿Olvido? ¿Descuido? ¿Resignación? En cualquier caso, un síntoma de falta de espíritu crítico por parte del electorado que pone en entredicho la efectividad del sistema democrático a la hora de fiscalizar la acción del gobierno.
Entre las claves del éxito, la movilización masiva de la izquierda ante la que parecía ser una arrolladora victoria del PP, que no dudaría en pactar con VOX. Un partido que lo hubiera tenido relativamente fácil si hubiera sabido canalizar en votos toda la rabia contenida contra Sánchez de buena parte del electorado y hubieran hecho una campaña inteligente diferenciándose de un PP que apelaba a amplios espectros moderando el discurso. En lugar de eso, VOX optó por desgastarse con las “lonas del odio” o debates estériles como si el término “violencia de género” existe o deja de existir, en lugar de abordar el fondo de las cuestiones; contribuyendo por tanto al incremento de la percepción de ultraderecha en el imaginario colectivo que tan efectivo es para movilizar a los sectores progresistas.
Y por supuesto, no podemos obviar el factor Pedro Sánchez; digno de caso de estudio. Un inteligentísimo Sánchez que, presentándonos las mentiras como meros cambios de opinión, ha sabido defender hábilmente su gobierno los pasados años, colocándose al tiempo como salvador y como víctima y ganándose la confianza de jóvenes y mayores.
Cuando todos le daban por muerto, Pedro Sánchez se ha encumbrado una vez más como el Ave Fénix de la política española.
23J, elcciones en pleno julio, media España de vacaciones, el último plebiscito a nivel nacional que tuvo lugar este mes: Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado 1959; curioso precedente.
El que iba a ser el verano azul termina más rojo de lo previsto. Lo que pasa cuando se cuelga la piel del oso antes de cazarlo, como diría mi madre. Es el peligro de arrasar en las autonómicas y municipales, y asumir correlación 1:1 en las generales. Pasó lo peor que le puede pasar a un político y a un partido de cara a unas elecciones: dar el resultado por sentado por un exceso de confianza. Cuando eso ocurre, se tiende al descuido, el descuido se convierte en error y de los errores resultan las decepciones.
Un exceso de confianza que lleva a considerar innecesario acudir a debates electorales; o que lleva a cometer errores como filtrar estimaciones internas de mayorías abrumadoras o absolutas. Un exceso de confianza por el que se presenta uno de los programas más ambiguos de la historia del partido. Un PP dispuesto a “derogar el Sanchismo” pero no las leyes que lo sustentan. Asumiendo, de facto, el grueso del corpus ideológico de Sánchez. Nos queda el consuelo de que ya si eso “revisarán las leyes en las que el voto de Bildu haya sido decisivo”; solo faltaría…
En definitiva, un PP convencido de su aplastante victoria que se presentaba más como alternancia que como alternativa. Un equipo de Feijoo que cometió el más grande de los errores, subestimar a Pedro Sánchez.
La victoria agridulce de Génova contrastaba con la festividad de los derrotados en Ferraz. El que convocara las elecciones como una moción de confianza de carácter personalista, sale de ellas con la certeza de que el pueblo la sigue depositando en él, ahora más que nunca.
Una legislatura marcada por la Ley “Solo Sí es Sí”, con sus más de 1.100 violadores beneficiados y más de 100 excarcelados; por los indultos y la derogación de los delitos de sedición y prevaricación a dictado de los independentistas catalanes; la claudicación ante Marruecos con la cuestión del Sahara en contra de los criterios de la ONU o la gestión de la pandemia declarada inconstitucional, entre un largo etcétera. Nada de esto parece haber pasado factura en las urnas. ¿Olvido? ¿Descuido? ¿Resignación? En cualquier caso, un síntoma de falta de espíritu crítico por parte del electorado que pone en entredicho la efectividad del sistema democrático a la hora de fiscalizar la acción del gobierno.
Entre las claves del éxito, la movilización masiva de la izquierda ante la que parecía ser una arrolladora victoria del PP, que no dudaría en pactar con VOX. Un partido que lo hubiera tenido relativamente fácil si hubiera sabido canalizar en votos toda la rabia contenida contra Sánchez de buena parte del electorado y hubieran hecho una campaña inteligente diferenciándose de un PP que apelaba a amplios espectros moderando el discurso. En lugar de eso, VOX optó por desgastarse con las “lonas del odio” o debates estériles como si el término “violencia de género” existe o deja de existir, en lugar de abordar el fondo de las cuestiones; contribuyendo por tanto al incremento de la percepción de ultraderecha en el imaginario colectivo que tan efectivo es para movilizar a los sectores progresistas.
Y por supuesto, no podemos obviar el factor Pedro Sánchez; digno de caso de estudio. Un inteligentísimo Sánchez que, presentándonos las mentiras como meros cambios de opinión, ha sabido defender hábilmente su gobierno los pasados años, colocándose al tiempo como salvador y como víctima y ganándose la confianza de jóvenes y mayores.
Cuando todos le daban por muerto, Pedro Sánchez se ha encumbrado una vez más como el Ave Fénix de la política española.