Se nos ha trasmitido que, en esencia, todo régimen autoritario es perjudicial, e indeseable, no obstante, cabe preguntarse ¿hasta dónde es esto así? ¿Y si un régimen autocrático puede llegar a estar justificado?
Para responder ambas cuestiones, a lo largo del siguiente escrito trataré de abordar este complejo tema sobre la justificación de un régimen autocrático. Para ello, nos enfocaremos en dos casos: la Turquía de Mustafá Kemal Atatürk y la Ruanda de Paul Kagame.
La justificación moral de un régimen autoritario es muy problemática debido a los conflictos intrínsecos que lleva aparejados. Léase: los valores de los derechos humanos, las libertades individuales y la gobernanza participativa. Los sistemas autoritarios pueden ofrecer beneficios a corto plazo, no obstante, tienen el riesgo de sacrificar los principios fundacionales que guían la gobernanza ética y protegen el valor que le es inherente a cada individuo.
La figura de Mustafá Kemal Atatürk es digna de analizar. Debemos comenzar por centrar y entender el contexto en el que emerge esta figura. Así las cosas, tras la Primera Guerra Mundial, el Imperio Otomano fue dividido por los Estados vencedores en el Tratado de Sevres.
Reino Unido, Francia, Grecia, Italia y Armenia ocuparon Anatolia, y se estableció un gobierno títere en Estambul de la mano del sultán Mehmed VI. El Imperio Otomano estaba sumido en el caos, como consecuencia de esto, antiguos funcionarios y militares del ya extinto enfermo de Europa, (término referido al imperio otomano que perduró durante un largo periodo pese al largo proceso de decadencia en el que se vio sumido), lo capitalizaron para crear un nuevo Estado y una nueva identidad nacional en base al nacionalismo turco, y así librar una lucha por su independencia.
En Ankara emergió un gobierno de excepción, y la figura de Mustafá Kemal Atatürk, uno de los mejores líderes militares del siglo XX, asumió su liderazgo. Es reconocido como el cerebro de victorias, citamos a modo de ejemplo la de Gallipoli, durante la Primera Guerra Mundial, en la que las tropas británicas fueron fulminadas por los otomanos, y Winston Churchill, el entonces máximo responsable de la marina, recibió la mayor humillación de toda su carrera política, pues era él quien dirigió esta operación en el frente británico. Kemal fue el ideario y artífice de las mayores victorias durante esta guerra de la independencia de Turquía.
Armenia fue la primera en caer, gracias a la ayuda de la URSS con la que Turquía dividió el territorio en el Tratado de Moscú. En el caso de Italia y Francia, ante su descontento con el pedazo del pastel recibido, no hicieron grandes esfuerzos en la defensa de dichos territorios. Finalmente, quedaban Gran Bretaña y Grecia que también cayeron, aunque su caída supuso una mayor dificultad.
Corriendo los años, el 24 de julio de 1923, se firmó el Tratado de Lausana, en el que se abolió el Sultanato. Estambul fue recuperada y se reconocieron las nuevas fronteras. El 29 de octubre de 1923 se proclamó la República de Turquía como nueva nación con capital en Ankara, el cambio de capital supuso un claro símbolo del cambio.
El mariscal Atatürk estableció un sistema de partido único, que se mantuvo en vigor entre los años 1923 a 1946 de la mano de su partido, CHP. Además, llevo a cabo reformas del siguiente corte: regulación de los grupos religiosos en el país, el sufragio universal masculino, hizo fuertes inversiones en la alfabetización de la población, promulgó la igualdad jurídica, la secularización del país, la introducción del sufragio femenino y proclamó la capacidad de las mujeres se pudieran postular como lideresas políticas, el remplazo del alfabeto árabe por el latino, liberalizó el mercado, que se tradujo en que el país experimentó un importante crecimiento económico. De este modo, a la postre, occidentalizó Turquía.
Otra situación de lo más interesante, y más actual, es la situación de Ruanda. Para contextualizarla debemos principiar por indicar que nos encontramos ante una situación harto compleja. Esto es así por hechos como el Genocidio Ruandés de 1994, en el que hubo un intento de exterminio de la población Tutsi por parte de los Hutus. Este genocidio finalizó con la llegada de un gobierno Tutsi tras la toma de Kigali, capital de Ruanda.
El país estaba profundamente devastado, por ello no es de extrañar que se encontrase en el ranking de los 10 países más pobres del mundo. El nuevo régimen adoptó posturas revanchistas contra los Hutus. Además, comenzó a imperar la corrupción rampante que se dejó sentir en parte de los ministros. Como consecuencia de estos y otros problemas, el gobierno dimitió en el año 2000. En esos momentos, Paul Kagame, antiguo militar de origen Tutsi, exvicepresidente y líder muy carismático se convirtió en el presidente del país.
Kagame al llegar al poder tiene dos objetivos claros: cerrar las heridas del Genocidio y sacar a su país de la pobreza. Para sacar de la pobreza a Ruanda tomó como ejemplo los casos de emergencia de China, Singapur y Tailandia.
Kagame estableció múltiples medidas de liberalización en su país atrayendo bastante inversión internacional, especialmente de China y Estados Unidos. Hasta la actualidad ha logrado disminuir la pobreza, de manera desmesurada, y crecer económicamente al año un 7% desde el año 2000, situándose según el Banco Mundial en el puesto 19 de mayor PIB per cápita en África. Del mismo modo, Kagame ha fomentado la inversión en la creación de infraestructura, educación o sanidad en el país.
Desde el año 2005 Ruanda ha efectuado varias medidas para luchar en contra de la corrupción y prevenirla. Sirva mencionar que en 2008 estableció la Ley de Anticorrupción. Otra medida adoptada por su administración ha sido la creación de la oficina del Ombudsman, que funciona como un organismo independiente que se encarga de investigar la corrupción en el sector público. La implementación de “Umuganda”, programa nacional de trabajo comunitario encargado de limpieza de las calles y la creación de infraestructuras comunitarias que pretenden fomentar la transparencia y rendición de cuentas en el uso de recursos públicos. Y finalmente, podríamos agregar el hecho de que el país está digitalizando los procesos gubernamentales, lo que ha concluido aumentado la transparencia y disminuyendo las oportunidades de corrupción.
Según el índice de percepción de la corrupción 2021 de Transparency International, Ruanda se encuentra en el puesto 57 de los 180 países evaluados con una posición de 54 puntos, hecho que puede considerarse que no está nada mal, teniendo en cuenta que es un país que ha tenido las condiciones y el punto de partida de Ruanda.
Kagame se ha mantenido como el presidente del país hasta la fecha presente, y considero que no se puede ignorar sus similitudes con la figura de Mustafá Kemal Atatürk y el Kemalismo, pues ambos han gobernado sus países con puño de hierro, forzando a la población a “modernizarse”. También, encontramos que ambos fomentaron el papel de la mujer y la igualdad de ésta con el hombre, la utilización de herramientas políticas como el nacionalismo para la estabilización del país. Ambos utilizaron el concepto de la identidad ruandesa y turca respectivamente para la eliminación de conflictos internos.
Debemos destacar el gran personalismo de ambas figuras presidenciales. La presencia estatal en términos de seguridad y tolerancia a base de cierta represión. Ambos sistemas son, o han sido, en el caso kemalista, autocráticos, en el que la libertad de prensa y de expresión se encuentran profundamente limitados, no obstante, tanto la figura de Kagame, en la actualidad, como la de Atatürk han logrado resultados positivos tanto en términos del desarrollo económico como social de sus respectivos países.
Pero no son los únicos supuestos. En los casos precedentes podemos apreciar situaciones similares con la de El Salvador, donde el presidente Nayib Bukele ha logrado reducir la tasa de criminalidad significativamente mediante el uso de la mano dura, por lo que se le ha llegado a acusar de violar los derechos humanos de los reos, en un país que hasta hace pocos años estaba dominado por las maras. No obstante, ha llegado a tener medidas de carácter autoritario como acudir a la Asamblea Legislativa acompañado por una escolta militar a los efectos de solicitar fondos para su Plan de Control Territorial, que no es ni más ni menos, que el que ha utilizado para combatir a las pandillas, con bastante buenos resultados hasta la fecha, de cara a la reducción de la criminalidad. También se le ha llegado a acusar de haber atentado contra la libertad de prensa. Este cumulo de factores hacen a Bukele una figura bastante complicada con un alto riesgo de autocratizarse, pese a que sus medidas frente a la criminalidad, hayan sido exitosas hasta la fecha. No obstante, en el año 2021, volvió a ser elegido en elecciones democráticas como presidente por la mayoría de los salvadoreños.
Los regímenes autoritarios son un riesgo por la nula transparencia y por la nula responsabilidad que tienen ante ningún órgano de contrapoder. El riesgo de que estos regímenes evolucionen en tiranías es enorme. Como decía Lord Acton: “Todo poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente”.
No obstante, en situaciones extremas y de manera temporal puede llegar a justificarse, siempre y cuando este tenga como objetivo: el respeto a la propiedad, la seguridad jurídica y física de todas las personas, igualdad jurídica, desarrollo de los derechos civiles, la creación de infraestructuras, las libertades individuales, la alfabetización, el acceso a la enseñanza de toda la ciudadanía en todas sus etapas, entre muchos otros.
Es curioso como mediante, un modus operandi propio del despotismo ilustrado se pretende alcanzar una transición hacia un sistema liberal, o el principio de uno. No obstante, en estos casos, siendo realistas no parece que haya más alternativa, puesto que en un Estado en el que no haya ninguna cultura democrática, ni incentivos morales y materiales para la población, dudosamente se logrará alcanzar un sistema liberal, ni mucho menos que este se consolide.
Las situaciones excepcionales requieren de hombres excepcionales, y en situaciones extremas, se requieren medidas drásticas. Sin embargo, como Thomas Jefferson decía: “El precio de la libertad es la eterna vigilancia”. Puesto que no se puede dejar de exponer el alto riesgo de que estos sistemas deriven en tiranías y con sus tentáculos pretendan abarcar el máximo poder posible, pisoteando a todo individuo porque al no existir división de poderes, estos regímenes no se encuentran limitados, sino es por la moral de estas figuras personalistas. Es por esto por lo que sólo puede ser aceptado moralmente un sistema de este calibre, siempre y cuando la finalidad sea la que se ha expuesto previamente. Citando al personaje Harvey Dent de la película de The Dark Knight: “O mueres como un héroe, o vives lo suficiente para convertirte en un villano”.
“O mueres como un héroe, o vives lo suficiente para convertirte en un villano”
Se nos ha trasmitido que, en esencia, todo régimen autoritario es perjudicial, e indeseable, no obstante, cabe preguntarse ¿hasta dónde es esto así? ¿Y si un régimen autocrático puede llegar a estar justificado?
Para responder ambas cuestiones, a lo largo del siguiente escrito trataré de abordar este complejo tema sobre la justificación de un régimen autocrático. Para ello, nos enfocaremos en dos casos: la Turquía de Mustafá Kemal Atatürk y la Ruanda de Paul Kagame.
La justificación moral de un régimen autoritario es muy problemática debido a los conflictos intrínsecos que lleva aparejados. Léase: los valores de los derechos humanos, las libertades individuales y la gobernanza participativa. Los sistemas autoritarios pueden ofrecer beneficios a corto plazo, no obstante, tienen el riesgo de sacrificar los principios fundacionales que guían la gobernanza ética y protegen el valor que le es inherente a cada individuo.
La figura de Mustafá Kemal Atatürk es digna de analizar. Debemos comenzar por centrar y entender el contexto en el que emerge esta figura. Así las cosas, tras la Primera Guerra Mundial, el Imperio Otomano fue dividido por los Estados vencedores en el Tratado de Sevres.
Reino Unido, Francia, Grecia, Italia y Armenia ocuparon Anatolia, y se estableció un gobierno títere en Estambul de la mano del sultán Mehmed VI. El Imperio Otomano estaba sumido en el caos, como consecuencia de esto, antiguos funcionarios y militares del ya extinto enfermo de Europa, (término referido al imperio otomano que perduró durante un largo periodo pese al largo proceso de decadencia en el que se vio sumido), lo capitalizaron para crear un nuevo Estado y una nueva identidad nacional en base al nacionalismo turco, y así librar una lucha por su independencia.
En Ankara emergió un gobierno de excepción, y la figura de Mustafá Kemal Atatürk, uno de los mejores líderes militares del siglo XX, asumió su liderazgo. Es reconocido como el cerebro de victorias, citamos a modo de ejemplo la de Gallipoli, durante la Primera Guerra Mundial, en la que las tropas británicas fueron fulminadas por los otomanos, y Winston Churchill, el entonces máximo responsable de la marina, recibió la mayor humillación de toda su carrera política, pues era él quien dirigió esta operación en el frente británico. Kemal fue el ideario y artífice de las mayores victorias durante esta guerra de la independencia de Turquía.
Armenia fue la primera en caer, gracias a la ayuda de la URSS con la que Turquía dividió el territorio en el Tratado de Moscú. En el caso de Italia y Francia, ante su descontento con el pedazo del pastel recibido, no hicieron grandes esfuerzos en la defensa de dichos territorios. Finalmente, quedaban Gran Bretaña y Grecia que también cayeron, aunque su caída supuso una mayor dificultad.
Corriendo los años, el 24 de julio de 1923, se firmó el Tratado de Lausana, en el que se abolió el Sultanato. Estambul fue recuperada y se reconocieron las nuevas fronteras. El 29 de octubre de 1923 se proclamó la República de Turquía como nueva nación con capital en Ankara, el cambio de capital supuso un claro símbolo del cambio.
El mariscal Atatürk estableció un sistema de partido único, que se mantuvo en vigor entre los años 1923 a 1946 de la mano de su partido, CHP. Además, llevo a cabo reformas del siguiente corte: regulación de los grupos religiosos en el país, el sufragio universal masculino, hizo fuertes inversiones en la alfabetización de la población, promulgó la igualdad jurídica, la secularización del país, la introducción del sufragio femenino y proclamó la capacidad de las mujeres se pudieran postular como lideresas políticas, el remplazo del alfabeto árabe por el latino, liberalizó el mercado, que se tradujo en que el país experimentó un importante crecimiento económico. De este modo, a la postre, occidentalizó Turquía.
Otra situación de lo más interesante, y más actual, es la situación de Ruanda. Para contextualizarla debemos principiar por indicar que nos encontramos ante una situación harto compleja. Esto es así por hechos como el Genocidio Ruandés de 1994, en el que hubo un intento de exterminio de la población Tutsi por parte de los Hutus. Este genocidio finalizó con la llegada de un gobierno Tutsi tras la toma de Kigali, capital de Ruanda.
El país estaba profundamente devastado, por ello no es de extrañar que se encontrase en el ranking de los 10 países más pobres del mundo. El nuevo régimen adoptó posturas revanchistas contra los Hutus. Además, comenzó a imperar la corrupción rampante que se dejó sentir en parte de los ministros. Como consecuencia de estos y otros problemas, el gobierno dimitió en el año 2000. En esos momentos, Paul Kagame, antiguo militar de origen Tutsi, exvicepresidente y líder muy carismático se convirtió en el presidente del país.
Kagame al llegar al poder tiene dos objetivos claros: cerrar las heridas del Genocidio y sacar a su país de la pobreza. Para sacar de la pobreza a Ruanda tomó como ejemplo los casos de emergencia de China, Singapur y Tailandia.
Kagame estableció múltiples medidas de liberalización en su país atrayendo bastante inversión internacional, especialmente de China y Estados Unidos. Hasta la actualidad ha logrado disminuir la pobreza, de manera desmesurada, y crecer económicamente al año un 7% desde el año 2000, situándose según el Banco Mundial en el puesto 19 de mayor PIB per cápita en África. Del mismo modo, Kagame ha fomentado la inversión en la creación de infraestructura, educación o sanidad en el país.
Desde el año 2005 Ruanda ha efectuado varias medidas para luchar en contra de la corrupción y prevenirla. Sirva mencionar que en 2008 estableció la Ley de Anticorrupción. Otra medida adoptada por su administración ha sido la creación de la oficina del Ombudsman, que funciona como un organismo independiente que se encarga de investigar la corrupción en el sector público. La implementación de “Umuganda”, programa nacional de trabajo comunitario encargado de limpieza de las calles y la creación de infraestructuras comunitarias que pretenden fomentar la transparencia y rendición de cuentas en el uso de recursos públicos. Y finalmente, podríamos agregar el hecho de que el país está digitalizando los procesos gubernamentales, lo que ha concluido aumentado la transparencia y disminuyendo las oportunidades de corrupción.
Según el índice de percepción de la corrupción 2021 de Transparency International, Ruanda se encuentra en el puesto 57 de los 180 países evaluados con una posición de 54 puntos, hecho que puede considerarse que no está nada mal, teniendo en cuenta que es un país que ha tenido las condiciones y el punto de partida de Ruanda.
Kagame se ha mantenido como el presidente del país hasta la fecha presente, y considero que no se puede ignorar sus similitudes con la figura de Mustafá Kemal Atatürk y el Kemalismo, pues ambos han gobernado sus países con puño de hierro, forzando a la población a “modernizarse”. También, encontramos que ambos fomentaron el papel de la mujer y la igualdad de ésta con el hombre, la utilización de herramientas políticas como el nacionalismo para la estabilización del país. Ambos utilizaron el concepto de la identidad ruandesa y turca respectivamente para la eliminación de conflictos internos.
Debemos destacar el gran personalismo de ambas figuras presidenciales. La presencia estatal en términos de seguridad y tolerancia a base de cierta represión. Ambos sistemas son, o han sido, en el caso kemalista, autocráticos, en el que la libertad de prensa y de expresión se encuentran profundamente limitados, no obstante, tanto la figura de Kagame, en la actualidad, como la de Atatürk han logrado resultados positivos tanto en términos del desarrollo económico como social de sus respectivos países.
Pero no son los únicos supuestos. En los casos precedentes podemos apreciar situaciones similares con la de El Salvador, donde el presidente Nayib Bukele ha logrado reducir la tasa de criminalidad significativamente mediante el uso de la mano dura, por lo que se le ha llegado a acusar de violar los derechos humanos de los reos, en un país que hasta hace pocos años estaba dominado por las maras. No obstante, ha llegado a tener medidas de carácter autoritario como acudir a la Asamblea Legislativa acompañado por una escolta militar a los efectos de solicitar fondos para su Plan de Control Territorial, que no es ni más ni menos, que el que ha utilizado para combatir a las pandillas, con bastante buenos resultados hasta la fecha, de cara a la reducción de la criminalidad. También se le ha llegado a acusar de haber atentado contra la libertad de prensa. Este cumulo de factores hacen a Bukele una figura bastante complicada con un alto riesgo de autocratizarse, pese a que sus medidas frente a la criminalidad, hayan sido exitosas hasta la fecha. No obstante, en el año 2021, volvió a ser elegido en elecciones democráticas como presidente por la mayoría de los salvadoreños.
Los regímenes autoritarios son un riesgo por la nula transparencia y por la nula responsabilidad que tienen ante ningún órgano de contrapoder. El riesgo de que estos regímenes evolucionen en tiranías es enorme. Como decía Lord Acton: “Todo poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente”.
No obstante, en situaciones extremas y de manera temporal puede llegar a justificarse, siempre y cuando este tenga como objetivo: el respeto a la propiedad, la seguridad jurídica y física de todas las personas, igualdad jurídica, desarrollo de los derechos civiles, la creación de infraestructuras, las libertades individuales, la alfabetización, el acceso a la enseñanza de toda la ciudadanía en todas sus etapas, entre muchos otros.
Es curioso como mediante, un modus operandi propio del despotismo ilustrado se pretende alcanzar una transición hacia un sistema liberal, o el principio de uno. No obstante, en estos casos, siendo realistas no parece que haya más alternativa, puesto que en un Estado en el que no haya ninguna cultura democrática, ni incentivos morales y materiales para la población, dudosamente se logrará alcanzar un sistema liberal, ni mucho menos que este se consolide.
Las situaciones excepcionales requieren de hombres excepcionales, y en situaciones extremas, se requieren medidas drásticas. Sin embargo, como Thomas Jefferson decía: “El precio de la libertad es la eterna vigilancia”. Puesto que no se puede dejar de exponer el alto riesgo de que estos sistemas deriven en tiranías y con sus tentáculos pretendan abarcar el máximo poder posible, pisoteando a todo individuo porque al no existir división de poderes, estos regímenes no se encuentran limitados, sino es por la moral de estas figuras personalistas. Es por esto por lo que sólo puede ser aceptado moralmente un sistema de este calibre, siempre y cuando la finalidad sea la que se ha expuesto previamente. Citando al personaje Harvey Dent de la película de The Dark Knight: “O mueres como un héroe, o vives lo suficiente para convertirte en un villano”.