Por si la crisis del Covid-19 y la guerra de Ucrania fueran poco, finalizamos el 2023 con el estallido de otro conflicto armado, geopolítico y mundial: el de la guerra entre Israel y Hamás, que se enmarca dentro del irresoluble conflicto histórico palestino-israelí. Es por eso que me gustaría hacer una serie de reflexiones relacionadas con el mismo, centradas en (a) la existencia del Estado palestino y (b) el surgimiento de Hamás. Reducir –como muchas veces se hace en los medios– el conflicto a la lucha entre “buenos” vs. “malos”, entendida como la lucha entre los israelíes (que representan los valores occidentales o los DH) vs. los palestinos (aglutinados todos como radicales islámicos) es un grave error. De hecho, un ejercicio bastante interesante es leer las noticias del conflicto en medios de comunicación de distintas procedencias.
En la corta lectura que he podido hacer sobre este conflicto –para intentar construir una opinión informada sin caer en generalizaciones– llego a la conclusión de que es extenso, complejo y prácticamente inabarcable debido al entramado de intereses geopolíticos que hay entrometidos en el mismo. La paz no llega, no porque no sea posible, sino porque no hay voluntad de paz. Analizar el conflicto desde una única óptica tergiversa hasta cierto punto la realidad y da una visión sesgada, parcial e incompleta del conflicto, impidiendo analizar objetivamente las cuotas de responsabilidad que tienen terceros países en el surgimiento del mismo. De cualquier forma, lo delicado de la temática puede generar múltiples visiones contrapuestas sobre el mismo tema, todas ellas con una verdad relativa, pero jamás absoluta.
En cuanto a este enfrentamiento, lo que podemos constatar es que es el más sangriento de toda la historia local que, a día de hoy, con sus más de 24.000 muertos duplica el acumulado de fallecidos desde aquella la primera intifada en 1988. Todo ello se observa en la clara situación de asimetría en la que se enmarcan muchos aspectos de este conflicto.
Sobre la existencia de Palestina
El territorio de Palestina ha estado poblado (eso sí, con baja densidad) desde tiempos históricos habitando en él desde los filisteos hasta los turcos otomanos, pasando por los romanos. Las cosas se complican cuando tras la I GM se establecer el Mandato británico sobre Palestina prometiendo al pueblo judío –a través de la Organización Sionista Mundial– la creación en ese territorio del Hogar Nacional Judío. A su vez, también se había prometido a los árabes la creación de un Estado árabe unido. Los judíos, de nacionalidad europea, discriminados, perseguidos y exterminados por europeos llegaron a Palestina en procesos migratorios conocidos como aliyás. Esto generó una serie de revueltas entre la población local árabe, que asistían a nada menos que un proceso de colonización. Por su parte, los británicos –conocedores de la gravedad del conflicto generado– propusieron la partición del Mandato con unos límites territoriales bastante diferentes a los que encontramos hoy en día. Tras la retirada británica, cae en manos de la ONU que propone otro Plan de Partición (1947), Israel declara su independencia y se suceden 70 años de sangrientos conflictos, llegando a la situación actual de un (pseudo)estado palestino dividido en dos zonas geográficas separadas: Gaza (controlada por Hamás) y Cisjordania (controlada por el Estado Palestino en un complejo acuerdo de áreas A-B-C de seguridad compartida entre Palestina e Israel)
Por lo tanto, la primera reflexión es que es necesario desligar lo que es el grupo fundamentalista de Hamás con el derecho de existencia del pueblo palestino, de lo contrario se confunden los conceptos y se desvirtúan los derechos legítimos que pudiera tener tanto Palestina como Israel a existir y convivir en paz. Es necesario diferenciar los Estados, de sus representantes políticos, de su población civil. Que en pleno siglo XXI vivan +2M de personas hacinadas, aisladas y separadas por un muro o que haya +5M de personas de refugiados palestinos viviendo bajo la asistencia de la UNRWA es un fracaso para la humanidad. La existencia de movimientos radicales en ambos lados (e intromisiones de terceros) son los que impiden llegar a una solución de paz. Lo que se está observando en este caso, desde luego no es la defensa de una concepción liberal, democrática y plural del mundo, más bien lo contrario. Defender el “mundo libre” es una necesidad, pero el concepto de “libertad” es viscoso y subjetivo según como se mire. El surgimiento de Hamás y la lucha por la liberación nacional desde la óptica del islam político corresponde a la radicalización del mismo. Esto no es más que una consecuencia directa, lógica y entendible enmarcada en la evolución de un conflicto enquistado y no solucionado. Esto no quita que el uso de la violencia y realzación de actos terroristas para la obtención de un fin sean injustificables. El equilibrio es difícil, pero es posible si cada parte respetara los acuerdos derivados del dialogo consensuado y adoptase una postura más pragmática.
Sobre el surgimiento de Hamás
Hamás significa Movimiento de Resistencia Islámico y se funda en el 1987 con una carta fundacional fundamentalista. La organización supo ganarse el favor de la población palestina que se encontraba completamente desencantada con la OLP (conjunto de partidos liderado por Fatah, varias veces en el exilio, fundadores del estado Palestino en 1988 y del liderazgo de los acuerdos de Paz de Oslo del 1993). El malestar social de gran parte de la población se canalizo a través del reaccionarismo de Hamás que además actuaba a través de sus tres brazos principales: acción asistencial (social, hospitalaria y educativa), acción religiosa y acción militar. Sin embargo, otras tesis sostienen que Israel celebró en sus inicios el surgimiento de Hamás como estrategia para restarle poder y debilitar a la OLP. Hamás ganaría popularidad y en el 2007 se haría con el control de la Franja de Gaza, momento en el que Israel comenzaría la construcción del muro, su política de aislamiento, la anexión de Jerusalén Este (lugar sagrado para las tres religiones) y su política de asentamientos en el territorio de Cisjordania.
Desde entonces Hamás representaría la liberación nacional palestina bajo la lucha armada con tintes religiosos –todo ello en un caldo de cultivo perfecto enmarcado por el descontento de la población y la acumulación de resentimiento– y se sucederían varias revueltas (conocidas como intifadas) hasta la última que conocemos del pasado 7 de octubre de 2023. Aunque este tema no se menciona en la prensa occidental, son varios los expertos que comentan que el conflicto actual ha hecho aumentar exponencialmente la popularidad de Hamás, y que de haber elecciones ganarían incluso en Cisjordania. Desde nuestra óptica (occidental), resulta muy complejo entender este conflicto puesto que nos encontramos con la situación en la que hay un grupo de personas armadas (que cometen actos terroristas), apoyadas por terceros países, que embanderan la causa liberatoria nacional, defienden a su estado mientras que realizan labores asistenciales entre su población. Todo ello entrelazado con el contexto religioso. Cabe decir que Palestina como tal, carece de fuerzas armadas por lo que toda insurrección se ha llevado a cabo desde la clandestinidad, requiriendo una coordinación única en el mundo (sobre todo en el caso de Gaza con su red de túneles, comunicación y suministros).
Por lo tanto, el surgimiento de Hamás y el punto al que se ha llegado ahora no surge de la nada. Es necesario leer e investigar para cuestionarse el estado de actual de las cosas, para comprender cómo se ha llegado a esta situación y para entender que este contexto va más allá de buenos y malos. El rol de los EEUU, la UE y los países árabes no pueden menospreciarse en el mismo. Actualmente, las soluciones pasan por un acercamiento entre Fatah y Hamás para llevar una única voz cantante que represente de forma consensuada los intereses de todos los palestinos y pueda volver a reunificar ambas zonas separadas. Para ello tienen que pasar tres cosas básicas: que Hamás abandone el radicalismo de su carta; que reconozca al Estado de Israel y se siente a negociar con él cesando la lucha armada y que Israel acepte todo lo anterior comprometiéndose a la independencia real y efectiva del pueblo Palestino con el perdón mutuo de los crímenes de guerra cometido por ambos.
Conclusión
El surgimiento de Hamás y la radicalización del conflicto no es fruto del azar, es un recordatorio de la complejidad de conflictos en Oriente Medio donde se entremezclan intereses económicos, territoriales, estratégicos, políticos y religiosos de los propios países que lo conforman y de países terceros. Cuando un conflicto no se soluciona a tiempo llega a un punto en el que la población civil acumula resentimiento y la canaliza a través de alternativas reaccionarias y radicales, dando lugar en este caso al fundamentalismo religioso como pretexto de liberación nacional.
El terrorismo de Hamás debe ser condenado de la misma manera que las violaciones en los derechos humanos por parte de Israel. La única esperanza que puede haber es saber que durante tanto tiempo han convivido una mayoría de judíos y palestinos en cierto grado de harmonía (Palestinos en Israel e israelíes en Palestina) y que a pesar de sus diferencias ambos países, su situación multicultural que los caracteriza siempre van a contar con esa pluralidad en su composición demográfica. Y esto es riqueza cultural en un estado laico. Si ello no se entiende, se estará abogando por la intolerancia y la defensa de un modelo de gobierno característico de algún tipo de régimen anti-liberal (véase El Trilema de Israel).
En definitiva, es un conflicto que transciende los dos estados o naciones: es un conflicto geopolítico alimentado por dos concepciones mundiales enfrentadas que creen tener la verdad absoluta, en el que se entremezclan distintos intereses de otras potencias y a las que, por uno u otro motivo, en este momento, no les interesa priorizar la paz. Es un conflicto dual y completamente asimétrico en todos los planos (propagandístico, mediático, militar, etc.), con dos narrativas (posiblemente igual de válidas) en una clara desigualdad de condiciones.
Termino citando a la periodista Ángeles Espinosa en una conferencia del R.I. Elcano recordaba que “una ideología no se mata a cañonazos” (en un sentido amplio, puedes erradicar a Hamás, pero no el sentimiento nacional que hay detrás de él) y citando a un ex general israelí decía que “no habrá paz, mientras los palestinos no tengan esperanza”. Será que Palestina no es un territorio estratégico para las potencias mundiales: no hay recursos, sólo gente, mucha gente en poco espacio. O, al contrario: importa el territorio, pero no sus habitantes. La cuna del cristianismo, del máximo exponente de convivencia entre distintas religiones no nos importa. Entre dónde está Hamás: ¿entre el bien o el mal?
Introducción
Por si la crisis del Covid-19 y la guerra de Ucrania fueran poco, finalizamos el 2023 con el estallido de otro conflicto armado, geopolítico y mundial: el de la guerra entre Israel y Hamás, que se enmarca dentro del irresoluble conflicto histórico palestino-israelí. Es por eso que me gustaría hacer una serie de reflexiones relacionadas con el mismo, centradas en (a) la existencia del Estado palestino y (b) el surgimiento de Hamás. Reducir –como muchas veces se hace en los medios– el conflicto a la lucha entre “buenos” vs. “malos”, entendida como la lucha entre los israelíes (que representan los valores occidentales o los DH) vs. los palestinos (aglutinados todos como radicales islámicos) es un grave error. De hecho, un ejercicio bastante interesante es leer las noticias del conflicto en medios de comunicación de distintas procedencias.
En la corta lectura que he podido hacer sobre este conflicto –para intentar construir una opinión informada sin caer en generalizaciones– llego a la conclusión de que es extenso, complejo y prácticamente inabarcable debido al entramado de intereses geopolíticos que hay entrometidos en el mismo. La paz no llega, no porque no sea posible, sino porque no hay voluntad de paz. Analizar el conflicto desde una única óptica tergiversa hasta cierto punto la realidad y da una visión sesgada, parcial e incompleta del conflicto, impidiendo analizar objetivamente las cuotas de responsabilidad que tienen terceros países en el surgimiento del mismo. De cualquier forma, lo delicado de la temática puede generar múltiples visiones contrapuestas sobre el mismo tema, todas ellas con una verdad relativa, pero jamás absoluta.
En cuanto a este enfrentamiento, lo que podemos constatar es que es el más sangriento de toda la historia local que, a día de hoy, con sus más de 24.000 muertos duplica el acumulado de fallecidos desde aquella la primera intifada en 1988. Todo ello se observa en la clara situación de asimetría en la que se enmarcan muchos aspectos de este conflicto.
El territorio de Palestina ha estado poblado (eso sí, con baja densidad) desde tiempos históricos habitando en él desde los filisteos hasta los turcos otomanos, pasando por los romanos. Las cosas se complican cuando tras la I GM se establecer el Mandato británico sobre Palestina prometiendo al pueblo judío –a través de la Organización Sionista Mundial– la creación en ese territorio del Hogar Nacional Judío. A su vez, también se había prometido a los árabes la creación de un Estado árabe unido. Los judíos, de nacionalidad europea, discriminados, perseguidos y exterminados por europeos llegaron a Palestina en procesos migratorios conocidos como aliyás. Esto generó una serie de revueltas entre la población local árabe, que asistían a nada menos que un proceso de colonización. Por su parte, los británicos –conocedores de la gravedad del conflicto generado– propusieron la partición del Mandato con unos límites territoriales bastante diferentes a los que encontramos hoy en día. Tras la retirada británica, cae en manos de la ONU que propone otro Plan de Partición (1947), Israel declara su independencia y se suceden 70 años de sangrientos conflictos, llegando a la situación actual de un (pseudo)estado palestino dividido en dos zonas geográficas separadas: Gaza (controlada por Hamás) y Cisjordania (controlada por el Estado Palestino en un complejo acuerdo de áreas A-B-C de seguridad compartida entre Palestina e Israel)
Por lo tanto, la primera reflexión es que es necesario desligar lo que es el grupo fundamentalista de Hamás con el derecho de existencia del pueblo palestino, de lo contrario se confunden los conceptos y se desvirtúan los derechos legítimos que pudiera tener tanto Palestina como Israel a existir y convivir en paz. Es necesario diferenciar los Estados, de sus representantes políticos, de su población civil. Que en pleno siglo XXI vivan +2M de personas hacinadas, aisladas y separadas por un muro o que haya +5M de personas de refugiados palestinos viviendo bajo la asistencia de la UNRWA es un fracaso para la humanidad. La existencia de movimientos radicales en ambos lados (e intromisiones de terceros) son los que impiden llegar a una solución de paz. Lo que se está observando en este caso, desde luego no es la defensa de una concepción liberal, democrática y plural del mundo, más bien lo contrario. Defender el “mundo libre” es una necesidad, pero el concepto de “libertad” es viscoso y subjetivo según como se mire. El surgimiento de Hamás y la lucha por la liberación nacional desde la óptica del islam político corresponde a la radicalización del mismo. Esto no es más que una consecuencia directa, lógica y entendible enmarcada en la evolución de un conflicto enquistado y no solucionado. Esto no quita que el uso de la violencia y realzación de actos terroristas para la obtención de un fin sean injustificables. El equilibrio es difícil, pero es posible si cada parte respetara los acuerdos derivados del dialogo consensuado y adoptase una postura más pragmática.
Hamás significa Movimiento de Resistencia Islámico y se funda en el 1987 con una carta fundacional fundamentalista. La organización supo ganarse el favor de la población palestina que se encontraba completamente desencantada con la OLP (conjunto de partidos liderado por Fatah, varias veces en el exilio, fundadores del estado Palestino en 1988 y del liderazgo de los acuerdos de Paz de Oslo del 1993). El malestar social de gran parte de la población se canalizo a través del reaccionarismo de Hamás que además actuaba a través de sus tres brazos principales: acción asistencial (social, hospitalaria y educativa), acción religiosa y acción militar. Sin embargo, otras tesis sostienen que Israel celebró en sus inicios el surgimiento de Hamás como estrategia para restarle poder y debilitar a la OLP. Hamás ganaría popularidad y en el 2007 se haría con el control de la Franja de Gaza, momento en el que Israel comenzaría la construcción del muro, su política de aislamiento, la anexión de Jerusalén Este (lugar sagrado para las tres religiones) y su política de asentamientos en el territorio de Cisjordania.
Desde entonces Hamás representaría la liberación nacional palestina bajo la lucha armada con tintes religiosos –todo ello en un caldo de cultivo perfecto enmarcado por el descontento de la población y la acumulación de resentimiento– y se sucederían varias revueltas (conocidas como intifadas) hasta la última que conocemos del pasado 7 de octubre de 2023. Aunque este tema no se menciona en la prensa occidental, son varios los expertos que comentan que el conflicto actual ha hecho aumentar exponencialmente la popularidad de Hamás, y que de haber elecciones ganarían incluso en Cisjordania. Desde nuestra óptica (occidental), resulta muy complejo entender este conflicto puesto que nos encontramos con la situación en la que hay un grupo de personas armadas (que cometen actos terroristas), apoyadas por terceros países, que embanderan la causa liberatoria nacional, defienden a su estado mientras que realizan labores asistenciales entre su población. Todo ello entrelazado con el contexto religioso. Cabe decir que Palestina como tal, carece de fuerzas armadas por lo que toda insurrección se ha llevado a cabo desde la clandestinidad, requiriendo una coordinación única en el mundo (sobre todo en el caso de Gaza con su red de túneles, comunicación y suministros).
Por lo tanto, el surgimiento de Hamás y el punto al que se ha llegado ahora no surge de la nada. Es necesario leer e investigar para cuestionarse el estado de actual de las cosas, para comprender cómo se ha llegado a esta situación y para entender que este contexto va más allá de buenos y malos. El rol de los EEUU, la UE y los países árabes no pueden menospreciarse en el mismo. Actualmente, las soluciones pasan por un acercamiento entre Fatah y Hamás para llevar una única voz cantante que represente de forma consensuada los intereses de todos los palestinos y pueda volver a reunificar ambas zonas separadas. Para ello tienen que pasar tres cosas básicas: que Hamás abandone el radicalismo de su carta; que reconozca al Estado de Israel y se siente a negociar con él cesando la lucha armada y que Israel acepte todo lo anterior comprometiéndose a la independencia real y efectiva del pueblo Palestino con el perdón mutuo de los crímenes de guerra cometido por ambos.
Conclusión
El surgimiento de Hamás y la radicalización del conflicto no es fruto del azar, es un recordatorio de la complejidad de conflictos en Oriente Medio donde se entremezclan intereses económicos, territoriales, estratégicos, políticos y religiosos de los propios países que lo conforman y de países terceros. Cuando un conflicto no se soluciona a tiempo llega a un punto en el que la población civil acumula resentimiento y la canaliza a través de alternativas reaccionarias y radicales, dando lugar en este caso al fundamentalismo religioso como pretexto de liberación nacional.
El terrorismo de Hamás debe ser condenado de la misma manera que las violaciones en los derechos humanos por parte de Israel. La única esperanza que puede haber es saber que durante tanto tiempo han convivido una mayoría de judíos y palestinos en cierto grado de harmonía (Palestinos en Israel e israelíes en Palestina) y que a pesar de sus diferencias ambos países, su situación multicultural que los caracteriza siempre van a contar con esa pluralidad en su composición demográfica. Y esto es riqueza cultural en un estado laico. Si ello no se entiende, se estará abogando por la intolerancia y la defensa de un modelo de gobierno característico de algún tipo de régimen anti-liberal (véase El Trilema de Israel).
En definitiva, es un conflicto que transciende los dos estados o naciones: es un conflicto geopolítico alimentado por dos concepciones mundiales enfrentadas que creen tener la verdad absoluta, en el que se entremezclan distintos intereses de otras potencias y a las que, por uno u otro motivo, en este momento, no les interesa priorizar la paz. Es un conflicto dual y completamente asimétrico en todos los planos (propagandístico, mediático, militar, etc.), con dos narrativas (posiblemente igual de válidas) en una clara desigualdad de condiciones.
Termino citando a la periodista Ángeles Espinosa en una conferencia del R.I. Elcano recordaba que “una ideología no se mata a cañonazos” (en un sentido amplio, puedes erradicar a Hamás, pero no el sentimiento nacional que hay detrás de él) y citando a un ex general israelí decía que “no habrá paz, mientras los palestinos no tengan esperanza”. Será que Palestina no es un territorio estratégico para las potencias mundiales: no hay recursos, sólo gente, mucha gente en poco espacio. O, al contrario: importa el territorio, pero no sus habitantes. La cuna del cristianismo, del máximo exponente de convivencia entre distintas religiones no nos importa. Entre dónde está Hamás: ¿entre el bien o el mal?