Las elecciones al Parlamento Europeo se encuentran a la vuelta de la esquina, por lo que nos encontramos en un momento propicio, para reflexionar sobre el estado presente y futuro de Europa. Y cuando hablamos de Europa, debemos evitar caer en el error de referirnos únicamente a la Unión Europea y sus instituciones. Europa es una realidad mucho más amplia y diversa, que merece ser analizada de una forma adecuada. Sin embargo, no son pocas las veces, en las que las autoridades del club comunitario buscan imponerse como única voz europea, de esta manera silenciando a quienes no comparten sus posiciones y puntos de vista. Una de las mayores contradicciones del presente europeo, radica en el hecho de que quienes buscan imponer esta única voz y se definen como europeístas, reniegan constantemente de los valores tradicionales europeos. Una serie de valores que se erigen como pilares de la identidad continental y funcionan como facilitadores de la cohesión entre las diferentes naciones de la región.
Europa enfrenta un conjunto de desafíos que suponen una seria amenaza para su existencia. A la pérdida de peso en el escenario internacional se suman otras problemáticas que deben ser tratadas con máxima urgencia y eficacia. El invierno demográfico, la destrucción del aparato productivo, la islamización, la pérdida de poder de los estados nacionales, una inmigración descontrolada, el aumento de la desigualdad económica y un persistente proceso de erosión de los valores que la hicieron grande, son algunos de estos fenómenos. Para poder enfrentar estas amenazas existenciales, la actual Europa de los mercaderes y los burócratas debe dar paso a una Europa orgullosa de su identidad y de su pasado, pero también respetuosa de la soberanía de las naciones que la componen. Para alcanzar este cometido las naciones del continente deben reencontrarse consigo mismas y ahondar en las raíces comunes que las unen con sus hermanos. Una Europa social, cristiana y unida, es posible.
Ha llegado el momento de que a nivel europeo las decisiones más relevantes de cara al futuro sean tomadas por políticos y no por burócratas. Y cuando digo políticos, me refiero a quienes trabajan por la defensa de la identidad europea desde el convencimiento, a través del conocimiento y de forma desinteresada. La actual dirigencia política europea es una elite concentrada en Bruselas, Estrasburgo y otras ciudades, que vive totalmente alejada de la realidad y que no busca la defensa de Europa sino la continuidad de unas instituciones que garantizan sus propios privilegios. Desde el momento en que se le exige a un individuo defender los intereses de una organización internacional por sobre todas las cosas, aunque esto conlleve perjudicar a su propia nación, este individuo deja de ser funcional a su patria para defender los intereses económicos de los grandes mercaderes y los privilegios de los burócratas.
Frente a esta situación, ninguna lección de europeísmo nos pueden dar, quienes reniegan constantemente de las raíces europeas y buscan aislar a quienes se oponen a su proyecto globalista. Y aquí entra en el análisis otro fenómeno con enormes consecuencias. El globalismo es enemigo de Europa, porque tiene como objetivo la consecución de un gobierno mundial que homogenice las particularidades propias de cada nación. La forma de vida europea está en riesgo y las amenazas no provienen únicamente de agentes foráneos sino también de las propias instituciones de la Unión.
Somos muchos quienes desde hace tiempo hemos ido desarrollando la idea, de que el rumbo que ha tomado Europa nos lleva a la decadencia, la destrucción, y al empobrecimiento material y espiritual. Pero, sin embargo, estas opiniones buscan ser silenciadas por las autoridades europeas, a través de sus instituciones y los medios de comunicación. Pese al empeño en debilitarlas, aislarlas y silenciarlas, a lo largo del continente sobreviven muchas formaciones y partidos políticos que se oponen a la destrucción de Europa como civilización. Muchas de estas formaciones que son consideradas euroescépticas, en realidad son profundamente europeístas, lo que no impide que se opongan al estado actual de las instituciones.
Si ser euroescéptico significa defender los intereses nacionales de los estados miembros y oponerse a la Europa de los grupos de presión y grandes fondos de inversión, este término debe dejar de tener una connotación negativa. Es totalmente compatible creer en la idea de Europa y apoyar a formaciones opuestas al modelo actual. Durante estos últimos días estamos siendo testigos de diferentes manifestaciones y tractoradas organizadas por los agricultores y ganaderos europeos. Estas movilizaciones tienen como objetivo, dar visibilidad a la penosa situación del sector agrícola producto de una deriva estéril de la Política Agraria Común, un exceso de burocracia y la competencia desleal existente y futura producto de los acuerdos que la UE ha ratificado y busca ratificar en los próximos meses (Ucrania, Moldavia, Mercosur, Chile, Nueva Zelanda etc.). Desde hace años, la PAC ha abandonado la defensa de los agricultores europeos y ha abrazado eslóganes globalistas vacíos como la Agenda 2030 o un ecologismo de escritorio que busca la destrucción del campo europeo.
El sector agrícola, como tantos otros sectores, debe tomar este tipo de medidas para llamar la atención de la ciudadanía. Ya que, en los diferentes estados europeos, el discurso fomentado desde los principales medios de comunicación pone el énfasis únicamente en los logros económicos de la Unión Europea y en los fondos y programas destinados a los estados. Pero sin embargo este análisis simplista, omite las grandes concesiones realizadas por las diferentes naciones al momento de su ingreso en la organización
En el caso de España, su ingreso en el club comunitario ha supuesto la destrucción de su aparato productivo nacional, la pérdida de caladeros muy valiosos para su potente flota pesquera, el cierre sistemático de su industria siderúrgica, el abandono de su plan energético nacional y la adopción de unos requisitos muy estrictos para el sector agrícola y ganadero, impuestos por los agricultores y ganaderos de otros estados. No debemos caer en el engaño, más allá de algunos aspectos positivos, el ingreso en las entonces CEE conllevó la conversión de la economía española en una economía subsidiaria de la de otros estados.
Si como muchos promulgan, realmente queremos una Europa social con las personas y su dignidad en el centro del sistema, no debemos ser tan ingenuos de pensar que los burócratas, los mercaderes y los grupos de presión nos van a llevar en esa dirección. La libertad de tránsito, de bienes, capitales, servicios y personas, no necesariamente garantiza el desarrollo económico y un incremento del bienestar para las naciones. El reemplazo de los viejos estados sociales por estados liberales ha significado el triunfo de un liberalismo voraz, importado y funcional al esquema globalista. En una coyuntura como la actual caracterizada por un capitalismo financiero salvaje, es necesario volver a entender la función social de las viviendas como hogar de las familias, volver a entender que el capital debe estar al servicio del hombre y no el hombre al servicio del capital y que la propiedad privada debe servir como regla principal del sistema económico, pero no debe ser utilizada para aplastar los derechos de otras personas.
La respuesta a la Europa de los mercaderes y burócratas, debe ser la Europa de las naciones. Naciones fuertes, que, a través de un estado social, garanticen la dignidad de las personas y se agrupen a nivel continental para defender los valores europeos, la unidad del continente y sus intereses en el exterior. No debemos confundir la Europa de las Naciones con la Europa de los pueblos. La Europa de los pueblos es un concepto utilizado dentro de una estrategia que busca de forma deliberada, el debilitamiento de los estados nacionales y de la conciencia nacional, para alcanzar un control absoluto, desde las instituciones europeas. Es importante aclarar que cuando hablamos del control ejercido por las instituciones europeas, no debemos subestimar la dependencia de estas con respecto a los Estados Unidos de América. Mientras Europa no pueda defenderse por sus propios medios, el sometimiento de las naciones europeas ante Bruselas significa también su sometimiento frente a los intereses de Washington.
A la hora de encarar la reconstrucción europea, es necesario pensar sobre la idea misma de Europa y su significado. A diferencia de otros conceptos políticos, esta no es una idea utópica, sino una realidad tangible que ha ido evolucionando durante siglos. Esta identidad se basa en la herencia griega y romana, y la enorme influencia del cristianismo. Como explicaba San Juan Pablo II, no es posible entender Europa sin tener en cuenta sus raíces cristianas y el sistema de valores que de estas derivan. La dignidad humana, la tolerancia y la misericordia son algunos de estos valores. Europa fue construida a través de la peregrinación, los diferentes pueblos confluían e interactuaban mientras se trasladaban a visitar el sepulcro del Apóstol Santiago. La cristiandad es un concepto central en el proceso de construcción europea ya que une a las diferentes naciones, un hecho que permitió no solamente la defensa del continente, sino también la exportación del modelo europeo a otras latitudes.
A quienes creemos en el concepto de cristiandad como pilar fundamental de la unidad europea, nos duele ver una guerra fratricida entre hermanos cristianos en el extremo oriental de Europa. Pero también nos duele observar la postura oficial de la UE, que castiga a quienes no comparten su punto de vista sobre el conflicto. Las amenazas vertidas sobre Hungría y su gobierno, a causa de la posición sostenida frente a la guerra en Ucrania y su cercanía con la Federación Rusa, constituyen un error gravísimo y una afrenta a la soberanía de la nación húngara. Desde el inicio de la invasión se ha buscado implantar una única postura sobre el devenir de los acontecimientos y se ha fomentado una campaña anti rusa. La prohibición a la participación de clubes y seleccionados rusos en las competencias de la UEFA es un claro ejemplo.
No es menos doloroso observar cómo desde las más altas esferas europeas, se promueve un abandono del cristianismo a través de un proceso de ateización. Y mediante la promoción y adopción de medidas que atentan contra la vida y la dignidad. No hay dudas de que el cristianismo es un obstáculo para la implantación del globalismo y el liberalismo salvaje, y es por esto que se busca su destrucción. Basta con ver cuantas veces se hace mención desde la UE a la condición cristiana de las naciones que la componen, o como se busca alejar de cualquier forma a la Iglesia de la participación en la vida pública.
Regresando a la cuestión de la guerra en el este. Las naciones europeas y sus ciudadanos deben ser libres de tomar sus propias decisiones producto de un análisis autónomo de la realidad nacional e internacional. No considero correcto que desde Bruselas se busque imponer un relato que retrata a la Federación Rusa como el demonio. La Rusia de Putin, es una Rusia profundamente europea y profundamente cristiana, le duele a quien le duela. Si las naciones europeas consideran la violación de la integridad territorial de Ucrania, como un hecho de máxima gravedad, deben tomar sus propias decisiones. Pero estas decisiones deben ser tomadas de forma autónoma y soberana, y nadie debe ser castigado ni amenazado por sostener una posición diferente. No es mi intención extenderme en esta cuestión, porque fue parcialmente abordada en el artículo de la semana pasada.
A lo largo del artículo he defendido a ultranza la puesta en marcha de un proceso de reconstrucción para Europa. Y en este proceso, España debe tomar la delantera y enseñar el camino correcto al conjunto de las naciones. España ha sido una pieza central en el proceso de construcción europea (La construcción europea no empezó tras la segunda guerra mundial como nos quieren hacer creer, sino hace siglos) y debe ser una vez más un faro que ilumine el continente. No es mi intención españolizar Europa como pretendía Unamuno, sino simplemente lograr que Europa recupere sus raíces con la ayuda de España. Porque para poder liderar una tarea tan digna y noble como esta, es necesario gozar de una enorme riqueza espiritual y moral, y España la tiene, aunque haya españoles que digan o busquen lo contrario.
En diversas ocasiones España ha salvado a Europa de la debacle y la destrucción. Con la reconquista peninsular la sangre derramada sirvió de muro de contención frente al avance islámico, que hubiese conllevado la islamización de Europa y por ende su destrucción. En el siglo XVI la armada española junto a sus aliados defendió una vez más los valores europeos y cristianos en la batalla de Lepanto frente al enemigo turco. Ya en el siglo XX España se desangró en una cruzada en defensa del cristianismo y la idea misma de Europa, frente a quienes buscaban destruirla desde dentro. Al mismo tiempo que España se constituía como reserva espiritual del continente, otras naciones abrazaban el brutal neopaganismo nazi o el criminal ateísmo soviético. Es el momento de que España una vez más comprenda el espíritu de los tiempos y se embarque en tan sagrada tarea.
La Europa del futuro nos encontrará unidos o dominados. Unidos a través de lazos históricos, culturales, y económicos, o dominados por parte de una élite de burócratas y mercaderes funcionales a un capitalismo financiero salvaje que nada tiene que ver con la identidad de Europa y sus naciones. Nuestra generación tiene el deber de aportar nuestros conocimientos, nuestro ímpetu y nuestra energía para transformar la realidad en la que vivimos. Y España debe disparar la flecha que de inicio a un proceso reconstructivo para que Europa se reencuentre consigo misma. Debemos retomar las palabras pronunciadas por San Juan Pablo II es su visita a Santiago de Compostela en el año 1982:
«Por esto, yo, Juan Pablo, hijo de la nación polaca que se ha considerado siempre europea, por sus orígenes, tradiciones, cultura y relaciones vitales; eslava entre los latinos y latina entre los eslavos; Yo, Sucesor de Pedro en la Sede de Roma, una Sede que Cristo quiso colocar en Europa y que ama por su esfuerzo en la difusión del cristianismo en todo el mundo. Yo, Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal, desde Santiago, te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes. Reconstruye tu unidad espiritual, en un clima de pleno respeto a las. otras religiones y a las genuinas libertades»
« la actual Europa de los mercaderes y los burócratas debe dar paso a una Europa orgullosa de su identidad y de su pasado, pero también respetuosa de la soberanía de las naciones que la componen. Para alcanzar este cometido, las naciones del continente deben reencontrarse consigo mismas y ahondar en las raíces comunes que las unen con sus hermanos. Una Europa social, cristiana y unida, es posible »
Las elecciones al Parlamento Europeo se encuentran a la vuelta de la esquina, por lo que nos encontramos en un momento propicio, para reflexionar sobre el estado presente y futuro de Europa. Y cuando hablamos de Europa, debemos evitar caer en el error de referirnos únicamente a la Unión Europea y sus instituciones. Europa es una realidad mucho más amplia y diversa, que merece ser analizada de una forma adecuada. Sin embargo, no son pocas las veces, en las que las autoridades del club comunitario buscan imponerse como única voz europea, de esta manera silenciando a quienes no comparten sus posiciones y puntos de vista. Una de las mayores contradicciones del presente europeo, radica en el hecho de que quienes buscan imponer esta única voz y se definen como europeístas, reniegan constantemente de los valores tradicionales europeos. Una serie de valores que se erigen como pilares de la identidad continental y funcionan como facilitadores de la cohesión entre las diferentes naciones de la región.
Europa enfrenta un conjunto de desafíos que suponen una seria amenaza para su existencia. A la pérdida de peso en el escenario internacional se suman otras problemáticas que deben ser tratadas con máxima urgencia y eficacia. El invierno demográfico, la destrucción del aparato productivo, la islamización, la pérdida de poder de los estados nacionales, una inmigración descontrolada, el aumento de la desigualdad económica y un persistente proceso de erosión de los valores que la hicieron grande, son algunos de estos fenómenos. Para poder enfrentar estas amenazas existenciales, la actual Europa de los mercaderes y los burócratas debe dar paso a una Europa orgullosa de su identidad y de su pasado, pero también respetuosa de la soberanía de las naciones que la componen. Para alcanzar este cometido las naciones del continente deben reencontrarse consigo mismas y ahondar en las raíces comunes que las unen con sus hermanos. Una Europa social, cristiana y unida, es posible.
Ha llegado el momento de que a nivel europeo las decisiones más relevantes de cara al futuro sean tomadas por políticos y no por burócratas. Y cuando digo políticos, me refiero a quienes trabajan por la defensa de la identidad europea desde el convencimiento, a través del conocimiento y de forma desinteresada. La actual dirigencia política europea es una elite concentrada en Bruselas, Estrasburgo y otras ciudades, que vive totalmente alejada de la realidad y que no busca la defensa de Europa sino la continuidad de unas instituciones que garantizan sus propios privilegios. Desde el momento en que se le exige a un individuo defender los intereses de una organización internacional por sobre todas las cosas, aunque esto conlleve perjudicar a su propia nación, este individuo deja de ser funcional a su patria para defender los intereses económicos de los grandes mercaderes y los privilegios de los burócratas.
Frente a esta situación, ninguna lección de europeísmo nos pueden dar, quienes reniegan constantemente de las raíces europeas y buscan aislar a quienes se oponen a su proyecto globalista. Y aquí entra en el análisis otro fenómeno con enormes consecuencias. El globalismo es enemigo de Europa, porque tiene como objetivo la consecución de un gobierno mundial que homogenice las particularidades propias de cada nación. La forma de vida europea está en riesgo y las amenazas no provienen únicamente de agentes foráneos sino también de las propias instituciones de la Unión.
Somos muchos quienes desde hace tiempo hemos ido desarrollando la idea, de que el rumbo que ha tomado Europa nos lleva a la decadencia, la destrucción, y al empobrecimiento material y espiritual. Pero, sin embargo, estas opiniones buscan ser silenciadas por las autoridades europeas, a través de sus instituciones y los medios de comunicación. Pese al empeño en debilitarlas, aislarlas y silenciarlas, a lo largo del continente sobreviven muchas formaciones y partidos políticos que se oponen a la destrucción de Europa como civilización. Muchas de estas formaciones que son consideradas euroescépticas, en realidad son profundamente europeístas, lo que no impide que se opongan al estado actual de las instituciones.
Si ser euroescéptico significa defender los intereses nacionales de los estados miembros y oponerse a la Europa de los grupos de presión y grandes fondos de inversión, este término debe dejar de tener una connotación negativa. Es totalmente compatible creer en la idea de Europa y apoyar a formaciones opuestas al modelo actual. Durante estos últimos días estamos siendo testigos de diferentes manifestaciones y tractoradas organizadas por los agricultores y ganaderos europeos. Estas movilizaciones tienen como objetivo, dar visibilidad a la penosa situación del sector agrícola producto de una deriva estéril de la Política Agraria Común, un exceso de burocracia y la competencia desleal existente y futura producto de los acuerdos que la UE ha ratificado y busca ratificar en los próximos meses (Ucrania, Moldavia, Mercosur, Chile, Nueva Zelanda etc.). Desde hace años, la PAC ha abandonado la defensa de los agricultores europeos y ha abrazado eslóganes globalistas vacíos como la Agenda 2030 o un ecologismo de escritorio que busca la destrucción del campo europeo.
El sector agrícola, como tantos otros sectores, debe tomar este tipo de medidas para llamar la atención de la ciudadanía. Ya que, en los diferentes estados europeos, el discurso fomentado desde los principales medios de comunicación pone el énfasis únicamente en los logros económicos de la Unión Europea y en los fondos y programas destinados a los estados. Pero sin embargo este análisis simplista, omite las grandes concesiones realizadas por las diferentes naciones al momento de su ingreso en la organización
En el caso de España, su ingreso en el club comunitario ha supuesto la destrucción de su aparato productivo nacional, la pérdida de caladeros muy valiosos para su potente flota pesquera, el cierre sistemático de su industria siderúrgica, el abandono de su plan energético nacional y la adopción de unos requisitos muy estrictos para el sector agrícola y ganadero, impuestos por los agricultores y ganaderos de otros estados. No debemos caer en el engaño, más allá de algunos aspectos positivos, el ingreso en las entonces CEE conllevó la conversión de la economía española en una economía subsidiaria de la de otros estados.
Si como muchos promulgan, realmente queremos una Europa social con las personas y su dignidad en el centro del sistema, no debemos ser tan ingenuos de pensar que los burócratas, los mercaderes y los grupos de presión nos van a llevar en esa dirección. La libertad de tránsito, de bienes, capitales, servicios y personas, no necesariamente garantiza el desarrollo económico y un incremento del bienestar para las naciones. El reemplazo de los viejos estados sociales por estados liberales ha significado el triunfo de un liberalismo voraz, importado y funcional al esquema globalista. En una coyuntura como la actual caracterizada por un capitalismo financiero salvaje, es necesario volver a entender la función social de las viviendas como hogar de las familias, volver a entender que el capital debe estar al servicio del hombre y no el hombre al servicio del capital y que la propiedad privada debe servir como regla principal del sistema económico, pero no debe ser utilizada para aplastar los derechos de otras personas.
La respuesta a la Europa de los mercaderes y burócratas, debe ser la Europa de las naciones. Naciones fuertes, que, a través de un estado social, garanticen la dignidad de las personas y se agrupen a nivel continental para defender los valores europeos, la unidad del continente y sus intereses en el exterior. No debemos confundir la Europa de las Naciones con la Europa de los pueblos. La Europa de los pueblos es un concepto utilizado dentro de una estrategia que busca de forma deliberada, el debilitamiento de los estados nacionales y de la conciencia nacional, para alcanzar un control absoluto, desde las instituciones europeas. Es importante aclarar que cuando hablamos del control ejercido por las instituciones europeas, no debemos subestimar la dependencia de estas con respecto a los Estados Unidos de América. Mientras Europa no pueda defenderse por sus propios medios, el sometimiento de las naciones europeas ante Bruselas significa también su sometimiento frente a los intereses de Washington.
A la hora de encarar la reconstrucción europea, es necesario pensar sobre la idea misma de Europa y su significado. A diferencia de otros conceptos políticos, esta no es una idea utópica, sino una realidad tangible que ha ido evolucionando durante siglos. Esta identidad se basa en la herencia griega y romana, y la enorme influencia del cristianismo. Como explicaba San Juan Pablo II, no es posible entender Europa sin tener en cuenta sus raíces cristianas y el sistema de valores que de estas derivan. La dignidad humana, la tolerancia y la misericordia son algunos de estos valores. Europa fue construida a través de la peregrinación, los diferentes pueblos confluían e interactuaban mientras se trasladaban a visitar el sepulcro del Apóstol Santiago. La cristiandad es un concepto central en el proceso de construcción europea ya que une a las diferentes naciones, un hecho que permitió no solamente la defensa del continente, sino también la exportación del modelo europeo a otras latitudes.
A quienes creemos en el concepto de cristiandad como pilar fundamental de la unidad europea, nos duele ver una guerra fratricida entre hermanos cristianos en el extremo oriental de Europa. Pero también nos duele observar la postura oficial de la UE, que castiga a quienes no comparten su punto de vista sobre el conflicto. Las amenazas vertidas sobre Hungría y su gobierno, a causa de la posición sostenida frente a la guerra en Ucrania y su cercanía con la Federación Rusa, constituyen un error gravísimo y una afrenta a la soberanía de la nación húngara. Desde el inicio de la invasión se ha buscado implantar una única postura sobre el devenir de los acontecimientos y se ha fomentado una campaña anti rusa. La prohibición a la participación de clubes y seleccionados rusos en las competencias de la UEFA es un claro ejemplo.
No es menos doloroso observar cómo desde las más altas esferas europeas, se promueve un abandono del cristianismo a través de un proceso de ateización. Y mediante la promoción y adopción de medidas que atentan contra la vida y la dignidad. No hay dudas de que el cristianismo es un obstáculo para la implantación del globalismo y el liberalismo salvaje, y es por esto que se busca su destrucción. Basta con ver cuantas veces se hace mención desde la UE a la condición cristiana de las naciones que la componen, o como se busca alejar de cualquier forma a la Iglesia de la participación en la vida pública.
Regresando a la cuestión de la guerra en el este. Las naciones europeas y sus ciudadanos deben ser libres de tomar sus propias decisiones producto de un análisis autónomo de la realidad nacional e internacional. No considero correcto que desde Bruselas se busque imponer un relato que retrata a la Federación Rusa como el demonio. La Rusia de Putin, es una Rusia profundamente europea y profundamente cristiana, le duele a quien le duela. Si las naciones europeas consideran la violación de la integridad territorial de Ucrania, como un hecho de máxima gravedad, deben tomar sus propias decisiones. Pero estas decisiones deben ser tomadas de forma autónoma y soberana, y nadie debe ser castigado ni amenazado por sostener una posición diferente. No es mi intención extenderme en esta cuestión, porque fue parcialmente abordada en el artículo de la semana pasada.
A lo largo del artículo he defendido a ultranza la puesta en marcha de un proceso de reconstrucción para Europa. Y en este proceso, España debe tomar la delantera y enseñar el camino correcto al conjunto de las naciones. España ha sido una pieza central en el proceso de construcción europea (La construcción europea no empezó tras la segunda guerra mundial como nos quieren hacer creer, sino hace siglos) y debe ser una vez más un faro que ilumine el continente. No es mi intención españolizar Europa como pretendía Unamuno, sino simplemente lograr que Europa recupere sus raíces con la ayuda de España. Porque para poder liderar una tarea tan digna y noble como esta, es necesario gozar de una enorme riqueza espiritual y moral, y España la tiene, aunque haya españoles que digan o busquen lo contrario.
En diversas ocasiones España ha salvado a Europa de la debacle y la destrucción. Con la reconquista peninsular la sangre derramada sirvió de muro de contención frente al avance islámico, que hubiese conllevado la islamización de Europa y por ende su destrucción. En el siglo XVI la armada española junto a sus aliados defendió una vez más los valores europeos y cristianos en la batalla de Lepanto frente al enemigo turco. Ya en el siglo XX España se desangró en una cruzada en defensa del cristianismo y la idea misma de Europa, frente a quienes buscaban destruirla desde dentro. Al mismo tiempo que España se constituía como reserva espiritual del continente, otras naciones abrazaban el brutal neopaganismo nazi o el criminal ateísmo soviético. Es el momento de que España una vez más comprenda el espíritu de los tiempos y se embarque en tan sagrada tarea.
La Europa del futuro nos encontrará unidos o dominados. Unidos a través de lazos históricos, culturales, y económicos, o dominados por parte de una élite de burócratas y mercaderes funcionales a un capitalismo financiero salvaje que nada tiene que ver con la identidad de Europa y sus naciones. Nuestra generación tiene el deber de aportar nuestros conocimientos, nuestro ímpetu y nuestra energía para transformar la realidad en la que vivimos. Y España debe disparar la flecha que de inicio a un proceso reconstructivo para que Europa se reencuentre consigo misma. Debemos retomar las palabras pronunciadas por San Juan Pablo II es su visita a Santiago de Compostela en el año 1982:
«Por esto, yo, Juan Pablo, hijo de la nación polaca que se ha considerado siempre europea, por sus orígenes, tradiciones, cultura y relaciones vitales; eslava entre los latinos y latina entre los eslavos; Yo, Sucesor de Pedro en la Sede de Roma, una Sede que Cristo quiso colocar en Europa y que ama por su esfuerzo en la difusión del cristianismo en todo el mundo. Yo, Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal, desde Santiago, te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes. Reconstruye tu unidad espiritual, en un clima de pleno respeto a las. otras religiones y a las genuinas libertades»