Para los argentinos el inicio del mes de abril trae consigo una serie de recuerdos que evocan la memoria de unos de los capítulos más notables y gloriosos de la historia de la nación argentina, la recuperación de las Islas Malvinas y Georgias del Sur, durante el otoño austral de 1982. Abordar la cuestión Malvinas en la coyuntura actual, no constituye un mero ejercicio nostalgico , sino que es una actividad que reviste de una importancia y de una actualidad innegables, porque la continuidad de la defensa de la posición argentina, del recuerdo de nuestros héroes y de la presencia de la causa Malvinas en el pensamiento colectivo del pueblo argentino, se encuentran en peligro. En peligro producto de una política de desmalvinización, promovida por el enemigo británico y puesta en práctica por la clase dirigente argentina, que ha buscado desde la finalización de la guerra hasta la actualidad, tergiversar el relato sobre lo acontecido, desprestigiar la actuación de las fuerzas armadas argentinas, y desterrar el sentimiento patriótico y nacionalista que Malvinas genera. Con excepciones que merecen ser mencionadas, como la sanción por parte de las legislaturas de las provincias del litoral atlántico, de la Ley Gaucho Rivero, que prohíbe el amarre, la permanencia y el abastecimiento en sus puertos, de buques que porten la bandera británica, la bandera colonial de las islas o de algunas de las colonias británicas.
Frente a esta situación sentí la necesidad de escribir este artículo con el afán de reivindicar una de las mayores gestas del siglo XX y a sus protagonistas, que merecen ser tratados como lo que verdaderamente son, héroes de dios y de la patria. Hombres que entendieron desde el primer momento, el hecho trascendental que significaba la posibilidad de retornar a aquellas islas, que tanto hemos pensado e imaginado generaciones y generaciones de argentinos, con el anhelo inquebrantable de volver a pisar su suelo y ejercer la soberanía que nos corresponde.
A la hora de reivindicar la gesta y la actuación de las fuerzas armadas argentinas, resulta imprescindible rechazar fervorosamente la campaña de olvido, deslegitimación y desprestigio, puesta en práctica desde finalizada la guerra por los sucesivos gobiernos. No existe frase más triste, hiriente y dolorosa que el concepto de “Chicos de la Guerra” utilizado constantemente por el progresismo para atacar a las fuerzas armadas y su actuación durante el conflicto. La utilización de esta frase no hace más que resaltar la ignorancia de quien la utiliza y su desconocimiento de la materia. Nunca está de más recordar, que los británicos tenían en sus filas a soldados de dieciséis años, que Santiago de Liniers incorporó jóvenes de la misma edad en la defensa de Buenos Aires durante las Invasiones Inglesas o que el heroico Tambor de Tacuarí ofrendó su vida por la patria con tan solo doce años en la expedición al Paraguay liderada por Manuel Belgrano. Los jóvenes argentinos que lucharon en las islas no son “chicos de la guerra” sino hombres que cumplieron con su deber y derramaron su sangre en defensa de la patria.
La imposición de este infame relato sobre lo acontecido, está estrictamente relacionado con uno de los principales defectos que tiene la Argentina. El pueblo argentino tiene veleidades de potencia, pero cuenta con una mayoría de la población que tiende a tomarse ciertos temas con una ligereza lamentable y pretende sentarse en la mesa de los poderosos sin realizar esfuerzos colectivos. Acaso cuánta sangre derramaron los estadounidenses, los chinos, los rusos, o los alemanes para llegar a ser lo que a día de hoy son. Cuánta sangre derramó la Madre España para llevar nuestra lengua, nuestra cultura y nuestra fe a lugares tan lejanos como Argentina y Filipinas.
Para la nación argentina, la causa de las Malvinas es un punto central del pensamiento nacional y un eje que une a los argentinos, más allá de cualquier diferencia. Y es por esto, que quienes buscan impedir su desarrollo, se han ensañado en el ataque constante contra la gesta del Atlántico Sur y sus protagonistas, porque quieren borrar de la faz de la tierra la idea de que Argentina puede enfrentarse al eje anglosajón y recuperar lo que por derecho histórico y geográfico le pertenece. Sin dudas la forma más eficaz de contrarrestar esta infame campaña consiste en divulgar, recordar y dar a conocer la verdad de los hechos y realizar una tarea pedagógica en una época donde la mayoría de los jóvenes argentinos no saben dónde se ubican las islas, no entienden de su importancia estratégica y piensan que el conflicto fue una simple escaramuza en la cual Argentina no tenía ningún tipo de posibilidades de vencer. Es por esto que a continuación procederé a desarrollar una breve explicación de los acontecimientos iniciados aquel inolvidable 2 de abril de 1982.
EL día 2 de abril de 1982, una fuerza conjunta compuesta por miembros de la infantería de marina argentina y del ejército argentino, desembarcaban en la Isla Soledad y en cuestión de horas se hacían con el control de Puerto Argentino, capital de las Islas, poniendo fin a casi 150 años de usurpación británica. Ciento cuarenta y nueve años en los que el usurpador británico había hecho caso omiso a los reclamos argentinos, en una clara violación del derecho internacional, ya que las islas pertenecen a la Argentina por motivos históricos (Eran una posesión de la corona de castilla traspasada a la Argentina al obtener la independencia) y geográficos, las islas se sitúan a menos de 500 kilómetros de la argentina continental y sobre la plataforma continental sudamericana.
Desde el primer momento se pudo apreciar la voluntad de lucha y la entrega de los soldados argentinos que demostraron un amor gigantesco por Dios, por la patria y por el suelo malvinense. Los argentinos demostraron ser duros con el enemigo y nobles con los habitantes de las islas. Dicho comportamiento tiene su fundamento en la formación recibida por los oficiales y suboficiales argentino que lo transmitían a sus subordinados. Una formación no solamente profesional, sino también doctrinal. Embebidos en la lectura durante la formación castrense de las obras de varios intelectuales del nacionalismo católico, como Jordán Bruno Genta (Asesinado por la guerrilla marxista), los soldados argentinos entendieron Malvinas no solo como una operación militar, sino también como una gesta espiritual a partir de la cual renacerían los valores de la nación argentina que se encontraban en un momento de declive. Y una vez más nuestros héroes no defraudaron y durante el conflicto tuvieron lugar episodios que demostraron lo mejor de la tradición hispánica. No es casualidad que la toma de las islas el día 2 de abril se saldó sin ningún isleño muerto, ninguna baja británica, pero sí una baja argentina. En esos instantes trascendentales se pudo apreciar el sentido espiritual de la gesta desde el momento en que se denominó el desembarco argentino con el nombre de operación rosario aludiendo a Nuestra Señora del Rosario a quien Santiago de Liniers había acudido para frenar las inclemencias meteorológicas durante las Invasiones Inglesas, a inicios del siglo XIX.
El paso a la inmortalidad del capitán de navío Pedro Giachino ese mismo día, producto de una herida recibida mientras lideraba a sus hombres en la toma de la casa del gobernador, fue la primera baja del conflicto y una demostración de la nobleza y la justicia de la causa argentina. Giachino murió por cumplir con la misión encomendada y con la petición de no derramar sangre británica. Mientras se desangraba el capitán argentino ordenaba a sus hombres no tirar a matar y se negaba a recibir asistencia médica por parte de los británicos hasta que estos no se rindieran. Es un síntoma de la Argentina actual que la figura de Giachino no forme parte de los manuales escolares y su figura sea olvidada y atacada por el progresismo y los enemigos de la patria, que jamás le perdonarán su amor incondicional por la misma, su profundo sentido cristiano y su contribución en la lucha contra la amenaza marxista.
Una vez recuperadas las islas se abrieron distintas posibilidades de solución para el conflicto entre la Argentina y el Reino Unido. En los planes de la Junta Militar que gobernaba la Argentina en ese entonces, la Operación Rosario tenía como objetivo tomar el control de las islas para forzar al Reino Unido a negociar y fortalecer la posición sobre la cual ejercer el reclamo sobre la soberanía de las islas del Atlántico Sur. Pero hubo dos factores que la Junta no tuvo en cuenta. La sólida reacción de Margaret Thatcher por entonces primera ministra del Reino Unido que ordenó el despliegue de una fuerza de tareas liderada por los portaaviones HMS Hermes y HMS Invincible, con el objetivo de hacerse con el control de las islas nuevamente. Por otro lado, la Junta militar subestimó la reacción del pueblo argentino que se volcó masivamente a las calles para refrendar la decisión tomada por el gobierno, pero también de los oficiales y soldados, que una vez en las islas visualizaron la posibilidad de un conflicto y la enfrentaron con el convencimiento que la fe otorga. Estos factores sumados a la negativa del Reino Unido a negociar cualquier tipo de solución que no supusiera regresar a la situación existente antes de la guerra provocaron una escalada del conflicto.
Ante esta situación la posibilidad de un conflicto fue acrecentándose con el paso de los días. El día 12 de abril las fuerzas británicas establecieron una zona de exclusión alrededor de las islas, haciendo cada vez más difícil la conexión de las islas con el continente. El 1 de mayo comenzaban los bombardeos sobre las posiciones argentinas en las islas desde los aviones y buques británicos, bombardeos que persistirán durante toda la guerra pero que no cumplieron con el objetivo principal de inutilizar el aeropuerto de Puerto Argentino, rebautizado Base Aérea Malvinas, que se encontró operativo hasta finalizar la guerra. Como respuestas a las incursiones británicas, se produciría el bautismo de fuego de la fuerza aérea argentina cuyos aviones despegaban tanto desde las bases situadas en el continente, como de las bases en Malvinas, y que produjeron grandes estragos a la flota británica durante todo el conflicto. Un día más tarde, el día 2 de mayo era hundido el Crucero ARA General Belgrano buque insignia de la flota de mar argentina, producto del ataque con torpedos del submarino de propulsión nuclear HMS Conqueror. Este suceso en el que perdieron la vida 323 marinos argentinos dinamitó cualquier tipo de solución negociada del conflicto y llevó a una escalada de la situación con ataque al HMS Sheffield por parte de la fuerza aérea argentina el día 4 de mayo y que provocaría su hundimiento días más tarde.
Es durante estos días, cuando una serie de decisiones tomadas por el estado mayor conjunto de las fuerzas armadas redujeron de forma drástica las posibilidades argentinas de ganar la guerra. Tras el hundimiento del Crucero Belgrano, las autoridades argentinas decidieron replegar a la flota de mar a los puertos del continente rechazando la posibilidad de enfrentar a la flota británica y alejando de las islas al portaaviones ARA veinticinco de mayo, de esta forma dejando la argentina sin la posibilidad de contar con el apoyo aéreo proporcionado por un portaaviones, en una guerra de naturaleza insular. El otro error cometido por el estado mayor conjunto de las fuerzas armadas argentinas fue creer que los británicos iban a realizar un desembarco anfibio en Puerto Argentino y no en San Carlos donde acabó teniendo lugar. La creencia de que los británicos iban a desembarcar en Puerto Argentino tuvo graves implicancias en el desarrollo del conflicto, ya que se aglutinó al grueso de las tropas argentinas en la capital de esta manera debilitando las posiciones argentinas en el resto de la isla y en la Gran Malvina. Muchas de estas tropas jamás entrarían en combate cuerpo a cuerpo con los británicos ya que el avance británico se produjo por el oeste desde San Carlos y atravesando el interior de la isla.
La decisión tomada por los altos mandos militares argentinos de no disputar el control marítimo en las zonas aledañas a las islas provocó que el acercamiento de la flota británica y el desembarco en las islas fuera una cuestión de tiempo, a pesar de los grandes y eficaces esfuerzos de los pilotos de la fuerza aérea y de la armada argentina que atacaron continuamente a la flota provocándole las mayores pérdidas desde la segunda guerra mundial.
Finalmente, los británicos desembarcaron el día 21 de mayo en la costa de la Isla Soledad sobre el estrecho de San Carlos. Una vez que los británicos aseguraron la cabeza de playa ante la negativa del gobernador militar de las islas Mario Benjamín Menéndez de autorizar un contraataque cuando los británicos se encontraban en una situación de debilidad, estos iniciaron un largo avance hacia Puerto Argentino a través de la turba malvinense donde sufrirían grandes bajas y tendrían que realizar grandes esfuerzos para hacerse con el control de cada uno de los poblados, alturas y montes que los argentinos defendían a sangre y fuego, a pesar de carecer de apoyo logístico y ver sus posibilidades de transporte muy limitadas.
Regresando al relato cronológico de los hechos, en los primeros días de junio el avance enemigo era ya incontenible y la defensa de Puerto Argentino se antojaba cada vez más difícil, producto de la superioridad aérea y naval británica y la imposibilidad de recibir refuerzos desde el continente. Ante este panorama y con la caída en manos británicas de las últimas alturas que rodean Puerto Argentino, que los argentinos defendían hasta el último hombre en combates cuerpo a cuerpo, el día 14 de junio Mario Benjamín Menéndez se rendía ante el comandante de las fuerzas terrestres británicas, el mayor general Jeremy Moore. Mucho se ha hablado en los años posteriores a la guerra de las posibilidades reales que existían de defender puerto argentino hasta las últimas consecuencias, siguiendo el ejemplo del alcázar toledano o de la guarnición de Baler en Filipinas, y de la voluntad de un grupo de oficiales que querían desplazar del mando a Menéndez.
La realidad indica que la defensa no tuvo lugar debido a la cobardía y a la ineptitud del gobernador militar de las islas y de sus allegados que durante todo el conflicto prefirieron el calor y la comodidad de las bonitas casas de Puerto Argentino y no la humedad, el frío y las carencias que afectaban a los hombres argentinos en cada una de las posiciones defensivas. Menéndez no supo estar a la altura de los acontecimientos negándose a convertirse en tan solo el segundo general caído en combate a lo largo de toda la historia, siguiendo el ejemplo del heroico gaucho Martin Miguel de Güemes. En ese entonces Menéndez basó su decisión como una forma de evitar más muertes argentinas, pero fue unas más de sus mentiras, porque si el motivo real era evitar más bajas debería haber rendido la plaza en los días anteriores sabiendo que en la defensa de cada uno de los montes y alturas morirían soldados argentinos.
El análisis del conflicto no puede limitarse a entenderlo como un mero enfrentamiento entre la Argentina y el Reino Unido, sino que debe tenerse en cuenta el contexto histórico en plena Guerra Fría. El conflicto del Atlántico Sur tuvo lugar entre dos miembros del bloque occidental, cuya división como consecuencia del conflicto podría haber favorecido a los intereses soviéticos. Los británicos temían la posibilidad de que en caso de que el conflicto perdurara en el tiempo, las fuerzas armadas argentinas recibieran ayuda soviética. La hipótesis de una intervención soviética no era del todo descabellada, debido a que quienes habían apoyado a la Argentina en el combate frente a la subversión, la habían dejado sola en sus horas más difíciles mientras enfrentaba a la tercera potencia militar del momento. Fue entonces cuando una vez más, los militares argentinos dieron un ejemplo de firmeza y de compromiso con los intereses permanentes, rechazando cualquier tipo de intervención soviética, entendiendo que el marxismo constituía una amenaza incluso mayor para la nación argentina. La única ayuda que recibió Buenos Aires de Moscú, fueron una serie de imágenes satelitales de la posición del portaaviones HMS Invincible que fue atacado y averiado por los halcones argentino en una de las mayores proezas de la historia aeronaval, pese a que a día de hoy el Reino Unido continúe negando el ataque, por una cuestión de orgullo militar.
Capítulo aparte merece la traición de aquellos estados de la América hispánica que prefirieron colaborar con el enemigo anglosajón, perjudicando los intereses argentinos, en una demostración de sumisión y vasallaje ante el poderío británico. Uno de los errores del gobierno militar en materia de política exterior, fue no haber dado una demostración de poderío militar ante Chile en 1979. La colaboración chilena con las fuerzas británicas no hizo más que reafirmar la razón que tenían quienes defendían una intervención militar contra Chile durante el denominado Conflicto del Beagle. Al hablar de quienes apuñalaron a la Argentina por la espalda, también es de justicia hablar de quienes nos tendieron una mano en aquel momento trascendental. El Perú liderado por Fernando Belaúnde Terry prestó un apoyo incondicional a la causa argentina, tanto a través de los esfuerzos diplomáticos de su presidente para evitar la guerra, como también la ayuda militar prestada. A pesar de las diferencias ideológicas la Cuba de Fidel y otros estados del continente dieron una lección de solidaridad hispánica durante esos meses y ayudaron a sus hermanos argentinos.
Mas allá de los errores estratégicos mencionados en el párrafo anterior, el accionar y el desempeño de las fuerzas armadas argentinas han provocado que el conflicto del atlántico sur sea recordado como una gesta. El concepto de gesta hace referencia a una serie de eventos memorables caracterizados por el heroísmo demostrado por sus protagonistas. Y la Guerra de Malvinas e Islas del Atlántico Sur cumple al detalle con esta definición. Desde el día en que las islas fueron recuperadas, los combatientes argentinos dieron una lección al mundo de cómo debe ser afrontada una guerra enfrentando con dureza, pero a la vez con respeto al enemigo, y sacrificando la propia vida para contribuir a la consecución de una empresa colectiva y a la defensa de los intereses permanentes de la patria, cuya defensa se sitúa por encima de los intereses y deseos individuales de cada uno de los argentinos. Y si hablamos de heroísmo debemos recordar también a cada uno de los hombres que defendieron a la patria tanto en la turba malvinense, como en el aire y en las gélidas aguas del Atlántico Sur, pero también a quienes dieron apoyo logístico y defendieron las bases en el continente, y que no son reconocidos como veteranos de guerra.
Cuando hacemos referencia al heroísmo es primordial recordar el desempeño de los pilotos argentinos, cuya actuación sorprendió y causó la admiración del mundo entero, incluso de los propios británicos. Nuestros pilotos atacaban a la flota en inferioridad de condiciones, imposibilitados de enfrentar a los Harriers en igualdad de condiciones y con el combustible justo, lo que generaba que contasen con breves minutos para atacar a los buques. En muchos casos los héroes del aire volaban con los asientos eyectables vencidos y lanzaban bombas que a veces no explotaban por fallos técnicos. A pesar de todos estos contratiempos, lograron hundir seis buques británicos además de dejar fuera de servicio otros cinco, y frustraron un intento de desembarco británico en Bahía Agradable que los británicos denominaron el día más negro de la Royal Navy. Muchas veces he escuchado a expertos establecer comparaciones entre los pilotos argentinos y el accionar de los kamikazes, pero existe una enorme diferencia. Como bien explica Nicolas Kasanzew en su libro “Malvinas a sangre y fuego” a los kamikazes japoneses les soldaban la cabina del piloto enviándolos a una muerte segura, mientras que los pilotos argentinos arriesgaban su vida en misiones voluntarias y movidos por el amor a la patria y la fe en dios. Una vez al Capitán Pablo Carballo, uno de los pilotos más destacados del conflicto, le preguntaron si era verdad que atacaban drogados, con el carácter que lo caracteriza respondió que, sí que iban drogados, sacando del cuello un rosario y presentándolo como su droga. El combustible de nuestros héroes era la fe y el convencimiento que la fe católica otorga.
Tras la guerra los británicos buscaron explicaciones que justificaran el accionar de los pilotos argentinos y terminaron acuñado el concepto de “Factor Genta”. Con este término hacían referencia a la influencia de la predica del filósofo nacionalista y católico Jordán Bruno Genta que inspiró a los futuros halcones egresados de la Escuela de Aviación Militar de Córdoba. El sentir patriótico y cristiano de los pilotos, sumado a su excelente formación profesional, fueron los factores que contribuyeron en las hazañas aéreas argentinas. Uno de los discípulos del profesor Genta era José Daniel Vázquez, caído en combate mientras atacaba al HMS Invincible, y que, en los años anteriores a la guerra, había sufrido continuos días de arresto por promover entre los cadetes el canto del Cara al Sol (Hermoso himno de la Falange española) y el rezo del rosario, ambos prohibidos por las autoridades liberales. Este ejemplo constituye un claro ejemplo del daño que ha hecho y continúa haciendo el liberalismo en la Argentina. Las autoridades liberales que perseguían a los elementos nacionalistas de las fuerzas armadas durante esos años, luego se quedaron en la comodidad del continente, mientras los halcones nacionalistas y profundamente católicos, atacaban a la flota con el rosario colgado en los mandos del avión.
A pesar de las actuaciones heroicas mencionadas en el párrafo anterior, la derrota en Malvinas no solo significó la retirada de las fuerzas argentinas de las islas y el fortalecimiento de la posición británica, sino también el inicio o mejor dicho la aceleración de un proceso de destrucción nacional. Nuestros héroes volvieron al continente tras largos días como prisioneros de guerra, y no recibieron ningún tipo de reconocimiento. El premio por haber tenido una actuación destacadísima durante los combates fue la reclusión en los cuarteles, mientras la ciudadanía daba otro ejemplo de ligereza volcándose masivamente a celebrar los goles del mundial de fútbol, incluso en los días previos cuando todavía se combatía en los alrededores de Puerto Argentino. El olvido fue la herramienta utilizada primero por el gobierno militar para ocultar lo que la junta consideraba un fracaso y luego por los sucesivos gobiernos democráticos que fueron útiles a los intereses británicos, que buscaban asegurarse de que nunca más los argentinos tuvieran las capacidades militares y la voluntad de lucha, con las que contaban en 1982 y pusieron a Londres contra las cuerdas. Producto de estas infames políticas de olvido e invisibilización y ante la imposibilidad de reintegrarse en una sociedad que les daba la espalda, muchos fueron los héroes que eligieron quitarse la vida como método para interrumpir el sufrimiento.
La Argentina nunca más recuperó ni las capacidades técnicas ni militares, ni tampoco la formación profesional y doctrinal de sus jóvenes. Los británicos han sido coherentes con su modo de operar a lo largo de la historia, y han establecido un contacto permanente con diversas figuras de la escena política y económica argentina, para recomponer sus relaciones con la Argentina tras la guerra desde una situación de poderío y una vez más asegurar y extender la presencia de sus intereses económicos y financieros en la región. Los acuerdos firmados entre ambas partes en Madrid, durante el mandato de Domingo Cavallo como ministro de relaciones exteriores, aseguraron la subordinación incondicional de la argentina frente a los intereses británicos.
Hoy mientras somos testigos del proceso de decadencia argentino, con millones de jóvenes que no cuentan con un plato de comida en la mesa, con millones de argentinos que no encuentran un empleo digno, con una sociedad que perdido la fe, con los dos pilares de la nación como los son la iglesia y las FF.AA reducidas a una sombra de lo que fueron, y con varias generaciones sumidas en la ignorancia , es necesario recordar Malvinas e incorporar en nuestro pensamiento y en nuestros actos , aquellos valores que hicieron posible aquella extraordinaria e inolvidable gesta hace ya 42 años. Malvinas nos enseña de lo que somos capaces y nos señala los valores a los que debemos aferrarnos si queremos deshacernos de las cadenas que nos subordinan a intereses foráneos e impiden nuestro desarrollo como pueblo.
« Para la nación argentina, la causa de las Malvinas es un punto central del pensamiento nacional y un eje que une a los argentinos, más allá de cualquier diferencia. Y es por esto, que quienes buscan impedir su desarrollo, se han ensañado en el ataque constante contra la gesta del Atlántico Sur y sus protagonistas »
Para los argentinos el inicio del mes de abril trae consigo una serie de recuerdos que evocan la memoria de unos de los capítulos más notables y gloriosos de la historia de la nación argentina, la recuperación de las Islas Malvinas y Georgias del Sur, durante el otoño austral de 1982. Abordar la cuestión Malvinas en la coyuntura actual, no constituye un mero ejercicio nostalgico , sino que es una actividad que reviste de una importancia y de una actualidad innegables, porque la continuidad de la defensa de la posición argentina, del recuerdo de nuestros héroes y de la presencia de la causa Malvinas en el pensamiento colectivo del pueblo argentino, se encuentran en peligro. En peligro producto de una política de desmalvinización, promovida por el enemigo británico y puesta en práctica por la clase dirigente argentina, que ha buscado desde la finalización de la guerra hasta la actualidad, tergiversar el relato sobre lo acontecido, desprestigiar la actuación de las fuerzas armadas argentinas, y desterrar el sentimiento patriótico y nacionalista que Malvinas genera. Con excepciones que merecen ser mencionadas, como la sanción por parte de las legislaturas de las provincias del litoral atlántico, de la Ley Gaucho Rivero, que prohíbe el amarre, la permanencia y el abastecimiento en sus puertos, de buques que porten la bandera británica, la bandera colonial de las islas o de algunas de las colonias británicas.
Frente a esta situación sentí la necesidad de escribir este artículo con el afán de reivindicar una de las mayores gestas del siglo XX y a sus protagonistas, que merecen ser tratados como lo que verdaderamente son, héroes de dios y de la patria. Hombres que entendieron desde el primer momento, el hecho trascendental que significaba la posibilidad de retornar a aquellas islas, que tanto hemos pensado e imaginado generaciones y generaciones de argentinos, con el anhelo inquebrantable de volver a pisar su suelo y ejercer la soberanía que nos corresponde.
A la hora de reivindicar la gesta y la actuación de las fuerzas armadas argentinas, resulta imprescindible rechazar fervorosamente la campaña de olvido, deslegitimación y desprestigio, puesta en práctica desde finalizada la guerra por los sucesivos gobiernos. No existe frase más triste, hiriente y dolorosa que el concepto de “Chicos de la Guerra” utilizado constantemente por el progresismo para atacar a las fuerzas armadas y su actuación durante el conflicto. La utilización de esta frase no hace más que resaltar la ignorancia de quien la utiliza y su desconocimiento de la materia. Nunca está de más recordar, que los británicos tenían en sus filas a soldados de dieciséis años, que Santiago de Liniers incorporó jóvenes de la misma edad en la defensa de Buenos Aires durante las Invasiones Inglesas o que el heroico Tambor de Tacuarí ofrendó su vida por la patria con tan solo doce años en la expedición al Paraguay liderada por Manuel Belgrano. Los jóvenes argentinos que lucharon en las islas no son “chicos de la guerra” sino hombres que cumplieron con su deber y derramaron su sangre en defensa de la patria.
La imposición de este infame relato sobre lo acontecido, está estrictamente relacionado con uno de los principales defectos que tiene la Argentina. El pueblo argentino tiene veleidades de potencia, pero cuenta con una mayoría de la población que tiende a tomarse ciertos temas con una ligereza lamentable y pretende sentarse en la mesa de los poderosos sin realizar esfuerzos colectivos. Acaso cuánta sangre derramaron los estadounidenses, los chinos, los rusos, o los alemanes para llegar a ser lo que a día de hoy son. Cuánta sangre derramó la Madre España para llevar nuestra lengua, nuestra cultura y nuestra fe a lugares tan lejanos como Argentina y Filipinas.
Para la nación argentina, la causa de las Malvinas es un punto central del pensamiento nacional y un eje que une a los argentinos, más allá de cualquier diferencia. Y es por esto, que quienes buscan impedir su desarrollo, se han ensañado en el ataque constante contra la gesta del Atlántico Sur y sus protagonistas, porque quieren borrar de la faz de la tierra la idea de que Argentina puede enfrentarse al eje anglosajón y recuperar lo que por derecho histórico y geográfico le pertenece. Sin dudas la forma más eficaz de contrarrestar esta infame campaña consiste en divulgar, recordar y dar a conocer la verdad de los hechos y realizar una tarea pedagógica en una época donde la mayoría de los jóvenes argentinos no saben dónde se ubican las islas, no entienden de su importancia estratégica y piensan que el conflicto fue una simple escaramuza en la cual Argentina no tenía ningún tipo de posibilidades de vencer. Es por esto que a continuación procederé a desarrollar una breve explicación de los acontecimientos iniciados aquel inolvidable 2 de abril de 1982.
EL día 2 de abril de 1982, una fuerza conjunta compuesta por miembros de la infantería de marina argentina y del ejército argentino, desembarcaban en la Isla Soledad y en cuestión de horas se hacían con el control de Puerto Argentino, capital de las Islas, poniendo fin a casi 150 años de usurpación británica. Ciento cuarenta y nueve años en los que el usurpador británico había hecho caso omiso a los reclamos argentinos, en una clara violación del derecho internacional, ya que las islas pertenecen a la Argentina por motivos históricos (Eran una posesión de la corona de castilla traspasada a la Argentina al obtener la independencia) y geográficos, las islas se sitúan a menos de 500 kilómetros de la argentina continental y sobre la plataforma continental sudamericana.
Desde el primer momento se pudo apreciar la voluntad de lucha y la entrega de los soldados argentinos que demostraron un amor gigantesco por Dios, por la patria y por el suelo malvinense. Los argentinos demostraron ser duros con el enemigo y nobles con los habitantes de las islas. Dicho comportamiento tiene su fundamento en la formación recibida por los oficiales y suboficiales argentino que lo transmitían a sus subordinados. Una formación no solamente profesional, sino también doctrinal. Embebidos en la lectura durante la formación castrense de las obras de varios intelectuales del nacionalismo católico, como Jordán Bruno Genta (Asesinado por la guerrilla marxista), los soldados argentinos entendieron Malvinas no solo como una operación militar, sino también como una gesta espiritual a partir de la cual renacerían los valores de la nación argentina que se encontraban en un momento de declive. Y una vez más nuestros héroes no defraudaron y durante el conflicto tuvieron lugar episodios que demostraron lo mejor de la tradición hispánica. No es casualidad que la toma de las islas el día 2 de abril se saldó sin ningún isleño muerto, ninguna baja británica, pero sí una baja argentina. En esos instantes trascendentales se pudo apreciar el sentido espiritual de la gesta desde el momento en que se denominó el desembarco argentino con el nombre de operación rosario aludiendo a Nuestra Señora del Rosario a quien Santiago de Liniers había acudido para frenar las inclemencias meteorológicas durante las Invasiones Inglesas, a inicios del siglo XIX.
El paso a la inmortalidad del capitán de navío Pedro Giachino ese mismo día, producto de una herida recibida mientras lideraba a sus hombres en la toma de la casa del gobernador, fue la primera baja del conflicto y una demostración de la nobleza y la justicia de la causa argentina. Giachino murió por cumplir con la misión encomendada y con la petición de no derramar sangre británica. Mientras se desangraba el capitán argentino ordenaba a sus hombres no tirar a matar y se negaba a recibir asistencia médica por parte de los británicos hasta que estos no se rindieran. Es un síntoma de la Argentina actual que la figura de Giachino no forme parte de los manuales escolares y su figura sea olvidada y atacada por el progresismo y los enemigos de la patria, que jamás le perdonarán su amor incondicional por la misma, su profundo sentido cristiano y su contribución en la lucha contra la amenaza marxista.
Una vez recuperadas las islas se abrieron distintas posibilidades de solución para el conflicto entre la Argentina y el Reino Unido. En los planes de la Junta Militar que gobernaba la Argentina en ese entonces, la Operación Rosario tenía como objetivo tomar el control de las islas para forzar al Reino Unido a negociar y fortalecer la posición sobre la cual ejercer el reclamo sobre la soberanía de las islas del Atlántico Sur. Pero hubo dos factores que la Junta no tuvo en cuenta. La sólida reacción de Margaret Thatcher por entonces primera ministra del Reino Unido que ordenó el despliegue de una fuerza de tareas liderada por los portaaviones HMS Hermes y HMS Invincible, con el objetivo de hacerse con el control de las islas nuevamente. Por otro lado, la Junta militar subestimó la reacción del pueblo argentino que se volcó masivamente a las calles para refrendar la decisión tomada por el gobierno, pero también de los oficiales y soldados, que una vez en las islas visualizaron la posibilidad de un conflicto y la enfrentaron con el convencimiento que la fe otorga. Estos factores sumados a la negativa del Reino Unido a negociar cualquier tipo de solución que no supusiera regresar a la situación existente antes de la guerra provocaron una escalada del conflicto.
Ante esta situación la posibilidad de un conflicto fue acrecentándose con el paso de los días. El día 12 de abril las fuerzas británicas establecieron una zona de exclusión alrededor de las islas, haciendo cada vez más difícil la conexión de las islas con el continente. El 1 de mayo comenzaban los bombardeos sobre las posiciones argentinas en las islas desde los aviones y buques británicos, bombardeos que persistirán durante toda la guerra pero que no cumplieron con el objetivo principal de inutilizar el aeropuerto de Puerto Argentino, rebautizado Base Aérea Malvinas, que se encontró operativo hasta finalizar la guerra. Como respuestas a las incursiones británicas, se produciría el bautismo de fuego de la fuerza aérea argentina cuyos aviones despegaban tanto desde las bases situadas en el continente, como de las bases en Malvinas, y que produjeron grandes estragos a la flota británica durante todo el conflicto. Un día más tarde, el día 2 de mayo era hundido el Crucero ARA General Belgrano buque insignia de la flota de mar argentina, producto del ataque con torpedos del submarino de propulsión nuclear HMS Conqueror. Este suceso en el que perdieron la vida 323 marinos argentinos dinamitó cualquier tipo de solución negociada del conflicto y llevó a una escalada de la situación con ataque al HMS Sheffield por parte de la fuerza aérea argentina el día 4 de mayo y que provocaría su hundimiento días más tarde.
Es durante estos días, cuando una serie de decisiones tomadas por el estado mayor conjunto de las fuerzas armadas redujeron de forma drástica las posibilidades argentinas de ganar la guerra. Tras el hundimiento del Crucero Belgrano, las autoridades argentinas decidieron replegar a la flota de mar a los puertos del continente rechazando la posibilidad de enfrentar a la flota británica y alejando de las islas al portaaviones ARA veinticinco de mayo, de esta forma dejando la argentina sin la posibilidad de contar con el apoyo aéreo proporcionado por un portaaviones, en una guerra de naturaleza insular. El otro error cometido por el estado mayor conjunto de las fuerzas armadas argentinas fue creer que los británicos iban a realizar un desembarco anfibio en Puerto Argentino y no en San Carlos donde acabó teniendo lugar. La creencia de que los británicos iban a desembarcar en Puerto Argentino tuvo graves implicancias en el desarrollo del conflicto, ya que se aglutinó al grueso de las tropas argentinas en la capital de esta manera debilitando las posiciones argentinas en el resto de la isla y en la Gran Malvina. Muchas de estas tropas jamás entrarían en combate cuerpo a cuerpo con los británicos ya que el avance británico se produjo por el oeste desde San Carlos y atravesando el interior de la isla.
La decisión tomada por los altos mandos militares argentinos de no disputar el control marítimo en las zonas aledañas a las islas provocó que el acercamiento de la flota británica y el desembarco en las islas fuera una cuestión de tiempo, a pesar de los grandes y eficaces esfuerzos de los pilotos de la fuerza aérea y de la armada argentina que atacaron continuamente a la flota provocándole las mayores pérdidas desde la segunda guerra mundial.
Finalmente, los británicos desembarcaron el día 21 de mayo en la costa de la Isla Soledad sobre el estrecho de San Carlos. Una vez que los británicos aseguraron la cabeza de playa ante la negativa del gobernador militar de las islas Mario Benjamín Menéndez de autorizar un contraataque cuando los británicos se encontraban en una situación de debilidad, estos iniciaron un largo avance hacia Puerto Argentino a través de la turba malvinense donde sufrirían grandes bajas y tendrían que realizar grandes esfuerzos para hacerse con el control de cada uno de los poblados, alturas y montes que los argentinos defendían a sangre y fuego, a pesar de carecer de apoyo logístico y ver sus posibilidades de transporte muy limitadas.
Regresando al relato cronológico de los hechos, en los primeros días de junio el avance enemigo era ya incontenible y la defensa de Puerto Argentino se antojaba cada vez más difícil, producto de la superioridad aérea y naval británica y la imposibilidad de recibir refuerzos desde el continente. Ante este panorama y con la caída en manos británicas de las últimas alturas que rodean Puerto Argentino, que los argentinos defendían hasta el último hombre en combates cuerpo a cuerpo, el día 14 de junio Mario Benjamín Menéndez se rendía ante el comandante de las fuerzas terrestres británicas, el mayor general Jeremy Moore. Mucho se ha hablado en los años posteriores a la guerra de las posibilidades reales que existían de defender puerto argentino hasta las últimas consecuencias, siguiendo el ejemplo del alcázar toledano o de la guarnición de Baler en Filipinas, y de la voluntad de un grupo de oficiales que querían desplazar del mando a Menéndez.
La realidad indica que la defensa no tuvo lugar debido a la cobardía y a la ineptitud del gobernador militar de las islas y de sus allegados que durante todo el conflicto prefirieron el calor y la comodidad de las bonitas casas de Puerto Argentino y no la humedad, el frío y las carencias que afectaban a los hombres argentinos en cada una de las posiciones defensivas. Menéndez no supo estar a la altura de los acontecimientos negándose a convertirse en tan solo el segundo general caído en combate a lo largo de toda la historia, siguiendo el ejemplo del heroico gaucho Martin Miguel de Güemes. En ese entonces Menéndez basó su decisión como una forma de evitar más muertes argentinas, pero fue unas más de sus mentiras, porque si el motivo real era evitar más bajas debería haber rendido la plaza en los días anteriores sabiendo que en la defensa de cada uno de los montes y alturas morirían soldados argentinos.
El análisis del conflicto no puede limitarse a entenderlo como un mero enfrentamiento entre la Argentina y el Reino Unido, sino que debe tenerse en cuenta el contexto histórico en plena Guerra Fría. El conflicto del Atlántico Sur tuvo lugar entre dos miembros del bloque occidental, cuya división como consecuencia del conflicto podría haber favorecido a los intereses soviéticos. Los británicos temían la posibilidad de que en caso de que el conflicto perdurara en el tiempo, las fuerzas armadas argentinas recibieran ayuda soviética. La hipótesis de una intervención soviética no era del todo descabellada, debido a que quienes habían apoyado a la Argentina en el combate frente a la subversión, la habían dejado sola en sus horas más difíciles mientras enfrentaba a la tercera potencia militar del momento. Fue entonces cuando una vez más, los militares argentinos dieron un ejemplo de firmeza y de compromiso con los intereses permanentes, rechazando cualquier tipo de intervención soviética, entendiendo que el marxismo constituía una amenaza incluso mayor para la nación argentina. La única ayuda que recibió Buenos Aires de Moscú, fueron una serie de imágenes satelitales de la posición del portaaviones HMS Invincible que fue atacado y averiado por los halcones argentino en una de las mayores proezas de la historia aeronaval, pese a que a día de hoy el Reino Unido continúe negando el ataque, por una cuestión de orgullo militar.
Capítulo aparte merece la traición de aquellos estados de la América hispánica que prefirieron colaborar con el enemigo anglosajón, perjudicando los intereses argentinos, en una demostración de sumisión y vasallaje ante el poderío británico. Uno de los errores del gobierno militar en materia de política exterior, fue no haber dado una demostración de poderío militar ante Chile en 1979. La colaboración chilena con las fuerzas británicas no hizo más que reafirmar la razón que tenían quienes defendían una intervención militar contra Chile durante el denominado Conflicto del Beagle. Al hablar de quienes apuñalaron a la Argentina por la espalda, también es de justicia hablar de quienes nos tendieron una mano en aquel momento trascendental. El Perú liderado por Fernando Belaúnde Terry prestó un apoyo incondicional a la causa argentina, tanto a través de los esfuerzos diplomáticos de su presidente para evitar la guerra, como también la ayuda militar prestada. A pesar de las diferencias ideológicas la Cuba de Fidel y otros estados del continente dieron una lección de solidaridad hispánica durante esos meses y ayudaron a sus hermanos argentinos.
Mas allá de los errores estratégicos mencionados en el párrafo anterior, el accionar y el desempeño de las fuerzas armadas argentinas han provocado que el conflicto del atlántico sur sea recordado como una gesta. El concepto de gesta hace referencia a una serie de eventos memorables caracterizados por el heroísmo demostrado por sus protagonistas. Y la Guerra de Malvinas e Islas del Atlántico Sur cumple al detalle con esta definición. Desde el día en que las islas fueron recuperadas, los combatientes argentinos dieron una lección al mundo de cómo debe ser afrontada una guerra enfrentando con dureza, pero a la vez con respeto al enemigo, y sacrificando la propia vida para contribuir a la consecución de una empresa colectiva y a la defensa de los intereses permanentes de la patria, cuya defensa se sitúa por encima de los intereses y deseos individuales de cada uno de los argentinos. Y si hablamos de heroísmo debemos recordar también a cada uno de los hombres que defendieron a la patria tanto en la turba malvinense, como en el aire y en las gélidas aguas del Atlántico Sur, pero también a quienes dieron apoyo logístico y defendieron las bases en el continente, y que no son reconocidos como veteranos de guerra.
Cuando hacemos referencia al heroísmo es primordial recordar el desempeño de los pilotos argentinos, cuya actuación sorprendió y causó la admiración del mundo entero, incluso de los propios británicos. Nuestros pilotos atacaban a la flota en inferioridad de condiciones, imposibilitados de enfrentar a los Harriers en igualdad de condiciones y con el combustible justo, lo que generaba que contasen con breves minutos para atacar a los buques. En muchos casos los héroes del aire volaban con los asientos eyectables vencidos y lanzaban bombas que a veces no explotaban por fallos técnicos. A pesar de todos estos contratiempos, lograron hundir seis buques británicos además de dejar fuera de servicio otros cinco, y frustraron un intento de desembarco británico en Bahía Agradable que los británicos denominaron el día más negro de la Royal Navy. Muchas veces he escuchado a expertos establecer comparaciones entre los pilotos argentinos y el accionar de los kamikazes, pero existe una enorme diferencia. Como bien explica Nicolas Kasanzew en su libro “Malvinas a sangre y fuego” a los kamikazes japoneses les soldaban la cabina del piloto enviándolos a una muerte segura, mientras que los pilotos argentinos arriesgaban su vida en misiones voluntarias y movidos por el amor a la patria y la fe en dios. Una vez al Capitán Pablo Carballo, uno de los pilotos más destacados del conflicto, le preguntaron si era verdad que atacaban drogados, con el carácter que lo caracteriza respondió que, sí que iban drogados, sacando del cuello un rosario y presentándolo como su droga. El combustible de nuestros héroes era la fe y el convencimiento que la fe católica otorga.
Tras la guerra los británicos buscaron explicaciones que justificaran el accionar de los pilotos argentinos y terminaron acuñado el concepto de “Factor Genta”. Con este término hacían referencia a la influencia de la predica del filósofo nacionalista y católico Jordán Bruno Genta que inspiró a los futuros halcones egresados de la Escuela de Aviación Militar de Córdoba. El sentir patriótico y cristiano de los pilotos, sumado a su excelente formación profesional, fueron los factores que contribuyeron en las hazañas aéreas argentinas. Uno de los discípulos del profesor Genta era José Daniel Vázquez, caído en combate mientras atacaba al HMS Invincible, y que, en los años anteriores a la guerra, había sufrido continuos días de arresto por promover entre los cadetes el canto del Cara al Sol (Hermoso himno de la Falange española) y el rezo del rosario, ambos prohibidos por las autoridades liberales. Este ejemplo constituye un claro ejemplo del daño que ha hecho y continúa haciendo el liberalismo en la Argentina. Las autoridades liberales que perseguían a los elementos nacionalistas de las fuerzas armadas durante esos años, luego se quedaron en la comodidad del continente, mientras los halcones nacionalistas y profundamente católicos, atacaban a la flota con el rosario colgado en los mandos del avión.
A pesar de las actuaciones heroicas mencionadas en el párrafo anterior, la derrota en Malvinas no solo significó la retirada de las fuerzas argentinas de las islas y el fortalecimiento de la posición británica, sino también el inicio o mejor dicho la aceleración de un proceso de destrucción nacional. Nuestros héroes volvieron al continente tras largos días como prisioneros de guerra, y no recibieron ningún tipo de reconocimiento. El premio por haber tenido una actuación destacadísima durante los combates fue la reclusión en los cuarteles, mientras la ciudadanía daba otro ejemplo de ligereza volcándose masivamente a celebrar los goles del mundial de fútbol, incluso en los días previos cuando todavía se combatía en los alrededores de Puerto Argentino. El olvido fue la herramienta utilizada primero por el gobierno militar para ocultar lo que la junta consideraba un fracaso y luego por los sucesivos gobiernos democráticos que fueron útiles a los intereses británicos, que buscaban asegurarse de que nunca más los argentinos tuvieran las capacidades militares y la voluntad de lucha, con las que contaban en 1982 y pusieron a Londres contra las cuerdas. Producto de estas infames políticas de olvido e invisibilización y ante la imposibilidad de reintegrarse en una sociedad que les daba la espalda, muchos fueron los héroes que eligieron quitarse la vida como método para interrumpir el sufrimiento.
La Argentina nunca más recuperó ni las capacidades técnicas ni militares, ni tampoco la formación profesional y doctrinal de sus jóvenes. Los británicos han sido coherentes con su modo de operar a lo largo de la historia, y han establecido un contacto permanente con diversas figuras de la escena política y económica argentina, para recomponer sus relaciones con la Argentina tras la guerra desde una situación de poderío y una vez más asegurar y extender la presencia de sus intereses económicos y financieros en la región. Los acuerdos firmados entre ambas partes en Madrid, durante el mandato de Domingo Cavallo como ministro de relaciones exteriores, aseguraron la subordinación incondicional de la argentina frente a los intereses británicos.
Hoy mientras somos testigos del proceso de decadencia argentino, con millones de jóvenes que no cuentan con un plato de comida en la mesa, con millones de argentinos que no encuentran un empleo digno, con una sociedad que perdido la fe, con los dos pilares de la nación como los son la iglesia y las FF.AA reducidas a una sombra de lo que fueron, y con varias generaciones sumidas en la ignorancia , es necesario recordar Malvinas e incorporar en nuestro pensamiento y en nuestros actos , aquellos valores que hicieron posible aquella extraordinaria e inolvidable gesta hace ya 42 años. Malvinas nos enseña de lo que somos capaces y nos señala los valores a los que debemos aferrarnos si queremos deshacernos de las cadenas que nos subordinan a intereses foráneos e impiden nuestro desarrollo como pueblo.