En la historia de España existen figuras fascinantes dignas de estudiar y de conocer y entre ellas hay una figura que debería ser conocida tanto por los españoles como por el resto del mundo entero. Ella era una mujer que estaba destinada a ser la simple esposa de un noble o, como mucho, una reina consorte, pero ella, a través de su tesón y de su fe, no solo forjó su grande y propio destino, sino también el de medio mundo. Ella era Isabel la Católica y, un día como hoy, se convirtió en reina, por lo que, con motivo de este evento histórico, analizaremos el legado de Isabel y su impacto.
Antes de empezar, conviene tener en cuenta el contexto en el que Isabel crece. La monarca nació en abril de 1451 en el seno de un sector desterrado de la familia real de los Trastámara en Castilla, apartada para que su hermanastro, Enrique IV, reinase. No profundizaremos mucho en las intrigas que rodeaban a la casa de los Trastámara en aquel entonces, pero lo importante es saber que Castilla pasaba por una época muy inestable, y no era para menos. El resto de reinos cristianos en la Península Ibérica decaían poco a poco, mientras que los árabes buscaban avanzar por el sur y los franceses por el norte. En este panorama, la corona de Castilla, bajo el mando de Enrique IV, también estaba en decadencia, ya que el rey, en vez de hacer la guerra y tomar ventaja de ser la corona ibérica más grande, prefería comerciar con los musulmanes y colocar a judíos en altos puestos políticos. Toda esta situación chocaba con los intereses de los nobles castellanos, quienes conspiraron contra Enrique y escogieron a Alfonso, hermano de Isabel, como un “rey títere”, lo que creó un conflicto civil. Durante esta guerra, Alfonso murió bajo circunstancias sospechosas, lo que empujó a Isabel a tomar las riendas del asunto, ya que Alfonso era lo único que tenía Isabel. Con la muerte de su hermano y con su madre enferma, Isabel no tenía nada que perder y todo que ganar, pero poco sabía ella lo mucho que ganaría para ella y para el mundo. Al final, la paz llegó a Castilla cuando se firmaron los Pactos de los Toros de Guisando en 1469 que, entre varias cuestiones, acordaban que, si Enrique IV fallecía, Isabel sería la reina de Castilla. Ante esta situación, los nobles se pusieron a buscar un marido para la princesa entre otros nobles ibéricos e incluso franceses. Destacaba el hermano de Pacheco, el líder de la nobleza castellana, pero ella se negó y decidió casarse con el príncipe Fernando II de Aragón. Lo que empezó como una alianza estratégica diseñada por Isabel, terminaría siendo el matrimonio más importante de la historia. Poco después del casamiento, Enrique IV falleció e Isabel, con el apoyo de parte de la nobleza y de Fernando, el 13 de diciembre de 1474 se convirtió en Isabel I de Castilla. La historia del mundo había cambiado para siempre.
Todavía había una piedra en el camino para conseguir el poder total: Juana, la hija de Enrique. La joven princesa ya nació con el estigma de no ser la verdadera hija de Enrique IV y nunca contó con el apoyo de la nobleza castellana, pero tras la rebelión de Isabel el ya mencionado Don Pacheco usó a Juana forzándola a casarse con su tío Alfonso de Portugal. Así comenzó una nueva guerra que Isabel ganó con el apoyo de Fernando y del mayor general que este país haya conocido, Gonzalo Fernández de Córdoba, o el Gran Capitán. Bajo la mano guía de Isabel, su bando ganó y por fin se convirtió en la reina plena de toda Castilla y cuando el padre de Fernando murió, él se convirtió en rey de Aragón. De esta forma, el plan de Isabel de unificar las coronas de Castilla y Aragón se cumplió. El siguiente paso: Reconquistar la península. Pero para ello, debía ser paciente y primero lograr la estabilidad regional de las dos coronas y la única forma de hacerlo era asegurándose de que todos los castellanos y aragoneses fueran católicos. Hay quienes pueden considerar esto retrógrado, pero como ya se ha repetido en varios artículos, no podemos juzgar los hechos del pasado con los ojos de hoy en día. La realidad del siglo XV era que solo podía haber unidad nacional en un mismo territorio si había unidad religiosa, eso era así e Isabel lo sabía. Es por eso que ella pidió al Vaticano instaurar la Inquisición en la península y esto puede chocar con el conocimiento popular, pero es que la Inquisición no era solo española, sino que era una institución papal que se estableció en los grandes reinos europeos para conseguir la unidad religiosa católica, aunque se aplicó de distinta forma. Mientras que en los reinos germanos, anglosajones y francos la Inquisición se usó como una excusa para realizar matanzas de proporciones enormes, en Castilla actuó como un tribunal que juzgaba los actos religiosos de la población con el propósito de “corregirlos”. Que nos parezca bien o mal es irrelevante, pero los datos demuestran que la Inquisición en Castilla mató apenas a 300 personas, mientras que solo en los territorios germanos se terminó con la vida de más de 20.000 personas. De tan bajo impacto era la Inquisición española que criminales como asesinos o ladrones decían tener tendencias no católicas para ser juzgados por la Inquisición y no por otras autoridades. De todas formas, bajo la Inquisición de Isabel se dio dos opciones a los castellanos no católicos: abandonar la península o convertirse. Puede parecer una medida dura, pero en el resto de inquisiciones europeas solo había una opción para los no cristianos: morir. Que cada quien saque la conclusión que desee teniendo en cuenta estos factores.
Con la unidad castellana y aragonesa ya en camino de ser consolidada, Isabel decidió continuar con el legado del rey Don Pelayo y hacer lo que ningún otro rey cristiano logró, es decir, reconquistar la península ibérica. Muchos historiadores, sobre todo negrolegendarios, insisten en que el término «reconquista» es falso porque no había ningún territorio que reconquistar, pero es que no se trataba una reconquista territorial, sino espiritual. La península ibérica era cristiana y el islam pertenecía al desierto y eso fue lo que dictó Isabel. De hecho, eso fue lo que acordó con el sultán nazarí Boabdil cuando este le entregó, de rodillas, las llaves a la ciudad de Granada y el comienzo de España nacía aquel 2 de enero de 1492, pero aquel año aguardaba más acontecimientos históricos. Poco antes de tomar Granada, llegó a la corte de los Reyes un marinero genovés con un extraño plan de llegar a las Indias a través del Atlántico, se trataba de Cristóbal Colón. El plan de aquel marinero les era de gran interés a los Reyes, que ansiaban llegar a las Indias, pero no era posible por el poder otomano en el Mediterráneo y por el Tratado de Alcazobas que daba la potestad a los portugueses sobre los mares africanos más allá de la actual frontera sur entre el Sáhara Occidental y Mauritania. Lamentablemente, debido a los gastos en la toma de Granada, los Reyes no pudieron hacer frente a las demandas del genovés, pero una vez finalizada la Reconquista, le citaron a la Corte y en agosto de 1492, Cristóbal Colón partió con tres carabelas desde Huelva hacia esa nueva ruta a las Indias. No, con la expedición de Colón, Isabel la Católica no encontró una nueva ruta a las Indias, pero sí algo más grande: un nuevo mundo y nuevos súbditos con quienes llevar a cabo la mayor gesta de la humanidad. Al final, Isabel la Católica hizo, sin saberlo, el descubrimiento más importante de la historia con el continente americano, no solo por los nuevos territorios a ganar, sino por el valor humanístico que ello conllevaba. Eso sí, cuando se dio este primer encuentro, la recompensa material fue poca, ya que, al contrario de lo que Colón pensó, esas tierras caribeñas a las que llegó no tenían oro ni plata, ni ningún tesoro, solo gente, los taínos. Colón capturó a 600 de esas gentes para venderlas en Castilla, pero Isabel, al enterarse de esto, no solo liberó a esas gentes, sino que expropió a Colón de todos sus bienes y lo encarceló. Además, procuró que los nuevos súbditos de ultramar no fueran esclavizados, por lo que el 20 de junio del año 1500 hizo que entrara en vigor una real provisión que prohibía rotundamente la esclavitud en las Indias. La lucha de Isabel la Católica por proteger a los indígenas se dio porque, debido a sus valores católicos, ella no concebía que los hombres fueran esclavizados, ya que consideraba que Dios nos creó a todos libres. En su testamento procuró dejar claro que nadie fuera esclavizado en sus tierras, tanto peninsulares como de ultramar. De hecho, en él escribió: «No consientan ni den lugar a que los indios, vecinos y moradores de las Indias reciban agravio alguno en sus personas ni bienes, antes, al contrario, que sean bien y justamente tratados, y si han recibido algún agravio que lo remedien». Dicho testamento fue la pieza angular de las Leyes de Burgos, consideradas por muchos como la primera declaración universal de los Derechos Humanos y, todo esto, gracias a Isabel la Católica.
Sin duda, Isabel la Católica podría ser catalogada perfectamente como la figura más importante de Occidente al ser una mujer que desafió al sistema y a su tiempo, y que, gracias a sus valores, plantó cara a un mundo en el que lo tenía todo en su contra. Es más, muchos europeos ahora miran a los líderes de su pasado avergonzados, y con razón, pero los españoles y el resto de hispanos podemos mirar a Isabel y sentirnos orgullosos de que una reina así pertenezca a nuestra historia. Esto sucede mucho en la historia hispana, ya que el resto de europeos y los estadounidenses nos hacen partícipes de sus pecados, pero los hispanos no tenemos nuestra historia tan manchada de sangre, e Isabel la Católica es la figura que lo demuestra. Ojalá que su legado nos inspire aún más para lograr la prosperidad que España y el resto de países hispanos tanto nos merecemos.
En la historia de España existen figuras fascinantes dignas de estudiar y de conocer y entre ellas hay una figura que debería ser conocida tanto por los españoles como por el resto del mundo entero. Ella era una mujer que estaba destinada a ser la simple esposa de un noble o, como mucho, una reina consorte, pero ella, a través de su tesón y de su fe, no solo forjó su grande y propio destino, sino también el de medio mundo. Ella era Isabel la Católica y, un día como hoy, se convirtió en reina, por lo que, con motivo de este evento histórico, analizaremos el legado de Isabel y su impacto.
Antes de empezar, conviene tener en cuenta el contexto en el que Isabel crece. La monarca nació en abril de 1451 en el seno de un sector desterrado de la familia real de los Trastámara en Castilla, apartada para que su hermanastro, Enrique IV, reinase. No profundizaremos mucho en las intrigas que rodeaban a la casa de los Trastámara en aquel entonces, pero lo importante es saber que Castilla pasaba por una época muy inestable, y no era para menos. El resto de reinos cristianos en la Península Ibérica decaían poco a poco, mientras que los árabes buscaban avanzar por el sur y los franceses por el norte. En este panorama, la corona de Castilla, bajo el mando de Enrique IV, también estaba en decadencia, ya que el rey, en vez de hacer la guerra y tomar ventaja de ser la corona ibérica más grande, prefería comerciar con los musulmanes y colocar a judíos en altos puestos políticos. Toda esta situación chocaba con los intereses de los nobles castellanos, quienes conspiraron contra Enrique y escogieron a Alfonso, hermano de Isabel, como un “rey títere”, lo que creó un conflicto civil. Durante esta guerra, Alfonso murió bajo circunstancias sospechosas, lo que empujó a Isabel a tomar las riendas del asunto, ya que Alfonso era lo único que tenía Isabel. Con la muerte de su hermano y con su madre enferma, Isabel no tenía nada que perder y todo que ganar, pero poco sabía ella lo mucho que ganaría para ella y para el mundo. Al final, la paz llegó a Castilla cuando se firmaron los Pactos de los Toros de Guisando en 1469 que, entre varias cuestiones, acordaban que, si Enrique IV fallecía, Isabel sería la reina de Castilla. Ante esta situación, los nobles se pusieron a buscar un marido para la princesa entre otros nobles ibéricos e incluso franceses. Destacaba el hermano de Pacheco, el líder de la nobleza castellana, pero ella se negó y decidió casarse con el príncipe Fernando II de Aragón. Lo que empezó como una alianza estratégica diseñada por Isabel, terminaría siendo el matrimonio más importante de la historia. Poco después del casamiento, Enrique IV falleció e Isabel, con el apoyo de parte de la nobleza y de Fernando, el 13 de diciembre de 1474 se convirtió en Isabel I de Castilla. La historia del mundo había cambiado para siempre.
Todavía había una piedra en el camino para conseguir el poder total: Juana, la hija de Enrique. La joven princesa ya nació con el estigma de no ser la verdadera hija de Enrique IV y nunca contó con el apoyo de la nobleza castellana, pero tras la rebelión de Isabel el ya mencionado Don Pacheco usó a Juana forzándola a casarse con su tío Alfonso de Portugal. Así comenzó una nueva guerra que Isabel ganó con el apoyo de Fernando y del mayor general que este país haya conocido, Gonzalo Fernández de Córdoba, o el Gran Capitán. Bajo la mano guía de Isabel, su bando ganó y por fin se convirtió en la reina plena de toda Castilla y cuando el padre de Fernando murió, él se convirtió en rey de Aragón. De esta forma, el plan de Isabel de unificar las coronas de Castilla y Aragón se cumplió. El siguiente paso: Reconquistar la península. Pero para ello, debía ser paciente y primero lograr la estabilidad regional de las dos coronas y la única forma de hacerlo era asegurándose de que todos los castellanos y aragoneses fueran católicos. Hay quienes pueden considerar esto retrógrado, pero como ya se ha repetido en varios artículos, no podemos juzgar los hechos del pasado con los ojos de hoy en día. La realidad del siglo XV era que solo podía haber unidad nacional en un mismo territorio si había unidad religiosa, eso era así e Isabel lo sabía. Es por eso que ella pidió al Vaticano instaurar la Inquisición en la península y esto puede chocar con el conocimiento popular, pero es que la Inquisición no era solo española, sino que era una institución papal que se estableció en los grandes reinos europeos para conseguir la unidad religiosa católica, aunque se aplicó de distinta forma. Mientras que en los reinos germanos, anglosajones y francos la Inquisición se usó como una excusa para realizar matanzas de proporciones enormes, en Castilla actuó como un tribunal que juzgaba los actos religiosos de la población con el propósito de “corregirlos”. Que nos parezca bien o mal es irrelevante, pero los datos demuestran que la Inquisición en Castilla mató apenas a 300 personas, mientras que solo en los territorios germanos se terminó con la vida de más de 20.000 personas. De tan bajo impacto era la Inquisición española que criminales como asesinos o ladrones decían tener tendencias no católicas para ser juzgados por la Inquisición y no por otras autoridades. De todas formas, bajo la Inquisición de Isabel se dio dos opciones a los castellanos no católicos: abandonar la península o convertirse. Puede parecer una medida dura, pero en el resto de inquisiciones europeas solo había una opción para los no cristianos: morir. Que cada quien saque la conclusión que desee teniendo en cuenta estos factores.
Con la unidad castellana y aragonesa ya en camino de ser consolidada, Isabel decidió continuar con el legado del rey Don Pelayo y hacer lo que ningún otro rey cristiano logró, es decir, reconquistar la península ibérica. Muchos historiadores, sobre todo negrolegendarios, insisten en que el término «reconquista» es falso porque no había ningún territorio que reconquistar, pero es que no se trataba una reconquista territorial, sino espiritual. La península ibérica era cristiana y el islam pertenecía al desierto y eso fue lo que dictó Isabel. De hecho, eso fue lo que acordó con el sultán nazarí Boabdil cuando este le entregó, de rodillas, las llaves a la ciudad de Granada y el comienzo de España nacía aquel 2 de enero de 1492, pero aquel año aguardaba más acontecimientos históricos. Poco antes de tomar Granada, llegó a la corte de los Reyes un marinero genovés con un extraño plan de llegar a las Indias a través del Atlántico, se trataba de Cristóbal Colón. El plan de aquel marinero les era de gran interés a los Reyes, que ansiaban llegar a las Indias, pero no era posible por el poder otomano en el Mediterráneo y por el Tratado de Alcazobas que daba la potestad a los portugueses sobre los mares africanos más allá de la actual frontera sur entre el Sáhara Occidental y Mauritania. Lamentablemente, debido a los gastos en la toma de Granada, los Reyes no pudieron hacer frente a las demandas del genovés, pero una vez finalizada la Reconquista, le citaron a la Corte y en agosto de 1492, Cristóbal Colón partió con tres carabelas desde Huelva hacia esa nueva ruta a las Indias. No, con la expedición de Colón, Isabel la Católica no encontró una nueva ruta a las Indias, pero sí algo más grande: un nuevo mundo y nuevos súbditos con quienes llevar a cabo la mayor gesta de la humanidad. Al final, Isabel la Católica hizo, sin saberlo, el descubrimiento más importante de la historia con el continente americano, no solo por los nuevos territorios a ganar, sino por el valor humanístico que ello conllevaba. Eso sí, cuando se dio este primer encuentro, la recompensa material fue poca, ya que, al contrario de lo que Colón pensó, esas tierras caribeñas a las que llegó no tenían oro ni plata, ni ningún tesoro, solo gente, los taínos. Colón capturó a 600 de esas gentes para venderlas en Castilla, pero Isabel, al enterarse de esto, no solo liberó a esas gentes, sino que expropió a Colón de todos sus bienes y lo encarceló. Además, procuró que los nuevos súbditos de ultramar no fueran esclavizados, por lo que el 20 de junio del año 1500 hizo que entrara en vigor una real provisión que prohibía rotundamente la esclavitud en las Indias. La lucha de Isabel la Católica por proteger a los indígenas se dio porque, debido a sus valores católicos, ella no concebía que los hombres fueran esclavizados, ya que consideraba que Dios nos creó a todos libres. En su testamento procuró dejar claro que nadie fuera esclavizado en sus tierras, tanto peninsulares como de ultramar. De hecho, en él escribió: «No consientan ni den lugar a que los indios, vecinos y moradores de las Indias reciban agravio alguno en sus personas ni bienes, antes, al contrario, que sean bien y justamente tratados, y si han recibido algún agravio que lo remedien». Dicho testamento fue la pieza angular de las Leyes de Burgos, consideradas por muchos como la primera declaración universal de los Derechos Humanos y, todo esto, gracias a Isabel la Católica.
Sin duda, Isabel la Católica podría ser catalogada perfectamente como la figura más importante de Occidente al ser una mujer que desafió al sistema y a su tiempo, y que, gracias a sus valores, plantó cara a un mundo en el que lo tenía todo en su contra. Es más, muchos europeos ahora miran a los líderes de su pasado avergonzados, y con razón, pero los españoles y el resto de hispanos podemos mirar a Isabel y sentirnos orgullosos de que una reina así pertenezca a nuestra historia. Esto sucede mucho en la historia hispana, ya que el resto de europeos y los estadounidenses nos hacen partícipes de sus pecados, pero los hispanos no tenemos nuestra historia tan manchada de sangre, e Isabel la Católica es la figura que lo demuestra. Ojalá que su legado nos inspire aún más para lograr la prosperidad que España y el resto de países hispanos tanto nos merecemos.